En primera persona: ¿Los millennials dejaron de ser una generación relevante?
Fueron estudiados en profundidad por el mercado durante años; pero ahora parecen haber “envejecido”; una periodista de The New York Times reflexiona sobre la sensación de sentirse un segmento etario “apartado”
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NUEVA YORK.- Tengo un ritual que practico estos días: por las tardes, a eso de las 18., bajo a caminar e inspecciono la fila de jóvenes que se hace alrededor de mi cuadra a la espera de entrar a una sala de conciertos cercana.
A veces analizo lo que traen puesto, como una antropóloga millennial madura. Otras veces, les pregunto a quién van a ver, para entonces buscar de inmediato a las bandas en Spotify.
Hace poco, hubo una confusión: una adolescente apática con botas Doc Martens y una camiseta holgada, el tipo de ropa que alguna vez asocié con mi “juventud de los noventa”, me explicó que había acampado toda la noche para ver a Jayden, un artista que pasé buscando sin éxito los siguientes 20 minutos en mi teléfono. Más tarde, mi vecino de 13 años me dijo que su nombre de hecho se escribe jxdn, y que comenzó su carrera en Sway House, algo que fingí conocer hasta que pude buscarlo en Google después.
No sé por qué sentí la necesidad de mentir sobre jxdn, pero sí sé esto: solo hay dos tipos de personas que pretenden ser geniales delante de niños de 13 años: otros niños de 13 años y los perdedores de mediana edad, entre quienes, al parecer, me encuentro ahora.
“Mediana edad” es una etiqueta complicada para cualquier generación que llegue a ella. Pero para cierta cohorte de millennials —o, al menos, para una de ellos— ese rito de paso se siente como un trago particularmente amargo (y no solo por todos los otros suplementos que ahora tomo todos los días).
Somos una generación que pasó la primera mitad de su vida siendo cortejada sin descanso. Los vendedores analizaron nuestros hábitos de consumo, nuestras elecciones de estilo de vida, nuestros gustos alimentarios; los medios de comunicación nos proclamaron la fuerza política y económica que tenía el poder de transformar a Estados Unidos. Seguro que a todas las generaciones les dicen algo del estilo, pero no todas se lo han creído tanto como nosotros. Y nuestro poder reside en el número. Nos quieran o nos odien, hay muchos millennials, lo cual significa que nuestros gustos son importantes. O al menos solían serlo.
Cuestión de perspectiva
Cuando tenía poco más de 20 años, viví un año entero en gran medida del dinero que ganaba como participante de encuestas de investigación de mercado sobre millennials, para las que el único requisito era pertenecer a esa cohorte. Opiné sobre interiores de autos, localizadores bidireccionales y teléfonos plegables como los que ahora vuelven a estar de moda porque son “retro”, que es una fase del ciclo de vida de lo genial que tienen la ropa y los accesorios, pero no tanto las personas. Esas encuestas estaban bien pagadas en comparación con lo que ganaba en mis prácticas no remuneradas. (Entonces los millennials no exigíamos que nos pagaran por nuestro trabajo). Y eran más fiables que las propinas, que es lo que ganaba como bartender por las noches. (Ser bartender: otra cosa que era genial… antes de que llegara la resaca de tres días).
Incluso una vez que conseguí un “trabajo de verdad” en el periodismo, aprendí muy pronto que mencionar mi singular “perspectiva millennial” era a veces la única forma de que me escucharan en salas llenas de gente mayor con poder. Me aseguré de decirlo en las entrevistas de trabajo y lo puse en primer plano en mi currículum. Lo hice en parte porque era eficaz: éramos nativos digitales, comenzábamos nuestras carreras en el momento exacto en que las empresas luchaban por hacer la transición a un mundo totalmente en línea. Era un dilema digital, lo que nos daba una influencia desproporcionada sobre jefes asustados y empresas temerosas de dar un paso en falso.
Pero también fue algo más sutil. No había crecido en Nueva York, no había estudiado en una escuela prestigiosa ni tenía un tío que conocía a un tipo que conocía a otro tipo, pero yo tenía algo que esa gente no tenía. No tardé mucho en darme cuenta de que no iba a abrirme camino, ni siquiera a medias, compitiendo con gente más experimentada en sus propios términos. Pero tal vez, solo tal vez, podía venderles algo que no entendían.
Así que me propuse descubrir cosas raras en internet, encontrar suficientes ejemplos de jóvenes haciendo cosas que justificaran un artículo sobre tendencias, infiltrar la jerga y las subculturas en la revista y tomarme todas esas cosas en serio. Encontré un nicho en lo genial, lo joven o como quieras llamarlo, y me acostumbré a que eso fuera lo mío. Solo hasta hace poco me he empezado a dar cuenta —¿a sentir pánico?— de hasta qué punto mi identidad profesional se basaba en eso. ¿Es por eso que resulta tan doloroso para esta generación dejar de ser relevante? Nos trataron con una importancia desmesurada desde una edad temprana. No conocemos la irrelevancia.
Los millennials no son la primera generación que envejece y deja de ser genial, obviamente. ¿Pero no debía ocurrir una progresión natural? Se suponía que el lento proceso de transición hacia la intrascendencia cultural se facilitaría con una serie de compensaciones. Se suponía que, a cambio de no ser geniales nunca más, de consentir que se burlaran de nosotros por nuestros pantalones de mezclilla ajustados y nuestros peinados acomodados de lado, tendríamos cosas. Hablo de cosas como hijos, una casa, un fondo de retiro, un empleo aburrido pero estable.
Y, sin embargo, muy pocos de nosotros tenemos esas cosas. Yo tengo una pequeña cuenta de jubilación, la mayor parte transferida de la revista en la que trabajé cuando tenía veintitantos años. A veces me gustaría tener un trabajo aburrido pero estable, pero entonces recuerdo que incluso cuando tenía un trabajo estable y nada aburrido, con prestaciones y una silla ergonómica, lo cambié por flexibilidad. No tengo hijos… aunque sí tengo embriones congelados.
Preocupaciones
¿Qué es lo que dicen sobre la edad, que con el tiempo viene la capacidad de preocuparse menos? ¿De cómo, cuando dejás de intentar estar al día con la disputa más reciente en internet o la última tendencia de TikTok o el nuevo artista pop-punk de moda, empezás a tener tiempo para las cosas más “importantes”? (¿Qué son esas cosas, exactamente?) ¿Cómo, si dejás de esforzarte tanto, podés guardar ese espacio en tu cerebro para… no sé, organizar tus suplementos en uno de esos bolsos que venden?
Al menos eso es lo que Instagram me dice que debería pasar. Pero últimamente he empezado a preguntarme si empiezo a preocuparme más. ¿Por qué la edad debería conllevar una pérdida permanente de caché cultural, si no te has dado por vencida del todo? Desde luego, no quiero dejar de ser genial; es algo que está vinculado de manera inextricable a mi identidad profesional (y mi valor). Y sé demasiado sobre lo que ocurre con la relevancia de una persona a medida que envejece, las formas en que nuestra cultura sigue valorando la juventud (sobre todo en el caso de las mujeres).
Así que, aunque esforzarse por ser genial evidentemente es lo menos genial, decidí aceptarlo, como un empleo. Antes yo era genial sin intentarlo; ahora debo poner atención para lograrlo. Lo pienso como un proceso de mantenimiento, no aferramiento; es como una buena rutina de cuidado de la piel.
Por suerte para mí, o quizá por desgracia, vivo en una ciudad (y arriba de un club nocturno) donde eso es posible, en una época en la que todas las cosas de mi juventud parecen volver a estar de moda de repente, lo que al menos me facilita estar al día. También doy clases a estudiantes universitarios. (Ellos me necesitan para que les dé seguridad y los aconseje; yo los necesito para seguir siendo relevante. Llamémoslo codependencia intergeneracional simbiótica).
Vivimos en una época curiosa en lo que respecta a la edad y la cultura. Ya nadie se ve de su edad; y no solo porque el botox saliera al mercado cuando teníamos veintitantos. (¿Has visto alguna vez a una chica de 15 años que se maquilla en su cuenta de YouTube? Te lo recomiendo, si quieres aprender un par de cosas). Y lo que es considerado genial, hablando en términos generacionales, está más mezclado que antes porque todos vivimos en línea, un espacio de acceso igualitario. Por eso me encontrarás llorando en la ducha, con mi propio delineador de ojos mal aplicado corrido por la cara, escuchando a una veinteañera cantar sobre el desamor, mientras mis informantes adolescentes me explican cuál es ese nuevo grupo tan genial de la película de Barbie, y con eso se refieren a las Indigo Girls.
Hace poco me encontré cara a cara con esa disonancia cognitiva, cuando acabé en el mismo bar que una de mis alumnas. Yo había ido porque está en mi esquina y solo sirven vino natural, mejor para las resacas de los viejos. Ella estaba allí porque había visto el bar en TikTok. Pero allí estábamos, en el mismo sitio, las dos preguntándonos qué decía eso de cada una de nosotras: ¿la hacía a ella genial y a mí, aburrida, o al revés?
O quizá era yo la única que se lo preguntaba. No tuvimos ocasión de discutirlo porque tuve que salir de allí rápidamente: la música era demasiado estridente para mis viejos oídos.
Por Jessica Bennett
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