El Zoom del nido vacío: los padres de los que emigran se juntan para sobrellevar la ausencia
Hace una semana que su hija se fue a Londres. Susana Cabrera todavía tiene la emoción de los últimos días a flor de piel. Las valijas, las corridas, las despedidas raras con distancia social. Las sensaciones se le mezclan y cualquier ruido en la casa le parece que es ella que todavía está. Está feliz de que a su única hija, a los 33 años, y en un contexto tan difícil se le hayan abierto las puertas del mundo y pueda alcanzar ese sueño de hacer un master en comunicación política. Y como tiene visa por tres años, sabe que la vuelta de su hija no va a ser pronto.
"Cuando me contó que se iba, la vi tan feliz que le dije que tenía todo mi apoyo. Con la cabeza estaba totalmente de acuerdo. No podía retenerla en el país para que sea una desempleada o subempleada. Se me abrió la generosidad, desear para ella un mundo mejor. Me subí a esa felicidad. Le deseo todo lo mejor. No quiero que fracase y vuelva. Pero… por otro lado, tengo una sonrisa y el corazón arrugadito", dice Susana.
Susana no es la única. Representa atoda una generación de padres que en este contexto ven migrar a sus hijos a otros horizontes, muchos porque tienen oportunidades en el exterior y otros simplemente porque salen a probar suerte, al no poder imaginarse un futuro para ellos en el país. Que navegan entre la alegría de ver progresar a sus hijos y con la tristeza de que ese crecimiento signifique renunciar a tenerlos cerca.
Como ella es psicóloga, conversando con una colega, Silvia Gelván, a la que dos nietas se le fueron hace una semana surgió la idea: armar grupos de reflexión para acompañar a las familias a transitar el duelo de la migración de un hijo. Algo así como un sindicato del nido vacío. La idea no fue convocar únicamente a los padres, también a los hermanos, a los abuelos y hasta los amigos, que deben convivir con el lugar vacío. No solo deben elaborar la ausencia, o imaginarse nuevos proyectos en los que los hijos o los nietos no serán parte de la vida cotidiana. También muchos deben aprender a sobrevivir a la sensación que queda flotando en el aire de que el éxito está afuera y que quien se queda enfrenta un futuro incierto.
Desde que sus hijas y sus nietas se subieron al avión, Susana y Silvia empezaron a trabajar en el proyecto, alimentadas por la experiencia y por las historias que les llegan a ellas mismas como terapeutas, ya que se trata de una situación cada vez más frecuente en las familias de clase media, con hijos profesionales que buscan un futuro laboral fuera del país. Crearon una serie de cinco reuniones no aranceladas, de 30 personas por vez, que se encuentran por Zoom. Son grupos de familiares de migrantes. Se llaman "Cunas con Alas", la contracara de la sensación del nido vacío.
Liliana es la mamá de Victoria Barbarrosa, una abogada de 23 años que pensaba irse a España en junio y que tuvo que recalcular sus planes por la cuarentena. La idea de irse sigue viva, y será para mayo del año próximo. Liliana dice que siempre la apoyó. "¿Cómo le voy a decir que no? Si en el país, como profesional no tiene futuro. Yo, ya tengo mi vida hecha acá. Y me sería muy difícil. Pero creo que lo mejor que ella puede hacer es abrirse camino afuera. Que se queden para ganar en pesos es la peor decisión que puede tomar. Hoy ella tiene dos trabajos para poder pagar el alquiler y es impensado que pueda comprar una casa. Cuando yo crecí, los profesionales de clase media teníamos proyecciones. Todo costaba pero llegaba. Para la generación de ella, no. Por eso celebro que se vaya", dice. Sabe que la va a extrañar, pero cree que la tecnología va a hacer que las distancias no sean tan graves. "Hablamos más ahora en la cuarentena por videollamadas que cuando vivía en casa", dice.
"Estoy feliz de que haya viajado.. Pero ahora es muy reciente. Sé que vendrán cumpleaños, fechas especiales y va a ser difícil. A todo lo incierto del panorama se le suma la situación del Covid. Yo pienso que vamos a viajar, nos vamos a ver. Pero hay una nueva mutación, se habla de una tercera ola de contagios. Es difícil imaginarse lo que va a venir", cuenta Cabrera.
Algunos de los relatos de los padres de hijos emigrados dan cuenta de que no siempre es sencilla la distancia. "El contexto actual de la pandemia le pone una carga especial a la decisión de los hijos de emigrar. El mundo se volvió más incierto. No sabemos cuándo y como vamos a poder viajar. Si vamos a tener los recursos económicos, con la devaluación del peso, para poder visitarlos todo lo que nos gustaría. Y aún así, si las condiciones de salud lo van a permitir. Pero, depende de cada familia, de su capacidad para elaborar las nuevas situaciones que propone la nueva dinámica del mundo globalizado en pandemia", dice Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Los dilemas de las familias desmenbradas por las migraciones son planteos que llegan casi todos los días a los consultorios. Los hijos que se van y la familias que se quedan con esa sensación de espacio vacío son parte de la nueva normalidad.
Cuando un hijo decide irse, en toda la familia quedan dando vuelta en el aire proyectos e ilusiones que ya no son válidos. La nueva realidad familiar irrumpe y descoloca, dice la psicóloga Elina Aguiar, que realizó una investigación sobre el impacto de la emigración en los vínculos de familia y pareja. "El vínculo que resultó conmovido por la emigración implica una perturbación, un descoloque, a nivel individual, familiar y social. Ante la emigración se pone a prueba la capacidad de esas configuraciones vinculares de albergar lo imprevisto, lo incierto, lo ajeno del otro y la capacidad de transformar las situaciones que producen malestar en vectores de creación", dice Aguiar.
También se ponen en juego los juicios de valor que atravesaron a la familia los años previos. "Cuando los que migran se sienten expulsados por un sistema económico y social que no los valora, su entorno y ellos mismos emiten juicios de valor. Son frecuentes, por esa tendencia a simplificar, dicotomizar las situaciones complejas", dice Aguiar. La idea de alcanzar el éxito en el exterior y que no hay futuro para quien se queda, sobrevuela hoy el imaginario social.
"Muchas veces nos criticamos con Liliana, mi señora por haber hablado de los problemas de la Argentina en la mesa. Los hijos dicen que no. 'Somos grande, papá. Ustedes no nos echaron. Nosotros tomamos nuestra propia decisión', nos dicen", cuenta Marcos Efron, padre de tres hijos que se radicaron en Estados Unidos, Perú y Ciudad del Cabo. Laura, la más chica, volvió hace unos meses y con su pareja Edwin, que es de Zimbabwe y Aya, su hija de un año y medio que nació en Sudáfrica. "Nos estamos tomando revancha de esas ganas de ejercer como abuelos, aunque lo somos desde hace 15 años, pero la distancia", cuenta Marcos.
"No es nada sencillo tener a tus hijos viviendo en el exterior. La primera experiencia te llena de orgullo. Cuando nuestro segundo hijo nos dijo que había enamorado de una chica de Perú y se fue a vivir a Lima, lo ayudamos a desarmar el departamento. Llorábamos mientras hacíamos la mudanza, porque ya sabíamos lo que significaba. Y cuando la más chica, que es historiadora y se especializó en las historia de África y Asia, nos dijo que se iba a hacer un posgrado a Ciudad del Cabo, se nos desgarró el corazón", cuenta Marcos.
"Tener un hijo que pueda acceder a una universidad prestigiosa, que tenga trabajo y se abra camino con éxito es todo lo que uno quiere como padre. Pero todavía hablo de esto y me emociono. Porque cuando llegan los nietos en el exterior es otra cosa. Durante mucho tiempo estuvimos nosotros dos solos. Viajamos mucho. Pero la sensación es rara, estás contento, pero por otro lado, uno sufre mucho la distancia. Ahora, el regreso de Laura esta cuarentena nos llenó de alegría", dice.
Uno nunca se acostumbra a las despedidas
A pesar de que hace seis años que su hijo se fue a vivir a Londres, Silvia Samatan dice que no hay un día en que se pueda acostumbrar. "Cuando desarmó el departamento vinieron tantas cosas a mi casa, que me lo encuentro todo el tiempo", dice. A veces, prefiere imaginar que todavía Diego está en Buenos Aires y que en cualquier momento va a ir a visitarlos a Pilar. Viaja seguido, cada vez que puede. Pero con la pandemia se está haciendo más larga la distancia. "Ojalá pueda venir el mes que viene para mi cumpleaños de 70", dice Silvia.
El hijo de Silvia es periodista deportivo. Cuando el ofrecieron trabajo en Wimbledon, no lo dudó. Aunque sabía que era difícil que volviera, se ilusionó con la idea de que el clima tal vez lo hiciera volver. Porque su hijo ama el sol y la vida al aire libre. Pero aún así, encontró su lugar en el mundo en Londres.
"Cuando le ofrecieron el trabajo, nos contó y yo re contenta porque era un buen futuro para él. En ese momento no medí la ausencia ni el desarraigo. Pensé en él y su futuro. Fue muy rápido. Lo ayudamos a desarmar su departamento. Y allí empecé a conectarme que no lo iba a ver por mucho tiempo. Ahí cayó ese ladrillo. ¿Cuándo lo voy a volver a ver? Tuve toda esa mezcla de sentimientos. La felicidad de su futuro y la tristeza del desarraigo. El cumplía un sueño. La despedida fue tremenda. Es hasta el día de hoy que cuando viene y se vuelve a ir es un mazazo al alma. Te das cuenta que estamos del otro lado del mundo. Que uno no puede ir como uno quisiera. Se siente. ¿Te vas acostumbrando? No. La ausencia sigue. Yo no la supero. Hoy, a la ausencia se le suma la situación del país. Pienso qué bueno que no está. Porque acá no tenemos estabilidad", dice Silvia.
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