En Mendoza dijeron basta a los "riñonazos", los miedos y las prohibiciones
Médicos de tres hospitales renunciaron e hicieron denuncias
Uno de ellos se escondía en uno de los baños que son para los pacientes. No podía quedarse ahí mucho tiempo, si lo descubrían iba a ser aún peor. Sólo unos minutos, como para escapar, evadirse de la locura. Cada tanto, se comía una barrita de cereal. Otras veces, aprovechaba para dormir un rato. Sin hacer ruido, sentado arriba de un inodoro y atento a que no lo detectara nadie. Era el único momento en el que su vida -su trabajo como residente de primer año de cirugía de uno de los hospitales más grandes de Mendoza- se alejaba un poco del infierno.
Si se quedaban dormidos, les tiraban baldazos de agua. Si se equivocaban, recibían algún tipo de castigo físico. Golpes en la espalda, un cachetazo, una patada. Si los "atrapaban" comiendo, les extendían los horarios de trabajo. A las 30 horas que hacían les agregaban 12.
Pasó casi un año, pero todavía tienen miedo. Es la razón por la que los cuatro jóvenes profesionales consultados por LA NACION sobre su experiencia en los tres hospitales más importantes de Mendoza (Central, Lagomaggiore y Alfredo Ítalo Perrupato) como residentes de primer año de cirugía piden que sus nombres no figuren. El año pasado, tras sufrir una serie de maltratos y castigos por encima de los parámetros normales, siete de ellos renunciaron a sus respectivas instituciones y presentaron una denuncia al Ministerio de Salud provincial.
Aunque está claro que ser residente en la Argentina significa atravesar incumplimientos de las normas, lo que relatan estos ex residentes de Mendoza va mucho más allá de un sistema fallido que todavía tiene mucho por corregir: se trataba de violencia.
Lo que más se repetía era el "riñonazo". Se trata de un castigo físico en el que los residentes mayores golpean en la parte baja de la espalda a un residente menor que haya tenido algún tipo de error. Después de estar más de 30 horas sin comer ni ir al baño, los errores pasan a ser algo común.
Uno de los residentes que lo vivieron recuerda con precisión la advertencia que les hizo a los médicos superiores: "Me banco los castigos, no comer, no dormir... pero si me vuelven a pegar, los voy a cagar a piñas".
"Hay mucha connivencia. No sé por qué, sinceramente, pero nadie hace nada", relata un joven profesional que, debido a la prohibición que detalla la ley provincial 7857 todavía no pudo volver a ingresar a otra residencia -al igual que el resto de sus ex compañeros- por haber renunciado a su cargo. Y agrega: "Cuando uno entra, todos los límites se pierden. Tenés sueño, hambre y miedo".
Parte de los que renunciaron presentaron una denuncia al Ministerio de Salud de la provincia. Tras reunirse con las autoridades, el ministro de ese momento, Rubén Giacci, decidió otorgar una licencia de quince días a todos los residentes de primero y segundo año, además de ofrecerles asistencia psicológica. Entre otras cosas, también se llamó a diferentes reuniones con residentes mayores para dejarles en claro qué tipo de autoridad tenían ante profesionales con menor experiencia.
"Hicimos todo para que esas personas se animen a denunciar y dar nombres. Al día de hoy no tenemos denuncias formales que se hayan repetido", dijo a LA NACION Oscar Sagás, subsecretario de Salud de la provincia. Y agregó: "En este momento sabemos que la situación no es la misma que el año pasado, y también somos conscientes de que se está trabajando para mejorar".
Según residentes que todavía forman parte de la residencia, el escenario "aflojó" con respecto al año pasado, pero está muy lejos de ser el ideal.
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