En terapia: el inconsciente, una clave para entender lo que nos pasa en la era del like
Hace ya más de un siglo, el neurólogo austríaco Sigmund Freud partió del concepto del inconsciente para desarrollar el psicoanálisis, un método y una teoría que revolucionaron para siempre el campo de la psicología al plantear que lo que hacemos o padecemos tiene una determinación que escapa a nuestro control.
El inconsciente es esa región del aparato psíquico donde se guardan imágenes, recuerdos, deseos, represiones y trozos de nuestra historia que influyen sobre nuestro comportamiento, y solo se hace evidente en momentos muy determinados, como los sueños, los actos fallidos o los chistes. Las psicoanalistas Gabriela Basz y Mónica Gurevicz plantean que, a pesar de los años pasados y los cambios de época, el inconsciente freudiano mantiene plena vigencia y permite trabajar, a través de la palabra, la angustia y el sufrimiento que manifiestan quienes se acercan a hacer terapia.
"Hablemos del inconsciente, aún..." es el título de las XXVIII Jornadas Anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL), dirigidas por Basz y Gurevicz, que se realizarán el 30 de noviembre y 1° de diciembre en Buenos Aires . De ellas participarán importantes referentes de la disciplina, como la presidenta de la Asociación Mundial del Psicoanálisis (AMP) Angelina Harari, el secretario de la AMP, Jesús Santiago, y el reconocido psicoanalista francés Eric Laurent.
El inconsciente hoy
-El título de las jornadas de este año propone hablar del inconsciente "aún". ¿Qué importancia tiene el inconsciente hoy?
-GB: Es nuestro concepto fundamental, el descubrimiento freudiano. La idea de que habría otra escena trabajando en nosotros, de que los síntomas por los que sufrimos tienen su determinación inconsciente. Eso también está indicando una verdad a descubrir: en todo lo que podría ser del orden de la falla, tan penada por el discurso imperante, hay algo valioso para trabajar.
-¿Por qué dicen que la falla está penada por el discurso imperante?
-GB: Jacques Lacan plantea que la época actual, el discurso capitalista, produce subjetividades que rechazan la idea del inconsciente...
-MG: Para Freud, el yo no es amo en su propia casa, pero la sociedad actual te dice: «Vos sos el que manda». No hay preguntas por las causas, por las determinaciones simbólicas, es: «yo soy así, qué voy a hacer». También está el discurso de las neurociencias, en el que la estrella es el cerebro, y con diagnóstico por imágenes o medicación rápidamente solucionarías el malestar. Pero ese malestar es intrínseco a la cultura.
Para el discurso de las neurociencias, con diagnóstico por imágenes o medicación rápidamente solucionarías el malestar. Pero ese malestar es intrínseco a la cultura
-Existe más allá de lo puramente biológico...
-GB: Existe porque somos humanos. No se trata de desconocer ningún real biológico y muchísimos psicoanalistas son médicos. Pero es otra posición, otra ética, frente al que sufre: escucharlo y producir la salida de ese laberinto del inconsciente por la vía de la palabra.
-MG: Que a su vez toca el cuerpo.
-GB: Lacan baja la idea abstracta de inconsciente al cuerpo, a lalengua. Lalengua son trozos de lo oído, de lo visto, de la lengua materna, de lo más originario para cada uno. Por eso la resonancia de algunas palabras: la misma que a vos no te dice nada, a mí me provoca una angustia terrible.
Terapia en tiempos de velocidad
-La respuesta sobre el propio laberinto requiere un trabajo largo, pero hoy solemos exigir soluciones rápidas. ¿Se registra esa tensión en el consultorio?
-MG: Hay un cambio de posición de los propios analistas, porque uno no tiene todo el tiempo del mundo. Es el analista el que introduce el tiempo: el paciente quiere conformarse como atemporal y uno de alguna forma apremia, porque tampoco sabe si el paciente va a volver la semana que viene.
-GB: No es una respuesta sin tiempo, pero tampoco es verdadera la idea de que si no es a largo plazo no pasa nada. Hay cuestiones que se juegan de entrada: a veces cinco entrevistas con un analista pueden implicar un cuarto de giro en la vida de alguien, tomar una decisión distinta, un alivio, la posibilidad de repensar algo.
-MG: Poder ponerlo en palabras. Con eso solo no basta, pero para al paciente hay algo: sentir que es escuchado en eso que le pasa a él o a ella, no por un protocolo.
A veces cinco entrevistas con un analista pueden implicar un cuarto de giro en la vida de alguien, tomar una decisión distinta, un alivio, la posibilidad de repensar algo
-Hay temas de época que deben repetirse en la clínica. ¿Reconocen algunos?
-MG: Las épocas toman distintos diagnósticos. En un momento era la depresión, después la anorexia, ahora la gente busca en Internet y sabe que tiene un ataque de pánico. Pero cada uno lo padece diferente y uno no dice: «Vamos a hacer así», sino «¿cómo es en su caso?». Unos años atrás recibí un joven que había hecho antes otra consulta que tenía que ver con su elección sexuada. Un psicólogo le había dicho: «La homosexualidad ya no es una enfermedad, no necesita tratamiento». Eso es no dejar hablar: el quería hablar, no poner en duda su elección.
-GB: En las terapias muchas veces se cierra demasiado rápido un sentido, un diagnóstico. Y la necesidad de hablar pasa por otro lugar. Yo hoy también escucho mucho sobre los ataques de pánico: no se trata de decir que no hay un ataque de pánico, sino de ir singularizándolo. La singularidad tiene algo del disparate, de lo humano.
-¿Y los niños y adolescentes que temas acercan?
-GB: Aparecen nuevas problemáticas, fundamentalmente en relación a la sexuación. Los adolescentes están muchos más interrogados que cuando el lugar del padre, la familia y el complejo de Edipo tenían un funcionamiento más tradicional. Los niños crecen de entrada con estas nuevas perspectivas más instaladas. No es mejor ni peor: el malestar en la cultura va cobrando distintas identificaciones, distintas preguntas, nuevas formas de decir, nuevas configuraciones familiares. Lo importante es la neutralidad del analista, poder dejarse interrogar por eso.
-MG: Acá entra el tema de los prejuicios. No dejarnos llevar por nuestros propios ideales o nuestra forma de pensar: como personas los tenemos, pero cuando estamos ahí operando, no. El punto es dónde aparece el sufrimiento, lo que no cierra, la falla. De alguna forma vamos a contramano, nos agarramos de eso que Freud llamaba la escoria que cae y que la ciencia no toma, eso que parece nimio y es muy propio. Son sutilezas.
El culto al yo y la exposición en las redes sociales
-En las redes sociales hay una permanente necesidad de mostrarnos, una especie de culto al yo. Pero al mismo tiempo muchos de los lazos que establecemos allí parecen menos intensos, menos cercanos. ¿Es así?
-MG: Hay una cuestión en relación al yo del narcisismo, al engrandecimiento, al poder de las imágenes. Se alimenta ese yo soy así, pero eso también se cae porque necesita del reconocimiento del otro. Finalmente, es una demanda de amor: antes eran tres horas por teléfono, ahora es: «me clavó el visto, no me clavó el visto». Las historias de amor y de sufrimiento siguen estando.
-GB: A partir de Internet y las computadoras, la imagen un poco reina, pero la dialéctica de la intersubjetividad sigue vigente. Hay patologías ligadas a quienes están absolutamente metidos en el mundo de la informática y no tienen lazos sociales. Pero se pesca también que ese yo es sin el otro. Y ahí están la angustia y la necesidad, no de estar pendiente del llamado a la vieja usanza, pero sí del like.
En las redes sociales hay una cuestión en relación al yo del narcisismo, al engrandecimiento, al poder de las imágenes. Pero eso también se cae porque necesita del reconocimiento del otro
-En busca del like, compartimos gran parte de nuestra vida privada. ¿Qué impacto tiene esa exposición?
-GB: El uno por uno es la única respuesta posible. La exposición a algunos los estabiliza, podría ser casi como un síntoma, pero también hay a quien lo perturba y hay gente que llega tremendamente angustiada por Twitter, por un WhatsApp, por algo que se le escapó y le respondieron con una catarata de cuestionamientos. O el tema de las denuncias: antes era impensable que uno se expusiera de esa manera.
-MG: El tema de lo público y lo privado incluye también la vergüenza, como si uno de los diques hoy ya no existiese. No somos antropólogos ni sociólogos, ni tenemos una posición moral. Nos preguntamos qué función tiene para ese paciente esa exposición. ¿Cuál es el límite? ¿Es una adicción? ¿Hacia dónde funciona?
-Estamos en un momento de mucha incertidumbre y de un crecimiento de la violencia, como pudo verse en los últimos meses en América Latina. ¿El psicoanálisis puede aportar alguna mirada para pensar estos temas?
-GB: Tanto Freud como Lacan se ocuparon de las pasiones, del odio, del racismo, de la segregación. Mencionamos varias veces "El malestar en la cultura" y es un texto que merece ser leído para pensar estas cuestiones. ¿Por qué la guerra? O el tema del goce: cómo el modo de gozar del otro muchas veces genera odio, porque parecería que nos quitara el modo de gozar propio. Y entonces aparece esa confrontación terrible, la grieta.
-MG: También uno puede pensar, lo planteó Freud al final de su obra, que hay tres profesiones imposibles: gobernar, educar y psicoanalizar. Porque hay algo indominable, la pulsión de muerte, esto de que no queremos nuestro propio bien. Podemos querer educar, transmitir, pero algo falla. Hace muchos años, cuando empezó la cuestión respecto al sida, había una propaganda que decía: «Tenés que usar preservativo». Y después la campaña pasó a: «Si ya sabés, ¿por qué no lo usás?». En ese saber que la educación trasmite hay una hiancia, una falta.
-GB: Esa hiancia tiene mucho que ver con el inconsciente...
-MG: Con lo que no cierra, con lo que fracasa.
XXVIII Jornadas Anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana
- Hablemos del inconsciente, aún...
- 30 de noviembre y 1° de diciembre
- Hotel Panamericano, Carlos Pellegrini 551, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
- Más información: www.28jornadaseol.com
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