El pantano que fue del Rey de España, lo invadió el Ejército y hoy es el campo VIP de la Ciudad: así se creó “la catedral” del polo
Antes de que llegaran las finales apasionantes y el glamour, el terreno fue disputado y hasta comprado por Juan Manuel de Rosas; el día que tuvo que renunciar el intendente, los primeros partidos de fútbol y el globo aerostático que fue por la odisea
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El Campo Argentino de Polo, ubicado en la avenida del Libertador y Dorrego, en el barrio por de Palermo, es sin lugar a dudas el epicentro de la práctica de ese deporte en un país que ha generado los mejores jugadores del planeta. Sus tradicionales canchas 1 y 2 se inauguraron en 1928 y, en poco tiempo, el predio comenzó a hacerse conocido como la Catedral del Polo. Allí se disputa, cada año, el Campeonato Argentino Abierto de Polo, el torneo interclubes más trascendente a nivel internacional. Además, su cuidado césped es, también, escenario para los shows de estrellas de la música, como la cantante británica Dua Lipa, que a mediados de septiembre hizo vibrar allí la noche palermitana en dos jornadas inolvidables.
Pero, antes de convertirse en el Campo Argentino de Polo, esas 17 hectáreas de tierra ubicadas frente al Hipódromo fueron protagonistas de una historia fascinante. El lugar pasó de ser un pantano en los tiempos de la fundación de Buenos Aires a formar parte de los vastos dominios de Juan Manuel de Rosas. Confiscado más adelante por los vencedores del llamado Restaurador, el espacio pasó a ser parte de la ciudad y se transformó en un centro para la práctica de actividades hípicas y para todo tipo de deportes al aire libre.
Entre otras muchas cosas, allí tuvieron lugar los primeros partidos de fútbol de carácter internacional, jugó por primera vez un combinado argentino de rugby y se celebraron los Juegos Olímpicos del Centenario. Desde este sitio también despegó el globo aerostático Pampero, con tripulantes ilustres, que logró llegar desde Buenos Aires a la costa del Uruguay. Y como no todo puede ser armonía en una cronología tan larga, las disputas por quedarse con estas tierras provocaron la renuncia de un intendente porteño y, posteriormente, de un jefe del ejército.
“Es un sitio muy interesante, con una historia riquísima y un poco oculta”, señala, a LA NACION, Luis Marzoratti, autor de un libro sobre viejos estadios porteños y estudioso, como pocos, de la prehistoria del Campo de Polo.
Los pantanos de Palermo
Muchísimos años antes de que los caballos de los hermanos Heguy trajinaran las canchas de polo de Libertador y Dorrego, el terreno formaba parte de una extensión de pantanos y bañados, salpicados de juncos y sauces, expuestos a las habituales crecidas del Río de la Plata. Luego de que, en 1580, Juan de Garay fundara por segunda vez la ciudad de Buenos Aires y repartiera entre sus acompañantes los territorios divididos en 65 chacras o suertes, la franja territorial más próxima al río -donde está el actual Campo de Polo- formaba parte de las llamadas tierras “realengas”, que recibían este mote porque no tenían más propietario que el Rey de España.
Hay que remontarse también varios siglos atrás de los espectaculares certámenes de polo de hoy para conocer el origen del nombre del barrio en el que se asienta el Campo Argentino. Esto tiene que ver con un militar siciliano llamado Juan Domínguez de Palermo, que vivió hacia 1585 en la suerte 7, un lote que ocupaba la extensión que hoy iría de las calles Agüero hasta Tagle. Este vecino comenzó como administrador de la tierra de su suegro en la primigenia Buenos Aires y luego fue sumando posesiones. Muerto en 1635, su apellido y marca de origen -había nacido en la ciudad de Palermo-, fue utilizado para bautizar su propiedad y, más tarde, también los bañados costeños que iban de los actuales barrios de Retiro hasta Belgrano.
Juan Manuel de Rosas, el otro dueño de Palermo
Pasaron los años y los avatares de la historia también impactarían sobre los bañados de Palermo. Tras las luchas que determinaron la independencia de la Nación, se acabó para siempre el dominio de la corona española sobre la región. Tiempo más tarde, esos terruños fueron adquiridos por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. El llamado Restaurador de las Leyes compró, en la década que va de 1838 a 1848, treinta y seis fracciones de tierra para afincar allí su residencia, que estaría rodeada por inmensos territorios naturales, también de su propiedad.
El caudillo Federal le puso a sus dominios, de unas quinientas cuarenta hectáreas de extensión en total, el nombre de Palermo de San Benito. Empleó además dos años completos de exhaustivos esfuerzos para convertir los terrenos pantanosos del bajo de Palermo en parques de suelo firme. Para ello, de acuerdo con un artículo del historiador Mariano Etchegaray publicado en la revista Historias de la Ciudad, los trabajadores al servicio del heredero del sable corvo de San Martín transportaron toneladas de tierra en carretas, desde las zonas aledañas de Belgrano y Recoleta.
En la previa de esta hazaña del paisajismo, el 26 de abril de 1842, el gobernador bonaerense había comprado la fracción de terreno número 21, que se conocería más adelante como los “alfalfares de Rosas” y más acá en el tiempo, como La Catedral del Polo.
El 3 de febrero de 1852, Justo José de Urquiza venció a Rosas en la batalla de Caseros y el restaurador derrotado huyó con su familia a Inglaterra. “Todos los terrenos que eran de Rosas fueron confiscados por el Estado. Allí luego se hicieron las divisiones: el zoo, los bosques de Palermo, el hipódromo, etc.”, explica Marzoratti, autor del libro La saga de los viejos estadios porteños.
El nuevo dueño: la Sociedad Hípica Argentina llega a los terrenos
El predio donde hoy se ubica el Campo de Polo pasó a ser en ese entonces un “excedente” del Parque Tres de Febrero, antigua propiedad de Rosas. Y en octubre de 1899 la ciudad de Buenos Aires otorga en concesión esas 20 hectáreas ubicadas sobre la que entonces era la avenida Virrey Vértiz (hoy del Libertador) a la Sociedad Hípica Argentina (SHA), con la intención de desarrollar allí actividades ecuestres.
En diciembre de 1900, con la concurrencia de autoridades y de un distinguido público encaramado en una tribuna techada para 1500 espectadores, se inauguró oficialmente la SHA. En sus pistas concéntricas de distintos tamaños y el campo central se ofreció un festival hípico que incluyó una carrera de sulky, carreras libres, con obstáculos y una específica para caballos de polo.
La equitación entonces era la estrella entre las disciplinas del lugar -donde también había desfiles y actos militares-, pero pronto emergieron otros deportes al aire libre prescindentes de caballos, que comenzaron a hacerse más populares. Allí se jugó, por caso, un torneo de rugby y uno de atletismo. Ambos, con gran repercusión de público, en 1901.
La apertura del SHA a otras disciplinas se volvería mucho más contundente a partir de la llegada a la presidencia de la institución del barón Antonio de Marchi. Era un italiano de 27 años, fanático de la promoción de los deportes al aire libre y que contaba con una situación familiar que le daba un cierto aval político: era el flamante esposo de María Marcela Roca, la segunda de las cinco hijas del presidente argentino de ese momento, Julio Argentino Roca.
El fútbol internacional llega a Buenos Aires
En el campo central de la SHA comenzaron a disputarse partidos de fútbol, una práctica en pleno crecimiento. Allí se jugó el primer match de ese deporte de carácter internacional, con equipos de la Argentina y Uruguay. Esa contienda terminó con triunfo de los visitantes, que se impusieron por 3 a 2, con un equipo conformado por mayoría de futbolistas del Club Nacional de Football.
“En aquel tiempo se reunían multitudes de 4000 o 5000 personas a ver fútbol. En 1904, al Barón de Marchi, que todo el mundo cuenta que no se frenaba ante nada, se le ocurrió que para mejorar la capacidad de los futbolistas argentinos lo mejor era competir ante los mejores, y se le ocurrió traer un cuadro profesional inglés”, cuenta Marzoratti, que comparte sus conocimientos e investigaciones sobre estadios que ya no existen en el blog Viejos estadios y en una cuenta de Twitter del mismo nombre.
Así llegó a tierras porteñas el team de Southampton Football Club, que dio verdadera cátedra de ese deporte: jugó seis partidos con equipos locales. Ganó todos, con una cosecha de 40 goles a favor y solo 5 en contra. Paradojas de la historia, el equipo que visitaba la SHA era originario de la ciudad en la que murió exiliado Rosas, el otrora propietario de las tierras donde se diputaron los encuentros.
Pero la llegada del club del sur de Inglaterra marcó además un par de hitos para la historia del deporte argentino. En la sociedad hípica se montó un estadio con capacidad para albergar 10.000 espectadores -que se llenó en cada encuentro-, con lo que fue la primera vez que se hizo una estructura para presenciar un partido de fútbol. Y también, si se habla de primeras veces, el partido entre Southampton y Alumni fue presenciado desde las gradas por Roca, que se convirtió en el primer presidente en funciones en asistir a un partido de fútbol.
Nace La Sportiva
Luego de la exitosa visita del Southampton, en julio de 1904 la Sociedad Hípica Argentina cambió su nombre a uno más acorde con su espíritu multidisciplinario: Sociedad Sportiva Argentina y fue conocida desde entonces como La Sportiva. Allí se sucedieron otros partidos de fútbol, incluyendo más visitas de equipos ingleses y uno de Sudáfrica, además de continuar con la original actividad hípica. También se desarrollaron otras prácticas deportivas como esgrima, boxeo, tiro, atletismo, ciclismo y hasta los primeros esbozos de motociclismo y automovilismo. “El Automóvil Club Argentino, de hecho, tuvo su primera reunión formal en las instalaciones de La Sportiva”, agrega Marzoratti.
Además de todos estos deportes, en la Navidad de 1907, desde el predio de La Sportiva se elevó el globo aerostático Pampero, que desde allí voló hasta la costa uruguaya, cerca de Colonia. A bordo de él viajaban un especialista en este tipo de vuelos, Aaron de Anchorena y un célebre piloto y deportista argentino: Jorge Newbery. Una serie de placas en el Campo de Polo recuerdan hoy aquella proeza en ese lugar donde también, en 1908, se fundó el Aero Club Argentino.
Juegos Olímpicos del Centenario
En La Sportiva se disputó también una justa de atletismo que formaba parte de un torneo internacional de varios deportes desarrollados en Buenos Aires que altivamente llamaron Juegos Olímpicos del Centenario, ya que se realizaron en 1910, a cien años de la revolución de mayo de 1810. Para la ocasión se construyó en La Sociedad Sportiva un imponente estadio con tribunas de madera con capacidad para 30.000 espectadores. En el contexto de estos juegos se produjo en el predio de Palermo el primer partido internacional de un seleccionado argentino de rugby. Se jugó contra un combinado del Reino Unido, los British and Irish Lions, que ganaron el cotejo por 28 a 3.
“Los juegos fueron deportivamente muy importantes, hubo muchísima presencia sudamericana y fue el primer torneo atlético de relevancia, pero llamarlo Juegos Olímpicos fue un poco demasiado”, dice el experto en viejos estadios. De hecho, el Barón Pierre de Coubertin, artífice de los Juegos Olímpicos modernos, que ya estaba molesto con la Argentina por no haber llevado una delegación a los JJ.OO. de Londres de 1908 -el Senado nacional no aprobó destinar dinero para que los deportistas nacionales participaran de ese evento-, se terminó de disgustar con los argentinos cuando clonaron el nombre del torneo plurideportivo y actuó en consecuencia. “De Coubertin se emboló y echó al representante argentino del Comité Olímpico Internacional, que en este caso era el hijo del expresidente Manuel Quintana”, explica Marzoratti y añade: “El país recién volvió a tener representante olímpico en 1921, con Marcelo T. de Alvear, que entonces era embajador argentino en París”.
El predio, invadido por el ejército
En 1914, la visita del club inglés de fútbol Exeter City destapó un conflicto que alcanzaría ribetes políticos inesperados. Ocurrió cuando la Asociación Argentina de Football, en el contexto de esta visita, alquiló el campo de juego de La Sportiva al Ministerio de Guerra y pidió permiso al municipio porteño para realizar algunas modificaciones en el estadio. La municipalidad otorgó el permiso, pero aclaró que el terreno del campo de deportes era de la ciudad. “Lo que pasó fue que, en 1904, La Sportiva le había vendido las instalaciones del lugar al ejército. No vendió el terreno, pero sí lo que estaba construido, que también estaba prohibido por las reglas de la concesión”, cuenta Marzoratti.
Este confuso episodio sobre la propiedad del lugar provocó que el ministro de Guerra de entonces, el general Gregorio Vélez, determinara que La Sportiva debía entregarle el estadio al ejército. “El general Vélez tomó el predio con los conscriptos, el ejército invadió el campo de deportes de la ciudad”, narra el especialista en estadios. El episodio provocó la inmediata renuncia del intendente porteño Joaquín de Anchorena. Más tarde, el presidente de la Nación, Victorino de la Plaza (vicepresidente a cargo, en rigor), ordenó, a través de un decreto, que el predio volviera al control municipal. Entonces, el que renunció fue el general Vélez y de Anchorena fue restituido en su cargo.
El caos producido por este insólito enfrentamiento provocó la renuncia de la comisión directiva de La Sportiva, una institución que se disolvería poco tiempo después. Y los partidos del Exeter City se disputaron en la cancha de Racing, en Avellaneda.
Nace el Campo Argentino de Polo
La municipalidad se hizo cargo del lugar, al que se llamó Stadium Municipal, aunque la gente seguiría llamándola La Sportiva. Las actividades deportivas disminuyeron entonces y las instalaciones se fueron deteriorando de manera crónica. Hubo un proyecto en 1917 para construir allí un estadio municipal modelo para 50.000 personas, pero las disputas entre los dirigentes del fútbol impidieron que se llevara a cabo.
En 1924, a instancias del entonces ministro de Guerra de Marcelo T. de Alvear, Agustín P. Justo, el ejército vuelve a ocupar el predio. “La excusa fue la organización de unos partidos de polo -dice Marzoratti- deporte que, para ese año, había obtenido para la Argentina su primera medalla de oro olímpico en París”. Desde entonces, el lugar fue escenario para deportes ecuestres y, especialmente, para la práctica del polo criollo, que ya despuntaba como uno de los mejores del mundo, sino el mejor.
La Asociación Argentina de Polo junto a la Comisión del Caballo de Guerra -hoy Dirección de Remonta y Veterinaria- deciden realizar allí las dos canchas que permanecen hasta hoy. Fue necesario para ello elevar el nivel del terreno en 1,30 metros, ya que todavía se trataba de un predio fácilmente inundable por lo bajo. Finalmente, el 27 de octubre de 1928, las dos canchas fueron inauguradas con un partido entre civiles y militares. Y ese mismo año comienza a jugarse allí el Campeonato Argentino de Palermo. De acuerdo con lo que informa Mariano Etchegaray en la citada revista Historias de la Ciudad, el nombre de Campo Argentino de Polo fue legalmente otorgado en enero de 1967.
La Catedral del Polo, antes de convertirse en tal, fue testigo privilegiado de innumerables sucesos que se relacionaron con la vida social, deportiva y, por qué no política de nuestro país. “La cantidad de eventos históricos que se desarrollaron ahí es fantástica”, dice Marzoratti y lamenta: “Extraña que haya pocas referencias en el lugar. La gente va a la cancha de polo y no tiene idea de todo lo que pasó allí”.
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