En la Casa de Rusia se triplicó la cantidad de alumnos para aprender el idioma del Mundial
Cuando Galina Chayka deletrea su nombre agrega, con orgullo, que es griego y significa tranquilidad y que su apellido se traduce como gaviota. Es un nombre acertado para esta mujer amable que vino hace varios años de Rusia cuando se enamoró de un argentino. Ahora es la responsable de la recepción, administración, biblioteca y de los cursos de ruso que se dictan en la Casa de Rusia en la Argentina. "Tenemos cursos regulares, que duran un año lectivo, y también sumamos otros para los viajeros al Mundial", promociona. "Se triplicaron los cursos. Hay mucha demanda. Más de 200 personas vienen, cuando el promedio histórico era de 30". Agrega que esta realidad se replica en otras instituciones rusas con las que están en contacto.
El asesor principal de la Casa Dmitri Fominykh baja las escaleras de madera maciza que conecta los tres pisos de esta casona antigua ubicada en la avenida Rivadavia 4266. Dice que en unos minutos la figura máxima del lugar, Olga Muratova, estará para la entrevista. Mientras, se suma a la conversación después de una breve presentación: él llegó de Rusia por trabajo hace trece años y se ocupa sobre todo de las becas de argentinos que quieren estudiar en Rusia. "Los que van, antes de volver ya piden si pueden renovar porque se quieren seguir quedando", dice, a modo de ejemplo de la sinergia entre ambos países.
Sobre los cursos de ruso de los que habla Galina agrega: "Todos los que asisten tienen pasaje para viajar por el Mundial". Promociona que, ante la demanda, en mayo empezó uno de solo un mes. Imposible aprender el idioma, pero al menos en esos días se adquiere una noción del alfabeto y palabras básicas para entender lo mínimo. "Aprendés a leer y, con diccionario, ya te manejás. Frases, cómo saludo, dónde está tal cosa, ir a un restaurante", ejemplifica Galina.
Además de los cursos de ruso, en la institución realizan conciertos, conferencias, muestras de arte. En el primer piso esta tarde ya acomodan las sillas y el proyector para una charla sobre feminismo y en la antesala de la reunión proyectada para las 19 hay una exposición de fotos de argentinos que viajaron a Rusia. "Muchos van con estereotipos del país, la mayoría vistos en películas americanas", dice Dmitri.
-¿Cómo fue crecer en Rusia, Dmitri?
-Nuestra niñez fue muy feliz, la Unión Soviética no era mala. No había muchas diferencias, no había pobreza y riqueza, todo era igual. Fue un punto de crítica, pero por otro lado no había desigualdad como en el mundo de hoy. Una villa y la gente rica. Allá eso llegó con la caída de la URSS, ahí la situación cambió, empezó un capitalismo duro: cerraron las fábricas y no hubo trabajo. Nunca hubo hambre, pero se sentía que la situación no era buena.
La agencia de noticias para la que trabajaba le ofreció un traslado a la Argentina y, como conocía el idioma, aceptó. Acá se casó con una armenia, tuvieron un hijo. Ya se siente afincado. "En la familia hablamos en ruso. A mi hijo le enseñamos porque, aunque nació acá, es ruso de sangre", dice.
En la Casa de Rusia los sábados desde las 10 hasta las 18 hay Jardín de Infantes y actividades para familias mixtas que quieren que sus hijos aprendan el idioma y la cultura rusa.
Olga Muratova dice que terminó una de sus reuniones y está disponible. De trajecito impecable, esta mujer rubia se presenta, precisa el cargo que ocupa desde hace seis meses y se disculpa porque aun no habla español. Pero lo entiende bien. Así que escucha las preguntas y responde en ruso. Dmitri oficia de intérprete.
"La misión de la Casa es transmitir la cultura y el idioma ruso. También otro tipo de programas. Esta es una casa de ciencia y cultura", dice. Considera que el idioma es esencial para ingresar en la cultura de un país. "Español es mi lengua favorita", dice en español, cuidando cada una de las palabras. Se ríe orgullosa de la proeza. Toma clases de español y practica a diario las palabras que sabe, como un modo de ir incorporándolas. "Al estar en el país es más fácil integrarse a la cultura y aprender".
Considera que el Mundial de fútbol favorece la integración de ambos países y que también es una oportunidad de Rusia para mostrarse al mundo. "Por el Mundial creció mucho el interés de argentinos por la cultura y el idioma", ratifica lo señalado por Galina.
En abril inauguró la Casa del Hincha, un centro de información sobre las ciudades de Rusia en las que se juega el Mundial: está programada una muestra con fotos que envíen desde allá los argentinos, transmisiones en directo de los partidos, entre otras actividades.
De afuera llega el sonido de las primeras asistentes a la conferencia sobre feminismo. Olga reflexiona: "Ahora es un siglo de la mujer independiente, queremos hacer más cosas. Ahora las mujeres somos multifacéticas, no solo cumplimos el rol de madre sino que hacemos una buena carrera". Ella tiene 28 años, está casada y llegó al país con su marido, y afirma que también le gustaría tener hijos en algún momento. Dmitri se siente animado a agregar, sobre la situación de la mujer en Rusia: "No es que no le dábamos espacio a la mujer. Capaz que ellas no querían y ahora son más activas. Antes se dedicaban más a la familia. Ahora tienen más ambiciones".
Golpean a la puerta porque necesitan la sala. Unos diez alumnos argentinos esperan con ansiedad el inicio de su clase de ruso. Con tan poco para comenzar el Mundial, no tienen tiempo que perder.
Ya en la salida, Galina abandona por unos minutos su lugar detrás del escritorio para ayudar a subir las escaleras a una señora de unos 80 años. Intercambian algunas palabras en ruso. Ella siempre con tranquilidad. Pese al intenso movimiento de la Casa a esta hora, le hace honor a su nombre.
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