El respeto que se vive en el Sur
En Puerto Deseado se aplica un plan para conocer la historia del lugar, que generó interés en Gran Bretaña
PUERTO DESEADO.- En la ría, una gaviota cocinera vuela y juega con el viento; un pájaro ostrero casca un mejillón con su largo pico y una pareja de elegantes cormoranes se prodiga arrumacos en un nido de piedra.
Los chicos del pueblo los miran y los reconocen fácilmente.
En el campo, los rústicos lanares se alimentan del coirón y, a metros de donde come un cordero, aparece una punta de flecha, vestigio de los tehuelches.
Los chicos están acostumbrados a ver todo eso.
Los vientos del Atlántico traen historias de marinos, del naufragio de la corbeta Swift en la ría, de expedicionarios y descubridores de esa tierra patagónica.
Para los chicos, los nombres de Magallanes, Cavendish, Darwin y del Perito Francisco Pascasio Moreno son familiares.
Es que de todo eso y otras cosas más se habla en el colegio y, entonces, saben de su pasado, de las tradiciones, de su ambiente, de recrear las viejas costumbres. En definitiva, de querer lo suyo, de valorizar su tierra.
Y todo esto lleva a conservar una identidad, fundamental aspecto por estos tiempos en que cuesta la generación de conciencia de las cosas propias, de las cosas de la patria.
Y esto sucede aquí, en Puerto Deseado, en un espacio de la Patagonia, seguramente con mucho menos historia en los libros que la escrita sobre las llamadas provincias "viejas", pero que busca desde el pasado tener un presente muy propio y arraigado.
Fue en 1983, cuando el abogado Marcos Oliva Day y su mujer, Malala Gaona, propusieron a una de las escuelas instrumentar un curso teórico-práctico al que llamaron "Conociendo nuestra casa".
La idea era enlazar la enseñanza de la historia, la geografía y la fauna regional complementada con una actividad náutica, inevitable en la idiosincrasia de cualquier pueblo que viva frente al mar.
La idea funcionó y hoy son cinco los colegios en donde los chicos aprenden su propia historia y 150 alumnos participan de los cursos prácticos para aprender a navegar en los kayak del Club Capitán Oneto.
"La idea -explica Oliva Day- es que a través de las posibilidades que brinda la práctica del remo y los beneficios que trae la disciplina deportiva, los chicos convivan en armonía con el clima patagónico, conozcan sus recursos naturales, valoren y defiendan la naturaleza, se aproximen al ámbito de acción de nuestros héroes regionales y con todo ello se sientan más arraigados y propietarios de su suelo."
De grandes a chicos
En las aulas, los ya preparados alumnos del secundario se encargan de dar las clases a los menores, y los chicos hablan. Nicolás cuenta cosas de los guanacos, los ñandúes y los zorros. María traduce la palabra tehuelche, Kau (casa). Otros, casi a coro, contestan lo que les enseñaron y hablan de saber escuchar a la naturaleza: "Nosotros vivimos en una casa chica, pero también tenemos una casa grande que es toda esta tierra, a la que tenemos que conocer y querer".
Otros comentan que vieron las toninas overas, que conocieron la cueva de las manos y que Chaltén quiere decir cerro que echa humo.
De pronto irrumpe en el aula un hombre irlandés con su traje típico. Los chicos, que bien manejan el respeto que se les inculca con el curso, lo reciben con asombro y preparan sus oídos para el relato de un hombre que viene desde lejos, pero que bien sabe de las cosas del mar, de la docencia, del deporte y de los cuidados de la tierra. Se llama Robin Ruddock y está por aquí gracias a una beca otorgada por la fundación Winston Churchill, de Gran Bretaña.
Su presencia indica que el éxito del curso en todos estos años fue total, porque aquella institución envió a un hombre para llevar a su país los conocimientos con la intención de instrumentar algo similar.
El que vino de lejos
Robin, un experto navegante que cruzó mares a remo, se cambia su traje típico, se enfunda dentro del kayak y aprovecha para transmitir toda su destreza en el agua a los chicos que acuden al club gratuitamente durante el fin de semana.
El irlandés enseña y se maravilla con la pasión con que los chicos enfrentan el agua.
Los pequeños de siete años lo admiran, le muestran lo que saben hacer, le hablan de los tehuelches y con la misma agilidad se comunican con señas.
"Estar aquí, rodeado de chicos, enseñar y aprender de lo que aquí se hace, en esta tierra tan grande, es un placer infinito", dice Ruddock entre español e inglés y contagiado por el entusiasmo de los alumnos.
Marcos Oliva Day se enorgullece de los adelantos.
"Más allá de la materia, de los cursos en sí, el kayak y el ámbito de todo el club se ha convertido, más que en un pasatiempo, en un lugar de contención para decenas de niños. En un lugar en donde se transmite el cariño por las cosas de la tierra y, fundamentalmente, el respeto hacia los semejantes."
El mismo recuerda el triste episodio de las toninas overas cuando vinieron a llevarse media docena de estos ejemplares al Japón.
"Nunca llegaron, se murieron durante la captura y en el viaje. Si en ese momento la gente de Puerto Deseado hubiese tenido más conciencia, eso no sucedía. Le aseguro que hoy, de aquí, nadie se animaría a intentar llevarse nada. El pueblo no lo permitiría."
Es cierto, en Puerto Deseado mucho ha cambiado. Con un programa simple, sin la necesidad de extremar estudios complejos sobre la psicopedagogía.
Aquí se ocuparon del respeto, de la querencia, de transmitir las cosas del agua y de la tierra. Con eso fue suficiente.