El otro grupo que emigra a la par de los jóvenes, pero del que poco se habla: sus motivaciones
Cada vez son más los argentinos mayores de 50 años que dejan el país, aun teniendo trabajo, casa propia e hijos; los destinos más elegidos
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El 17 de marzo de 2020 Karina Rivero sufrió un intento de robo en el que casi pierde un ojo. Ese día dijo “me voy”. Inició los trámites y el 6 de octubre de 2021 se instaló definitivamente en la comunidad de Galicia, España, junto a su marido, su hijo menor, de 10 años, y su padre, de 76.
“Lo único que extraño de la Argentina es a mi hijo mayor, que se quedó en Buenos Aires, a mi perra y a mi gente, pero nada más. En nuestro país no hay respeto, es muy triste”, dijo Rivero, que tiene 51 años y es dueña de una casa situada en Ramos Mejía, que dejó en alquiler. “Vendimos todo lo que pudimos y nos vinimos con ahorros, porque sabíamos que podíamos estar unos meses hasta acomodarnos. Acá no hay rejas, no hay horarios inseguros y se respeta al otro. Encontramos la paz que buscábamos”, afirmó.
Hoy, tras casi diez meses de haber emigrado, Rivero y su familia se sienten cómodos en su nuevo hogar. “Mi hijo terminó la escuela lo más bien, mi marido ya consiguió trabajo con nómina en una empresa de grúas y tenemos alquiler de larga duración. Por suerte todo se va acomodando cada vez más”, detalló. Ante la pregunta por un posible regreso, su negativa fue rotunda.
La emigración de un sector de jóvenes argentinos hacia países que los reciben con mejores condiciones económicas no es novedad, pero poco se habla de aquellas personas que, rondando los 50 años y con toda una vida armada en la Argentina, eligen irse a vivir al exterior en busca de “mejores oportunidades para sus familias”, sobre todo en cuanto a seguridad y economía.
La licenciada en psicología Laura Carrere explicó que “los motivos de aquellos que emigran teniendo su vida “armada” –un trabajo estable, una profesión, cierta estabilidad económica, etc.– tal vez no difieren tanto de los de aquellos jóvenes que están “armándose” y también emigran.
“El desconcierto y la desesperanza se destacan cuando la incertidumbre económica es permanente. Este escenario plantea la imposibilidad de vislumbrar la concreción de proyectos y quienes ya lograron su estabilidad pueden preguntarse cómo lo harán sus hijos o hijas en un panorama tan incierto. En este contexto, las emociones varían desde la angustia, el miedo, la preocupación crónica, la ansiedad, el pánico y hasta la depresión. Por eso es necesario el movimiento. Ya sabemos que el movimiento es lo único estable, pero también es necesario llegar a algún lugar, establecerse y pisar tierra firme para después iniciar un nuevo movimiento. Se necesita poder sentir que el esfuerzo, el trabajo y la educación tienen su recompensa. Este encuentro parece postergado”, describió Carrere.
Eduardo Pulver es ingeniero químico. Tiene 61 años y tras haber vivido en distintas ciudades del país, el 13 de enero se mudó a Israel junto a su esposa.
“En 2015, a los 55 años, quedé desocupado luego de una reestructuración en la empresa alimenticia en la que trabajaba. Después de pasar por un par de trabajos en pymes, ya no conseguí ninguna entrevista para poder reinsertarme laboralmente. Por suerte, pude reconvertir uno de mis pasatiempos, la educación canina, en un emprendimiento comercial. Trabajé muy bien durante 2018 y 2019, pensé que iba a poder dedicarme a eso los siguientes años, pero luego el trabajo comenzó a decaer y en marzo de 2020, con la cuarentena, se cortó por completo. La situación económica del país siguió en caída libre, por lo que me planteé que no iba a poder seguir dependiendo de este trabajo tan inestable. Con mi esposa decidimos iniciar los trámites para emigrar a Israel y transitar nuestros últimos años activos en un lugar seguro, sin inflación, con buenas perspectivas de trabajo pese a la edad e iniciando una nueva etapa de nuestras vidas. Lamentablemente, para que la Argentina vuelva al camino del crecimiento pasarán varias décadas, y yo ya no tengo tiempo de esperar que eso suceda”, relató.
Hoy están instalados en la ciudad de Kiryat Bialik y, tras realizar un curso intensivo de hebreo, ambos ya tienen trabajo. Él, como personal de limpieza en edificios, y ella, como ayudante en un jardín de infantes. “Por ahora todo bien. Estamos muy tranquilos e incluso ya sin la ayuda del gobierno podemos arreglarnos económicamente. Estamos pensando en comprar un auto en un futuro cercano”, dijo Pulver.
El día que dejó la Argentina, Pulver usó una remera con la frase “Decisiones implican riesgos”.
“La incertidumbre económica provoca una carrera imposible de correr de antemano, ya que cuando se cree estar cerca del objeto de consumo, dicho objeto se está alejando. La pérdida y la insatisfacción parecen ser la regla. Se emigra hacia donde se pueda rearmar y recuperar la esperanza. Perder para poder ganar”, explicó Carrere.
España, favorita
España es uno de los destinos más elegidos por los argentinos que emigran. Datos de la Dirección Nacional de Migraciones, actualizados hasta enero de este año, muestran que dicho país ocupa el primer lugar en el ranking de los destinos por mudanza. Paraguay y Brasil completan el podio. LA NACION solicitó la información actualizada a la Dirección Nacional de Migraciones, pero no pudieron facilitarla.
“Extraño la Argentina, toda mi vida está allá, pero acá estará la de mis hijos”, aclaró Daniel, un argentino de 54 años que prefirió resguardar su identidad, que se mudó de Pilar a Barcelona en busca de un mejor futuro para sus hijos mellizos de 16 años. “Se han mudado muchísimas familias a España. Toda gente de 50 años aproximadamente. Es muy triste, pero no queremos criar a nuestros hijos en la Argentina. Estábamos cansados de la inseguridad. Nosotros llegamos en diciembre de 2019. Yo soy contador; aún no conseguí empleo, pero me puse a estudiar impuestos y programación. Para mí lo más difícil fue que acá uno viene y se tiene que adaptar a un país que es muy distinto. No hay comunidades de inmigrantes como tenemos allá”, dijo.
A pesar de todo, Daniel no regresaría. “Extraño mucho, pero a la Argentina actual no volvería”, sostuvo.
La familia de Matías T., que también pidió reserva de su apellido, es otra que se instaló en España, en la ciudad de Málaga. En diciembre de 2021, él viajó desde Rosario junto a su mujer y sus dos hijos. “Más allá de que en la Argentina yo tenía un buen laburo como visitador médico, una casa propia y una casa de fin de semana, en Rosario ya era imposible vivir. No solo por la inseguridad, sino también por la desidia, los cortes de luz, la falta de agua, el caos de tránsito, el patoterismo, que son todos problemas de hace más de 30 años que siguen sin resolverse. Algo está pasando, porque no estamos bien y la gente que viene es cada vez más. Acá mi hijo más grande se vuelve solo de la escuela, que queda a 15 cuadras, mientras que en Rosario no lo podía dejar salir solo ni a la esquina. Yo quiero que vivamos tranquilos, que mis hijos puedan moverse solos como hacía yo cuando era chico y que puedan construir su casa como hicieron mis abuelos. Acá tenemos una tranquilidad y una calidad de vida que nos permiten vivir bien”, reflexionó.
Si bien Matías todavía no consiguió trabajo, confía en hacerlo pronto. “Me volvería a ir, y si me pudiera haber ido antes también lo hubiese hecho. No busco hacerme millonario, solo darles a mis hijos otra calidad de vida”, señaló.
El impacto psicológico
Un día como cualquier otro de 2019, Sandra Warenbron, una argentina de 59 años, llegó a su casa y le preguntó a su marido: “¿Cuándo?”. Él respondió “ahora” y entonces arrancaron los preparativos para emigrar. Levantaron su casa y se mudaron a París, Francia, en enero de 2020. “La Argentina se había empezado a poner cada vez más pesada. Estábamos cansados de vivir en una sociedad éticamente tan deteriorada. Estaba harta. Me subía la presión. Quería vivir en un lugar justo, con transporte público que funcionara. Acá todo es más difícil, pero el día que lo lográs, vivís tranquilo. Estamos felices”, dijo a LA NACION.
“Si bien la emigración en la mayoría de los casos es una decisión que conlleva la búsqueda de un bienestar, trae aparejado un duelo particular conocido como duelo migratorio, que impacta sobre la emocionalidad y la subjetividad. El cambio abrupto de costumbres, cultura, paisaje, a veces idioma, separación de familiares y amigos puede provocar un estrés crónico y malestar emocional denominado síndrome de Ulises, que tiene como síntoma la aparición de tristeza, llanto, cefaleas, estados de confusión y preocupación excesiva”, enumeró Carrere.
Juan Eduardo Tesone, psiquiatra y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, agregó: “La esperanza de una vida mejor ha sido siempre el motor de toda migración, ya sea como fenómeno grupal o como proyecto individual. Todo camino por explorar en la medida que sea enfocado con una actitud constructiva puede ser una opción”.
Tesone también advirtió sobre el riesgo de idealizar la emigración: “En muchos migrantes existe la fantasía de renacimiento, como si al cambiar el espacio de vida lograran cambiar la variable tiempo, algo que obviamente es imposible. Migrar puede cambiar las condiciones de vida y ser eventualmente más favorables, pero conviene no idealizar el lugar elegido para migrar. Ningún lugar equivale al paraíso. Cruzar fronteras puede ser esperanzador y disruptivo, pero no se hace sin sufrimiento. Sin embargo, mientras la ilusión y la expectativa por cambiar permanezcan vitales, el ser humano seguirá en el camino”, concluyó.
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