“El Titanic argentino”. Cómo es la osada expedición submarina de profesores y alumnos al barco que naufragó dos veces
Inspirado en las hazañas de Jacques Cousteau, un ingeniero desarrolló su emprendimiento de tecnología oceánica; convocó a colegas y estudiantes universitarios para encontrar la la lámpara de navegación del Monte Cervantes
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A sus ocho años, Carlos Alejandro Pane, quedó cautivado por las expediciones de Jacques Cousteau, el oceanógrafo francés que a bordo del Calypso exploró las costas más lejanas y se aventuró en los mares más peligrosos del mundo para desentrañar los misterios de la vida submarina. Las hazañas del expedicionario, su “héroe de carne y hueso”, imprimieron su personalidad y hoy, a los 57, inspirado por el espíritu audaz del francés se embarca en una travesía persiguiendo un sueño de niño, la búsqueda de una reliquia histórica que se esconde en las profundidades del mar austral.
El ingeniero desarrolló su propio emprendimiento de tecnología oceánica al que convocó a colegas docentes y estudiantes de ingeniería con quienes anhela encontrar la lámpara de navegación del Monte Cervantes, un buque de pasajeros alemán que naufragó dos veces en las aguas heladas de Ushuaia donde merodean orcas y focas leopardo. El artefacto fue visto por última vez en 2000 cuando buceadores alemanes se sumergieron en el Canal de Beagle, punto de su segundo naufragio, y lograron capturarla intacta en una filmación. El “Titanic argentino” es una embarcación que perteneció a la empresa germana, hoy convertida en la Hamburg Sud -conocida mundialmente por el transporte de contenedores- y se hundió en 1930 al golpear una roca sumergida y luego, en 1954, en un intento fallido de remolcarla para su desguace. De sus 1117 pasajeros se cobró la vida de una única víctima, el capitán del barco que no abandonó la nave y desapareció con los restos. Asistidos por los ROV, minisubmarinos no tripulados, y buzos científicos, los ingenieros realizarán la expedición con el propósito de visibilizar el patrimonio cultural, naval y arqueológico de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
“Hace cinco años empezamos la empresa y en los últimos dos, nos interesamos por los naufragios en Tierra del Fuego que está rodeada de ellos por su condición insular. A los 57 me sentí atraído por el mar, los misterios frente a las costas de Ushuaia y en especial por nuestro Titanic argentino, el Monte Cervantes. El barco quedó fraccionado en dos puntos bajo el agua, las cabinas están sumergidas a 35 metros de profundidad y el casco a 140. Hacia allí vamos con nuestra tecnología”, dice a LA NACIÓN Pane, fundador de Deepwater, entre los nervios y el entusiasmo mientras ultima los detalles del operativo.
La travesía a los restos del Monte Cervantes
La expedición partirá de la ciudad de Ushuaia en un catamarán hacia el Canal de Beagle, un trayecto de 15 kilómetros en aguas abiertas. Una vez que alcancen el punto donde creen que se ubica la lámpara náutica, a 35 metros de profundidad en una zona de bosques de algas, tendrán una hora para posicionarse y luego desplegar los ROV. “Que bajen también los buzos científicos va a depender de las condiciones de la fauna porque hace dos días se registró en la zona la presencia de orcas y focas leopardo, que son más agresivas y territoriales”, dice y explica que es inusual que se vean en esta época del año y que posiblemente el motivo de su avistaje responde a momentos en que están hambrientas por no conseguir alimento en mar abierto y se aventuran en la bahía persiguiendo a las colonias de lobos marinos y ballenas.
Pane es docente de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego y fundó el proyecto Deepwater, de forma privada con otros profesores y un grupo de estudiantes de ingeniería industrial. “El financiamiento sale de nuestro bolsillo y tenemos tres minisubmarinos de los cuales vamos a usar dos en la travesía. Hay un cuarto que nos va a llegar en diez días, que es más grande, similar a los que utiliza el cineasta James Cameron”.
A cargo de pilotear los ROV están los estudiantes. Estos minisubmarinos realizan bajo el agua una tarea equivalente a la de los drones en el aire, a diferencia que los primeros no son inalámbricos y dependen de un cable conectado a un control para operarlos de forma remota. Los más pequeños, con los que intentarán localizar la lámpara náutica, tienen un valor de US$25.000, contando los accesorios. El más grande, vale aproximadamente US$100.000 y estará reservado para una expedición futura al casco del Monte Cervantes, sumergido en aguas más profundas.
De ser exitosa la misión, encontrarán la lámpara de navegación, un artefacto que usaba el buque como si fuera un faro acuático para advertir a otras embarcaciones de su presencia y posición en el agua. Su conservación después del naufragio era una suerte de mito entre investigadores náuticos. Corría el rumor que unos buzos alemanes habían filmado la reliquia histórica en 2000, pero nadie había visto la grabación. Un video perdido. Pane investigando sobre el Monte Cervantes envió a su hijo a Alemania quien dio con un archivo naval que luego confirmó la existencia del material fílmico, en formato de cinta, de una duración de dos horas que tuvo que ser digitalizada. “En el registro se ve la lámpara de navegación sana, entera, en un recorte del naufragio, y de la grabación extrajimos los datos para ubicarla y creemos saber dónde está. Conseguimos también los planos originales del Monte Cervantes provistos por la Hamburg Sud y con georeferenciación vamos a anclar el catamarán en un lugar próximo a dónde debería estar. Puede ser que esté o haya colapsado bajo el agua después de 93 años de su hundimiento. Sabemos que hasta 2000 estaba firme y estable bajo el agua. Es muy pesada y del tamaño de una heladera”.
Pane destaca que el rol de sus alumnos de ingeniería como pilotos del ROV es fundamental: “Están muy entusiasmados con la aventura y entienden muy bien la tecnología, no tienen ninguna dificultad para manejarla”.
Rocío De Felice, alumna avanzada de ingeniería industrial en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, es parte del grupo de estudiantes de Deepwater que dirige Pane. “En el equipo todos hacemos todo y nos rotamos las tareas en el operativo. Lo que más realizo son tareas de calibración, monitoreo durante la navegación del ROV, a veces lo piloteo o asisto al piloto designado”, cuenta a LA NACIÓN De Felice, de 30 años. Y agrega: “Tener esta experiencia tan cerca de graduarme de ingeniera es muy satisfactorio. Son oportunidades que no se viven todos los días, y menos tan al sur de nuestro país. Nos hace crecer y nos da una visión bien clara de la profesión que elegimos”.
El bautismo de agua de los estudiantes fue una inmersión que realizaron en febrero al Vapor Sarmiento, un barco que se hundió en 1912 cerca de la costa en la bahía Remolinos, al sur de la Península Mitre en Tierra del Fuego. “Fue una primera experiencia muy importante porque nos expuso a distintos obstáculos que podríamos también encontrar en la expedición al Monte Cervantes, como el clima y los bosques de algas en la zona que implican un riesgo alto de enganche. Tenemos que maniobrar con mucho cuidado lo que nos requirió meses de preparación de los equipos y práctica”, dice De Felice.
El objetivo de los estudiantes es alcanzar las cabinas del Monte Cervantes, estudiar su entorno y filmar y fotografiar el interior para exponer el material en el Museo Marítimo de Ushuaia. “Es una investigación para hacer un aporte a la ciudad. Se eligió esta época porque en julio hay menor actividad biológica en el mar que hace que el agua esté más clara y aumenten las posibilidades de ver el naufragio”, refiere De Felice.
Unos de los motivos de explorar el Monte Cervantes fue que para la empresa implica un menor costo logístico por su cercanía a Ushuaia que lo hace más accesible que los otros 900 naufragios que rodean Tierra del Fuego y no están tan documentados. El buque después de su primer naufragio permaneció 24 años tumbado de costado en el Canal de Beagle lo que permitió en el tiempo documentarlo bien y registrar material.
Una fortuna de dos naufragios
De acuerdo con la información publicada por la Fundación Histarmar, dedicada a la historia y arqueología marítima, y el boletín del Centro Naval Argentino, el Monte Cervantes se construyó en Alemania, en un astillero de Hamburgo. La caracterización de “titán” le cabía como emblema a este barco de 13.600 toneladas, 159,7 metros de eslora (largo) y 20,1 de manga (ancho), propulsado por la fuerza de cuatro motores diésel de seis cilindros y hotelería de lujo con capacidad para albergar a 2000 pasajeros y tripulantes. Entre las cuantiosas virtudes del poderoso crucero, la buena fortuna no fue una de ellas. En su viaje inaugural en 1928, una travesía turística por el Círculo Polar Ártico embistió un témpano de hielo que perforó el casco y tuvo que ser remolcado a Noruega para ser reparado. Luego fue asignado por la Hamburg Sud al traslados de pasajeros en Sudamérica.
El 21 de enero de 1930 zarpó de Buenos Aires con 1117 tripulantes hacia la zona austral argentina haciendo un escala en Puerto Madryn. Llegó con éxito a Ushuaia, pero no repitió la suerte para alcanzar el siguiente destino que era Punta Arenas en Chile. El 22 soltó amarras y navegó por el Canal de Beagle rumbo a la bahía Yendegaia, sorteando aguas peligrosas con rocas no cartografiadas por los mapas de la época cerca del faro de la isla Les Eclaireurs. El capitán, Teodoro Dreyer, sorprendido por las piedras maniobró esquivando las primeras que encontró hasta que una golpeó la proa del barco y se hundió atrapado en un arrecife. El capitán permaneció a bordo con una dotación reducida de tripulantes y ordenó la evacuación de los pasajeros que rescató el buque de la Armada ARA Vicente Fidel López y los llevó a Ushuaia. El evento revolucionó la ciudad que en aquel entonces era un pueblo de 800 habitantes, superados en gran escala por los supervivientes. Esto requirió que se tuvieran que racionar los alimentos en la isla, hospedarlos en casas, campamentos improvisados, la iglesia y la mayor cantidad fue alojada en el histórico presidio junto a los prisioneros.
La hostilidad del clima y las condiciones del naufragio hicieron que fuera una proeza de los marinos que se sufriera una sola víctima. El capitán Dreyer no abandonó el barco y desapareció en las aguas heladas un día después del accidente cuando la nave dio vuelta de campana. En 1954 fue reflotada -después de dos años de trabajos de vaciamiento del agua y sellado de los orificios- para una posible reparación o el desguace de sus materiales. Una de las cuatro embarcaciones que la remolcaban se zafó en el Canal de Beagle, reventando los mamparos que mantenían las burbujas de aire para que no entre agua otra vez y se produjo el segundo hundimiento. Fue a 140 metros de profundidad, donde ahora descansa el casco, y casi hace naufragar en la operación a las naves remolcadoras.
Próxima expedición
La búsqueda de la lámpara de navegación es solo un primer paso de Deepwater en la reconstrucción de la historia del Monte Cervantes. La siguiente aventura será donde está hundido el casco. “Tenemos muchas expectativas. En 2000 un equipo alemán intentó llegar. Está a mayor profundidad que las cabinas y no lo logró porque el frío afectó las válvulas del sistema de buceo. Si esta misión tiene éxito va abrir las puertas para que en un futuro lleguemos allí con menor dificultad que un equipo de buzos”, sostiene De Felice.
Por su lado Pane, en el rol de líder se entusiasma y cauteloso anticipa los preparativos de la próxima travesía en la que va a poder usar el ROV más grande: “La expedición al casco va a ser delicada porque está en el medio del Canal de Beagle. Hay corrientes y animales marinos grandes por lo que nos tenemos que preparar muy bien”.
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