En Paso, entre la avenida Corrientes y Lavalle, se concentran doce locales que venden estas prendas; pueden costar entre $130.000 y $300.000 pesos; aunque hay familias que gastan hasta dos millones de pesos
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Calle Paso, la de los vestidos de quince. Hace décadas, estos comercios estaban sobre Azcuénaga, pero se fueron muriendo los dueños de las sederías que había allí y los locales se pusieron en alquiler. Dice la responsable de la cadena Penélope, Silvana –con siete sucursales sobre Paso–que en este nodo, “en el Once, no hay competencia”. Paraíso táctil, nube vaporosa. ¿Cuántas capas de tul hay bajo esa carpa vistosa, bajo esa campana, como una nube rosa? “Hay entre tres y doce de tul”, contabiliza una diseñadora del local Linda Mujer.
Hoy, la tendencia es: transparencias y mariposas (al estilo Romántico) –cuenta Silvana–. Las quinceañeras indagan en la tabla de 23 colores disponibles y, en particular, en los recientemente difundidos en Instagram, como el verde inglés, el rosa viejo y el azul noche. ¿Cuáles son otros colores populares? El celeste, el lila y el rosa en todas sus gamas. En la cuadra, que delimitan la avenida Corrientes y Lavalle, los precios van de los 130.000 a los 300.000 pesos. “Pero nuestra prenda más cara vale $200.000”, dice Silvana, de Penélope. En Linda Mujer, para producir contrastes de color y brillo se combinan seis clases de tela por cada vestido.
¿Qué quieren las adolescentes? Un tul que sea “vaporoso”. Algún detalle de una tela “más importante”. Y glitter. “Glitter es brillo”. Vamos a llamarla Carito. Le fueron a mostrar, con su madre y la vendedora, una tela especial a la sedería de acá cerca. Pollera de tul con corset salpicado de gemas y mostacillas. Hay una sola casa que trae importados los checos originales, que son piedras de origen chino que tienen “un brillo diferente”. Son “muy, muy caros”: cien gemas valen 25.000 pesos. “Les damos a los papás un tiempito, unos seis meses antes de la fiesta, para poder pagar”, dice Griselda, diseñadora y fundadora de Linda Mujer.
Sin embargo, hay gustos aún más caros. Gente que llega a Paso, por lo general desde Paraguay, y entran con su pedido anhelado a la sede de Linda Mujer. “A las paraguayas –cuenta Griselda– nos gusta muy cargado, puntilla bordada, bien brilloso. En nuestra cultura, se trabaja la costura desde chiquitos; mujeres y varones, siendo niños, aprendemos a coser”.
“Me encanta; me encanta ese color salmón”, dice Noelia, la madre de Carito, señalando el tul más copioso. Griselda, que lo diseñó, recomienda acompañarlo de un corpiño bien ajustado. “Esto, que quede dentro de la funda hasta un día antes de la fiesta. Se le tira un agüita en un spray muy, muy suave”. “Ella hace magia”, la acaricia, con la palabra, Noelia. Tul es ilusión brillosa de la vida venidera de Carito; su corset, hecho a mano, a medida, bordado piedra por piedra, será la síntesis de su pasaje a la adultez.
Las tiendas confirman que la mujer boliviana es devota de un marcado respeto a este rito tradicional de pasaje femenino. “Hoy, recién, una de las mamás se comprometió a pagar 650.000 por una tela. Es para la última capa del vestido que envolverá a su quinceañera. Por eso, los vestidos pueden llegar a los dos millones de pesos”, cuenta una modista del área. Esa tela es el guipur, estilo “Encaje”. “En la Argentina no se consigue. Está bordada de piedras que brillan de manera inigualable”.
Símbolo latinoamericano
La revista Vice publicó un perfil de la fotógrafa Delphine Blast, que dejó París y se mudó a Colombia en busca de una aventura: contar a Bogotá desde una serie de tiendas que vendían vestidos de quinceañeras. Ese fue el inicio de Quinceañeras, serie fotográfica que documenta la celebración de los quince en países como México, Colombia, Bolivia y Perú. “Muchas familias, especialmente aquellas que viven en las condiciones sociales más modestas, no dudan en gastar sumas muy grandes, que pueden superar el equivalente de 30.000 dólares y endeudarse durante años para ofrecer a su hija la fiesta de sus sueños”, descubrió Delphine, en sus comunidades retratadas.
Todas esas princesas entuladas completan el rito posando para Instagram en “parques temáticos de fotografía” –revelan su existencia en Paso– con decorados de castillos medievales y palacios de fantasía. La banda de sonido mental es el tema de la telenovela Quinceañera (México, 1987), que marcó la sensibilidad de cada una de sus madres. “Yo no sé, por qué/ me siento hoy tan diferente/ ¿Por qué no quiero nada con la gente?/ Qué será, yo no sé”.
Paso tiene sus protocolos: cuando se seña, se congela el precio y se sigue pagando el vestido de a poco. “No existe algo así en el país”, dice una dueña. Hoy Paso tiene doce locales dedicados al rubro de las fiestas de quince. El vestido le pelea presencia y fetichismo al de novia. La quinceañera representa la consagración de la princesita que es potestad de toda la familia. El “paso a paso” de Paso implica una sesión de fotos antes de la fiesta en Campanópolis, lugar medieval, o en Puerto Madero. Off the record, en Paso, se revela que las sedes de Penélope venden 700 vestidos por mes, mientras que el total de ventas de la calle es de 1000 vestidos por mes. Un 40 por ciento de las prendas son expedidas los sábados, de 9 a 13. Ese día, el avispero se vuelve una locura.
Se llenan los locales. “Solo pueden entrar las mamás y las nenas”. “Tengo a una menor desnudándose; no pueden entrar los papás”, explica una y otra vez la dueña, a los “masculinos” que piden “permiso, permiso”. “Solo aquellas nenas que no tienen mamá, porque su mamá se murió, pueden entrar acompañadas de un papá”. Y un agradecimiento especial dan las dueñas a quienes adquieren el 50 por ciento de la mercadería, las mujeres de la colectividad boliviana. “Sí o sí festejan los quince”, las enaltece una de las dueñas. “El padrino compra el moño. El otro, la bebida. Y cuando toca al tercero, todos colaboran. Es la comunidad más fiel y tradicionalista”.
Si la clase high –dicen en Paso– acude a Benito Fernández y Verónica de la Canal, la gente del pueblo, en cambio, visita e invierte en Paso. “Ellos cobran el doble”, señalan las dueñas. Pero el tul se usa siempre. Es el caballito de batalla, “es súper manejable”.
Así se fue consolidando la calle más linda, la más colorida, “la más fina” de toda la zona comercial. “Hicimos que Paso aumentara los alquileres”, dice una dueña, precursora. “Hoy se piden 1000 dólares por mes, para un local grande”. Pero, también, los gestos solidarios de Paso son públicos y notorios, como la donación que se hizo a “una nena con cáncer y sin piernas –recuerda la dueña–. Fue un vestido color lila. Hoy está internada”. Cada vestido es una pieza única, que no se vuelve a usar. “Es para la noche mágica, única, y es así”. “Pero la gente la está empezando a revender –dice la otra dueña–. De un año a otro, el vestido vale el doble y los padres recuperan la mitad del monto. Por eso, los vestidos vienen con cordones en la espalda, para ajustar”.
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