En el desorden no puede haber democratización
En 1983, cuando se inició el proceso democrático, había unas 270 radios en el país, con algunas FM que funcionaban como subsidiarias de la AM originaria. El primer interventor del Comfer, Ángel Lapieza Elli, suspendió el llamado a concurso abierto y permanente, establecido por el art. 40 del decreto-ley 22.285, "hasta que se sancione la ley de radiodifusión".
El cierre de los concursos devino en censura, lo que fue reconocido por los tribunales federales, que otorgaron a las radios libres medidas cautelares para seguir emitiendo "hasta tanto se sancione la ley de radiodifusión".
Desde 1984 hasta la fecha no se desarrolló un plan técnico nacional que tome en cuenta la situación de caos generada, por culpa del Estado, por los millares de emisoras que tuvieron que instalarse sin ningún orden, ante el silencio del Estado.
Tras el blanqueo inicial realizado por Carlos Menem mediante la ley de reforma del Estado, cuando habilita a todos los medios en funcionamiento antes de la sanción de la ley a acceder al PPP, permiso provisorio y precario, "hasta tanto se sancione la ley de radiodifusión" (sic), siguieron surgiendo miles de radios más.
El Comfer tuvo como política otorgar nuevas frecuencias, pero no quiso cargar con el costo de establecer un ordenamiento del espectro, dividido en radios de alcance nacional, regional, provincial, urbano, local y barrial, como se podría haber diseñado, entremezclando la AM y la FM, generando una red que garantice a cada oyente poder elegir entre medios con alcances, temáticas, colores políticos y focos geográficos totalmente distintos.
Por la falta de ordenamiento, las radios que alcanzan al 70% de la población, situadas en las metrópolis de Buenos Aires y La Plata, Mendoza, Rosario, Córdoba, Tucumán, Salta, etc., se emiten en un espectro saturado, con interferencias.
Estudios que datan de una década muestran que en AM las principales radios de la Capital Federal son interferidas en el 40% de su área de cobertura; las FM están peor. Esta situación de interferencia mutua, áreas superpuestas, guerra de potencias hace que la radiodifusión como servicio de interés público no tenga calidad de emisión, ni garantice una cobertura, ni pueda desarrollarse adecuadamente; atrae menos anunciantes.
La radio como industria requiere que se reordene el espectro de manera racional. Hasta que eso no suceda, las emisoras convivirán con una emisión sucia, con interferencias permanentes, seguirán la guerra de potencias y el surgimiento inopinado de emisoras superpuestas en todo el dial. Este caos impacta sobre la inversión tecnológica y en contenidos. Se hace difícil que se desarrollen proyectos sólidos, exceptuando las 20 líderes en cada segmento.
Treinta años de desorden en el espectro tienen un efecto conservador en materia de pluralidad de voces. Privilegia la capacidad de emisión de las líderes y achica el espacio de desarrollo de las demás. En el desorden del espectro, en la guerra de interferencias, ganan las grandes y no se democratiza la radio. En radio, ningún problema es de coyuntura.