"En la cima, uno se vuelve humilde"
Confesó que cuando estaba por saltar en lo único que pensaba era en regresar vivo a casa
"Cuando se está en pie en la cima del mundo, uno se vuelve tan humilde que no piensa más en romper récords ni en aumentar la información científica. Lo único en lo que piensa es en regresar vivo." Así de simple. Ésas fueron las palabras que usó Felix Baumgartner cuando tuvo que definir la experiencia que acababa de vivir a los periodistas que lo esperaban ansiosos en Roswell, base de la misión de lanzamiento.
Era la conclusión de más de siete años de entrenamiento para llegar al objetivo. "No tengo idea de si rompí la barrera del sonido y cuándo, en qué momento. Me liberé de 20 toneladas de carga de mis espaldas", dijo aliviado. En realidad, "Felix Sin Miedo", como lo llaman sus amigos, llevaba toda su vida entrenando para el día de ayer.
Originalmente, iba a saltar en 2010, pero durante los entrenamientos empezó a sufrir ataques de pánico. Tuvo que hacer un tratamiento psicológico para superar sus fobias y animarse a dar el gran paso.
Antes de lanzarse al vacío, Baumgartner emitió un mensaje que llegó a todo el mundo. Más de ocho millones de espectadores que seguían en vivo la transmisión por Internet lo escucharon, pero casi nadie lo entendió porque sus palabras salieron entrecortadas.
"Sé que el mundo entero está siguiendo esto ahora y desearía que pudieran ver lo que yo veo. A veces tienes que estar bien arriba para darte cuenta de lo pequeño que eres", fue el mensaje, según explicó durante una entrevista con un canal austríaco.
"No he sentido ese golpe sónico, creo que pasa detrás de uno, estaba demasiado ocupado manteniendo el control. No tengo ni idea de si he volado a través de la barrera [del sonido]. Fue más difícil de lo que esperaba. Estás deshidratado, estás cansado. Ahí arriba es un mundo distinto, el cuerpo reacciona de forma diferente", contó.
Nacido en Salzburgo en abril de 1969, Baumgartner relató que su inspiración fueron los astronautas que veía cuando era chico en televisión. Desde entonces comenzó a soñar con lanzarse en caída libre y volar helicópteros. Su primer salto fue a los 16 años y mejoró sus habilidades con paracaídas como miembro del equipo de fuerzas especiales del ejército austríaco.
En 1999 saltó desde las Torres Petronas, en Kuala Lumpur, batiendo un nuevo récord mundial para salto BASE más alto desde un edificio. Ese mismo año, realizó el salto BASE desde la mínima altura lanzándose desde el Cristo Redentor, en Río de Janeiro. Cuatro años más tarde voló en caída libre a lo largo del canal de la Mancha: saltó desde una avioneta y utilizó un ala de fibra para cruzar 35 kilómetros en sólo seis minutos.
Ayer, cuando se encontraba en la cápsula, el nuevo intento estuvo a punto de ser cancelado debido a problemas con el visor del casco, pero el austríaco igualmente quiso saltar. "Incluso en un día como éste al empezar tan bien puede suceder un pequeño fallo. Pero finalmente decidí saltar. Y fue la decisión correcta", señaló.
Durante los primeros momentos de la caída, Baumgartner creyó que perdería la conciencia por la "violencia" de la caída. "Durante unos segundos pensé que iba a perder el sentido. Estás bajo presión, no sentís el aire. Pero, desde el punto de vista de la conciencia, siempre he sabido lo que sucedía", dijo.
A Nicole, la novia del paracaidista, se la vio nerviosa. "Estaré aliviada cuando Felix esté frente a nosotros", dijo. Y así ocurrió.
El dueño de las marcas anteriores fue su asesor
Estuvo en lo más alto. En su caída, alcanzó tres de los cuatro objetivos propuestos. Sin embargo, no pudo quebrar la marca de la caída libre más larga, ya que sus 4 minutos 19 segundos quedaron cortos ante los 4 minutos 36 segundos del estadounidense Joe Kittinger, un ex coronel de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que en 1960 se lanzó desde 31.333 metros y que formó parte del equipo de asesores de Baumgartner.
A pesar de haber sido desafiado a perder todos sus récords, Kittinger, de 84 años, no quiso perderse la reedición de su propia hazaña. Ayer, desde la base, siguió muy atento y con una emoción especial la proeza del austríaco.
De hecho, Kittinger fue el primero en felicitarlo cuando aterrizó, tras sus dos saltos de prueba.
Kittinger se inició en los saltos estratosféricos por su pasión por la velocidad. Entró en la Fuerza Aérea en 1949, como piloto de los incipientes e inseguros aviones a reacción. Uno de sus mandos lo convenció para alistarse en un programa de investigación aeroespacial médica, que se ocupaba de analizar las reacciones del cuerpo en saltos desde grandes altitudes.
Así fue como el 16 de agosto de 1960, luego de dos pruebas –en la primera perdió la conciencia– subió a una góndola abierta que en aquella época no utilizaba cápsula y saltó al vacío. Consiguió los récords de mayor ascenso en globo, salto en paracaídas de mayor altitud, caída libre más larga y mayor velocidad de un hombre en la atmósfera. Los mantuvo por más de 50 años... hasta ayer.
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