El templo del vino
Junto a Saint Felicien recorrimos la tienda Lavinia, de París, que guarda en sus estanterías reliquias de otros tiempos, vinos de todas las regiones de Francia y del mundo, botellas de hasta 7500 euros, y ofrece, entre otras curiosidades, catas de whiskies japoneses
Una parada obligada de este tour eno-gastronómico –que empieza en París y termina en Menton, el pueblito fronterizo donde Mauro Colagreco lleva adelante su restaurant Mirazur– es la tienda Lavinia, dedicada a absolutamente todas las aristas del cosmos vinícola, desde la venta del revolucionario Coravin (el sistema que permite tomar vino por copa sin descorchar la botella), hasta la comercialización de extrañas y carísimas etiquetas, pasando por catas de whiskies japoneses y sofisticados souvenirs.
Recorrer los extensos pasillos de este templo de Baco ubicado cerca de La Madeleine es como entrar en un museo o en una biblioteca y quedar boquiabierto con los hallazgos que exhiben sus estanterías, donde las botellas descansan siempre en rigurosa forma horizontal. Hay referencias de todo el mundo, con el acento puesto en Francia, de cuyas bodegas más renombradas aparecen añadas fuera de serie, como un Château Lafite Rothschild 1996 que se vende por poco más de 2.000 euros o un Pétrus 1989 que cuesta la friolera de 7.500 euros.
Cada región francesa cuenta con su apartado en este inmenso local del primer arrondissement de París: Bordeaux, Bourgogne, Rhône, Languedoc-Roussillon, Loire, Alsace, Provence, Corse y Jura. Luego, dentro de cada geografía, aparecen variadas subregiones; por ejemplo, en el caso de Bordeaux, la cuestión se divide históricamente en rive droite y rive gauche, es decir margen derecha y margen izquierda del río Garonne, casi como un Boca-River del ámbito del vino. Luego, otro gran protagonista del local es el champagne, del que figuran bajo llave ejemplares de marcas míticas como Cristal, Krug, Taittinger o Billecart-Salmon en botellones Matusalem de seis litros.
Recorremos la exclusiva cava que se mantiene a 14 grados de la mano de Fabrice Charlot, el gerente de la tienda, que nos cuenta de las preferencias de sus clientes más exóticos. Al parecer, en los últimos años el vino francés causó furor en Asia. De hecho, el grupo Domaines Barons de Rothschild Lafite puso un pie en el continente asiático, desembarcando en China, donde produjo su primera botella en 2014, aunque por ahora no conocerá el mercado por encontrarse en etapas de desarrollo experimental.
Charlot relata, a modo anecdótico, que los chinos tienen un enorme conocimiento de los viñedos de Bordeaux y los japoneses, de las viñas de Bourgogne. “En la mayoría de los casos”, aclara, “saben mucho más que los franceses”.
Terminamos este enriquecedor periplo en el restaurante del primer piso, lugar en el que se pueden probar los seis mil vinos que se comercializan en Lavinia. Ordenamos jamón de bellota, varias burratas y una potente dosis de foie gras, que acompañamos con vinos de distintas procedencias, destacándose un Tokaji húngaro de 2005 y un Monte Bello californiano cosecha 1999.
LA NACIONTemas
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