Emoción y recuerdos de la guerra en el homenaje a Ezcurra en Vietnam
HO CHI MINH.- Antes de llegar al tercer piso del Museo de los Restos de la Guerra de Vietnam, en Saigón, uno debió cruzar -como los círculos del infierno de Dante- un patio con helicópteros, tanques y aviones de caza, las salas donde describen el programa de desmonte de minas, los carteles de apoyo a las fuerzas del Norte que varios grupos pacifistas hicieron llegar desde países remotos, entre ellos la Argentina, una descripción de crueldades perpetradas por los ejércitos del Sur en asaltos y batallas, los daños y las deformaciones provocadas por el combustible napalm arrojado sobre campos y ciudades, y dibujos de niños que representan con colores primarios aviones tirando bombas o palomas de la paz.
Por fin se llega hasta la sala Requiem, que exhibe el trabajo de 133 fotógrafos muertos en la guerra. La muestra fue recopilada desde 1997 por los fotógrafos Horst Faas, un alemán que acreditado en Saigón durante el conflicto por la agencia UPI y que también colaboraba con las revistas Time y Life, y el inglés Tim Page, editor de AP en Vietnam por casi 10 años. Fue un libro, una exposición itinerante por varios países y finalmente recaló en el Museo.
Aun en el impacto de sus imágenes, es en ese espacio donde se recupera la respiración que quedó contenida dos pisos más abajo. Cada foto y testimonio refleja un momento en que la necesidad de contar la historia primó sobre la prudencia. Y con ese calidoscopio los estremecidos paseantes juzgan el conflicto y la humanidad que lo llevó a cabo.
Donación
En esa sala se emplazó una vitrina que contiene la Lettera 32 de Ignacio Ezcurra, mi padre, periodista argentino desaparecido hace 50 años, un libro que recoge parte de sus notas y fotografías, el carnet de periodista de LA NACION y una reproducción parcial del último artículo, escrito el 8 de mayo.
Frente a los objetos se realizó un homenaje y un minuto de silencio donde participaron por el Gobierno argentino el embajador en Vietnam, Juan Valle Y el cónsul, Francisco Lobo. Por la parte vietnamita, Nguyen Van Manh, presidente de la la Unión de las organizaciones de amistad de ciudad de Ho Chi Minh, y el coronel Dinh Van Ruat, representante de la asociación de la ciudad acompañado por varios ex combatientes que se mantuvieron erguidos y en silencio. También estuvimos mi hermano Juan Ignacio Ezcurra, mi hija Luisa Duggan y yo por parte de la familia. La anfitriona fue la directora del Museo, Tran Xuan Thao, quien tomó la palabra con evidente emoción, inusual para quien lidia con el tema del museo en forma diaria y con oficio.
Más tarde, la misma Thao servía té a los visitantes. Habían llegado hasta allí, además de otros empleados de la embajada, media docena de argentinos residiendo en Ho Chi Minh. Sus fascinantes historias de progreso y vivencias sin fronteras, se entremezclaban con los recuerdos de las cicatrices de la guerra subyacente.
Recuerdos de la guerra
Thao, que tenía un mes cuando murió Ezcurra, los rememoraba, sin saña ni rencor. "Pensaba sólo agradecer en mi discurso, ya lo había escrito. Pero anoche leí los artículos periodísticos traducidos y volvieron a mí las imágenes de mi infancia, no como si hubieran sido hace 50 años si no ayer. Pensé en mis padres y mis hermanos", decía ya sin contener las lágrimas. Es el museo más visitado de Vietnam y todos los días llegan personas que fueron heridas o perdieron a alguien. La guerra no le sirve a nadie", dijo.
Después del acto también se entregaron dos DVD con las fotos en alta resolución del archivo de Ezcurra, que fueron donadas por la Biblioteca Nacional, custodia de ese material. Una carta de su director, Alberto Manguel, menciona una próxima muestra en Buenos Aires de una treintena de esas imágenes.
El encuentro terminó al mediodía y cada cual volvió a sus ocupaciones. El cielo se oscureció y resonaron los truenos, como sucederá a cada rato mientras dure la larga temporada de lluvia. Así que tomamos las cartas que nos enviaron los hermanos de Ignacio para su desaparecido destinatario, nos enfundamos en los ponchos plásticos que nos unifican con los millones de transeúntes en el hormigueo de la ciudad y partimos rumbo al barrio de Cholón.