Eleonora Wexler: "Me importa la desunión que vivimos como país. Si no estás acá, estás allá. ¿A dónde queremos ir? "
El fuego. Busca un hilo conductor para hablar de las villanas descomunales que interpretó en TV, inmensas en crueldad y en carisma. En el universo ajusticiado con final feliz de la novelas, la maldad de sus criaturas se suele asfixiar con llamaradas. "Me atrae mucho este elemento. Debe ser porque soy de Aries, con ascendente en Leo. Todos signos de fuego. La astrología me parece algo mágico y matemático a la vez si se toma en serio.
-Y quizá también por tu nombre. Elenora, de helios, el sol.
-¡Qué flash!
Calma los ladridos de sus perros que la custodian cuando aparece una presencia desconocida. Le ordena a Ámbar, empapada después de chapotear en la pileta, regresar al jardín para no mojar la casa. Reina, una perrita callejera, podrá quedarse dentro para escuchar la conversación. Eleonora Wexler prepara mate y repasa el mármol impoluto con la esponja de la cocina: "Sí, la limpieza es uno de mis TOC".
Mariposas y flores de colores. Ese motivo alegra el estampado de su musculosa. Naturaleza, aire libre y equilibrio, lo opuesto a esas criaturas torturadas que suele interpretar en televisión. "Todos tenemos algo de oscuridad", asegura. Donde encuentra pureza y fidelidad es en los animales y mientras habla de ellos, una de sus perras le acaricia el cuello con su cabeza. "Cuán genial puede ser que tu veterinario se llame León... Bueno, ése es mi ángel, a quien llamo cada vez que necesito ayuda." Eleonora enumera los animales que tuvo y su procedencia, muchos de ellos de la calle. El pedigrí no la desvela.
Rara avis de actriz popular, curada de todo narcicismo, le gusta cuando hace teatro caminar por la avenida Corrientes después de la función, sin miedo ni prisa y observar. En esas horas que rondan la medianoche la marginalidad y los excesos se iluminan con las luces de las marquesinas.
A la nena de Parque Patricios, excelente alumna y gran atleta, quería que su mamá y su hermana se sentaran juntas en el colectivo para que ella pudiera tomar el asiento junto a un desconocido: "Eran otras épocas, claro. Los miraba y empezaba: ¿Cómo te llamás?, ¿a dónde vas?, ¿qué hacés?, Contáme?." Las historias detrás de las personas. Con esta misma curiosidad, sin acudir a su poder interrogatorio, a la noche, después de cenar, Eleonora miraba por su ventana, frente al colegio Bernasconi. Estudiaba las luces y a veces tenía suerte y aparecía la sombra de un vecino, el disparador que le permitía imaginar la vida de los otros. Hoy las interpreta y esta fascinación se mantiene intacta, con algunos decoros y reglas que impone la adultez, y también la popularidad.
-A veces estoy en un café y es más fuerte que yo. No puedo dejar de mirar a las otras mesas. Se me van los ojos y sé que es feo que te miren, pero quiero saber qué dicen, qué les pasa.
-¿No pensás que ellos te miran porque sos Eleonora Wexler?
-No. No puedo dejar de hacerlo. Voy por la calle y me pasa lo mismo. Miro mucho a la gente.
-En otra mesa, en la de Mirtha Legrand, escuchaste con atención a Elisa Carrió.
-Estaba muy relajada escuchando con respeto, observando, tratando de entender. Tengo la madurez que me dio la experiencia y estoy acostumbrada a compartir momentos con gente que no es del palo. En un momento creo que me mareé. Lilita habló una hora. Ni Mirtha pudo interrumpirla. Hice un comentario que siguió de largo porque pasaron otras bombas más importantes. A mí me importa la desunión que vivimos como país. Si no estás acá, estás allá. ¿A dónde queremos ir? Somos un país nuevo, con una democracia nueva, atravesamos muchas dificultades y crisis, y siempre terminamos sacando la cabeza, pero hay algo que culturalmente tenemos que cambiar.
-¿Cómo se vive la desunión dentro de los actores?
-Hay muchos compañeros que están a favor de un modelo y lo respeto, pero creo que, y quizá me equivoque, como actor tenés que contar una historia y si el público te identifica mucho con algo, se produce una distancia. Es difícil que me puedan separar de esa idea. Está bien tener tu ideología, pero es muy complejo cuando se mezclan los dos mundos: los actores y la política.
-Lo dice quien interpretó a Evita [en Historia clínica].
-Me maravilló hacerlo porque me permitió acercarme a la historia de otro modo. No estaba empapada en la historia de Eva. Me reuní con Felipe Pigna y me habló de la mujer, del ser humano... no del bronce. Dani Mañas [el productor] me contactó con quien armó el Museo Evita qué mal que no recuerde su apellido, porque fue tan amable... ¡lo tuve tres horas con preguntas! Evita hizo tanto en tan poco tiempo. Murió a los 33 y por eso me sorprendió como mujer y me traspasó. Y no tengo nada que ver con el peronismo.
-Pero sí tenés un compromiso e inquietudes. ¿Por qué lo fuiste a ver a Sergio Massa hace algunos años?
-Sé que hay mucho por hacer. La pobreza, los chicos... A mí los animales me provocan algo difícil de explicar para quien no tiene esa sensibilidad. Fuimos con Marcela Kloosterboer a hablar de un tema específico: la tracción a sangre. No le quiero sacar el trabajo al cartonero, pero el animal sufre. Massa nos dio mucho espacio, nos decía que en Europa hay unos carros eléctricos que reemplazan a los animales. Pude contarlo en un momento de la mesa de Mirtha en la que se hizo un silencio. Lilita se comprometió y me dijo que me iba ayudar. Al día siguiente me llamaron de la Coalición Cívica y me contaron que se está reviendo la ley. Tengo el mail de Lilita así que voy a seguir insistiendo.
-¿Y en qué quedó lo de Massa?
-Estoy esperando que me llame. Ojalá.
-Decías que estás madura, que viviste distintas experiencias que hoy te ayudan a plantarte con seguridad.
-Viví cosas que me hicieron reflexionar. Armé una familia y en un momento decidí separarme. Mis papás están juntos desde hace 45 años. Ese es mi modelo de lo que significa ser una pareja, estar juntos. Cuando el papá de Miranda y yo decidimos terminar, no lo tomé como un fracaso, sino como una oportunidad de crecimiento. Entré dentro de mí, viendo qué quería internamente, conectándome con mi hija que ya es una preadolescente. Mi vínculo con ella cambió a partir de mi separación. Me apoyé mucho en mi familia y en mis amigos. Tengo una necesidad de estar más cerca de ellos. Hablo todos los días con mi mamá y mi papá, a veces hasta dos veces. Soy un ser solitario. Disfruto mucho de la soledad. Me gusta quedarme en el jardín, leyendo, tomando unos mates, escuchando música o viendo una serie. Silencio. Esto lo fui descubriendo en profundidad en el último tiempo. Me hizo darme cuenta de que nada es tan trascendente ni tan importante, solo estar sano lo es. Aprendí a disfrutar más del momento, de pequeñas cosas, a estar más contenta con la vida y ser más agradecida.
Como si de un pasajero en el colectivo se tratara, esta vez con la posibilidad de inquirirlo diariamente, habla a cara lavada de su personaje en Noche y Día, a quien está conociendo en cada libreto y en cada escena. En esa vorágine de la grabación de una tira diaria, se detiene varios minutos para mencionar uno por uno a los actores del elenco. Celebra poder compartir escenas con Oscar Martínez, con quien ya había actuado en El descenso al Monte Morgan, dirigidos por Daniel Veronese.
-Hubo mucho revuelvo con esa obra de Miller, donde eras la amante...
-No. No era su amante. Él era bígamo y me había dicho que se había separado. Teníamos un hijo [risas]. ¿Se entiende que estamos hablando de los personajes?
-Hablás en primera persona, defendiendo a tu criatura, incluso aunque no la estés interpretando ahora. Hablás como si el personaje fuese de carne y hueso.
-Sí, siempre, con todos mis personajes. Me acuerdo de la incomodidad del público con el personaje de Oscar. Una noche un tipo me esperó después de la función a la salida del teatro, se presentó y me dijo: "Me sentí muy identificado con el personaje de Oscar". ¿Entendés que me esperó para comentarme esto? Pasaban cosas muy particulares. Había gente que se levantaba y se iba, otra que se descomponía.
-Con Cock [junto a Leonardo Sbaraglia, cuyo personaje, homosexual, se enamoraba de una mujer] también se generó revuelo y debate.
-El público gay no estaba muy de acuerdo, y el heterosexual, tampoco. No sé si es una obra para este momento. Quizá no interesa el planteo de ser o no ser, sino de enamorarse de alguien sin tener en cuenta el sexo. Quizá no va tanta gente joven al teatro y el público que paga una entrada de 250 mangos tiene una forma de vida determinada donde no entra en su estructura de pensamiento esa idea. Sigue habiendo cierto resquemor frente al mundo homosexual. Era difícil lo que me tocaba jugar.
-Otra vez la autocrítica.
-Era una obra rara. De por sí. Que no haya funcionado no significa que para mí no haya sido una buena experiencia. Lo mismo me pasó con Las descentradas [escrita por Salvadora Medina Onrubia, la esposa de Natalio Botana], que no tuvo tanta repercusión y es quizá mi personaje preferido en teatro. Eva Halac me ayudó y me acompañó mucho a hacerla porque no sabía cómo. Fue de verdad una composición, un trabajo complejo, con otra voz, con otro modo de caminar. Me llevó de la mano.
-Necesitás tener un director.
-Mucho. Siempre. A esta altura del partido no quiero caer en el lugar común. El otro día hicimos una escena con Oscar donde lo apuntaba con un chumbo. ¿Por qué lo iba a hacer sacada y gritando? El poder lo tenía el arma. El director y Oscar me ayudaron a ver eso. En teatro, el director es fundamental.
-Además está la guía de tus compañeros, ¿quién sentís que te marcó a fuego?
-Susana Campos y también Alfredo Alcón. En La tempestad él me decía "Hija mía". Pasaban los años y me seguía diciendo así cada vez que me veía. Cuando estaba enfermo, en sus últimos días, lo llamé y cuando le dije quién era, volvió a llamarme "hija mía".
-¿Y tus papás verdaderos? Debe ser raro tener una hija famosa.
-No lo sé. Lo vivimos como algo natural siempre. Mi mamá es una mujer hipersensible. Mi papá es un vendedor nato: te vende cualquier cosa. Y también está mi hermana médica y mis sobrinos. Siempre hubo diálogo y siempre fluyó en la conversación lo que hacía como actriz y les consultaba. Nunca viví a mi trabajo como algo tortuoso, porque cuando se convertía en eso, lo abandonaba. Si no estaba contenta o no me sentía cómoda con algo, mis viejos me sacaban. Nunca padecí nada. Elegía dónde quedarme.
-Contame cómo fue tu primera audición.
-Mi papá veía mis cualidades. En los actos del colegio siempre era protagonista. Y cuando iba al teatro estaba como esperando que me llamaran para participar. ¿Cuándo me llaman?, me preguntaba. Un día salió en un diario un anuncio, decía que venía un musical, Annie. Y mi viejo que me dice: "¿Quéres ir?". Y fuimos. Tenía 8 años. Pasé la prueba de coreografía, al día siguiente la de canto y finalmente la de actuación. Era una escena en la que se me perdía un perrito.
-Te quedaste en esta profesión y creciste.
-Y seguiré creciendo, falta mucho todavía. Pero ahora con menos auto exigencia.
Cae la tarde y el aire se hace más fresco en la cocina. Los perros ladran cuando se detiene la charla y uno de ellos se interpone como obstáculo para evitar que el desconocido suba la escalera. Eleonora da un abrazo y se despide con la mano. Tiene razón. El fuego la define, pero en el vínculo con el otro se transforma en calidez.
Bio
Profesión: actriz
Edad: 40 años
Niña prodigio, a los 8 años fue elegida para integrar el musical Annie, junto a Raúl Lavie, y al poco tiempo Juan Carlos Mesa la convocó para interpretar a su hija en Mesa de noticias. Su romance con la pantalla chica va de La banda del Golden Rocket a la reciente Noche y Día, en El Trece. Juana, su criatura en el suceso Valientes, le valió el Martín Fierro a la mejor actriz de novela. En teatro le dio vida a textos de Shakespeare, Miller, ONeill y Tennessee Williams. Trabajó junto a Alfredo Alcón en La tempestad, donde interpretaba a Miranda, nombre que eligió para su hija.
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