Empujada por el miedo a la pubertad, la escritora salió del armario cuando tenía 13 años; hoy es una referente en materia de identidad de género y cuestiona la “multiplicación de categorías”
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Cuando tenía 13 años, la escritora, columnista y filóloga Elizabeth Duval, decidió salir de armario y decirles a sus padres que se sentía mujer. Y lo hizo de una forma muy literaria.
“Me daba tanto pánico decírselo a la familia que escribí en el ordenador una cartita, un texto, con la intención de leérselos. Primero convoqué a mi madre a la habitación, luego a mi padre. Pero yo estaba tan angustiada con lo que les quería decir que no podía leer, no alcanzaba a hacerlo. Así que giré la pantalla del ordenador y les dije a mi madre y a mi padre: ‘Lean’”.
Ocho años después, Duval es considerada un referente trans en su España natal. Nacida el año 2000 en Alcalá de Henares, en 2021 publicó “Después de lo trans”, y en 2022 “Madrid será la tumba” (Editorial Lengua de Trapo), su primera novela, que retrata a la perfección las grandezas y miserias de la capital española.
¿Cómo reaccionaron tus padres cuando leyeron el texto en que les compartías tu transexualidad?
Para mi sorpresa la respuesta fue bastante positiva. Evidentemente, les surgieron algunos miedos, es algo normal, forma parte del proceso. Pero digamos que a partir de ahí nos pusimos manos a la obra, nos pusimos en marcha.
Por aquel entonces yo tenía 13 años, mi cumpleaños estaba cerca y mi gran miedo era pasar a la pubertad y que empezara todo un proceso de masculinización irreversible.
Creo que si no hubiera sido por ese pánico, probablemente no hubiera dado el paso en ese momento.
Mi padre era una persona conservadora, así que seguramente no se lo habría dicho hasta los 18 años, hasta el momento de independizarme. Pero ese miedo que sentía me empujó a hacerlo.
¿En el colegio pasó lo mismo?
No, no. Estaba en un colegio católico de Barajas, donde vivíamos, elegido por una cuestión de proximidad, porque mis padres no son súper creyentes y yo no estaba ni siquiera bautizada.
Y cuando se lo comunicamos la respuesta que obtuvimos fue que no iba a haber ningún tipo de medida de acomodación y que me invitaban a marcharme.
¿Qué pasó después? ¿Cómo fue el proceso que viviste?
Yo quería comenzar el tratamiento hormonal lo antes posible, pero tenía 14 años y no se podía. Era demasiado joven.
Lo que sí era factible -y creo que fui una las primeras personas en España en acceder a ello-, era hacer un tratamiento con bloqueadores hormonales, que servían para parar el desarrollo hasta los 16 años, la edad legal para empezar de tratamiento hormonal.
Y tuve la suerte de que como todavía no había pasado por la parte más importante de la pubertad, pude iniciar un tránsito social sin exponerme demasiado.
Supongo que es ahí cuando empiezan tus lecturas sobre las teorías de identidad de género, escritas mayoritariamente por mujeres, algunas de ellas mujeres trans...
Sí. Y, mis lecturas de política en general. Yo leía mucho ya desde pequeña, sobre todo lo que encontraba en las bibliotecas públicas. Pero fue en esa época, cuando mis lecturas se fueron canalizando.
Recuerdo tres grandes referentes de esa etapa: Marx, Rousseau y Judith Butler. Aunque leer a los 15 años eso te deja también un poco tarumba.
Para ti, ¿la lucha por la identidad de género es una lucha política?
La lucha por el reconocimiento de la identidad de una persona es una cuestión política. Y para mí es lógico que lo sea.
Pero sí creo que puede haber identidades o personas trans, cuya identidad no tenga ese componente político, o incluso sirva políticamente a lo contrario, que represente un modelo conservador.
No por formar parte del colectivo LGTB necesariamente la lucha va a ser feminista, aunque sea algo que va muy ligado.
Hay mucha gente homosexual misógina, habrá muchísima gente LGTB o trans conservadores y que no necesariamente estén por la labor de los objetivos de transformación social.
Para mí sí que había y hay un componente político, por considerarme feminista. Probablemente soy feminista antes que luchadora LGTB.
Escritora, mujer trans, lesbiana... ¿Quién es Elizabeth Duval?
Trans, lesbiana y mujer son etiquetas culturales que me han tocado, y una hace lo que puede con ellas, como a quien le toca ser blanca o tener el pelo negro. Yo me considero sobre todo escritora, creo que es mi parte más central.
¿Por qué elegiste el nombre de Elizabeth Duval?
Mi bisabuela, a la que yo le tenía muchísimo cariño y con quien pasé mucho tiempo durante mi infancia, se llamaba Isabel del Valle. Y mi abuela se llamaba Rita Isabel. Elizabeth viene de ahí, y Duval viene del apellido Del Valle. De hecho, estoy en trámites para que Del Valle sea mi primer apellido.
¿Y te sientes más escritora o columnista?
No tengo ninguna duda sobre eso: si existiera una renta básica universal que nos permitiera a todas no tener que ganar dinero, yo no escribiría una columna en la vida. Hay gente que me dice que se me da muy bien el análisis político y, sí, se me da bien, pero no me apasiona.
Sí que me apasiona y me interesa mucho la política, pero no la figura del columnista. De hecho, para mí es algo que me quita tiempo de la novela o del ensayo.
A veces las columnas te permitir empezar a pensar unas ideas que luego te pueden servir para un ensayo, pero para mí es algo que sobre todo me quita tiempo.
El tuyo es un caso un poco insólito, en las redacciones de los periódicos y las oficinas españolas no hay muchos trans. Durante años, las mujeres trans han estado condenadas a la prostitución y al mundo del espectáculo…
Yo he colaborado mayoritariamente con periódicos bastante progresistas, y jamás he sentido ningún tipo de discriminación en ese ambiente laboral. He sido bastante afortunada.
Es cierto que existe ese techo por el cual no hay mucha gente trans trabajando en medios de comunicación, que creo que tiene que ver con unos factores sociológicos que han hecho que hasta hace no tanto las perspectivas de futuro, de trabajo y de existencia de las personas trans, y en particular de las mujeres trans, se reducían al cabaret, la prostitución…
Pero eso está cambiando. Y dentro de no tanto habrá muchas más periodistas trans, porque hay una generación de mujeres trans que ha podido pasar por el mundo universitario.
A nivel de la calle, de la sociedad, ¿has sufrido transfobia?
Nunca he sufrido ningún caso particularmente violento en la calle. De hecho, he tenido que soportar muchísimos más comentarios asquerosos por estar con otra mujer que por ser trans.
¿Te han atacado más por ser lesbiana que por ser trans?
Claro. La situación típica es aquella en la que te estás besando con una mujer en la calle y pasa uno y dice: “Qué rico, invitadme”, o se pone a mirar, o te grita desde un coche o se pone a seguirnos. Eso me ha pasado ya varias veces.
Y también he tenido situaciones en las que hombres se han puesto un poco pesados en la calle cuando iba sola, lo que es directamente una declaración de acoso por ser mujer.
¿Crees que podríamos decir que no has sufrido agresiones verbales por la calle porque tu aspecto es absolutamente el de una mujer? Al fin y al cabo, nadie va por la calle con un cartel que diga cuáles son nuestros cromosomas sexuales…
Exacto. Sí que las he sufrido, y muy bestias, en redes sociales, donde hay quienes siempre intentan encontrar el ángulo por el cual atacar.
A la gente con una apariencia menos femenina, la critican por eso. Y como a mí no me pueden criticar por eso, han llegado a criticarme por el modo en que me sentaba.
En una entrevista me senté con una pierna sobre la otra (en forma de 4) y me dijeron que esa era una manera de sentarse muy masculina. Es absurdo.
¿Piensas que lo del género se nos puede estar yendo de las manos? En Facebook se puede elegir entre alrededor de unos 60 géneros…
Yo soy muy poco partidaria de esa multiplicación de categorías, que para mí son bastante inútiles porque no describen tantas realidades o experiencias compartidas.
Tú y yo somos las dos mujeres, con lo que implica ser mujer, y es muy posible que nuestras experiencias sean muy distintas.
Pero eso no significa que la categoría de mujer tenga que ser distinta entre nosotras, no implica que no la compartamos. También una mujer negra tiene una experiencia particular de lo que es ser mujer, y eso no implica que no sea mujer.
Pienso que, por ejemplo, que para las personas no binarias no es necesario construir 800 etiquetajes distintos que recojan cualquier pequeño matiz, porque esos matices están presentes todo el tiempo.
No creo que la manera de deshacer las inercias o partes conflictivas, dolientes u opresivas del género sea multiplicando las etiquetas, que además, por pura economía del lenguaje, no pueden funcionar nunca en la realidad.
Se puede conseguir la empatía, el cariño y la comprensión de la gente sobre la realidad de una persona, pero lo que no se puede pedir es que se haga experta en género.
Algunas feministas acusan a las mujeres trans de estar borrando a las mujeres, y se niegan a su inclusión en los espacios para mujeres y en las organizaciones feministas. ¿Qué opinas?
Yo estaba hace poco en la tertulia de un programa de televisión y uno de los temas de ese día, entre tantos, era la cuestión de las reglas dolorosas (España podría convertirse en el primer país de Europa en aprobar el permiso laboral remunerado en casos de menstruaciones dolorosas, una medida incluida en el texto de la reforma de la ley del aborto).
Primero le preguntaron sobre el tema a Gaspar Llamazares (ex coordinador de Izquierda Unida) y luego a mí. Y algunas mujeres se indignaron mucho más porque me preguntaran a mí que porque preguntaran a él.
Yo lo que dije es que me parecía muy bien que en estos casos de menstruaciones particularmente dolorosas hubiera permisos remunerados, porque no es de recibo que alguien que tiene vómitos, náuseas y unos dolores horribles tenga que ir a trabajar. Era la misma postura que señaló otra tertuliana.
Pero lo que hicieron algunas fue señalar que si no había mujeres para llamar, cuando en la mesa estaba hablando en ese momento otra mujer, una mujer cis (los cisgéneros son aquellas personas cuya identidad de género y sexo asignado al nacer son el mismo). Yo no sé dónde se produce ese borrado.
¿Qué te parece la llamada Ley Trans que se está tramitando en España?
Muchas veces se hace un espectro maligno de esa ley sin motivo. En España las competencias como educación o sanidad están transferidas a las comunidades autónomas y estas ya tienen en su sanidad el tema hormonal y las cirugías reguladas.
Lo que hace fundamentalmente la ley trans es agilizar los procesos de cambio de nombre y mención de sexo en los registros. Y he de decir que la mención del sexo es bastante irrelevante, uno no va por la vida, en su cotidianeidad, enseñando lo que ponga en ese papel.
La ley trans permitirá, entre otras, que una persona autocertifique cuál es su género sin necesidad de pasar por un médico.
Sí, eso sí que cambia. Y también cambian, al menos en teoría, los plazos burocráticos. Yo es algo que he sufrido por vicisitudes de la fecha en la que nací. Mi cumpleaños es el 25 de agosto (periodo de vacaciones de verano en España) y cuando cumplí los 18, que era la edad a partir de la cual se podía hacer el cambio registral, no pude efectuarlo.
Me fui a Francia a estudiar y como mi solicitud al Registro Civil para que cambiaran mi nombre y el sexo se demoró meses, tuve que contactar individualmente a cada profesor, salir del armario con cada uno de ellos y explicarle la situación para que modificaran mi nombre.
Porque, además, al juez que me tocó no le gustó mucho la idea de mi cambio de nombre y sexo, así que me pidió muchos papeles para ralentizar el proceso.
Yo no tuve cambiado en el registro mi nombre y mi sexo hasta los 19 años, y en ese tiempo tuve que gestionarme burocráticamente todo por mi cuenta.
¿De dónde surgen tus libros?
Tienen orígenes bastante variados. Este último surgió porque la editorial Lengua de Trapo tiene una colección de nuevos Episodios Nacionales, que consiste en narrar sucesos de la historia de España desde la transición hasta hoy.
Me preguntaron si quería hacer una novela para esa colección, y les propuse primero hacer algo sobre la comuna de Madrid y la ocupación (por parte de un pequeño grupo comunista) de Casa Roja Lavapiés en 2016, fundamentalmente porque me parecía que permitía reflexiones literarias con referencias como a “Los justos” de Camus o al “Romance del comunismo americano” de Vivian Gornick que podían interesarme.
Además, yo había estado en ese momento en Casa Roja Lavapiés y aquel año era militante comunista, lo fui durante un año aunque me fui inmediatamente después y no volví a militar nunca en nada.
Pero muy pronto, se me ocurrió meterle a la novela un contrapunto con Hogar Social Madrid (un grupo neonazi).
Y a cuando empecé a escribir realmente la novela la voz del protagonista de Hogar Social Madrid me resultó, de manera torcida y perversa, tan interesante y fascinante que acabó arrastrando consigo todo el peso narrativo y la novela se convirtió mucho más en el relato de ese protagonista neofalangista que es Santiago.
Por Irene Hernández Velasco
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