En 1969 el hombre llegó a la Luna y los argentinos mandamos un mono al espacio
En 1969 los EEUU mandó al primer hombre a la Luna. Ese mismo año, unos meses después, también la Argentina lanzó al espacio un cohete tripulado por un ser vivo: el Mono Juan, el primer astronauta argentino.
Juan era un monito caí de dos años de edad, 30 cm de altura y 1,4 kilos de peso que fue capturado por la Gendarmería Nacional en Misiones especialmente para tripular el cohete Canopus II, lanzado en Chamical, La Rioja, el 23 de diciembre de 1969 como parte de un programa espacial coordinado por el Instituto Aerotécnico de Córdoba.
"Gendarmería consiguió tres monos en Misiones. Uno de ellos fue descartado porque era demasiado voluminoso para entrar en la reducida la ojiva del cohete, y otro era muy nervioso. Así que elegimos a Juan, que era tranquilo", contó el comodoro retirado e ingeniero aeronáutico Luis Cueto, que intervino en el proyecto y hoy tiene 88 años.
"En aquella época, la Argentina miraba de reojo el desarrollo espacial de Francia, Rusia y EEUU, que ya habían mandado chimpancés al espacio", dijo Cueto, y explicó que el objetivo futuro que se perseguía era el de mandar un hombre. La Argentina fue el cuarto país en enviar un mono al espacio.
El cohete, diseñado y producido en el país, medía 2,40 mts de largo y 32 cm de diámetro, y contaba con cuatro aletas cruciformes para estabilizarlo. Juan subió sedado a la cápsula, cuya cubierta exterior tenía escritas las leyendas Bio II-Teniente Matienzo, y más abajo CO4 Fuerza Aérea Argentina. "Que Dios te ayude y te esperamos de vuelta", le dijo Cueto al monito antes de cerrar la escotilla.
De color rojo y gris, el cohete fue lanzado a las 6.30 y luego de unos cinco minutos alcanzó una altura de unos 70.000 metros, entonces el motor se apagó y se separó de la ojiva, que a partir de allí siguió su ascenso impulsada sólo por la inercia otros 12.000 metros, ya fuera de la atmósfera.
Para evitar que por la vertiginosa aceleración Juan pudiera quedarse sin sangre en el cerebro o se le pudiera romper una arteria, se dispuso que viajara semiacostado, igual que los astronautas de la NASA. "En esa posición, la aceleración ingresa al cuerpo de forma transversal y sus efectos se moderan", explicó Cueto.
Debido a que la punta de la ojiva alcanzaba en vuelo una temperatura de 800°, se le diseñó un sistema de aislación térmica. Además, su cápsula estaba presurizada para que pudiera respirar hasta 15 minutos. Cuando el Canopus II alcanzó los 3000 mts de altura, se abrieron sus ventanas y una turbina ventiló la cápsula para que Juan respirara mejor. Su frecuencia respiratoria y ritmo cardíaco fueron monitoreados desde la base a través de un sistema de telemetría.
Juan subió hasta una altura máxima de 82.000 metros. Mucho más que los habituales 12.000 que alcanzan los aviones comerciales o los 25.000 de los de reconocimiento, como el Lockheed SR71.
Entonces se desplegaron unos aerofrenos para disminuir la velocidad de la caída hasta reducirla a unos 30 mts/s. "Se presupuso un punto de caída de la ojiva, pero los vientos alteraron los cálculos. Nuestro miedo era que cayera en una laguna y las turbinas llenaran la ojiva de agua. Entonces Juan se habría ahogado. Pero encontramos la cápsula colgada de un arbusto, a 25 km del lugar estimado", recordó Cueto. Luego, un helicóptero llevó enseguida la cápsula cerrada hasta la base del lanzamiento para verificar si Juan había sobrevivido.
"La cápsula fue introducida en el taller de verificación final, y las manos rápidas, casi nerviosas, del doctor Hugo Crespín, director científico del proyecto, extrajeron al todavía somnoliento Juan. ‘¡Vivo, está vivo!’, exclamaron todos eufóricos", publicó La Nación en su edición del día siguiente. Cueto dijo que advirtió a la multitud de periodista y camarógrafos que se asomaron para ver al animal: "¡Cuidado que puede morder!".
El objetivo fundamental se había cumplido: la recuperación de un animal vivo y sin alteraciones después de un vuelo de 30 minutos que alcanzó los 82 kilómetros de altura.
Después Juan fue derivado a un zoológico cordobés. Allí, dos años más tarde, murió el primer argentino en visitar el espacio exterior. En el Museo Universitario de Tecnología Aeroespacial de Córdoba se conserva la cápsula y la rampa de lanzamiento, entre otros recuerdos de la aventura del Mono Juan.