El 18 de octubre de ese año ardió la sala del viejo Teatro Argentino, en La Plata; las autoridades nunca quisieron recuperarlo; imágenes inéditas
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LA PLATA.– Rescatada de la bruma del tiempo y de los permanentes recambios ministeriales, una serie de imágenes del archivo fotográfico del Ministerio de Infraestructura bonaerense muestra, como pocas veces se ha visto, el saldo del incendio que el 18 de octubre de 1977 selló el destino del viejo Teatro Argentino, el segundo coliseo del país.
La ausencia de un sumario u otros legajos administrativos y de una investigación judicial, así como la llamativa orfandad de estudios posteriores ya en democracia, impidieron aclarar las vidriosas circunstancias que rodearon aquel proceso y otorgan al material una indiscutible trascendencia documental.
Se trata, en efecto, de casi el único registro existente sobre aquel siniestro y la posterior decisión del gobierno militar de demoler el edificio, desoyendo el consejo de especialistas y expertos internacionales y el pedido de un grupo de entidades locales y de los propios artistas y trabajadores del lugar, que planteaban la posibilidad de su reconstrucción.
La mayor parte de las fotografías incluidas en esta secuencia fue tomada por el fotógrafo de la cartera provincial Daniel Arostegui en los días siguientes al incendio e ilustra el estado en que quedaron distintos sectores del teatro, como el foyer, la zona de escaleras y otros ambientes destinados a las secciones técnicas y administrativas, así como el acopio hecho de distintos elementos salvados del fuego. Un relevamiento de las noticias de aquellos días permite observar que estas vistas no fueron publicadas por los diarios, enfocados entonces en mostrar, antes que otra cosa, la destrucción total de la sala.
En la década de 1990, al realizarse una reforma edilicia en la sede del ministerio bonaerense, las imágenes fueron rescatadas de un salón entre un verdadero aquelarre de diapositivas de puentes, rutas y edificios. Pero fue solo en 2010 cuando se decidió avanzar en la conformación de un archivo. Hoy, el material integra también el acervo del archivo histórico del actual Teatro Argentino, constituido en 2005, al que se suma un puñado de registros dispersos entre los que se destacan trabajos como los de los fotógrafos Alberto Mego o Silvio Zuccheri.
Considerado uno de los palacios más emblemáticos de la ciudad fundada por Dardo Rocha en 1882, el Teatro Argentino comenzó a construirse en 1885 por iniciativa de un grupo de particulares, siguiendo un proyecto de líneas renacentistas trazado por el arquitecto italiano Leopoldo Rocchi. Con casi 4000 metros cuadrados cubiertos, la envergadura de la obra hizo que pronto los impulsores se quedaran sin recursos y tuvieran que hipotecar el predio para poder concluirla. El teatro logró ser inaugurado finalmente en 1890, casi dos décadas antes que el Colón, habilitado en 1908.
En su época de esplendor visitaron las tablas del Argentino formaciones memorables como la Orquesta Sinfónica de Viena y figuras de la talla del compositor alemán Richard Strauss o la bailarina rusa Ana Pavlova. Durante su larga vida, el teatro atravesó varias tormentas, en su mayoría ligadas a la falta de recursos. Las deudas forzaron su cierre a fines de la década del 20 y determinaron el paso a manos del Estado provincial, que recién reabrió la sala en 1937 durante la gobernación de Manuel Fresco.
“Una hoguera”
En la hora de la siesta del martes 18 de octubre de 1977 los integrantes del ballet estable se aprestaban a realizar un ensayo en la sala principal. Según el relato de la exbailarina Alicia Costantino, varios de sus compañeros se habían adelantado para precalentar cuando, de pronto, una serie de chispazos emanados desde una de las líneas de iluminación instaladas sobre el escenario hicieron arder un telón de voile. Rápidamente, el fuego avanzó sobre la sala y el taller de escenografía ubicado debajo de la platea. Siguieron corridas y gritos frenéticos que acompañaron el intento de los trabajadores por rescatar pertenencias o efectos usados para desarrollar su tarea. Costantino nunca pudo quitar de su memoria el cuadro que alcanzó a ver antes de huir del lugar: el escenario se había transformado en una hoguera.
Para cuando las sirenas de los carros de bomberos alertaron al resto de la ciudad sobre lo que estaba ocurriendo, las llamas ya habían devorado la sala –con cinco niveles de palcos y capacidad para 1567 personas– y el escenario –de 580 metros cuadrados– y treparon por los palcos hasta el techo, que había comenzado a desplomarse. Pese a la voracidad del fuego, la estructura con forma de herradura que abrazaba la sala desde las paredes exteriores logró mantenerse en pie.
El incendio se extendió hasta el anochecer, cuando las dotaciones de La Plata y Berisso lograron sofocarlo. Mientras el teatro ardía, muchos de los artistas y técnicos permanecieron sentados en los jardines del predio junto a cientos de curiosos que se acercaron para ver lo que estaba pasando. Fue en ese dramático contexto, mientras las bocanadas de humo negro se recortaban en el cielo, que a Elvira Yorio, miembro de una familia de músicos que integraban la orquesta, se le ocurrió comenzar a juntar firmas y crear la Comisión Pro Recuperación del Teatro. A la iniciativa, que tuvo una gran repercusión, se sumaron medio centenar de entidades intermedias y colegios profesionales.
El grupo consiguió una audiencia con el entonces subsecretario de Cultura provincial, Francisco Ángel Carcavallo, un profesor de estética que había integrado el directorio del Fondo Nacional de las Artes y respondía directamente al ministro de Educación del distrito, general Ovidio Solari, de quien dependía el teatro. Los arquitectos Daniel Almeida Curth y Carlos Tau aseguraron en esa reunión que, según su criterio, la reconstrucción era absolutamente viable. Carcavallo los cortó: “Frente a esta desgracia, La Plata merece resurgir con algo moderno y funcional” dijo. Yorio recuerda con precisión cada una de esas palabras que aún le duelen. Según la mujer, el funcionario desplegó en ese momento una serie de planos del Complejo General San Martín de la ciudad de Buenos Aires. Fue una manera de adelantar el rumbo que guiaría las acciones oficiales.
Para lograr instalar la idea de la necesidad de demoler el Teatro Argentino, el gobierno provincial, conducido por el general Ibérico Saint Jean, buscó acallar los planteos de la comisión pro recuperación. Luego de un par de cónclaves muy concurridos, la policía disolvió una reunión del colectivo en la Asociación de Empleados de Escribanías. Desde entonces, la participación se redujo notablemente y quedó reservada a encuentros reducidos en casas particulares. Las autoridades llegaron, incluso, a advertir a la comunidad que se abstuviera de asistir a “los actos o reuniones en beneficio del teatro” y forzaron, una a una, a las entidades incluidas en los petitorios a resignar su participación en el grupo. Quienes insistían en reclamar comenzaron a recibir amenazas de muerte. El celo del gobierno prohibió también la realización de una colecta promovida por los músicos con la intención de reunir fondos para reponer los instrumentos perdidos durante el incendio.
El 3 de noviembre, Carcavallo anunció oficialmente que se procedería a la demolición de los sectores del edificio más afectados. Las entidades rechazaron la medida mediante una nota en la que plantearon que afectaría “gravemente el patrimonio histórico y los sentimientos de la comunidad”. En esos días, la Suprema Corte de Justicia provincial también rechazó un amparo interpuesto por el abogado Edgar Torre para frenar la decisión.
En aquel momento, el arquitecto Jorge Gazzaneo, por entonces vicepresidente del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos), convocó al prestigioso especialista inglés Roy Worskett, experto en la restauración de edificios sometidos a bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Después de estudiar la situación y recorrer el lugar, Worskett consideró que si bien la sala se había perdido íntegramente, el resto de “la caja está perfecta, se salvó completa”. También apuntó que los muros perimetrales no presentaban rajaduras. “Acá hay un 60% del capital existente”, sentenció, al expedirse en favor de su preservación. Por esos días, durante una reunión de arquitectos de toda la provincia realizada en La Plata se emitió un dictamen en el mismo sentido.
No obstante, el gobernador Saint Jean ordenó mediante un decreto fechado el 13 de diciembre –a menos de dos meses del siniestro– la demolición total del edificio, basándose en un peritaje del Cuerpo de Bomberos que adjudicó lo ocurrido a un “desperfecto eléctrico” y alertó sobre la existencia de “riesgo de derrumbe”.
La celeridad de la decisión abortó toda posibilidad de intentar echar luz sobre los hechos: se decidió archivar las actuaciones y ninguna de las personas –músicos, bailarines, técnicos y empleados administrativos– que se hallaban en el lugar aquella fatídica tarde fue llamada a prestar declaración. Así, crecieron los mitos en torno del incendio que, entre otras cosas, instalaron sospechas sobre el origen accidental del fuego y alimentaron la idea de que el siniestro sirvió como pantalla para un fenomenal negociado de obra pública, que hoy prevalece en el imaginario de los habitantes de la capital bonaerense.
Aunque se hubiera determinado el carácter accidental de los hechos, una investigación habría vuelto la mirada sobre la responsabilidad de las autoridades ya que, según muchos testimonios de sus empleados, el Teatro Argentino no poseía los dispositivos mínimos para enfrentar un episodio de ese tipo como un telón o cortina de seguridad metálica para aislar el escenario o una dotación suficiente de matafuegos en condiciones de uso.
Las opacidades e inconsistencias a lo largo del proceso fueron permanentes e, incluso, algunas resultan inexplicables. En ese sentido, pese a que desde un primer momento se alentó la demolición del edificio argumentando la existencia de riesgo de derrumbe, varios de sus espacios –en especial las oficinas administrativas y de dirección e incluso alguna de las salas de ensayo– siguieron funcionando allí durante meses. Tampoco resulta fácil de entender en ese contexto por qué en diciembre de 1977 se puso en marcha un programa de visitas guiadas abiertas al público organizadas por el director del teatro, Leandro Vivet, para recorrer la devastación del edificio. Tampoco se pudo explicar, sino a partir de una creencia religiosa en los milagros, cómo fue que se salvó una figura de papel maché fabricada para una escenografía a principios de los 70 que fue rescatada ilesa y hoy es venerada como la “Virgen de las Cenizas”.
La demolición
“En el momento en que se incendió el Argentino predominaba en el mundo de la arquitectura una corriente mundial que promovía la construcción de complejos culturales para reunir diferentes disciplinas del arte y el espectáculo”, explicó Eduardo Gentile, docente e investigador de Historia de la Arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata. El catedrático no dudó al sostener que “si el incendio se hubiera producido en los 90, el teatro se hubiera conservado”.
El también arquitecto y director provincial de Patrimonio Cultural bonaerense, Pedro Delheye, consideró que “la demolición no era necesaria y pudo haberse evitado. Fue una medida que formó parte de un proyecto político que necesitaba mostrar grandes obras”, acotó.
“Es una metáfora escalofriante que el Teatro Argentino de La Plata haya desaparecido en el mismo momento histórico en el que miles de ciudadanos corrían la misma suerte”, apuntó, a su turno, Julio Santana, director de la Casa Curutchet, diseñada por el arquitecto suizo Le Corbusier y administrada por el Colegio de Arquitectos bonaerense, que en 2016 fue incorporada a la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Como sea, derribar el Teatro Argentino y sus muros de doble ladrillo no fue algo sencillo; la tarea demandó alrededor de un año. Mientras avanzaba en la destrucción, se decidió sacar a la venta 2500 ladrillos acompañados por un certificado de autenticidad para que los platenses puedan conservar “un recuerdo físico de la antigua sala”, se indicó. La última resistencia fue cuerpo a cuerpo: un pequeño grupo se interpuso entre lo que quedaba del edificio y las topadoras. La escena duró apenas unos minutos, el tiempo suficiente que demoró la policía montada en llegar al lugar y dispersar a los manifestantes a bastonazos, según recuerda Alberto Antonini, un vecino reconocido por su compromiso con la defensa del patrimonio cultural de la ciudad, que en aquella oportunidad recibió un duro golpe en la cabeza.
En paralelo, fue creado el Ente de Construcción del Teatro Argentino Sociedad del Estado (Ectase) que, presidido por el propio ministro Solari y dirigido operativamente por el crítico de arte Jorge D’Urbano, tuvo como misión “recabar los anteproyectos, proyectar, contratar, construir y habilitar por sí o por terceros un complejo cultural”, según puede leerse en el acta constitutiva del organismo. En mayo de 1979, el Ectase lanzó un concurso nacional de anteproyectos con un programa que apuntaba a dar vida a un centro que integrara toda clase de espectáculos y expresiones artísticas, incluyendo el cine. En agosto, el organismo otorgó el primer premio a un grupo de arquitectos platenses integrado por Enrique Bares, Tomás García, Roberto Germani, Inés Rubio, Carlos Ucar y Alberto Sbarra.
La obra del ahora llamado Centro Provincial de las Artes Teatro Argentino fue tortuosa. Arrancó el 1° de diciembre de 1980 y, pese a que se preveía terminar en cuatro años, recién se pudo inaugurar parcialmente en 1999 gracias al impulso que le dio el entonces gobernador Eduardo Duhalde. Durante esas dos décadas, la continuidad de la actividad del coliseo solo fue posible gracias la lucha constante de sus cuerpos artísticos y técnicos que para ello constituyeron la Comisión Pro Rehabilitación del Teatro Argentino, presidida durante años por la exbailarina Costantino. Aunque parezca increíble, pasadas más de cuatro décadas, el teatro aún no posee final de obra, todavía tiene varias áreas sin terminar y otras deterioradas por falta de financiamiento, y no cuenta con un calendario oficial.
“Nosotros entramos en escena después de que se decidiera la demolición, nunca nos metimos en ese debate”, se excusó el arquitecto Sbarra, uno de los miembros del equipo que proyectó el actual teatro, que prefirió no opinar sobre la pertinencia de la demolición del viejo edificio y dijo desconocer los motivos que la impulsaron. El profesional, que fue decano de la Facultad de Arquitectura local entre 1995 y 2001, concluyó: “Como platenses, no fue algo ajeno a nosotros, pero nuestra participación en el concurso fue una manera de opinar sobre lo que creíamos que había que hacer en el lugar”. Pero esa es otra historia.
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