Pedro Cahn estaba harto. "Los que creen que la cuarentena es mala, que prueben con el coronavirus, la terapia intensiva y la muerte", sugirió a las 21:16 del 4 de mayo, cuando en C5N le recordaron –una vez más– las presiones para relajar las medidas del aislamiento social, preventivo y obligatorio que, mientras aplanaban la curva del Covid-19, habían freezado la economía de un país en crisis. Antes de la entrevista, el vocero más célebre del comité que asesora al presidente Alberto Fernández había recibido una inyección de bilis en el teléfono. Los memes que circulaban seguían alimentando la desconcertante etiqueta de un "gobierno de infectólogos".
Dos días después, de vuelta en su habitual modo zen, Cahn, que es médico infectólogo y creó la Fundación Huésped, repite su aforismo –"la cuarentena es víctima de su propio éxito"– para poner las cosas en contexto. "Podés tener una posición política, pero hay cuestiones objetivas. Si no creés en los modelos matemáticos, mirá a los países de al lado", propone. "Es lo mismo que pasa con las vacunas: ‘¿Para qué me la voy a poner, si no hay sarampión?’ ¡Precisamente no hay porque te pusiste la vacuna!" Aun así, admite su desconcierto: "Nunca vi una infección tan rápida, donde todas las personas que vivimos en el planeta estamos sin anticuerpos".
"El elemento biológico más primitivo puso de rodillas al más evolucionado", se angustia su colega Luis Cámera, jefe de Geriatría del Hospital Italiano. "Estamos fallando". En la Casa Rosada no piensan lo mismo: todas las medidas de prevención, que buscan atravesar la crisis más grande del siglo, tienen el respaldo de 17 personas que llevan cuatro meses entre el orgullo radiante y la carga brutal de haber sido elegidas para preservar 44 millones de vidas.
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A fines de enero, Santiago Cafiero –jefe de Gabinete– y Ginés González García –ministro de Salud– apoyaron en el escritorio del Presidente un primer informe sobre el nuevo coronavirus que a esa altura no superaba los 10.000 casos conocidos en China y había pocos en otros países del mundo. "Empecemos a trabajar", ordenó Fernández después de leer sobre el origen asiático de la epidemia que estaba por estallar en Europa.
Con una década al frente de la Organización Panamericana de la Salud, la sanitarista Mirta Roses era un orgullo nacional. Cuando estalló la pandemia, la ex compañera de cursada de Ginés estaba en Argentina. Ahora como embajadora de la Organización Mundial de la Salud para América Latina, le acercó los primeros protocolos de tratamiento. Fue, junto a Cahn, la cara más visible del comité que empezaba a armar la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, eyectada del macrismo después de haber ampliado el calendario nacional a 19 vacunas gratuitas y obligatorias. Aunque las reuniones iniciales fueron en febrero, los encuentros entre el Presidente y el panel completo arrancaron en marzo en Balcarce 50.
A Cahn lo acompañan 11 infectólogas e infectólogos: su hija Florencia (presidenta de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología), Ángela Gentile (jefa de Epidemiología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez), María Marta Contrini (presidenta de la Sociedad Argentina de Infectología Pediátrica), Susana Lloveras (presidenta de la Sociedad Latinoamericana de Medicina del Viajero), Carlota Russ (pediatra de la Fundación Hospitalaria), Omar Sued (presidente de la Sociedad Argentina de Infectología), Gustavo Lopardo (su ex presidente), Eduardo López (director del posgrado de Infectología Pediátrica en la UBA), Pablo Bonvehí (director científico de la Fundación Vacunar), Javier Farina (director de Infectología de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva) y Tomás Orduna (jefe de Patologías Regionales y Medicina Tropical del Hospital Muñiz).
Además de Roses, el equipo se completa con un gerontólogo (Cámera), una viróloga (Cecilia Freire, jefa de Neurovirosis del Malbrán), un clínico (Pascual Valdez, ex presidente de la Sociedad Argentina de Medicina) y un emergentólogo (Gonzalo Camargo, presidente de la Sociedad Argentina de Emergencias). Todos son profesionales brillantes: egresados de las mejores universidades, funcionarios de distintas gestiones, consultores internacionales, ciudadanos ilustres.
Pero ni siquiera ellos tenían las cosas claras el 13 de marzo, cuando Ginés condujo una conferencia de prensa llena de dedos en la cara y preguntas periodísticas desconcertantes ("¿el virus moría al tomar un té?"). Todavía sin circulación comunitaria, el ministro de Transporte, Mario Meoni, anunció que se podría seguir viajando en subtes y trenes si los usuarios eran responsables con los estornudos y el lavado de manos. Las escuelas –que alimentaban a 1,7 millones de alumnos– permanecerían abiertas. "Los chicos son agentes de cambio", justificó Gentile, que propuso que los alumnos aprendieran las medidas de prevención para después enseñarlas en casa. Pero el plan B estaba en marcha. Los expertos habían insistido en la recomendación de acopiar respiradores y equipos de terapia. "Esto es dinámico", advirtieron.
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Las cosas se aceleraron en una semana, cuando Argentina pasó de los 34 a los 158 casos, y el mundo de 145.000 a 272.000. Con el control total sobre Ezeiza, el Gobierno empezó a monitorear a las decenas de miles de repatriados que habían salido disparados de Europa y Estados Unidos cuando el Covid-19 crecía por esas tierras: el 4% de los que habían vuelto estaban infectados. "Una vez que eso estuvo resuelto, insistimos en las medidas de alejamiento y en hacer la cuarentena", explica Cámera. El comité de expertos recomendó un shock de medidas, a tomar de golpe y en simultáneo: ya no habría clases, trabajos, reuniones ni viajes. "No hay alternativa", le dijo Vizzotti a Fernández. Tras el anuncio del Presidente, ese 20 de marzo el país quedó clausurado.
"Se discutió mucho sobre si era el momento adecuado o si abarcaría solamente a las escuelas", recuerda Gentile. "Pero los casos ya se estaban duplicando cada tres días". Aunque tenía la certeza de estar haciendo lo correcto, a Cámera también le costó: en la visión holística de un clínico, también pensaba en los costos sociales y económicos de una cuarentena. Días después del cierre total, los pacientes asustados habían vaciado las guardias. "Hay muchas enfermedades que no se están cuidando", se preocupa ahora.
Ginés volvió a hablar con la prensa a los diez días, esta vez delante de ocho integrantes del comité. "Todos han opinado que hay que prorrogar la cuarentena", anunció el ministro de Salud. Mientras el Gobierno centralizaba la compra de respiradores, el sistema de salud se preparaba para el pico de contagios. Roses destacó la entrada de Argentina al protocolo Solidarity de la OMS, que testearía cuatro fármacos: remdesivir (usado contra el ébola), interferón (cáncer), lopinavir (HIV) e hidroxicloroquina (malaria y lupus), la droga más mencionada en esos días como posible tratamiento. Lopardo pidió a sus compatriotas que dejaran de comprarla en las farmacias: empezaba a faltarles a los pacientes que realmente la necesitaban. "Por favor no se automediquen", rogó Cahn, que antes de despedirse entonó el hit de la distopía: "El virus no viene hacia nosotros; nosotros vamos hacia el virus".
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Entre los que se levantan temprano y los que se acuestan tarde, el grupo de WhatsApp llamado "COVID-19" funciona las 24 horas. Los intercambios se centran en papers sobre saberes en construcción: el diagnóstico de grupos específicos, los tratamientos sobre cada uno, el manejo de los mecanismos de aislamiento, el monitoreo de los contactos, las pautas para pasar a nuevas fases de la cuarentena. "En cuatro meses se publicaron más de 11.000 artículos", explica Orduna, con experiencia en las emergencias de cólera, ébola, dengue y meningitis. Cada tanto, alguno abre una válvula de escape: se comparte un chiste sobre Donald Trump y su recomendación de tomar lavandina para vencer al Covid-19 o una viñeta de Tute sobre la soledad en tiempos de pandemia.
Con la cuarentena decretada, las reuniones semanales en el segundo piso del Ministerio de Salud pasaron a la virtualidad de Zoom, donde se sistematiza la información o se responden pedidos puntuales de Ginés, a veces durante tres horas. "Siempre resolvemos por consenso", dice Cahn. Hubo una sola excepción. Sin que lograran acordar sobre ventajas y eventuales riesgos del tapabocas, la realidad se les adelantó. "Eso fue un pelotazo", reconoce Orduna. "Hasta hoy la OMS dice que no hay que usarlo". Cuando la polémica llegó a sus oídos, Fernández zanjó el asunto con pragmatismo: "Nos recuerda a todos que seguimos en cuarentena".
Las otras discusiones en las reuniones virtuales fueron acerca de los equipos de protección para el personal del salud. Como los primeros estudios explicaban que el virus podía inhalarse cuando se mezclaba con gotas en el aire, recomendaban el uso de las mascarillas filtradoras N95 (hoy se sabe que ese no es el escenario más común). También se polemizó sobre el uso del camisolín hidro-repelente y el doble par de guantes. Todos insisten en que, con mayor o menor intensidad, las discusiones terminan solucionándose en paz. Vizzotti analiza, supervisa y sugiere, hasta que el comité resume el estado de situación y escribe el informe que, más tarde, llega a manos del Presidente.
Cuando los convocan al quincho de Olivos para una reunión, se sientan en sillas de plástico y metal, respetando la distancia social a lo largo de tres mesas cubiertas con manteles blancos y un micrófono cada dos personas. Entonces presentan las diapositivas que arma el Ministerio en base a sus sugerencias: las ya famosas "filminas" que el Presidente muestra, didáctico, durante los anuncios oficiales. Lo describen aplomado y curioso: hace preguntas fundamentadas, escucha a cada uno, toma notas de todo. Les recuerda que es un abogado que no se preparó para esto y solo pide que lo ayuden a bajar la cantidad de muertes, "lo único de lo que no se vuelve".
‘Me reuní con los especialistas y nadie sabe cuándo va a terminar este martirio", confesó Fernández en su conferencia de prensa del 10 de abril. Aunque los contagios habían pasado a duplicarse cada diez días, la cuarentena se prorrogaba. Con Tecnópolis reconvertida en centro de internación para 2.400 personas, el dilema persistía: recursos limitados para necesidades infinitas. "Tenemos problemas para los barbijos, los guardapolvos, los equipos para el personal de salud y los respiradores", reconoció el Presidente. En los días siguientes, el apuntalamiento a los fabricantes nacionales y los 17 vuelos sanitarios que Aerolíneas Argentinas programó a China buscaron abordar esas urgencias.
En su fase administrada, la cuarentena empezó a liberar a los pueblos aislados que no registraban contagios. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires reabrió bancos y talleres de autos. El mandatario habló de una experiencia que avanzaba en el Gran Buenos Aires: "Como allí es muy difícil controlar la cuarentena individual, nos propusimos una cuarentena comunitaria. Tomo al barrio y me garantizo que nadie salga ni entre". Ese relato se olvidaría más rápido que su propuesta de salir a correr dentro de las cinco cuadras a la redonda, que casi todos los gobernadores desestimaron al día siguiente.
Un mes después, mientras el mundo llegaba a los cuatro millones de contagios, Argentina –con 6.034– estaba lejos de países vecinos como Chile (29.000) y Brasil (162.000). El éxito sanitario era indiscutible, pero los ministros de Economía y Desarrollo Productivo escuchaban cada vez más reclamos de empresas y sindicatos. Entre el tedio y la desesperación, buena parte de los argentinos habían vuelto a las calles. "No vamos a morir de coronavirus pero nos van a matar los zombis", se espantaba ante el sitio Letra P un asesor de gobierno, como profanado por el espectro del economista Javier Milei.
El 8 de mayo, con Horacio Rodríguez Larreta a la derecha y Axel Kicillof a la izquierda, Fernández volvió a enfrentar las cámaras. Detrás de ellos, Roses y Cahn: el respaldo de la ciencia. Escuelas, cines, teatros, restaurantes y aeropuertos seguirían cerrados, aunque se habilitaban otras 12 ramas industriales. Los empleadores deberían hacerse cargo del traslado de sus trabajadores, que a su vez serían monitoreados desde la app oficial Cuidar. En el interior, la sintonía fina quedaba en manos de gobernadores e intendentes. Con el 54% del PBI industrial y el 60% de los pobres del país, Kicillof cedió a la reapertura en buena parte de su territorio.
La duplicación de casos ya había superado los 25 días, pero en AMBA –con el 70% de los casos positivos del país– no llegaban a 19. El ingreso a la fase cuatro ("reapertura progresiva") dejaba afuera al área metropolitana, la megalópolis con 15 millones de personas apiñadas en 13.000 kilómetros cuadrados. Larreta, que durante la conferencia se había mostrado inflexible, terminaría habilitando la apertura de más locales, como casas de instrumentos musicales, florerías y joyerías. "Si los resultados se invierten, volvemos para atrás", advirtió el Presidente, que se mostró "eternamente agradecido" con los expertos. "Nos han guiado bien".
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En su sexta reunión con Fernández, el comité había dado el visto bueno a la flexibilización, con algunas advertencias. "Aunque los recursos se focalizan en los adultos, que son los que van a llenar las camas, traté de poner en agenda la parte social y emocional", explica Gentile, que recomendó caminatas saludables. La mayor preocupación estaba en la tensión de incrementar la movilidad mientras seguían las restricciones al transporte. Cámera recomendó fortalecer la coordinación social y sanitaria en AMBA: "Hubiera hecho más hincapié en las cuestiones productivas que en el encierro de la gente. El porteño no quiere aguantar. Pero hay que asumirlo: este es un mal año".
Con tasas de mortalidad del 80% en los enfermos mayores de 65, los geriátricos pasaron de ser una hipótesis de conflicto a un drama en tiempo real. A Cámera todavía lo angustia el "gerontocidio" europeo. Mientras en algunos hogares solo entraba el ejército, sus colegas italianos tenían que decidir a quién atender y a quién dejar morir: "un colapso narcisístico". Para no repetir la historia, será imprescindible potenciar los controles y cortar el círculo vicioso de pacientes que se infectan entre sí y a sus cuidadores, que a su vez esparcen el virus en más casas y hospitales.
El disparo de casos en los barrios vulnerables es el otro escenario alarmante en el medio de la pandemia. Después de que Fernández y Larreta reconocieran la magnitud del problema, la televisión empezó a mostrar el desborde en entornos como la Villa 31 o la Villa 1-11-14 en el Bajo Flores, con contagiados "aislados" entre familias de 20 personas y comedores que no dejaban de recibir personas en busca de un alimento, multiplicando los riesgos de infección. "Sostener el confinamiento es fundamental y casi imposible al mismo tiempo", reconoce Orduna. La contención comunitaria "funciona hasta cierto punto. Hubo que salir a buscar casos sospechosos y positivos puerta por puerta. Lo que explota en la villa te da estallidos colaterales en la ciudad". Cuando le preguntan si el panorama lo atemoriza, hace unos segundos de silencio y avisa: "Esto nos va a generar muchos brotes intrahospitalarios".
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Desde esa trinchera habla Isabel Ballesteros, especialista en pediatría y magíster en epidemiología, que trabaja hasta 17 horas diarias entre los hospitales Balestrini (La Matanza) y Fiorito (Avellaneda). "Hago gestiones múltiples: registro de casos, seguimiento de contactos estrechos, reorganización de las distintas áreas", enumera. "Esto es absolutamente inédito. Las decisiones se toman mientras aprendemos acerca de cómo se comporta el virus".
La cuarentena fue eficaz: "Dio tiempo para prepararnos y aplanar la curva. Nuestro hospital, que es relativamente chico, ya recibió respiradores. Al mismo tiempo, lidiamos con la tensión de administrar recursos que son escasos en todos lados". Ante la posible sobrecarga de los terapistas y emergentólogos, las capacitaciones buscan que la mayor parte posible del personal de salud esté preparado para manejar las tecnologías de terapia intensiva e intubar pacientes en situaciones críticas, además de clarificar las pautas sobre el uso de equipos de protección individual: la secuencia de extracción es el momento de mayor riesgo de contaminaciones. "Hay que profundizar en los protocolos", advierte, "y trabajar sobre el temor al que sucumbe mucho personal de salud".
Si el coronavirus se comportara como la influenza, el pico de contagiados llegará en las últimas semanas de este mes, con un rebrote leve en septiembre. "No solo va a empezar a circular más, sino también van a estar las otras virosis respiratorias estacionales. Vamos a tener muchos casos", anticipa la experta. Cuando Argentina entre en primavera, Europa comenzará a pasar frío otra vez. "La segunda ola puede ser poderosa", se inquieta Orduna. "La mitad de los que ocupan camas con respirador se mueren. No queremos que las ocupen". Fuera de los hospitales, imagina una apertura temporal. Como todos los demás, quiere volver a encontrarse con sus parientes y abrazar a sus amigos.
Cuando piensa en los próximos días, Cahn imagina más gente en la calle y más industrias en marcha, todavía sin vuelos locales, cine, fútbol ni recitales. Para el mediano plazo, repite otra de sus frases pregnantes: hay barbijo, distancia social y lavado de manos para rato. Pero si intenta proyectar más allá, el pasado vuelve como una broma cruel: "Cuando apareció el virus, pensé: ‘Mirá lo que les está pasando a los chinos’. Cuando llegó a Europa, dije: ‘Falta el invierno, tenemos tiempo’. Pero acá tuvimos los primeros casos con 31 grados. Con lo que sabemos, podemos escribir un manualcito. Con lo que ignoramos, una enciclopedia". La nueva normalidad está hecha de verdades relativas, planes falibles y proyecciones inciertas. Con el presente en llamas, el final está abierto.
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