“En la tragedia de LAPA tres veces asumí mi propia muerte”
CORDOBA.- Hace 20 años, en el anochecer del 31 de agosto de 1999, a pocos metros del aeroparque Jorge Newbery -en el complejo Punta Carrasco- se vivieron escenas de horror. Fuego, humo negro, pedazos de metal y butacas por el piso. La gente gritaba y los bomberos y ambulancias intentaban rescates y consolar a las víctimas. Fue cuando se estrelló el avión de la ya desaparecida Líneas Aéreas Privadas Argentinas (LAPA) y murieron 65 personas (dos cuando la aeronave atravesó la avenida). En el vuelo iban 100 personas, la mayoría de ellos cordobeses. Por la tragedia nadie fue preso. La Corte Suprema de Justicia, en 2014, determinó que la causa prescribió.
Para la Justicia la tragedia se trató de un estrago culposo. Fueron condenados dos exintegrantes de la empresa de bajo rango a tres años de prisión condicional. Los familiares de las víctimas hasta el día de hoy, aun con todos los caminos legales cerrados, reclaman justicia. El accidente es el segundo más importante en la historia de la aviación argentina, detrás del ocurrido el 10 de octubre de 1997, cuando un DC9 de Austral que había salido de Posadas (Misiones) cayó cerca de Fray Bentos, Uruguay, y murieron sus 74 ocupantes.
El vuelo 3142 de LAPA partió a las 20.54, con 18 minutos de retraso, de Aeroparque. A unos 250 kilómetros por hora atravesó las rejas, cruzó la avenida, destrozó el murallón de la Costanera Norte, dio contra una grúa y se frenó contra un talud del campo de golf de Punta Carrasco. Medio minuto después de su partida, el avión era una bola de fuego.
Sentada en el asiento 14 D, al lado del ala del Boeing 737, Hereñú escribía un informe sobre el encuentro del que había participado en Buenos Aires como representante de la Dirección de Microemprendimientos de Córdoba. Sintió que, después de carretear, el avión volvió a tocar tierra. Miró hacia afuera y salían llamas de la turbina. "Era impresionante; pensé que moriría encerrada. Soy católica, me puse a rezar, a ordenar mis cuentas porque era hora de partir. Los dos muchachos que estaban a mi lado se tiraron por un hueco que se había abierto e hice lo mismo", cuenta a LA NACION.
Saltó y cayó debajo de la turbina incendiada que desprendía combustible. "El líquido se me fue desparramando por el cuerpo. Intenté apagarme con las manos, con la ropa. Era una bola de fuego, no veía a través del humo que salía de mí -continúa-. Corrí pensando en separarme del resto para que mi mamá me pudiera encontrar, para que me identificaran. La ola expansiva de la explosión me tiró al piso. Me levanté y anduve unos pasos más".
Quedó tirada a la entrada del campo de golf. Un jugador la socorrió y se quedó con ella hasta que llegaron las ambulancias. Marité alcanzó a darle el teléfono de su familia para que les avisara. La llevaron al Hospital Fernández donde estuvo un mes intubada. Tres años le llevó el tratamiento para recuperarse: tenía el 64% de su cuerpo quemado. "Dejé de hacerlo por una decisión personal porque ya los avances eran mínimos y el tiempo era mucho. Por el tratamiento recobré la funcionalidad casi total y resolví volver a mi vida", cuenta.
En 1999 Marité tenía 37 años. Recuerda que, cuando abrió los ojos, a través de la ventana vio unos árboles sin hojas: "Eran palos. El tiempo pasaba y se fueron llenando de brotes; me alegraban las mañanas, identificaba eso con el fluir de la vida. Estaba convencida de que iba a volver, de que iba a estar bien. Mi familia, mi fe, mi formación me ayudaron mucho".
"En la tragedia tres veces asumí mi propia muerte -describe con una entereza admirable-: cuando vi la turbina echando fuego; cuando estaba envuelta en llamas y cuando llegué al hospital y media inconsciente escuché a la médica pedir un respirador".
Su primer testimonio en el juicio fue por escrito y después habló ante el tribunal. Admite que la decepción por la falta de justicia es inmensa. "Repetimos que sin justicia no llega la paz, pero no tenemos cabal dimensión de eso hasta que no nos toca. Es muy triste que no hubiera condena. No devuelve nada, pero quizá se evita que a otros les pase, que haga que los controles sean más sólidos", subraya.
Dolor sin fin
Miguel Correa tenía 46 años. Había salido esa mañana desde Córdoba a Buenos Aires por trabajo y regresaba a la noche. Iba en los asientos de adelante y murió en el acto. Su hijo Miguel vio el accidente por televisión; no sabía que su padre estaba en el vuelo. El cuerpo que les dieron no era el de su padre: dos meses después de enterrarlo debieron intercambiarlo. Hoy él es el presidente la Asociación de Víctimas de Accidentes Aéreos, que se creó por la tragedia.
"Fue una conmoción. Todos conocían a alguien, sabían de alguien que iba en el vuelo -cuenta a LA NACION-. Desde un principio se les tiró la culpa al piloto y el copiloto y se intentó que se archivara todo. La peleamos y la peleamos por nosotros, pero también para que se sentara un precedente; lamentablemente no quedó nada. La responsabilidad era de la empresa y de los organismos del Estado, en ese momento de la Fuerza Aérea, que debía controlar. Fue un golpe muy duro del que nadie se recupera".
Correa repasa que el de LAPA fue el juicio oral más largo de la historia argentina: "Ni en el accidente de Austral, ni en el de LAPA, ni en el de Sol [ocurrido en mayo de 2011, con 21 muertos] ni en el de la azafata de Interaustral [en 1995 cayó al vacío al abrirse la puerta del avión] las responsabilidades quedan claras. Todo se disuelve, nadie va preso. Eso es lo más grave. Con el paso del tiempo se van relajando los controles. Hay que trabajar mucho en la prevención".
Enrique Alabi tenía 51 años y era uno de los seis visitadores médicos que habían empezado a trabajar en una empresa alemana y habían viajado desde Córdoba a una reunión. Quedó atrapado cuando los asientos del avión se quebraron y, en el caso de los de adelante, se fueron apretando unos a otros. "Se le quebraron las piernas y no pudo salir. Murió ahí", cuenta su hermano Rubén.
Veinte años después no olvida la noche "macabra" en el aeropuerto de Córdoba cuando se iban leyendo los nombres de los pasajeros: "Fue demasiado dolor, nos marcó a fuego. Cada 31 lo recuerdo. Y cuando absolvieron a Deutsch y compañía la sensación fue parecida. La esperanza era que la Justicia cerrara la herida pero la volvió a abrir. Tal vez nuestra lucha sirvió para que no pase de nuevo lo mismo. Hicimos un camino para que no se repitiera. Al menos en la tragedia de Once de trenes hubo condenas".
La causa
A partir de las grabaciones de la caja negra, se responsabilizó a Gustavo Weigel (que murió) por ignorar las alarmas que le indicaban que debía abortar el despegue. Los familiares de las víctimas sostienen que los responsables eran la empresa y las autoridades aeronáuticas, que no cumplieron con los controles.
El debate en el Tribunal Federal 4 empezó en 2008, cinco años después de la quiebra de la compañía que operó hasta abril de 2008. Ante los jueces pasaron 1200 testigos en un proceso que se extendió 23 meses. Los acusados eran ocho: Andrés Deutsch, presidente de LAPA; su segundo, Ronaldo Patricio Boyd; los gerentes de operaciones Fabián Chionetti y Valerio Diehl; el jefe de mantenimiento de B737, Gabriel María Borsani y Nora Arzeno, gerente de Recursos Humanos. Por la Fuerza Aérea, Diego Lentino y Damián Peterson. En febrero de 2010, se dictaron dos condenas por estrago culposo que alcanzaron a Diehl y Borsani.
La sentencia fue apelada tanto por los fiscales como por la querella de los familiares de las víctimas, pero en 2014 la Sala IV de la Cámara Nacional de Casación Penal confirmó en fallo dividido las condenas del tribunal oral y sobreseyó por extinción de la acción penal por prescripción a Peterson y Lentino. Meses después, la Corte dictaminó que la causa había prescripto. Al poco tiempo Deutsch se mató al estrellarse la avioneta que él mismo piloteaba en la zona del delta bonaerense.
Enrique Piñeyro era piloto de LAPA y alertó sobre graves fallas de seguridad en la compañía; renunció dos meses antes de la tragedia. En 2005, en la doble función de director y actor protagónico, estrenó Whisky Romeo Zulu. En la trama se mezcla la ficción con lo documental. Siempre dijo que esperaba ayudar a mantener vivo el recuerdo de la historia. "Son 67 muertes asociadas a causas muy profundas de la patología argentina y el descuido por la vida. El hecho de que la seguridad aérea y la ciudadana se degradan en los países donde la vida vale poco es casi matemático. Cromañón y LAPA son lo mismo".
Hace poco más de un mes ocho integrantes de la Asociación de Víctimas reclamaron a través de una solicitada por la designación de Chionetti como inspector operativo de Líneas Áreas (IOLA) en la Administración Nacional de Aviación Civil (Anac). "¿Qué se pretende con esta designación? ¿No es equivalente a designar a Omar Chabán para inspeccionar la seguridad en los locales nocturnos? ¿No es equivalente a designar a Ricardo Jaime para verificar la seguridad de los trenes?", plantea el documento. Desde el Ministerio de Transporte de la Nación indicaron que Chionetti fue absuelto por la Justicia.
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