El tucumano que voló con Saint-Exupéry
Vito Palazzo, de 90 años, recuerda al autor de "El Principito" como un verdadero caballero del aire.
MAR DEL PLATA.- "Pensábamos que estaba loco." Vito Palazzo no duda en apelar a su sinceridad cuando recuerda aquellas jornadas en el hangar que Aeroposta Argentina había habilitado en Comodoro Rivadavia.
Bajo ese techo de chapa helada por la escarcha y los agudos silbidos de los vientos del Sur, los pilotos veían al jefe del grupo cuando tomaba apuntes en una libreta de bolsillo después de cada vuelo.
El misterio de aquellos manuscritos se develaría transcurridos veinte años de aquellos días y casi seis desde que se enteraron de la muerte de aquel robusto francés que no había dejado más que admiración y respeto entre los aviadores patagónicos.
Una mañana de 1951 Palazzo ingresó en una librería y al recorrer las estanterías un nudo se le hizo en la garganta: en el angosto lomo de un ejemplar vio brillar el nombre de Antoine de Saint-Exupéry.
A través de "El Principito" comprendió entonces que aquel fantástico aviador que los conducía no sólo era una gran persona. "También -afirma- era un maravilloso escritor."
Aquella entrañable amistad que forjó con Saint-Exupéry permanece intacta todavía hoy en el corazón de este tucumano de 90 años. Vive en Mar del Plata junto con su esposa, Lelia, y tiene tan clara su memoria como claro tuvo el momento de abandonar la aviación tras el nacimiento de su primera hija.
Apenas si ha resignado la vista de su ojo derecho, castigado por el monóculo de su eterno oficio de relojero, pero el mismo que le permitió ser campeón de tiro en su adolescencia y espiar por detrás de la guardia alta y prolija en sus años de boxeador.
A Saint-Exupéry lo conoció en la Patagonia. Palazzo hizo la conscripción en Bahía Blanca y pronto se unió a su hermano Próspero, el primero que heredó la pasión por los aviones cuando se criaron a metros del aeródromo tucumano.
Próspero había llegado al Sur durante el desembarco de Aeropostale, la empresa francesa que de la mano de Saint-Exupéry y Jean Mermoiz inauguró el 1º de noviembre de 1929 la línea aérea comercial que unía esa localidad con Bahía Blanca. Y pronto la pericia de Vito se ganaría su lugar en los mismos hangares.
De puño y letra
Saint-Exupéry logró la admiración de sus colegas argentinos desde el mismo momento en que tocó estas tierras. "Formalmente era el jefe, pero al bajar del avión era uno más de nosotros", insiste Vito.
Pero así como por momentos dudaban de su cordura cuando tomaba aquellos eternos apuntes, la admiración no merecía crítica alguna cuando era el turno de juzgar su estilo de vuelo.
"Saint-Exupéry -relata Palazzo- era correctísimo en todo sentido y más aún cuando subía al avión, donde la obligación era cumplir con las misiones encomendadas."
Con esa consigna, no había permiso ni margen para las piruetas ni para la acrobacia con los Laté 25 y 28 que constituían la flota: una tentación para los pilotos, un motivo de despido para la Aeropostale.
Además, el francés era el primero en reconocer que subir al avión no garantizaba el regreso con vida. Tanto es así que antes de cada partida hacía formar a los pilotos y a los mecánicos de la empresa: "Saludaba a uno por uno porque podía ser la última vez", dice.
Palazzo no se cansa de recordar aquellos momentos vividos junto a Saint-Exupéry, alguno de los cuales el propio francés supo eternizar en sus libros.
Todavía se acuerda de que el líder del grupo solía reconocerlos desde unos metros sin necesidad de verlos: "Para combatir el frío -relata- nos envolvíamos el cuerpo con diarios, y por el ruido del papel Antoine decía: "Ahí vienen Vito y Próspero"".
La libreta del autor de "El Principito" se llenaba día tras día de frases y de garabatos.
"Escribía con pluma fuente, pero invertida", recuerda el tucumano. "Así -cuenta en voz baja, como si fuera un secreto- podía hacer su letra pequeña sin volcar demasiada tinta sobre la hoja."
Fantasía y realidad
Por ese entonces no sabían qué escribía, así como muchas veces no le creían los relatos de sus vuelos por el norte de Africa, donde aseguraba que los marroquíes castraban a los pilotos que no traían en tiempo y forma la correspondencia procedente de Europa.
"Hablaba con naturalidad -recuerda Palazzo- y cada historia nos parecía que estaba rodeada de mucha fantasía, aunque con el tiempo comprendimos que no mentía."
Aún hoy este viejo compañero de Saint-Exupéry siembra dudas en torno de cómo murió durante su participación en la Segunda Guerra Mundial.
Palazzo tiene una teoría en la que juega y mucho todo lo que lo conocía como piloto: "A Antoine -dice con total seguridad- lo encerraron entre dos aviones y lo acribillaron sin piedad".
Y así como en una célebre necrológica el escritor Henry Bordeaux habló del trágico final de Saint-Exupéry como "una muerte ascendente, un verdadero despegue", Vito Palazzo también recurrió a la elipsis cuando tuvo que dar parte de la muerte de su hermano, víctima de un fallido parte meteorológico que jamás anunció la tormenta de nieve que lo dio por tierra.
El mortal accidente fue el 23 de junio de 1936, pero el cuerpo y los restos del Laté 28 aparecieron varios días después.
Palazzo jamás quiso decir que su hermano y amigo había muerto, pero en el telegrama lo dio por entendido: "Próspero -les escribió a sus padres- hoy voló tan alto que aún está extraviado en el cielo".