En Omsk con el artista de miniaturas que creó el libro más pequeño del mundo
Una tarde de paseo en una ciudad siberiana con Anatoly Konenko, que esculpe micro-figuras y tiene mil historias para contar.
Desde que en 1996 publicó el volumen más pequeño del mundo e ingresó en el Libro Guinness de los Récords, Anatoly Konenko se convirtió en el residente más famoso de Omsk, una ciudad situada en el sur de Siberia y a más de 2.700 kilómetros de Moscú, muy cerca de la frontera con Kazajistán. Konenko, que es quizás el escultor de miniaturas y el micro-imprentero más sorprendente del mundo, es un hombre alto, con una melena entrecana y una barba gris. Habla suavemente y tiene 63 años. “Es increíble ver una obra de arte tan pequeña. Puede ser hermosa y siempre nos lleva a sorprendernos. Es algo mágico”, me dice.
Estamos en el Museo Regional de Arte M. A. Vrubel, en el centro de Omsk. Aquí hay una sala entera en donde se aprecian las miniaturas de Konenko: varios micro-libros, un grillo disecado que toca el violín, una caravana de camellos que marcha en el ojo de un alfiler, un cabello humano firmado con el nombre de Konenko, un tablero de ajedrez (con todas las piezas) para una partida entre dos insectos, una colección de micro-retratos de los Romanov, un sable cosaco que es menos que un detalle, una medalla soviética del tamaño de un puntito y muchos otras cosas ínfimas y extrañas.
Y, por supuesto, el libro más pequeño del mundo, el ejemplar de 0,9 por 0,9 milímetros de El camaleón –de Anton Chejov– escrito en ruso y en inglés, con 29 páginas, tres ilustraciones y un retrato del autor, que fue lo que llevó a Konenko a convertirse en un recordman.
Al lado de cada una de las obras hay un microscopio: todo es de un tamaño insólitamente diminuto; la mayoría de los trabajos no sobrepasa los 2 milímetros. De hecho, lo único grande en este sitio es un retrato de Konenko, que cuelga de una de las paredes y que, paradójicamente, mide varios metros.
- ¿Imprimió el ejemplar de El camaleón con el que entró al Libro Guinnes de los Records, o lo escribió a mano?
- Lo imprimí con unas pequeñas planchas que preparé especialmente. Pero la parte más dificultosa fue encuadernarlo.
- ¿Alguien lo ha leído?
- La gente que colecciona estos libros, quizás. El arte en miniatura existe alrededor del mundo y cada país trata de recrearlo y de hacerlo aún más pequeño. En diferentes mercados se ven libros diminutos, pero El camaleón sigue siendo el más pequeño del mundo. Antes de entrar en el Guinness, estuve en Nueva York y les mostré este libro a los especialistas. En ese momento, no sabían que era el más pequeño del mundo pero cuando lo vieron se quedaron impresionados.
- ¿Lo creó especialmente para entrar en el Libro Guinness?
- Yo sabía que con este tamaño iba a ser el más pequeño del mundo y lo hice especialmente, pero no sabía que al final iba a entrar en el Libro Guinness. Ahora, a esta altura, ya me acostumbré a estar en el Guinness y siento que no lo hice por mí, sino por mi pueblo y mi país.
Konenko crea sus obras en una habitación en su casa, con un microscopio. Cuando trabaja, escucha mantras musicales de relajación y contiene el aire. En el museo me deja ver algunas de sus herramientas, que parecen pinzas y escalpelos, y que él mismo diseñó: se considera un inventor, antes que un artista, porque se graduó en una carrera de invención y patentes en la universidad de Gorki, en Omsk. De hecho, no sólo creó herramientas, sino también métodos técnicos para arte milimétrico, que han sido tomados por otros artistas en otros sitios.
Un rato después me invita a dar una vuelta por Omsk. Es una ciudad extraña, amplia pero un poco vacía, en la que viven un millón y medio de personas. Kazajistán está muy cerca, pero la influencia apenas se siente. Luego de unos minutos, llegamos al Museo Literario Estatal Fyodor Dostoyevski, donde se encuentra la primera obra de Konenko: un micro-retrato en alto relieve del famoso escritor, que él talló en la semilla de una cereza, en 1981. El Museo es uno de los siete que están dedicados a la vida del autor de Crimen y castigo: hay seis en Rusia y uno en Kazajistán, y todos dependen del museo principal en San Petersburgo.
“Por aquí anduvo Dostoyevski”, me susurra Konenko cuando entramos.
Dostoyevski pasó una temporada de cuatro años en el presidio militar de Omsk. Su cárcel, que hoy ya no existe pero que estaba en las inmediaciones de este sitio, fue una fortaleza de madera construida a principios del siglo XVIII para repeler las invasiones de los mongoles. Pero en 1850, cuando Dostoyevski fue traído a Omsk por conspirar contra el zar Nicolás I, todo el presidio lucía sucio y como “un ataúd”, según él mismo lo describió.
Hoy, la historia acomodó las cosas. Y Omsk recuerda al escritor de muchas maneras: con estatuas, plazas y este museo en el que el micro-retrato de Konenko es la única pieza sublime. Todo lo demás (cartas, manuscritos, fotografías y mapas) está fotocopiado de los originales que se conservan en San Petersburgo.
Cuando salimos, seguimos andando y pasamos por una antigua puerta de la ciudad, que data de 1792. “Por aquí anduvo Dostoyevski”, me vuelve a decir Konenko. Dostoyevski le fascina: lo prefiere a Tolstoi e incluso a Chejov.
- ¿Cómo era su vida en 1981, cuando hizo la miniatura de Dostoyevski?
- Yo trabajaba como profesor de Arte en una escuela técnica superior. No era un momento demasiado bueno en la historia rusa: había una renovación en marcha, que se convertiría luego en la Perestroika impulsada por [Mikhail] Gorbachov, pero las cosas no estaban saliendo demasiado bien. Yo pintaba y vendía mis trabajos, pero recién pude dedicarme completamente al arte cuando se legisló el trabajo autónomo, en 1989.
- ¿Por qué cambió tan radicalmente su arte, pasando de la pintura de cuadros a la escultura en miniatura?
- Las miniaturas eran mi hobby. Para mi mujer eran algo extraño y ella no las aprobaba, pero yo tenía mi trabajo como profesor de Arte y podía traer dinero a casa. Luego fueron convirtiéndose en mi ocupación principal. Solía llevarme años hacer cada una, pero ahora resuelvo los trabajos en unos veinte días. Tengo mis propios métodos y mis herramientas especiales, y si hay una exhibición, trabajo con ese fin. También hay coleccionistas que me piden obras especiales y muchas compañías que me hacen encargos. Por ejemplo, hace poco hice algo para un banco y para un canal de televisión.
- ¿Alguna vez pensó en radicarse en Moscú?
- ¿Y eso por qué?
- Porque en Moscú hay más coleccionistas y más mercado de arte…
- Sí, pero no. En el siglo XXI puedo abrir mi mail y usar mi teléfono.
- ¿Su arte refleja el espíritu de Omsk?
- Pienso que sí. Yo me considero un artista siberiano. Omsk es una ciudad provincial y tranquila. El modo de vida es más lento que en las grandes ciudades. Y eso es lo que a mí me gusta de Omsk.
- ¿Cómo es su rutina actual?
- Tengo diferentes cosas. A veces voy a festivales de arte. O voy a escuelas a mostrar mi trabajo. Viajo mucho.
- ¿Cuántas horas trabaja por día?
- Todo el tiempo que puedo.
- ¿En qué ha estado trabajando últimamente?
- He creado una pieza de arte relacionada con Omsk. No es una miniatura, sino una estatuilla de bronce, de tamaño medio. Es una mujer con un paraguas y tiene música a cuerda. Le tallé la cara de mi esposa.
En algún momento, el camino nos lleva a la costanera del río Irtish, cuyas aguas bajan hasta aquí desde China, luego de atravesar Kazajistán. Son las dos de la tarde, o quizás las tres. El cielo está cubierto, pero los rayos del sol cruzan las nubes y los anteojos tornasolados de Konenko se oscurecen. Nos detenemos a comer un choclo, y luego me invita a probar un vaso de kvas, una bebida alcohólica fermentada de pan, en un puesto callejero. El kvas parece una copia mala de una cerveza con poco gusto, pero tengo sed y bebo con ganas.
Konenko, choclo en mano, me cuenta que es el único artista de su familia. Su padre trabajaba en la construcción y su madre era ama de casa, y sus seis hermanos tienen ocupaciones que él llama “normales”. Pero sus hijos son más originales: la mujer hace música y el varón es el director de la sección rusa del Libro Guinness de los Récords. De hecho, hace poco Konenko viajó junto a él a un pueblito llamado Islamgazy, cerca del Cáucaso, para distinguir a la mujer más anciana de toda Rusia (y probablemente de todo el mundo), que acababa de cumplir 127 años y recordaba los días de la Revolución Bolchevique.
De repente, una melodía nos atrae. Es un saxo. Nos acercamos a una plazoleta en la que hay un acto: una mujer está recibiendo un diploma y se ve rodeada de un micrófono, de una cámara de televisión y de una pequeña multitud. Cuatro jóvenes rapados, vestidos de negro, llevan una pancarta escrita con letras cirílicas que yo no entiendo qué dicen. Parecen sacados de una marcha de neonazis, pero Konenko, que de repente larga su choclo y se pone a tomar fotos de todo esto con su teléfono, me explica que en la pancarta se anuncia el nombre de una joyería.
- ¡Han marcado un récord! –me dice.
Y ahora veo que la gente a mi alrededor está emocionada. El saxofonista sigue tocando: es una canción romántica, genérica, irreconocible. Konenko me cuenta que la joyería auspició un evento en el que cien parejas de enamorados se tomaron de las manos y formaron el anillo humano más grande de toda Rusia. Un récord en el amor.
Cuando la música se acaba y la gente se dispersa, Konenko se acerca a la dueña de la joyería, que está ocupada porque se ha formado una fila para tomarse fotos con ella, y le pide que le muestre el diploma que le acaban de enviar desde Moscú, y sí: encuentra la firma de su hijo, el director de la sección rusa del Libro Guinness de los Récords. Konenko me indica que nos sumemos a la fila. Me asegura que yo también voy a querer mi foto con la mujer récord.