Enemigos en el frente de combate; amigos en los tiempos de paz
Historias de excombatientes argentinos y británicos que, en abierto desafío a los lugares comunes, buscaron conocerse y trabaron amistad
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Es 8 de junio de 1982. Héctor Sánchez comanda un A-4B; David Morgan, un Sea Harrier. Es la guerra, el combate aéreo, tu vida o la mía, tu tierra o mi patria. Los británicos abren fuego, los argentinos no se quedan atrás. En un segundo (¿habrá sido un segundo? ¿Algo más, algo menos?), Morgan y Sánchez hacen contacto visual. Se ven, se miran, sin duda se odian. Allá arriba, en el aire, los contendientes están uno frente al otro. La escena –al menos, imaginarla– tiene algo de la vieja guerra, un atisbo al lejano cuerpo a cuerpo, esas batallas distintas, no menos atroces que las actuales.
En aquella refriega, los británicos derribaron tres de los cuatro aviones que integraban la escuadrilla argentina. Sánchez fue el único que logró escapar, arrasado por la imagen de sus camaradas muertos y un violento deseo de revancha.
Pero pasó el tiempo, la Guerra de Malvinas terminó, cada país siguió su propio camino; los contendientes, también.
A principios de los años 90, un argentino residente en Inglaterra puso en contacto a los dos antiguos enemigos. Lo que habrá sido ese primer encuentro en Londres.
“Descubrí que David estaba preocupado por cómo me sentía yo con él, el hombre que había matado a mis camaradas –rememora Sánchez–. Le expliqué que si lo hubiera encontrado enseguida después de la guerra hubiera tratado de vengarme. Pero pasó el tiempo y entendí que él estaba cumpliendo con su deber, como yo cumplí con el mío”.
Ambos se dieron el espacio para sentarse, hablar y reconstruir lo que había ocurrido en aquella vertiginosa jornada de junio de 1982. “Si no hubiera sido por el hecho de que el cañón de Sánchez se trabó, él hubiera sido el único piloto argentino que hubiera derribado un Sea Harrier. Yo no habría sobrevivido”, reconoció Morgan en Hostile Skies, su autobiografía bélica.
Entre los dos se afianzó un vínculo que, entre otras cosas, derivó en la participación de ambos en Falkands war then and now, un libro sobre la Guerra de Malvinas. El británico escribió el prólogo y el argentino el epílogo.
Es probable que no exista amistad que no se funde en algún tipo de pacto. En la de Sánchez y Morgan el convenio bastante explícito fue seguir cada uno por su lado las noticias sobre los vaivenes del tema Malvinas entre la Argentina y Reino Unido, pero proscribir rigurosamente cualquier mención a las islas a la hora del encuentro.
“No hablamos ni de Malvinas ni de Falklands –comentó hace un tiempo Sánchez a LA NACION-. Nuestro vínculo es sólo sobre lo personal; va más allá de lo político. Somos dos profesionales, dos pilotos de combate. Cada uno con su propia carga.”
“No hablamos ni de Malvinas ni de Falklands –comentó hace un tiempo Sánchez a LA NACION-. Nuestro vínculo es sólo sobre lo personal; va más allá de lo político. Somos dos profesionales, dos pilotos de combate. Cada uno con su propia carga.”
Temor y temblor
Volvamos a 1982, a la sucesión de jornadas terribles entre principios de abril y mediados de junio. Al artillero antiaéreo Neil Wilkinson lo envuelven el ruido, el humo y el estruendo de ese tambor enloquecido que es el corazón cuando se está en medio de un enfrentamiento.
Los aviones argentinos castigan las posiciones británicas; Wilkinson defiende a los suyos. Por eso pone todo de sí –mente, ojos y manos son una sola cosa–; apunta, dispara, fuego. El aullido de la victoria resuena junto a la explosión allá arriba: una oscura estela de humo marca el derrotero del avión argentino derribado.
Los duras días de la guerra continuaron, uno tras el otro. Wilkinson se sabía eficaz, justo, disciplinado, alerta. Pero un zumbido invisible, un dardo oscuro como el humo de aquel avión exitosamente interceptado, se le instaló en la conciencia. Se le ocurrió preguntarse lo que –supuestamente– está prohibido interrogar en toda guerra: ¿cómo sería aquel que piloteaba el avión estrellado? ¿Tenía nombre, familia, aspiraciones, voz? ¿Quién era la persona que estaba dentro de la máquina de guerra que él, por supervivencia, obligación y deber hacia sus compañeros, tan justamente había dejado fuera de combate?
Suele decirse que la única manera de matar a otro es, al menos por un instante, deshumanizarlo. Solo a expensas de perder sus atributos humanos alguien puede ser un objetivo de guerra. Si se le descubre la humanidad, la cosa se complica. Y a Wilkinson se le complicó.
“Pensé en esto muchas, muchas veces. No es algo de lo que me regodeo –aseguró en una entrevista–. Es que veo ese avión todos los días en mi cabeza. Pensaba que ese piloto estaba muerto, no había modo de que alguien saliese vivo de allí”.
Con ayuda de la Agregaduría Argentina en Londres, Wilkinson encontró al hombre a quien creía haber matado: Mariano Velasco, que había logrado eyectarse y sobrevivir. Comenzó así a forjarse el vínculo que, en enero de 2012, permitió a documentalistas de la BBC registrar el momento en que un Velasco ya encanecido abría la puerta de su hogar en Córdoba y recibía al ex artillero con un simple y rotundo “Hola Neil, bienvenido”.
Daños colaterales
Simon Weston, exguardia galés, estaba a bordo del buque Sir Galahad el 8 de junio de 1982, cuando un avión argentino, tripulado por el entonces teniente primero Carlos Cachón, lo bombardeó. Los resultados del ataque fueron devastadores. Weston sufrió quemaduras en todo el cuerpo. Su cara, que debió ser quirúrgicamente reconstruida, se convirtió, para la población británica, en el “rostro público de la Guerra de las Falklands”.
No sin contrariedades –eran profundas las heridas propinadas– Carlos Cachón y Simon Weston terminaron conociéndose. Probablemente fueron decisivas las cámaras de la BBC que, como ya había ocurrido con otros partipantes en la Guerra de Malvinas, los invitaron a dar testimonio, a generar un espacio de encuentro.
Sin obligarse a coincidir en todo, manteniendo zonas de disidencia, pero enfatizando aquello que los unía, Cachón y Weston pudieron acercarse. Caminaron, hablaron y lloraron juntos “como si Dios nos hubiera tocado”, según recordó el argentino, que siempre lamentó el daño provocado al británico.
Más allá de la guerra
¿Qué une, además de la sorprendente amistad entre antiguos enemigos, a las historias de estos seis hombres? Una investigación. Un texto.
Rosana Guber es antropóloga y una de las escasas voces académicas que desde hace tiempo viene abordando el tema Malvinas desde el punto de vista de los excombatientes. En el marco de ese trabajo, escribió la ponencia (originalmente presentada en la Universidad de Cambridge) Como un cierre. Encuentros honorables en la posguerra de Malvinas. Allí ahonda en los vínculos creados entre Mariano Velasco y Neil Wilkinson, Simon Weston y Carlos Cachón, Héctor Sánchez y David Morgan.
La pregunta crucial del escrito de Guber es la que inevitablemente surge al conocerse estas historias: “¿Por qué esos seis hombres querrían encontrarse, hablar e incluso convertirse en amigos, luego de haber actuado como enemigos en un enfrentamiento a muerte?”
La pregunta crucial del escrito de Guber es la que inevitablemente surge al conocerse estas historias: “¿Por qué esos seis hombres querrían encontrarse, hablar e incluso convertirse en amigos, luego de haber actuado como enemigos en un enfrentamiento a muerte?”
La guerra tiene su propia lógica. Y probablemente esté profunda, excesivamente, arraigada en la condición humana. Pero también es posible que, en el preciso instante en que el “enemigo” deja de ser una cualidad abstracta y pasa a tener un nombre y un rostro, una lógica de diferente tenor, pero igual poder, comience a actuar.
Rosana Guber considera que la respuesta está en el honor, en el cumplimiento de las normas de la guerra y en el respeto por el enemigo. Por eso, en relación a la amistad forjada entre los veteranos británicos y argentinos, asegura: “La igualdad pudo ser restablecida en términos humanos
Rosana Guber considera que la respuesta está en el honor, en el cumplimiento de las normas de la guerra y en el respeto por el enemigo. Por eso, en relación a la amistad forjada entre los veteranos británicos y argentinos, asegura: “La igualdad pudo ser restablecida en términos humanos y no en visiones idealistas que rechazan o aplauden la guerra en modos en que sus reales protagonistas desaprueban por simplistas o superficiales. Además, es la guerra convencional; se pelea con alguien que está de frente, que no está oculto. En la guerra virtual, si estás en Texas manejando un avión no tripulado que ataca Irak, no hay encuentro. Aquí actúa el tema del honor: ambas partes estuvieron allí. Ambas partes pudieron haber muerto.”
En Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, el escritor italiano Alessandro Baricco se preguntaba por el rechazo (o la prescindencia) que, en general, observaba en las nuevas generaciones frente a un arco de principios que incluía al nacionalismo. “No consigo dejar de pensar –apuntó allí– que esto también (no sólo, pero también) tiene que ver con la memoria de lo que sucedió el siglo pasado. Casi como si fuera la sedimentación de un sufrimiento ilimitado, generado por dos guerras mundiales y una guerra fría en el umbral del holocausto nuclear.”
Los bárbaros se publicó en 2006, mucho tiempo después de la Guerra de Malvinas, no tanto tiempo antes de los acontecimientos que, hoy, parecen desafiar aquellas observaciones: de repente se hizo visible un mundo donde la pregnancia del discurso y las acciones nacionalistas, la invasión y la guerra territorial, el fantasma nuclear y unos cuantos ecos del siglo XX vuelven a ser parte del menú cotidiano.
En este contexto, el conflicto del Atlántico Sur admite nuevos abordajes. Por caso, lo que Guber plantea en el libro ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda, donde no duda en señalar que no hay nada más actual que la idea de nación ni, en nuestro país, nada más vivo que Malvinas. Desde su punto de vista, desdeñar por arcaica la reflexión sobre lo nacional podría significar “no enterarse nunca de qué le pasa a la gente que protagoniza una guerra. Porque la gente que va a morir por una causa nacional, sea definida como revolucionaria, conservadora, restauradora o territorial, va a dar lo mejor de sí”.
Mientras tanto, queda flotando el enigma tras aquello que acercó a Velasco y Wilkinson, Weston y Cachón, Sánchez y Morgan. No debe ser sencillo establecer una memoria común, integrar un territorio plagado de zonas indecibles; hay algo allí que supera la zona neutral de sus posibles charlas sobre táctica militar, la zona escarpada de los principios de soberanía en Malvinas.
¿Es el honor lo que forjó esos lazos? ¿La camaradería? ¿El saberse capaces de “dar lo mejor de sí”? Puede ser algo de todo esto, o una dimensión menos evidente, mencionada al pasar por el aviador Héctor Sánchez: “la empatía que te permite ponerte en el zapato del otro”.
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