En 1776. Crónica del violento intento de robo a Gaspar Santa Coloma
Durante la madrugada del viernes 9 de agosto de 1776, fuertes golpes en la puerta despertaron al joven Martín de Álzaga. Aún entre sueños -era la una y media de la mañana- reconoció la voz de su vecino, Manuel Ferreyra. "¡Mozo, don Gaspar lo llama! ¡Andan ladrones!". Con el buen estado físico que le permitían sus veintiún años, el vasco Álzaga saltó de la cama, se puso apenas un capote por encima de la camisa que usaba para dormir y se dirigió con largos trancos a la esquina, donde se encontraba el almacén de ramos generales de su patrón, Gaspar de Santa Coloma. Era la tercera vez en la semana que se inquietaban ante la posibilidad de ser víctimas de un robo. Cuando llegó al almacén pudo advertir, por las manchas de sangre, que esta vez no era una falsa alarma.
Gaspar Melchor Baltasar de Santa Coloma fue bautizado en la provincia española de Álava el 6 de enero de 1742. Por su condición noble, integró la corte de Madrid, pero no por mucho tiempo. Cuando tenía 26 años, ciertas intrigas palaciegas -políticas o sentimentales- lo alejaron. Se embarcó con destino a Buenos Aires, dispuesto a llevar adelante la reorganización de su vida. Arribó el 15 de junio de 1768. No tardó en integrarse a la sociedad porteña. Como era habitual en aquel tiempo, sumó al joven aprendiz Martín de Álzaga, también alavés, para que llevara adelante la actividad más básica y rústica del negocio, a cambio de casa, comida, unas monedas y la oportunidad de aprender los secretos del comercio.
Este casi niño fue quien constituyó la base económica que convertiría a los Álzaga y sus descendencias en poseedores de una de las mayores fortunas de la Argentina. En 1776, aún estaba lejos de los años de opulencia que le tocaría vivir. Pero ya demostraba capacidad para el ejercicio del comercio y un manejo más que rudimentario del idioma español. Todo un logro, si se tiene en cuenta que al arribar a Buenos Aires solo lograba darse a entender en vasco y que pasó años tratando aprender la lengua del Quijote.
El asunto policial había tenido sus preliminares. En la noche del lunes 5 de agosto, día de Nuestra Señora de las Nieves, Santa Coloma había concurrido a un baile en la casa de don Francisco de Pietro y Pulido. Mientras don Gaspar se entretenía con vecinos de alta jerarquía social, Martín de Álzaga quedó atendiendo, hasta las 11, el negocio y hogar de don Gaspar, que se encontraba en la esquina de las actuales Florida y Bartolomé Mitre.
Al retirarse, Martín cerró las puertas con llave. Giró y se dio un susto. En la oscura esquina de enfrente, divisó dos siluetas. Los sujetos estaban parados en la vereda, pero, al verlo reaccionar sobresaltado, se echaron a caminar. Se cruzaron en medio de la barrosa calle, pero los tres se hicieron los desentendidos. Álzaga traspasó el barrial y caminó media cuadra por San Miguel (hoy Bartolomé Mitre) hasta el cuarto de almacenamiento de mercaderías, adonde dormía. Armó la cama, pero no se acostó. La sospechosa presencia de los hombres frente a la tienda lo intranquilizaba. Se dirigió al negocio y notó a la distancia que en mal iluminado poste de la tienda se apoyaba un hombre que, como el par anterior, decidió alejarse, caminando por San Miguel, pero en sentido contrario.
Las dos puertas seguían cerradas como él las había dejado. Pero había una tercera, con traba de un pestillo interior, que estaba entornada. Martín de Álzaga comprendió el riesgo que correría si ingresaba. Podría haber ladrones que lo atacarían. Decidió quedarse en la puerta, esperanzado en contar con alguien que lo auxilie. "Hasta que -según figura en el expediente judicial- pasó por allí un negro de don Joseph Llorente, cuyo nombre ignora y suele andar de cochero, a quien llamó y le hizo le acompañase a entrar".
Adentro no había ladrones ni señales de robo. El cochero de Llorente siguió su camino, mientras que Álzaga se quedó un rato en la esquina, montando guardia, y acompañado de Santiago Posadas (padre de Gervasio Antonio, el futuro Director Supremo), también vecino de la calle San Miguel, quien había salido a la calle porque percibió que algo estaba ocurriendo. Ambos quedaron un rato. Unos minutos después de la medianoche fueron a dormir.
El miércoles 7 por la noche, Álzaga cerró la tienda (don Gaspar había salido) y se cruzó a la pulpería de Francisco García, dispuesto a hacer tiempo y esperar su patrón para que comieran juntos. Retomamos el sumario judicial: "García le dijo que acababa de ver un hombre parado junto a la puerta de la trastienda", es decir, la puerta trasera de la tienda. El extraño tenía un pañuelo que le tapaba la boca y la nariz. Ambos especularon acerca de la identidad del misterioso sujeto, pero no arribaron a ninguna conclusión. Esa fue la única novedad del miércoles.
Un gato y ocho heridas
El jueves volvieron las preocupaciones. Aquí, un fragmento de la declaración de Álzaga:
Estando el dicho Gaspar y el que declara cenando, habiendo cerrado las puertas de la esquina sin echar la llave, oyeron un ruido en la puerta como que las empujaban, a lo que don Gaspar dijo: "¿Quién está ahí?". Pero no respondiendo nadie, salió el que declara a ver quién era y solo halló un gato cerca de la puerta.
¿Eso fue todo? No. Además, Martín observó que un hombre alto caminaba por la acera de enfrente, envuelto en una capa blancuzca. "Y retirándose para adentro el que declara, concluyó con la cena y después se fue a dormir a su cuarto, quedándose solo en la esquina don Gaspar que se cerró dentro".
Santa Coloma se acostó y no tardó en conciliar el sueño, aun cuando una vela iluminaba el cuarto. Sin embargo, fue despertado de la manera más desagradable: el frío filo de un cuchillo en su barriga. El delincuente tenía un gorro blanco en la cabeza, una redecilla de igual color que le tapaba la cara y una capa. Don Gaspar, 34 años, se incorporó en forma violenta y se trenzó en pelea con el ladrón. En medio del forcejeo se apagó la vela. Ocho heridas recibió Santa Coloma hasta que pudo quitarle el cuchillo, además de arrancarle el gorro y la redecilla. En el forcejeo pudo percibir que era de tez blanca y sin barba.
El agresor huyó. El comerciante lo persiguió, pero al salir a de la tienda fue abrazado por un cómplice grandote. De todos modos, pudo zafarse y cayó en el lodazal de la calle mientras gritaba. Los ladrones huyeron.
Los vecinos acudieron en su ayuda. Mientras llevaban al herido ensangrentado a la pulpería de García y lo recostaron en su cama, Manuel Ferreya fue a despertar a Álzaga. También mandaron a un criado a la botica de Ángel Castelli (padre de Juan José, integrante de la Primera Junta) en busca de remedios y un médico que lo atendiera. El comerciante Isidoro Balbastro ofreció su casa para que la víctima tuviera más comodidades.
A la mañana siguiente comenzó la pesquisa. La misma estuvo a cargo del alcalde de primer voto, Ignacio Irigoyen, con la asistencia letrada de Juanito de Ibarra y del escribano José García Echaburu, para dar fe de cada declaración o interrogatorio. El teniente Manuel Cerrato comenzó a indagar a los vecinos. Antes del mediodía, ya se nombraban dos sospechosos.
(Esta historia continuará).
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