Empezaron de cero en busca de otra oportunidad
MAR DEL PLATA.- El había llegado doce años atrás. Ella, cuatro después. Allí se conocieron, también formaron pareja y hace tres años ampliaron la familia cuando llegó su hija, Camila. Las circunstancias y necesidades lo hicieron cocinero y junto a su mujer, con mucho esfuerzo y hace poco más de un año habían dado forma a La Tapera, un cálido restaurante con vista al lago donde también tenían su casa. Hasta que el volcán Puyehue les dijo basta.
"En 24 horas se acabaron todos los sueños", cuentan Claudia y Jorge Alvarez, que se cansaron de palear ceniza durante varios meses, armaron las valijas y desde octubre cambiaron el empañado paisaje de Villa La Angostura por otras oportunidades y nuevo estilo de vida en Mar del Plata.
Reconocen que su condición de inquilinos facilitó aquella partida. Y otro empujón significó la escasa solidaridad del propietario del inmueble, al que -como ocurrió en otros muchos casos- poco pareció importarle lo que para pequeños emprendedores como ellos significaba perderlo todo, casi de la noche a la mañana.
"Nos dejó en la calle con una chica de dos años", dice Javier. Y aclara que ser dueños quizás los hubiera retenido para esperar una revancha. "Entendimos pronto que la ceniza nos empezaba a decir que allí no teníamos nada más que hacer", cuenta la pareja, que tenía planes a largo plazo a orillas del lago y ahora, como otros vecinos que eligieron este mismo destino, se replantea el futuro a más de 1500 kilómetros al este del aún inquieto volcán Puyehue.
No olvidan lo duro que fueron aquellos casi cinco meses bajo la ceniza. Recuerdan esas piedras del tamaño de una aceituna o más, que iban cubriendo con un espeso manto gris el paisaje que hasta aquella tarde del 4 de junio había sido una paleta de colores.
"Este que pasó era un verano de despegue para nosotros, pero el volcán dijo otra cosa", explican. Entonces se dejaron tentar por un amigo que les habló de un proyecto marplatense que al final no se cristalizó. Pero aquí están, felices e instalados en un departamento del barrio Chauvin, a 15 cuadras del centro y a no más de 30 de la playa.
El cambio de escenografía también significó nuevos puntos de vista. La gastronomía, que había sido una chance más que una elección, la dejaron en la villa neuquina. "Aquí decidimos que por fin vamos a hacer lo que nos gusta", afirman. Claudia retomó su habilidad y pasión de pintar sobre sedas. Las ofrece cada fin de semana en la feria del Bosque Peralta Ramos, que entre sus arboledas y casas pintorescas tiene algunas reminiscencias de aquellos verdes que lentamente recupera Villa La Angostura.
Javier, con 37 años, se volcó de pleno a la música, su gran vocación. Estudia sonido profesional, se pasa horas en los teclados del pequeño living y ya ensaya con una banda local. "Mar del Plata tiene gran actividad musical y hay muchas chances de poder trabajar en lo que realmente me gusta y disfruto", afirma a LA NACION. Por si fuera poco, a cuatro cuadras de su casa, tiene un jardín de infantes con orientación musical en el que Camila extiende eso de andar entre instrumentos y partituras que es tan habitual en su casa.
Un no rotundo retumba cuando se les pregunta si volverían a Villa La Angostura en caso de que el volcán diera una tregua. "Cuando te cae ceniza en la cabeza como nos cayó a nosotros, todo se piensa distinto", aseguran. Ahora, detrás de una oportunidad junto al mar.