Él, su jefe y una pequeña mentira compartida
¿Cuánta temperatura es capaz de aguantar el asfalto antes de derretirse? ¿Y las personas? El calor viscoso, espeso, pegajoso, pringoso, aplastante, agobiante de los meses de verano lleva a tomar decisiones que en temperaturas tolerables no aparecen en la cabeza de los habitantes de las oficinas de Microcentro. Decisiones que están fuera del protocolo formal de la empresa en que uno trabaja.
El punto es cuando la decisión tomada es la misma que tomó el jefe, y ambos se descubren. Dos mentiras en una misma pileta a cielo abierto. El que había empezado con esa rutina para aliviar el sofocón fue el jefe, Ricardo. Juan veía que las reuniones de Ricardo fuera de la oficina en horario de almuerzo se extendían: “La oficina a esa hora estaba muerta, más de la mitad de los empleados de vacaciones, pero también de vacaciones clientes y proveedores; no había demasiado para hacer. Además el aire acondicionado venía teniendo problemas y el técnico no daba en la tecla para terminar de repararlo, y venía cuando podía”.
Temporada altísima de reparación de aires. Entonces Juan decidió que la hora para almorzar se convertiría en dos. ¿O tres? “El lunes avisé que tenía médico al mediodía; el martes, que iba a un almuerzo de trabajo; el miércoles ya ni avisé.” ¿A quién le importaría, si era el único de su área, había casi nada para hacer y en esas horas el jefe ni pintaba por la oficina? Esa semana fue un poco más feliz. Se calzaba malla y antiparras y nadaba, nadaba, nadaba en el agua fresca de la pileta.
“Cuando estaba terminando un largo de pecho, ya relajándome antes de salir, llego al borde de la pileta, levanto la vista para ver la hora en el reloj de la pared y me encuentro con unas patas peludas. Levanto más la cabeza y veo la cara de mi jefe ¡Me quería morir! Pero al segundo, pensé que él también estaba en infracción”, cuenta Juan. Ricardo lo miró con una media sonrisa (también estaba desconcertado pero con unos minutos de ventaja al haberlo visto antes), y Juan hizo una mueca que fue un intento falldio de hacer otra media sonrisa. No se hablaron. Juan se quedó unos minutos más en la pileta para no tener que cruzarse con Ricardo en el vestuario, mientras que Ricardo se cambió apurado, también para evitar otro cruce.
Nunca hablaron de ese encuentro. Para ambos fue la última vez en la pileta cercana a la oficina. Juan volvió a tomarse una sola hora de almuerzo. Ricardo eligió otra pileta y empezó a hacer sesiones de nado más cortas para volver antes a la oficina.
Permitidos
Falta de trabajo en la oficina, calor agobiante, jefe que también se da libertades. Juan consideró que podía tomarse un tiempo para sí mismo en un contexto que de algún modo lo habilitaba. Mercedes Korin asesora en desarrollo profesional, habla de lo habitual que es darse un tiempo en la oficina. “La mayoría de las personas empleadas se da sus permitidos. Navegar en la web en la computadora del trabajo seguramente es de los permitidos más habituales, no solo porque hoy las pantallas son un hábito casi adictivo para muchos sino porque la posición física que adoptamos es similar a la de estar trabajando”, señala.
Cuando los permitidos no se camuflan en el “como si”, los riesgos son mayores porque las empresas no están preparadas para admitirlos, señala Mercedes. “Las empresas convencionales suelen determinar que los empleados cumplan un horario y a veces esto no se condice con los objetivos que cada empleado debe alcanzar, quedando tiempo libre. Lo saludable sería que las empresas hagan primar los objetivos por sobre el horario, para que si el empleado alcanza los objetivos en cierto tiempo, exista un margen del que él pueda disponer. Esto puede suceder sobre todo en épocas en que hay un menor caudal de tareas, sabiendo que en otros momentos, por la demanda de trabajo, esto no es posible e incluso se piden horas extras. Las personas son más eficaces en seis horas de trabajo que en ocho o nueve”.
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