Hay preocupación porque el aumento de casos de Covid en la ciudad sature el sistema e impida tratar a las personas contagiadas en los barrios populares; la Ciudad refuerza los testeos
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Los pasillos estrechos y las casas de material donde suelen vivir familias numerosas son una pesadilla al momento de enfrentar la pandemia de coronavirus. Por eso las villas porteñas fueron las primeras en padecer un pico de contagios. Los casos empezaron a crecer de manera exponencial desde mayo hasta julio de 2020, mientras que en el resto de la ciudad eso sucedió entre agosto y octubre. Ahora la ciudad formal es la que padece un récord de infecciones y muertes diarias que preocupa a los vecinos de los barrios populares: temen que, en el corto plazo, haya un rebrote y que el sistema sanitario ya esté colapsado. Las autoridades sanitarias porteñas afirman que estos barrios no alcanzaron la llamada inmunidad de rebaño. Además, la crisis económica deja poco margen para implementar cuarentenas estrictas.
Durante una recorrida de LA NACION, a las 10, el cielo está totalmente despejado, pero buena parte de la villa 1-11-14 está a la sombra. Muchos pasillos solo ven el sol al mediodía. Claudia Giménez, de 36 años, barre las calles que están algo embarradas. Se encuentra junto a Blas Alcaraz, de 27, y Ana Arévalo, de 31. Todos forman parte de la cooperativa San Jorge, que, entre otras cosas, se encarga de la limpieza en la manzana 31.
Giménez está preocupada: “Ahora hay mucha gente que lo tiene y no lo dice. Hay personas respetuosas [de las medidas de prevención] y otras que no tanto, como en todos lados, pero durante la primera ola había más control. Los gendarmes te limitaban la circulación dentro del barrio para que el virus no se propagara, pero ahora todo está en manos de la gente. Espero que no se complique porque hay vecinos que hoy van al Hospital Piñero y no los atienden por la cantidad de gente que hay; vuelven al barrio sin diagnóstico”.
Aldo Pagliari dirige el Centro de Atención de Salud N°20, dentro de la villa 1-11-14, en el barrio de Flores. Recuerda que durante el año pasado empezaron a recibir una cantidad de enfermos que fue difícil de manejar. Allí, además del coronavirus, también se enfrentan a todo tipo de enfermedades y situaciones: controlan desde embarazadas hasta pacientes con tuberculosis.
“Hoy lo que más me preocupa es la dificultad que tenemos para conseguir especialistas para hacer una interconsulta o turnos para cirugías. La relación con los hospitales está cortada. La situación social también me alarma, hay mucha demanda de alimentos, me hace acordar al 2001”, describe Pagliari.
Gabriel Battistella, subsecretario de Atención Primaria, Ambulatoria y Comunitaria del Ministerio de Salud porteño, señala que en los barrios populares entre los siete Dispositivos Estratégicos de Testeos para Coronavirus en Terreno de Argentina (Detectar) han incrementado las pruebas diagnósticas.
“Estamos testeando más, pasamos de 400 tests por día en todos los barrios populares a 600. En el pico del año pasado estimábamos que por cada positivo había otros 10 que no detectábamos, pero ahora es distinto porque testeamos hasta a los asintomáticos”, indica Battistella.
Anteayer, el gobierno de la ciudad detectó 78 casos positivos de coronavirus en los siete barrios populares más grandes del distrito. Esos son las villas 31, 1-11-14, 21-24, 15, 20, Carrillo y Rodrigo Bueno. No hubo fallecidos y 101 personas recibieron el alta médica. El conglomerado que más casos y fallecidos tuvo desde el comienzo de la pandemia fue la 1-11-14, con 7017 infectados y 110 decesos. En total, entre todos los barrios mencionados hubo 20.736 casos y 307 muertes.
Durante el año pasado, uno de los interrogantes era si los barrios populares podrían alcanzar la inmunidad de rebaño que los protegiera para enfrentar la segunda ola, que ahora atraviesa territorio porteño. Pero, según Battistella, aún están lejos de la meta.
“Antes de que llegara la segunda ola hicimos un refuerzo en los testeos en los barrios y aún no se ve el incremento de casos que hubo en el resto de la ciudad, pero sí han aumentado. En diciembre teníamos, entre todos los barros populares, 30 casos; hoy tenemos, en promedio, entre 60 a 80 casos. Mientras que en la ciudad pasaron de 700 a 3000. Hicimos un estudio de seroprevalencia en noviembre para determinar qué porcentaje de la población de los barrios populares contaba con anticuerpos, y oscilan entre el 40% y 45% de la población, por eso no es posible hablar de inmunidad de rebaño. De todos modos, ese concepto está en duda con esta enfermedad porque los anticuerpos pueden durar poco tiempo, es decir, siempre estamos viendo una foto, no una película”, agrega Battistella.
Jorge Aliaga, exdecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, describe que para alcanzar la inmunidad de rebaño se debe haber infectado al menos el 70% de una población. Si ese porcentaje de personas tuviera anticuerpos, la cadena de infecciones se vería interrumpida y la dinámica de contagios no podría continuar.
Aliaga suma que la inmunidad que adquiere una persona por contagiarse no es la misma que se alcanza con una vacuna, sino que es mucho más leve. “De todos modos, estimo que el número de habitantes de las villas porteñas con anticuerpos debe ser mucho mayor al 40%, pero igual eso no te garantiza que no haya una suba de casos, y menos con una variante distinta. Creo que los barrios populares aún están en una situación vulnerable, pero si se avanza con la vacunación a personas con comorbilidades el panorama será otro, ya que el resto de la población, en su gran mayoría, son personas jóvenes”, sostiene.
La Capital tiene aproximadamente 50 asentamientos o barrios vulnerables. Según el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño, de ese universo ya se vacunó al 55% de la población mayor de 80 años, al 40% de los mayores de 70 y al 5% de los mayores de 60.
En la villa 21-24, en el barrio de Barracas, que tuvo 4134 casos y 48 fallecidos, el padre Lorenzo “Toto” De Vedia, que dirige la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé en la entrada del barrio, dice tener una sensación inquietante respecto de lo que vendrá en los próximos meses, aunque destaca que durante el año pasado el barrio pudo estar a la altura y, a pesar de las dificultades, pudieron cubrir las necesidades de la gente.
“En 2020 el barrio estuvo a la altura de las circunstancias. Ahora hay una sensación de mucha preocupación. Racionalmente se sabía que la cosa no estaba solucionada, pero reinaba cierta tranquilidad que ahora de modo abrupto se acabó. Hay que reacomodarse de vuelta. Por lo menos ahora sabemos de qué se trata este virus, pero para la gente perder las changas es algo complicadísimo que traería muchos perjuicios. Al mismo tiempo, la gente tiene conciencia de que hay que cuidarse; si hubiera que volver a estrechar las restricciones, estimo que se van a acatar. En los barrios los casos están creciendo porque hay un gran intercambio con el resto de la ciudad”, afirma De Vedia.
Juan Isasmendi, el cura que está al frente de la Parroquia Madre del Pueblo, en la 1-11-14, coincide con la preocupación de De Vedia. Señala que se nota la saturación del sistema sanitario. En repetidas oportunidades él tiene que levantar el teléfono para pedir que atiendan a los vecinos del barrio. También pide que se despliegue una campaña en la villa para concientizar a la gente sobre la importancia de la vacunación y facilitar el empadronamiento.
“Hay gente que reclama en la puerta del Piñero para ser atendida. El personal de salud está haciendo un esfuerzo enorme, pero el sistema tiene un límite. Yo creo que la gente en el barrio en su gran mayoría se cuida, quedó un gran trauma por lo que pasó el año pasado y nadie quiere que se repita. Todos recuerdan a las familias infectadas, los fallecidos, las filas interminables en los comedores”, repasa Isasmendi.
Una de las trincheras más importantes para sostener al barrio durante la pandemia fueron, y aún son, los comedores comunitarios. Esos lugares y sus referentes, que representan el corazón de los barrios desde el que se teje un entramado que sostiene a los más vulnerables, el año pasado tambalearon a causa del coronavirus. Por ejemplo, en la villa 31 fallecieron Ramona Medina, Víctor “el Oso” Giracoy y Agustín Navarro Condori, cuyos comedores alimentaban a cientos de personas por día.
Para que eso no vuelva a suceder, según dijeron fuentes del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño a LA NACION, cuando se termine de vacunar a los mayores de 60, se inoculará a aquellos que estén acreditados como trabajadores de un comedor comunitario y se los considerará “personal estratégico”.
“Se trata de unas 3000 personas, incluyendo voluntarios y colaboradores de los 470 grupos asistidos y comunitarios, los centros de primera infancia, jardines comunitarios y hogares que tienen vínculo formal con el ministerio. El coronavirus ha destrozado estas redes internas. Y esta es una realidad que se replica también en todos los barrios vulnerables de la ciudad y el conurbano bonaerense”, indicaron desde la cartera que dirige María Migliore. También hay trabajadores barriales, promotores sociosanitarios y personas que hacen ollas populares y no están registrados, pero realizan el mismo trabajo que los otros y no serán vacunados como estratégicos porque no hay un marco normativo que los ampare.
Alejandro Amor, defensor del pueblo de la ciudad de Buenos Aires, sostiene que le solicitaron al ministerio que empiece a intervenir con más fuerza para brindar alimentos y artículos de limpieza a los vecinos de los barrios vulnerables. “La Defensoría del Pueblo, además, tendrá un trailer en los barrios para atención pediátrica, ginecológica y de medicina general a partir de la semana que comienza para atender a las personas que no se pudieron atender en un hospital por la saturación del sistema”, dice.
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