En la plaza Rodríguez Peña las tribus urbanas son cosa del pasado
Cada vez son más los adolescentes, de entre 12 y 18 años, que eligen no ser encasillados como miembros de algún grupo en particular; historias y rituales
"Yo uso maquillaje casi desde que iba al jardín", confiesa Cristopher Martínez. Tiene 17 años y todavía le faltan dos para terminar el secundario. Está sentado en una mesa con asientos de cemento de la plazoleta que se encuentra frente al Palacio Pizzurno, en las esquinas de Marcelo T. de Alvear y Rodríguez Peña, en el barrio de Recoleta.
A pesar del intenso calor, "Spider Goku Cris", como prefiere que lo llamen, tiene unos pantalones largos que simulan ser de cuero, los ojos delineados de negro y unas enormes cicatrices en los cachetes, dibujadas. Su abultada melena negra emula al personaje principal de la mítica serie de animé Dragon Ball Z. "El peinado me lo hizo mi mamá, por eso me lo dejo", cuenta riéndose. Gala o "La niña Pikachu", de 15 años que está sentada a su lado, lo mira y se ríe cómplice. El pelo largo y rosa resalta entre su ropa negra. "El es bastante conocido acá, tiene muchos amigos en Facebook", asegura.
Ni él, ni Gala, Ana, Matías o Alana, se definen como integrantes de alguna tribu urbana. "Somos fieles a nuestro estilo, tomamos lo que más nos gusta de cada uno", aseguran. Ellos vienen a la plaza hace no más de un año y, mientras charlan y se sacan fotos, saludan a otros adolescentes que, como ellos, deciden pasar todos los sábados por el lugar para estar entre amigos. Los domingos el plan es el mismo, pero en el planetario de Palermo.
Cada vez son más los jóvenes que no quieren ser rotulados como miembros a alguna tribu urbana específica. Son, en su mayoría, adolescentes de entre 12 y 18 años, que ya no viven la clásica rivalidad que existía entre grupos. Ahora, prefieren armarse su propio estilo o "look" en base a gustos personales, mezclando un poco de todo. Sin embargo, esto no implica que los conflictos o peleas hayan desaparecido...
Cuándo se pelean
Según fuentes de la Policía Metropolitana, cada tanto, suelen darse algunas peleas entre los adolescentes, pero ninguna reviste gravedad. Tampoco recibieron denuncias relacionadas por parte de los vecinos. Varios de los concurrentes consultados confirmaron a LA NACION estas peleas y hasta mencionaron que hace pocas semanas tuvo que intervenir la policía con gases lacrimógenos.
El mito de "cortarse"
Alana, de 16 años, se suma a la mesa. Se saca su mochila, pero es difícil adivinar su color, ya que está totalmente cubierta de pines de distintas bandas, Black Veil Brides, Suicide Silence, Motionless in White, son sólo algunas.
"Hay muchos que dicen ser emo y se cortan las muñecas sólo para sacarse fotos y llamar la atención", suelta "Spider Goku Cris", y ofuscado remata: "No somos todos así, nos hacen mala fama".
"Creo que no hay que discriminar a los que se cortan, porque muchas veces lo hacen porque tienen problemas serios y necesitan que alguien los ayude", interrumpe Alana. "Yo por suerte lo pude superar, gracias al apoyo de mi familia y a medicación", confiesa.
Un ritual de todos los sábados
Pelos teñidos de rojo, verde, rosa, azul o violeta, ropa negra y roja, muñequeras, mucho maquillaje y delineador no son nada comparado con los lentes de contacto que transforman sus ojos en vampirescos. Todos los sábados, después del mediodía, llegan desde distintos puntos, sobre todo de zona sur, un centenar de chicos de entre 12 y 18 años. Las actividades van desde hacer un picnic y tomar cervezas hasta pasear por la mítica galería Bond Street. Algunos ofrecen cortes de pelo o perforaciones de piercings a un precio bastante más bajo que el del mercado. Otros aprovechan el hecho de estar lejos de la supervisión de sus padres para experimentar con distintas drogas. Las más comunes son marihuana o ácido, que se pueden comprar en la plaza misma. Para "jalar la lanza" (o dicho de otro modo, para inhalar el ácido) basta con $50 para hacerse del frasquito. Su efecto dura unos diez minutos.
Kevin, que tiene 17 años y viene a plaza hace dos, trajo por primera vez a su novia Denise, de 14. "Este es un punto de encuentro entre amigos", señala, y se acomoda el flequillo rojo que deja ver sus ojos rojos y blancos. "Si me tuviera que definir de alguna forma, diría que soy un «poser» porque uso lo que voy viendo que me gusta - y agrega - para venir acá o si tengo que salir con alguien, tardo una hora en arreglarme". Mira a su novia de pelo verde, y aclara avergonzado: "Bueno, ahora ya salir con alguien no".
Tres figuras llegan al lugar e inevitablemente muchas cabezas giran hacia ellos: parecen salidos de un animé. "Ella es muy popular - confiesa Iliana al mostrar a su amiga - en su foto de perfil de Facebook tiene como mil likes". Milagros, de 17 años, tiene el pelo de color rosa y violeta, atado con dos colitas altas, pero lo que más atrae son sus ojos. Uno es rojo y el otro blanco con una cruz. Su vestimenta la hace ver bastante mayor: pollera corta, corset rojo y negro, y una gargantilla con tachas. Su novio, un año menor, tiene el pelo fucsia, los ojos blancos y un piercing en la nariz, además de tres bajo el labio. La pareja comenta que suelen tomarse una hora y media (a veces dos) para "lookearse".
Los tres coinciden en que no se reconocen como una tribu urbana en particular, sino que les divierte usar esa ropa y pasar los sábados junto a amigos en la plaza. "A veces aprovecho y voy a comprar ropa a la Bond", cuenta Milagros.
Rocío, de 18 años, viene desde Colegiales todos los fines de semana, desde hace cuatro. "Soy una mezcla de subculturas, pero siempre me asocian con los punk o los emos", comenta. A ella y a su amiga Maureen, de 20, no les gusta que las relacionen a estas tribus. "No nos definimos como nada en particular", coinciden.
Las tribus clásicas y otras no tanto
"Están los emo, los otaku (fanáticos del animé), los góticos, metaleros, rockeros, punks, tomboys (hombres o mujeres heterosexuales que se visten del sexo opuesto), traceurs (los que hacen parkour), cosplayers (se caracterizan como personajes de cómics, cine, anime, manga y videojuegos) y hasta algunos floggers", explica Rodrigo de 17 años. "Pero los peores son los poser, porque se visten de algo que no son, sólo posan".
Comienza a bajar el sol y, por suerte, el calor. Sentados sobre una mesa, Rodrigo y sus amigos, Jordán y Gabriel de 15 años, se pasan la tarde haciendo trucos de magia con cartas. Ellos tampoco quieren ser catalogados como un grupo en particular. "Muchos papás no se preocupan, por eso algunos vienen acá a drogarse. Si fuera drogón, no tendría esta plata", comenta Rodrigo, mientras saca un rollito de billetes de $10, $5 y $2.
Frente a la plazoleta, hay otra plaza que llega hasta la avenida Callao, pero allí las cosas son muy distintas. Se llena de familias que llevan a sus hijos a los juegos, parejas que se tiran a tomar sol y dueños con sus perros. Poco se enteran de lo que sucede de la vereda opuesta y viceversa, divididos por una calle, cada grupo vive separado.
Cuando cae la noche algunos adolescentes regresan a casa, mientras que otros prefieren ir a bailar a Requiem, Infected o 1° Piso.
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