El Sarmiento de la discordia, la casona de Rosas y el monumento al prócer sanjuanino: “Parece un gorila”
En 1900 se inauguró en Buenos Aires, pero la obra despertó críticas y se temieron escenas de violencia.
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A Domingo Faustino Sarmiento le debemos, entre muchas otras obras, la creación del parque Tres de Febrero en la ciudad de Buenos Aires. Más conocido como los Bosques de Palermo, se ubica en terrenos que pertenecieron a Juan Manuel de Rosas, a quien el sanjuanino consideraba como el gran responsable de la paralización del progreso en el país.
No es casual que el nombre recuerde la fecha de la Batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) en la que Rosas fue derrotado por Justo José de Urquiza y que significó el fin de la vida pública del caudillo federal.
Pero Sarmiento no fue el único que consideraba de esa manera a Rosas. El 3 de febrero de 1899, justo 47 años después de la famosa batalla, el intendente Adolfo Bullrich hizo demoler la casona de Rosas en Palermo. En su lugar, actualmente a metros de la intersección de las avenidas del Libertador y Sarmiento, se erigió una estatua al prócer.
El 25 de mayo de 1900 se inauguró el monumento con un acto al que asistieron el presidente Julio Argentino Roca, numerosas personalidades y algunos vecinos curiosos. Lo que debió ser una fiesta terminó en un escándalo y con personas muy disgustadas, no con la estatua sino con el autor de la misma, nada más y nada menos que el renombrado artista francés Auguste Rodin.
A dos años de la muerte de Sarmiento se decidió homenajearlo. Un grupo de notables, encabezado por Aristóbulo del Valle, y entre los que se encontraba Miguel Cané, fue responsable de la concreción del proyecto. El pintor Eduardo Schiaffino había llegado de París deslumbrado por el arte de Auguste Rodin y su influencia definió que el francés fuera elegido, en 1894, como realizador la obra.
Rodin, padre de la escultura moderna, tenía 54 años y se encontraba en una etapa de gran madurez artística. Vale aclarar, antes de proseguir con su descripción, que esta estatua fue la única que hizo para el extranjero. El monumento en su conjunto constaba de una efigie de bronce del prócer, de algo más de dos metros, un pedestal de mármol y una base granítica. El artista se valió de fotos del ex presidente de la Nación como inspiración para tallar la obra.
El día de la inauguración, cuando se descubrió la obra, estalló la crítica. El público pasó del entusiasmo al asombro y a la indignación.
El problema no fue la estatua en general, sino su cabeza. “Parece un gorila”, dijo el arquitecto Enrique Chanourdie. La mayoría de los asistentes consideraban que no le hacía justicia al padre del aula. “Es difícil concebir algo más feo, más vulgar, casi repulsivo y, por lo tanto, menos parecido a Sarmiento que el perfil de su estatua”, remarcó el diario LA NACION. Hubo pegatinas en el pie del monumento pidiendo que se lo abatiera. La situación se desbordó y el intendente Bullrich debió ordenar una guardia especial que lo custodiase.
Schiaffino defendió al artista galo a través de algunos artículos publicados en el mismo diario LA NACION.
Tiempo después se conocieron cartas de Cané a Rodin, que rescató el historiador Sergio Barbieri, quien decepcionado con el trabajo final le recordaba al escultor que tanto él como Carlos Pellegrini le habían suplicado modificaciones. Rodin no cambió nada.
La estatua sigue en el mismo emplazamiento y Sarmiento fue reconocido por varias generaciones. En palabras del propio Pellegrini, en esa cabeza, a la que algunos en el momento de la discordia tildaron de simiesca, se encontraba “el cerebro más poderoso que haya producido la América”.
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