El misterioso barco inglés que permanece enterrado bajo la arena en Centinela del Mar hace más de 170 años
Fragmentos de cerámica europea, de muy fina calidad, suelen aparecer en las solitarias orillas; los aventureros e investigadores están fascinados con los secretos de esa joya hundida en 1847
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Walter Darío Puebla conoce la ubicación precisa del naufragio que contiene el “enorme” cargamento de cerámicas inglesas muy finas de la marca Spode, y que permanece sepultado en el fondo del mar desde 1847, a metros de la costa argentina. Sin embargo, no larga prenda: el investigador invoca las leyes de protección patrimonial para no difundir el sitio con exactitud; solo dirá, a LA NACIÓN, lo siguiente:
―El barco está a menos de doscientos metros de la costa y a diez metros de profundidad, sepultado bajo un banco de arena.
Cuando dice “la costa”, Puebla se refiere a las orillas de Centinela del Mar, un páramo situado en el extremo sur del partido de General Alvarado, en el sudeste de la provincia de Buenos Aires.
En este paraje, donde no viven más de tres familias y donde la escuela rural que fue cerrada por falta de alumnos le dio paso a una estación científica, suelen aparecer, devueltos por el mar, fragmentos de cerámicas muy fina y muy antiguas, pero también mangos de cuchillos ingleses posmedievales, restos arqueológicos de la megafauna y algún que otro rastro de la presencia ancestral de las antiguas culturas tehuelches.
Puebla no es arqueólogo ni historiador, pero trabaja como si lo fuera. Apasionado por los fragmentos de cerámica inglesa que los viajeros suelen llevarse como souvenir, entre caracoles y piedritas, se vinculó con el Museo Spode de Inglaterra (el fabricante de la vajilla) y con otros especialistas, como Richard Halliday.
Así logró determinar que esos pedacitos de historia no solo pertenecen a un barco que transportaba un gran cargamento de vajilla de lujo, sino que además contenía más de 80 modelos de loza distintos.
Pero sobre todo logró descifrar el significado de los símbolos acuñados o pintados en el dorso de las cerámicas, que desveló a los especialistas por más de 40 años, y también el lugar preciso del naufragio, que este año será explorado por arqueólogos submarinos al servicio del Estado.
El investigador no se queda quieto: de día trabaja como asesor comercial de un estudio inmobiliario en la ciudad de Mar del Plata y de noche persigue tesoros arqueológicos hasta ahora desconocidos.
Su última hallazgo fue un hit, más allá de las cerámicas: tras contactar con el Museo Británico, confirmó que los mangos de cuchillos, elaborados con hueso tallado y aparecidos en estas playas, pertenecen a un naufragio inglés de la época previa al Virreinato del Río de la Plata, cuando nadie antes lo había hecho.
Un velero, un naufragio y un cargamento enorme
La historia del misterioso naufragio que cada tanto entrega parte de su tesoro en las playas de Centinela del Mar, y también en las de Mar del Sud, por obra de la corriente de Malvinas, fue construyéndose por retazos.
Desde el pionero Luis Abreu, que en los años ochenta recorría el trayecto Miramar-Centinela a bordo de un arenero, hasta los colaboradores del Museo de Miramar, quienes se han fascinado por esta trama han hecho algún aporte.
De acuerdo con la investigación de Puebla, ahora se sabe que los pedacitos de cerámica son parte de un cargamento destinado a las familias ricas de la época, posiblemente de las colonias inglesas de Australia.
La nave transitaba por el Atlántico en dirección sur en busca del paso al Pacífico, por la ruta comercial del Cabo de Hornos o el estrecho de Magallanes. pero naufragó mucho antes.
También se pudo determinar que el cargamento era transportado por un velero de gran porte, sin otra propulsión más que la de sus velas.
Tenía casco de madera y guarda quilla de bronce, y naufragó tras chocar contra una restinga muy cerca de la costa del sur de Buenos Aires, posiblemente empujado por una sudestada.
El barco y su cargamento descansan actualmente a diez metros de profundidad y a menos de doscientos metros de la playa, sepultados bajo un banco de arena, relata Puebla, pero insiste en no revelar la ubicación para no alentar prospecciones subacuáticas o arqueológicas privadas, penadas por la ley Nº 25.743 y N° 26.556.
Sin embargo, el avance en esta historia ha provenido siempre de particulares, como el trabajo de recolección del profesor Carlos Canelo o la investigación preliminar del documentalista Laureano Clavero, quien comenzó a publicar las primeras hipótesis sobre el tema en su blog, allá por 2011.
Puebla, colaborador del museo de Santa Clara del Mar, tomó la posta y luego de realizar una serie de jornadas de reconocimiento con los vecinos de la región logró distinguir al menos 80 modelos diferentes de la marca inglesa Spode, tras analizar más de 4600 fragmentos de cerámicas aparecidos en las playa.
También descifró el significado de los misteriosos símbolos grabados en el reverso de las mismas, algo que venía desvelando a los solitarios buscadores de historias que intentaron determinarlo desde 1982.
Y acabó también con algunos mitos: “Jamás se hallaron vajillas enteras. Eso es una verdad y hay que decirlo”, aclara.
Un cargamento enorme y un naufragio único
“Esta investigación llamó la atención por ser un caso único en el mundo: la variedad de modelos de cerámica alcanza la cifra de 83 en total”, cuenta Puebla a LA NACIÓN, quien junto con Janis Rodwell, presidenta del museo Spode de Inglaterra, elaboraron un artículo con los hallazgos de su investigación que fue publicado por la revista de la institución en más de 32 países.
Puebla acaba de terminar el libro Dos naufragios, dos misterios, donde hace una mención especial a los pioneros. “El primero en identificar la vajilla inglesa fue Luis Abreu en 1983 y más tarde, junto a Osvaldo Tadei, determinó que se trataba de Spode.
“Tadei era un caballero muy conocido que tenía una gran tienda de antigüedades en Mar del Plata. Estaba muy bien informado sobre Spode y también identificó el patrón ‘Chica en el pozo’ (Girl at the well, patentado en 1822). Por lo tanto, el crédito en primera instancia les pertenece a estos dos caballeros”, aclara el investigador.
“Para mí el punto de partida comenzó cuando visité Centinela del Mar por tercera vez y conocí al profesor Carlos Canelo, Director del Centro de Interpretación Aborigen, quien me mostró unos fragmentos de cerámica con el sello de Spode Copeland & Garrett en el dorso”, cuenta Puebla.
Y aclara que desde hace unos diez años, en el museo de Miramar, se fue armando una colección de fragmentos de esta cerámica decimonónica con motivos azules, rojos, verdes y negros.
El investigador logró avanzar todavía más en la revelación del misterio. Descubrió que el barco naufragado frente a las costas de Centinela del Mar también transportaba cerámica de otras fábricas inglesas que no eran de Spode, como Petrus Regout, John Goodwin y Ridgway.
“El envío de Spode/Copeland & Garrett estuvo compuesto por bandejas, frascos, platos, tazas, azucareros, teteras… Algunas piezas halladas en la playa presentan ‘concreciones ferrosas’ que son el resultado de una reacción química entre la sal marina, los sedimentos y la corrosión de objetos de hierro.
“Estos elementos aparecen con frecuencia en sitios de naufragios”, relata.
La fecha, el lugar del naufragio y los misteriosos sellos en el dorso de las cerámicas
Spode fue un imperio ceramista fundado hace más de 250 años en Inglaterra. Josiah Spode II fue nombrado alfarero de su Alteza Real en 1806 por el Príncipe de Gales. Su cerámica fina fue tan afamada que integró la vajilla del fatídico viaje inaugural del Titanic.
El curioso colaborador arqueológico identificó, clasificó y catalogó modelos de Spode que van desde el patentamiento del patrón “Willow”, en 1784, hasta el “Portland base”, de 1832, todos ellos aparecidos en las costas del sur bonaerense.
“La diferencia de tiempo entre los patrones de cerámica se debe a que (los más antiguos) eran diseños muy populares y se seguían fabricando a gran escala varias décadas después.
“Los demás restos hallados pertenecen a fabricantes con sede en Staffordshire, como Josiah Wedgwood & Sons (1770), John Goodwin (1840-1851), William Ridgway & Co (1830-1854), y John Ridgway & Co (1830-1855).
“Los diseños realizados sobre estos objetos fueron con impresión por transferencia en color azul, rojo, verde y negro. En el periodo que va de 1784 a 1860 jamás se utilizó el amarillo o dorado en estos modelos”, afirma el especialista.
Los misteriosos sellos descifrados
Entre los 4.600 fragmentos analizados, Puebla clasificó cinco piezas notables que poseían un sello Spode a secas, y una marca manual, las cuales fueron elaboradas entre 1831 y 1832.
“Esto nunca antes se había determinado correctamente. Las marcas pertenecen al antiguo período de Josiah Spode VI, ya que la firma Copeland & Garrett se hizo cargo de la fábrica en 1833, y en los depósitos había miles de vajillas hechas con el antiguo sello Spode. Lo cual las convierte en las piezas más antiguas del cargamento al tener más de 190 años, y tienen, además, una particularidad: misteriosos símbolos que parecen letras”, añade.
Relata Puebla que en Centinela del Mar y Mar del Sud se hallaron cerámicas con estas raras marcas, y que hasta ahora eran un enigma.
Según pudo corroborar con la ayuda de Janis Rodwell (presidente del museo Spode), Shannon Mooney (Specialiste de L´information sur colección-Canada), Patricia Halfpenny (presidente Nort ceramic Society), Richard Halliday (editor CCT- Staffordshire), Steve Birks (Museum history of Stoke-on-Trent), Dick Henrywood (Friends Blue & White-Inglaterra) y Jhonatan Kaluzza (extracionista de fósiles Utha EE.UU), se trata de las firmas de los jefes alfareros de Spode en la época previa a 1833.
“Los jefes alfareros tenían a su cargo, cada uno, alrededor de cien artesanos, y los símbolos se imprimían manualmente en el reverso de la vajilla para llevar un registro del volumen que fabricaba cada grupo de alfareros.
“Las más comunes son simplemente símbolos, algunos pocos redondeles y las más llamativas e interesantes son las letras L; I; R; A; T; y H.
“Otro dato muy importante es que entre las 4.600 piezas jamás se encontró el sello “WT Copeland and Son”, que tomó la fábrica al retirarse William Garret en 1847″, detalla para respaldar el descubrimiento.
Por otra parte, entre las miles de piezas analizadas, jamás se encontró un patrón cuya fecha de fabricación haya sido posterior a 1840.
“En muchos registros se constata que un modelo nuevo de Spode podía tardar como mínimo entre 6 o 7 años en llegar a esta parte de Sudamérica, Australia, Rusia o Asia oriental. Es lo que pude certificar con Janis Rodwell”, subraya Puebla.
“Esto quiere decir que el naufragio nunca pudo ser posterior a 1847”, apunta.
Por último, Puebla descarta la posibilidad de que el destino del cargamento hayan sido las incipientes colonias galesas de la Patagonia, ya que fueron fundadas recién en 1865.
No se conoce la suerte de la tripulación del barco naufragado.
“Quizás al varar, los navegantes hayan rescatado lo que pudieron y emprendido una caminata hacia algún lugar previamente visualizado. También pudo no haber quedado ningún sobreviviente”, arriesga y suma: “En esa época había muy pocos habitantes y vivían campo adentro. Los aborígenes ya habían sido expulsados hacia el margen del río Quequén e inclusive más al sur. Posiblemente se trate de una velero que realizaba trasbordos de mercadería Inglesa en los puertos de EE.UU, Brasil, Uruguay o Buenos Aires, rumbo al océano Pacifico”.
Puebla tampoco cree en la idea de que se trataba de un barco pirata o contrabandista.
Y concluye: “La hipótesis más fuerte es que se trató de un gran cargamento de lujo que navegaba rumbo a las colonias de Nueva Gales, Australia Occidental o Australia Meridional”.
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