EL CALAFATE.- "Vinimos pensando en dejar el coronavirus en Europa, pero el virus nos persiguió hasta El Calafate". Así lo cuenta Bernadette Demange, de 74 años, coordinadora de la delegación de jubilados franceses que llegó a la Argentina en un viaje de turismo por 12 días y al cuarto quedaron aislados en un hotel. La mitad enfermó de coronovirus.
Casi nadie los conoció aquí, -nadie más que los médicos que los visitaban a diario-. Sin embargo, en torno a ellos se tejió una red intangible de solidaridad y ternura que los contuvo en los peores momentos, cuando la repatriación se veía lejana. Tras 50 días, el domingo 3 de mayo regresaron a Francia todos a salvo. Esta es la historia de esos días de encierro e incertidumbre.
El 10 de marzo, la delegación de 25 retraités, -como se les dicen a los jubilados en Francia- llegó a Buenos Aires y desde allí viajó a Ushuaia en un tour cuyas reservas se habían concretado con mucha anticipación. En ese momento aún no había restricciones para ingresar al país. Dos días después, tras realizar excursiones en Lapataia y el Canal de Beagle, volaron a El Calafate. Uno de los pasajeros llegó descompuesto.
Al día siguiente, mientras el resto de la delegación partía a una excursión al glaciar Spegazzini -la única que harían- Michel Barret, de 77 años, fue al hospital local con fiebre y otros síntomas. Su esposa Chantal se negó a dejarlo aislado como indicaba el protocolo y quedó también internada. Cuatro días después llegó el primer resultado positivo. Y toda la ciudad entró en cuarentena estricta.
Al regresar de la excursión el resto de la delegación ya no podría abandonar el Edenia, un elegante hotel de cuatro estrellas alejado del centro de la ciudad que se convirtió en su hogar obligado durante 50 días. Se activó el comité de emergencia y toda la delegación quedó en cuarentena.
Luego de Michel y Chantal, Roland Demange, de 82 años, registró fiebre alta. "Los médicos que venían diariamente para controlarnos decidieron internarlo. ¡Lo salvaron!", afirma Bernardette, su esposa. Tras esa internación llegó una nueva oleada y otros seis jubilados fueron internados, algunos en terapia intensiva.
Los Demange viven en Noiseau, Val de Marne, a 15 km de París, tienen dos hijos y cumplieron aquí 54 años de casados, pero no lo pudieron celebrar. "Habíamos soñado con un lindo viaje para descubrir su hermoso país de inmensas pampas salvajes, de aguas claras pero frescas, y el sueño se detuvo el 14 de marzo", recordó la mujer tras la odisea.
Bernardette vivió una de la experiencias más tristes y duras de su vida: Roland, su esposo estuvo dos semanas conectado a un respirador artificial, en coma inducido, en la terapia intensiva del Hospital SAMIC de El Calafate. Durante días, su salud tuvo en vilo al equipo médico del hospital. Fue el paciente de mayor gravedad de los 34 casos positivos que se manifestaron en esta ciudad de 30.000 habitantes, todos vinculados a la delegación francesa y a quienes tuvieron contacto con ellos, incluidos 16 trabajadores de la salud.
Planilla en francés
Para mejorar el control, los médicos locales elaboraron una planilla en francés que cada paciente debía completar con su temperatura tres veces por día. Primero fueron varios los profesionales que visitaban a los pacientes y los oscultaban. Con el correr de los días, y para bajar el número de profesionales expuestos, los controles quedaron en manos de la doctora Verónica De Cristófaro y el endocopista René Costa, quien al hablar francés facilitó la comunicación.
El control diario permitió seguir de forma cercana al contingente de alto riesgo. Pese a los cuidados, los contagios se multiplicaron en la delegación. Diez pasajeros resultaron positivos de COVID-19 y ocho fueron internados. Apenas se confirmaban los síntomas, por su edad avanzada los internaban en el hospital y muchas parejas quedaban separadas.
El momento más duro para la doctora de De Cristófaro fue cuando le comunicó a Bernardette que su esposo entraba en la difícil etapa del respirador artificial. La mujer le pidió que ella le leyera una carta a su esposo inconsciente. Lo hizo y la guardó. Antes de partir, en la puerta del avión, le devolvió la carta que había atesorado. Su esposo había logrado recuperarse. "Siento que con este grupo de abuelos se puso en valor la ternura ", reflexiona la médica, que es presidenta del Consejo de Administración del hospital SAMIC.
Nicole Pacaud cumplió 73 años años en terapia intensiva y aislada por el coronavirus. Desde el hotel, su esposo no la podía saludar. Desde Francia, tampoco su familia. Entonces, las enfermeras de terapia intensiva decidieron cantarle el Feliz cumpleaños desde la puerta de la habitación. El idioma no fue una barrera. Ellas eran las que más se preocuparon para que sus pacientes no decayeran. Armaron letreros en francés que decían "sé fuerte", "estamos para cuidarlos", "todos te mandan cariños". Incluso pidieron ayuda para pronunciar los mensajes en francés y generar mayor cercanía.
Y lo lograron. "Nunca olvidaré la dedicación, la amabilidad y la paciencia infinita de las enfermeras. Nunca olvidaré las dulces palabras de Graciela con sus ‘mi amor’ en los momentos difíciles", dice Mireille Cavaglia. Ella viajó junto a su esposo Marc. Viven en Marignane, una pequeña ciudad de 40.000 habitantes a 25 km de Marsella, en el sur de Francia.
El reencuentro
Después de la tercera prueba sin señales del virus, Mireille pudo dejar el hospital con los aplausos de las enfermeras y volver al hotel Edenia. "Sólo quedó en el hospital Roland, que fue el más gravemente afectado, entró en coma y se recuperó gracias a la competencia de los médicos. ¿Qué habría ocurrido en Francia, dada la afluencia de enfermos en los hospitales? ¡Prefiero no pensar en todo esto!", reflexiona la turista devenida en paciente.
Con el correr de los días, la moral del grupo que estaba aislado en el hotel empezó a bajar. Especialmente la de aquellos que tenían a sus parejas en el hospital. Cada uno estaba confinado en su habitación, donde también debían tomar todas las comidas. Durante 50 días, cuatro veces al día, los atendió en persona Paola Sánchez, quien junto a su esposo, Javier González, gerencia el Edenia. Cuando quedaron aislados, ellos fueron quienes, junto a un mínimo equipo de tres personas, los cuidaron y atendieron.
"Al principio fue duro para organizarnos a partir de todas las restricciones recomendadas. Pero lo más difícil fue ver cómo iban decayendo cada vez más", relata Paola. La delegación había ido por tres días, pero la estadía se prolongó por 50. Algunos proveedores de El Calafate dejaron de ir. Otros, les dejaban la mercadería en la puerta del hotel. Para mejorar el ánimo de los pasajeros devenidos en pacientes, el esposo de Paola, preparador físico, los sacaba a pasear al parque de a dos. Caminaban y tomaban un poco del sol. Cuando los pacientes recuperados volvían del hospital, dispusieron un ala del hotel para atenderlos.
"Los que estuvimos internados no podíamos estar con nuestras parejas hasta no tener el resultado del hisopado. Por suerte el de Marc fue negativo y pudimos, después de 33 días de separación, finalmente estar reunidos. Fue un soplo de oxígeno. Marc tenía un teléfono móvil, pero el mío quedó en Francia", detalló Mireille Cavaglia.
La guía
Natalia Lopresti fue la guía de turismo contratada por tres días para guiar al grupo. Acompañó a los internados durante las primeras horas, hasta que se contagió. En el aislamiento de su casa, mientras transitaba la enfermedad leyó, tejió, hizo yoga, pasó los días más bravos y también contuvo emocionalmente a su familia. Hizo todo, sin salir de la habitación de su casa. Y nunca dejó de asistir y mantener el contacto con el grupo de jubilados vía Whatsapp, en un gesto que trascendió sus obligaciones laborales y se tornó en ayuda humanitaria. "Intenté acompañarlos desde mi lugar, conectándome con algunos de ellos", cuenta Lopresti.
Fernanda González, guía de turismo y cónsul honoraria de Francia en Santa Cruz, ofició de enlace fundamental entre los pasajeros que no hablaban francés, los médicos y el hotel. A González le tocó hacer de todo, desde intérprete de mensajes, hasta comprarle los medicamentos a todo el grupo para sus enfermedades pre-existentes.
Pero los pasajeros del Edenia no eran los únicos que la requerían. Desde que se declaró la cuarentena, decenas de franceses en Santa Cruz deseaban regresar a su país y ella intermedió para facilitarles la tarea. De hecho, por un pedido de la embajada francesa, al vuelo sanitario costeado por la aseguradora de la delegación se sumaron doce franceses que estaban varados aquí. En su mayoría eran jóvenes aventureros que habían venido a pasear y trabajar.
La repatriación del grupo fue un proceso muy complicado. Por su edad y por el estado de salud, no todos estaban en condiciones de abordar un vuelo comercial y menos aún de cruzar el país desde aquí a Buenos Aires para tomar uno de los vuelos humanitarios. Eso complejizó aún más la situación emocional de la delegación.
"Luego de cumplir la cuarentena aislados en el hotel, los que seguían sin síntomas, empezaron a perder paciencia, a enojarse, querían volver a Francia, buscaron todas las soluciones, contactaron a diferentes personalidades y políticos franceses, pero sin éxito. Cuando veía al grupo marchitarse de tristeza y a mi marido entre la vida y la muerte, me sentí responsable de todo", resume Bernadette Demange. Ella era la coordinadora y presidenta de la Amicale des Agents Generaux d'assurance retraité, una asociación que reúne a extrabajadores de seguros de Francia, gestora de este viaje.
Adeline Rognon es francesa, trabaja para la agencia Esteros Viajes y vive hace nueve años en Buenos Aires. Fue el nexo entre París y El Calafate. "Nunca olvidaré a toda la gente que los ayudó desde los primeros momentos, sin pensar en horarios ni en cargos oficiales, de noche y de día", cuenta Rognon. Trabajó en tandem con Pierre Jamet-Fournier, de la agencia de viajes Partir. "Han vivido una experiencia larga y dolorosa. Hubo mucha incertidumbre, requisitos sanitarios y reglamentaciones estrictas", enumera por correo electrónico Jamet-Fournier.
El regreso
El 30 de abril aterrizó un Boeing 737 de la compañía ASL en la noche helada de El Calafate. Médicos franceses descendieron a la pista del aeropuerto internacional y allí los recibió el equipo de médicos del Hospital Samic. No se podían comunicar, pero espontáneamente comenzaron a aplaudir. "Gracias por venir" dijeron los locales emocionados y aliviados. "Gracias a ustedes por todo lo que han hecho", respondieron los franceses. Hubo lágrimas.
Mientras tanto, lo pasajeros rindieron un homenaje a sus anfitriones en el hotel. "Ahora que estamos a punto de volver a casa Marc, y yo queremos rendir un vibrante homenaje a todas estas personas que nos ayudaron a superar esta catástrofe mundial. Lamentablemente, no pudimos ver más que una ínfima parte de su hermoso país, pero no olvidaremos estos inmensos espacios salvajes, el azul cristalino de sus glaciares y las aguas limpias de su Lago Argentino", dijo Mireille Cavaglia.
El 1 de mayo, el doctor Nicolás Hantala, médico anestesista y reanimador, tomó con sus dos manos las de Roland Demange en la cama de aislamiento de la unidad de terapia intensiva del Hospital Samic. Le avisó que había llegado desde Francia para acompañarlo en su viaje de regreso.
Ya en la puerta del avión, los pasajeros recibieron un mate, dulce de calafate y una carta del intendente, Javier Belloni. Se fueron con abrazos que no se pudieron dar, pero agitando las manos con fuerza y mirando a los ojos a sus médicos. Dejaron cartas y mensajes. Bernadette sintió que dejaba aquí una familia, a un pueblo al que desea volver.
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