Referentes de distintos ámbitos analizan cómo puede influir la euforia futbolística en el ánimo social; coinciden en que habrá un escenario de distracción fugaz, pero que el malestar es más profundo; por primera vez, la Copa se jugará en diciembre, un mes que suele estar marcado por tensiones; la especulación política y los antecedentes históricos
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Cada cuatro años, el corazón de los argentinos late celeste y blanco. Todo parece atravesado por la redonda cuando la selección sale a escena en el Mundial. De la euforia a la depresión en solo 90 minutos. Todo está atado a ganar o perder. Pero aunque parezca que nada más puede pasar, que por un mes estamos suspendidos en el frenesí futbolístico, la Argentina sigue su marcha. Habrá cambiado el estado de ánimo de la sociedad, pero entre partido y partido, los problemas seguirán ahí.
Lleguemos o no a la final, que se disputará el 18 de diciembre, el país estará terminando 2022 con una inflación anual cercana a los tres dígitos y con índices de indigencia alarmantes. La política especula con este tiempo de fantasía, como si fuera posible que se esfume el malestar cotidiano por la atención colectiva puesta en Qatar. Pero la historia muestra otra secuencia.
Corría 1985. El presidente Raúl Alfonsín no tenía muchas expectativas en la selección argentina con la que Carlos Salvador Bilardo competiría en México el año siguiente. Por entonces, se aseguraba que desde la Quinta de Olivos le habían sugerido a la AFA, conducida por Julio Grondona, introducir algún cambio a nivel técnico porque las críticas eran constantes y el sueño mundialista estaba lejos. Algunos de sus colaboradores, sin embargo, le recomendaron ser prescindente. El consejo sirvió. Finalmente, Bilardo enderezó el rumbo y su equipo se coronó campeón mundial, de la mano de Diego Armando Maradona.
Cuando la Copa llegó al país, Alfonsín invitó a la selección al balcón de la Casa Rosada para festejar con la gente en Plaza de Mayo. El mandatario radical se ilusionó con la chance de que ese triunfo creara mayor confianza en su gobierno. Sin embargo, la estabilización de la economía que le otorgó el Plan Austral terminó rápido y, luego de varios episodios de crisis política y social, debió dejar el poder de forma anticipada. “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, diría la sabiduría popular.
Los festejos no taparon el bosque tampoco en 1978. El torneo organizado en el país, con inversiones millonarias en estadios e infraestructura, fue proyectado como una ventana que le permitiera a la Junta Militar, que desde 1976 encabezaba Jorge Rafael Videla, ofrecer una imagen benigna frente a las atrocidades que el mundo comentaba sin pudor. Hasta se habló de arreglos extrafutbolísticos para asegurar el resultado.
“Lo que buscó el Mundial del 78 fue generar consenso social en torno a la dictadura. Lo que jamás se pudo demostrar es que lo haya logrado. Esto es, la dictadura no había recibido más consenso al final del Mundial que el que tenía un año después cuando en un estadio en Rosario chiflaron al dictador [Roberto] Viola. Años después, [Reynaldo] Bignone dijo que deberían haber llamado a elecciones a finales del 78 porque estaba todo el mundo loco con el Mundial. Eso lo pensó Bignone y es indemostrable. Nada prueba que hayan tenido más consenso. Y si siguiéramos con ese razonamiento, deberíamos pensar que la dictadura cayó por el fracaso de [César Luis] Menotti en el Mundial de España, y todos sabemos que no fue así”, plantea Pablo Alabarces, sociólogo, autor de Futbologías, Fútbol y Patria, Peligro de Gol y Cuestión de Pelotas, entre otros libros.
Rezos a Messi
Los años han pasado, pero la experiencia de crisis sigue presente. También la fantasía de algunos (sobre todo de los políticos) de que una victoria pueda sacar a la Argentina de ese círculo vicioso de pesimismo y frustración en el que vivimos. “Del plan platita al Obelisco¨, dicen en voz baja en los pasillos de la Casa Rosada. Otros rezan a San Messi para tener, subrayan, “un poco de aire fresco” y “ganar tiempo” hasta el inicio del tiempo electoral.
La oposición, mientras tanto, advierte. “Cuando termine el Mundial, la gente se va a dar cuenta que el país chocó”, manifestó Elisa Carrió la semana pasada, el mismo día que Aerolíneas Argentinas presentaba en sociedad el avión ploteado especialmente para que la selección nacional viaje a Qatar.
“La expectativa que tiene todo el mundo, y no tiene tanto que ver con la política sino con las sociedades, es que el Mundial sea un bálsamo de paz. El agente de tanta paz y satisfacción es nuestro verdadero Papa, Lionel, los dos Lioneles, en realidad, Messi y Scaloni. Ellos dos hacen lo que Francisco no hace. Porque se ha frustrado esa expectativa. Los Lioneles nos cumplen la promesa. Juegan por nosotros, juegan por nuestra unidad, nuestra alegría y la ilusión de un país que todavía tiene algo para ofrecer. Y esto mientras los demás, incluido Francisco, se dedican a la guerra y a la querella, y además nos frustran. Lo que nos pasa en el Mundial es extraordinario y no tiene mucho que ver con la política. Es transversal, es bien humano. Bien comprensible en términos sociales. Por eso no hay ningún tipo de aprovechamiento posible, creo, de este probado éxito de los Lioneles”, señala con cierta euforia el analista político Marcos Novaro.
El periodista y columnista de LA NACION Ezequiel Fernández Moores señala que “los Mundiales ejercen un algo distractivo”, pero de “una forma muy temporal”. Y trae al análisis una definición del escritor español Vicente Verdú, quien habló del fútbol como “Disneylandia portátil”. “El Mundial es ese fútbol que ya es exagerado -subraya-, llevado a una exageración mayor. Porque en un Mundial también se juegan cuestiones nacionalistas. Algo así como la ‘Patria en botines’, como decía Nelson Rodrígues, un dramaturgo brasileño. Pero esa distracción es fugaz”.
Fernandéz Moores suma a la relación entre historia argentina y Mundiales lo sucedido tras la debacle de 2001. “Venían periodistas de distintos medios no deportivos, como The Economist, y querían radiografiar a un país al borde de la desaparición aferrado al salvavidas del fútbol porque se venía el Mundial 2002 y la selección que dirigía [Marcelo] Bielsa era gran candidata a ganar. La idea de la nota que querían hacer era: ´Si esta selección no gana, este país desaparece definitivamente’. Y, sin embargo, fue uno de los peores fiascos del fútbol argentino. La Argentina quedó eliminada en la primera vuelta y, en paralelo, el país inició una recuperación económica de la que hablan las estadísticas”, recuerda.
En un sentido similar, Alabarces apunta: “No podemos pensar que el fútbol es regulador del estado de ánimo o cosas por el estilo. Esa es una fantasía fogoneada por el periodismo deportivo, asumida por la política, capturada como fenómeno de marketing”. Y remata: “El Mundial no funciona como cortina de humo”.
El fantasma de diciembre
Aunque las calles se tiñan con los colores patrios, la televisión no hable de otra cosa y las empresas de consumo hagan promociones vinculadas a la selección nacional, los padecimientos no se esfuman.
El psicoanalista José Abadi explica la doble dinámica que genera el Mundial: “Crea naturalmente una expectativa que implica competencia, desafío, entusiasmo, necesidad de ganar e intentar un poco de aire en este país abrumador. Pero pensar que se para la Argentina en esas semanas es un pensamiento mágico, porque solo va a ocupar un lugar de diálogo, de desplazamiento de ciertas preocupaciones por un período. Puede disminuir la inmediatez de la presión, pero no desaparecen los sufrimientos”.
Esta Copa del Mundo, de manera excepcional, tendrá lugar a fin de año. Arranca el 20 de noviembre. Se cruzará con los exámenes y las colaciones de escuelas y universidades, el cierre financiero de 2022 para las empresas, las fiestas de las oficinas y los preparativos de Navidad... La gran duda es si aparecerán también en escena las manifestaciones de movimientos sociales que se suelen exacerbar cuando asoma diciembre.
El periodista Ernesto Cherquis Bialo no cree que el día que juegue la Argentina “haya un acampe en la 9 de Julio”. Su análisis se centra en la ilusión que provoca el equipo. “No deja de ser un momento de expectativas donde, si ganás, seguramente se reducirán las tensiones. Y habrá expectativas por el partido que viene. Porque hay una exacerbación de la expectativa. Ayudó mucho a que estemos así haber ganado la Copa América en el Maracaná. Y haber visto ahí a un ídolo, un líder que tomó el liderazgo, Messi. Un Messi descomprimido por no tener más que sufrir la comparación con Maradona. Un Messi contento. Este equipo está preparado para ganar”, se entusiasma.
El perfil de Messi, es cierto, puede ser un factor determinante también para que este Mundial se viva de una manera distinta. “Ya pasó con la Copa América que fue una explosión de alegría muy reservada, muy de los hogares para adentro, no hubo mucha manifestación pública y, menos aún, aprovechamiento político. Más allá del tibio intento que hizo Alberto Fernández para reunirse con la selección que acababa de ganar. Y que fue exterminado con una negativa lapidaria de los miembros del equipo, encabezado por Messi que no tiene ningún interés de participar de ese show”, sostiene Novaro. Y añade. “Es una figura muy poco política, muy socialmente integradora, la contracara de Maradona, que se subía a todos los balcones habidos y por haber. Frente a esa experiencia de chavismo futbolero, me parece que estamos en buenas manos. Nuestra alegría futbolística está a resguardo de la manipulación política”.
A modo de cierre, Fernandez Moores recuerda una frase del técnico colombiano Francisco Maturana después de ganarle 5 a 0 a la Argentina en el Monumental, en 1993. “Bueno, mañana tenemos que llevar a los niños a la escuela”, dijo lejos de toda euforia. “Una definición magnífica -resalta el periodista- de cómo a veces se exageran las cosas y cómo la cotidianeidad de la vida nos obliga de inmediato a volver a poner los pies en la tierra”.
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