El hombre elefante: vivió hostigado por su aspecto y no tuvo paz ni en la muerte
Joseph Merrick padecía una enfermedad que le daba un aspecto monstruoso; sus huesos deformes obsesionaron a Michael Jackson
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Joseph Merrick era, antes que nada, un joven sensible y delicado. Pero sufría una patología que le otorgaba una apariencia monstruosa. Tenía una serie de malformaciones notables en el rostro, la cabeza y en buena parte de su cuerpo. Con estas características, y a falta de una familia que lo contuviera, el muchacho se convirtió en un fenómeno de feria en la Inglaterra victoriana de fines del siglo XIX en la que le tocó vivir su corta existencia.
Fue conocido entonces como “el hombre elefante”.
Debajo de la bolsa de arpillera con dos agujeros para los ojos que solía usar para ocultar su rostro, Merrick tenía una cabeza enorme y llena de protuberancias, con un diámetro de 92 centímetros. La mano derecha se asemejaba, por tamaño y consistencia, a la pata delantera de un paquidermo y, en diferentes partes del cuerpo, le habían crecido bultos o colgajos de piel cribosa que al tacto también parecían pertenecer al animal al que el joven le debía su apodo “artístico”.
El cirujano londinense Frederick Treves, especialista en enfermedades extrañas, que analizó la anatomía del muchacho y también le consiguió un cuarto donde vivir dignamente los que serían sus últimos años, lo describió como “el espécimen más desagradable que jamás hubiera visto”. Pero también, este médico supo ver en Merrick lo que muchos no podían encontrar en él, por prejuicios o por puro espanto: su profunda humanidad.
Fue el propio cirujano el que le pidió a una joven viuda amiga suya llamada Leila Maturin que visitase al muchacho en su habitación y nada más fuera amable con él. Cuando la bonita muchacha se aproximó al “hombre elefante”, lo hizo con gracia y sin miedo. Se sentó junto a él, miró directo a sus ojos, le tomó con ternura la mano y le regaló una sonrisa. Merrick no pudo contener la emoción y comenzó a llorar sin pausa.
El joven confesaría más tarde que esa había sido la primera vez en su vida que una mujer le había sonreído. Y que, a partir de entonces, empezó a verse a sí mismo como un ser humano y ya nunca más como un monstruo.
Una infeliz adolescencia
Joseph Carey Merrick nació el 5 de agosto de 1862 en la ciudad inglesa de Leicester. Sus alteraciones físicas no se manifestaron hasta que llegó a la edad de cinco años. Sin embargo, tuvo una infancia tranquila, y concurrió a la escuela con otros niños hasta que ocurrió lo que él mismo llamó en su autobiografía “la desgracia más grande de mi vida”. Se refería a la muerte de su madre.
El deceso de la señora Merrick, cuando Joseph tenía apenas 11 años, introdujo al menor en una situación sin salida, ya que se quedó junto a su padre, que lo despreciaba e ignoraba. Y la situación se puso aún más hostil cuando el señor Merrick volvió a casarse.
La madrastra de Joseph, como en los cuentos de hadas, era malvada e inmisericorde con él. Se burlaba de su figura, a tal punto que el pequeño prefería vagar por las calles y pasar hambre a la hora de la cena antes que regresar a su hogar y enfrentar las risas de la esposa de su padre.
Ya adolescente, harto de los malos tratos, se fue de su casa para vivir en un asilo. Empezó a vender cigarrillos en una tienda, y más tarde, a ofrecer productos de mercería casa por casa. Allí notó la extrañeza -y en algunos casos, el horror- que despertaba en las personas con su aspecto. Y pensó que quizás la gente podría pagar por ver sus rarezas anatómicas.
El debut de “el hombre elefante”
Merrick se puso en contacto con Sam Torr, un empresario teatral, dedicado al music hall, que, deslumbrado por su cliente, le montó un espectáculo junto a otros “fenómenos”, en el que él era la atracción principal. Básicamente, parado en un escenario con poca ropa, Joseph mostraba al público desde todos sus ángulos los pormenores de su cuerpo enfermo, para fascinación y morbo de los presentes.
A falta de una explicación científica para su patología -más adelante la medicina intentaría ocuparse de ello-, en ese entonces se había divulgado la creencia de que Joseph Merrick era como era porque su madre, embarazada de él, se había cruzado con un elefante y se había asustado tanto que le había traspasado de alguna manera a su retoño la esencia del gigantesco animal.
Claro que generaba muchas dudas imaginar que un paquidermo pudiera circular libre por la urbanizada Leicester, pero los que defendían esta teoría sostenían, con pruebas no tan certificadas, que en 1862 un elefante se había escapado de un circo que visitaba la ciudad, de acuerdo con lo que reproduce el diario británico The Guardian.
Lo cierto es que, a pesar de todo, a Joseph se le daba bien la vida como fenómeno. No se sentía a disgusto y ganaba un dinero aceptable. Y salía de gira por el país. Fue en una de sus presentaciones en Londres, a comienzos de la década de 1880, que se topó con Frederick Treves, un cirujano que se interesó al instante por su caso.
Objeto de estudio
El médico, -un profesional en ascenso que sería más adelante una celebridad al operar de apendicitis al rey Eduardo VII y salvarle su vida- invitó al hombre elefante a la prestigiosa Escuela de Medicina del Hospital Londres, y allí lo revisó exhaustivamente. Además, tomó muchas imágenes del joven que todavía se conservan y analizan para tratar de develar qué enfermedad padecía Merrick.
El cirujano notó también que, a pesar de las protuberancias en su cabeza y cara, su flamante objeto de estudio no sufría jaquecas y tenía una inteligencia similar a la de la media.
Treves presentó al muchacho ante los miembros más destacados de la Sociedad Patológica de Londres. Pero los galenos que lo vieron consideraron al hombre elefante como un fenómeno y no un ser humano con una afección detectable. Y criticaron duramente a Treves por tratar de hacer pasar al joven como un caso científico, según lo que recoge el documental de la BBC La verdadera historia de Joseph Merrick, producido en 1997.
Luego de las revisiones del cirujano, Joseph regresó a su vida en el mundo de las atracciones de feria. Pero hacia 1884, en Gran Bretaña se instaló la tendencia de que ese tipo de espectáculos, los de fenómenos, iban contra la decencia victoriana, y muchos espectáculos fueron cancelados.
Sucesos desafortunados y reencuentro con Treves
Esto llevó a Merrick a buscar otros horizontes donde exhibirse. Se marchó entonces a Bélgica, pero el productor de espectáculos que lo acompañaba se quedó con todo el dinero que el joven había ahorrado en sus tiempos de exhibición en público -unas 50 libras- y se esfumó.
Abandonado y sin un céntimo, Merrick se las arregló para retornar a Inglaterra, pero cuando llegó a la estación de Liverpool Street, en Londres, sufrió un percance que le cambiaría la vida: una turba de hombres furiosos que estaban en el lugar lo persiguieron, le quitaron el velo y el gorro con el que el muchacho se cubría, y estuvieron a punto de darle una paliza.
Cuando llegó la policía al lugar para dispersar a los violentos, encontró a Merrick acurrucado en el piso. Lloraba y rogaba clemencia. Los agentes ayudaron al joven a tranquilizarse, y hallaron en uno de sus bolsillos la tarjeta de presentación de Frederick Treves, al que telefonearon minutos más tarde.
El cirujano se reencontró con su paciente más especial dos años después de haberse separado de él, y lo llevó a vivir, un poco de contrabando, en una habitación aislada en el ático en el Hospital de Londres -hoy Hospital Real de Londres-, para darle al menos un asilo temporal. Treves notó que en ese par de años, las deformidades de Merrick se habían agravado y sabía que su final no estaría muy lejos.
Como en el hospital donde trabajaba Treves no se aceptaba hospedar pacientes incurables, el cirujano solicitó ayuda al presidente de la institución, Frances Carr-Gomm. Esta autoridad hosptitalaria, entonces, escribió una carta al periódico londinense Times en la que contaba la situación de Merrick y apelaba a la solidaridad de los lectores para dar un hospedaje al desamparado “hombre elefante”.
Joseph Merrick encuentra un hogar
Entonces llovieron cartas al hospital sugiriendo diversas soluciones para la vivienda del joven, algunas muy crueles que aconsejaban hospedarlo en un hospital de ciegos, o en un faro. Pero lo más importante es que mucha gente envió dinero al hospital para ayudarlo. En un fondo que se abrió para ese fin, se llegó a juntar 250 libras, una cantidad que era suficiente para que Merrick viviera sin sobresaltos el resto de los años que le quedaban de vida.
Fue así que fue hospedado en una habitación ubicada en un terreno que pertenecía al hospital, donde encontró la posibilidad de vivir una vida tranquila, y sin sufrimientos. “Estoy sumamente cómodo, y estoy todo lo feliz que me permite mi afección”, escribió Merrick en una carta de agradecimiento a los lectores del Times, que se publicó en el mismo periódico.
En su plácida estadía en su nueva vivienda, tras haberse difundido su historia a través de la prensa, el hombre elefante se convirtió prácticamente en una celebridad de la época. Varios personajes importantes de la alta sociedad británica pasaban por su cuarto a conocerlo o visitarlo.
Alejandra de Dinamarca, que era entonces princesa de Gales y luego sería reina consorte de Inglaterra -por ser la esposa de Eduardo VII-, era una de sus asiduas visitantes en los cuatro años que el muchacho vivió allí. También se decía que se acercaba a verlo la prestigiosa actriz shakesperiana Madge Kendal y se dice que incluso la mismísima reina Victoria de Inglaterra compartió alguna vez minutos de su tiempo real con Joseph Merrick.
Treves, que en su primer encuentro había definido a su paciente como un “espécimen desagradable”, ahora decía de él que era “una criatura gentil, cariñosa y adorable”. Merrick, además, demostraba tener una veta artística tanto con la escritura de poemas como con la construcción, con un detallismo extremo, de maquetas de iglesias y edificios históricos de Europa.
La muerte del hombre elefante
El 11 de abril de 1890, la vida del hombre elefante se apagó repentinamente. Merrick dormía sentado, con las rodillas levantadas y la frente apoyada en ellas. Al parecer, en su noche póstuma, quiso acostarse para dormir como lo hacían todos, pero en ese acto, la pesadez de su cráneo provocó que su cuello se dislocara. Murió por asfixia. Tenía 27 años.
El joven había dejado por escrito en vida su deseo de donar sus huesos para que los científicos pudieran investigar las causas de sus deformidades. Hoy, su esqueleto se encuentra en una habitación privada del Colegio Médico del Hospital Real de Londres, al que solo tienen acceso los estudiantes de Medicina.
La leyenda dice que Michael Jackson se obsesionó con la historia del joven Merrick, y que hizo una oferta millonaria para adquirir el singular esqueleto. Pero voceros del Hospital Real respondieron que no había interés en venderlo, de acuerdo con lo que señala el medio especializado en música español Efe Eme.
La causa de sus malformaciones: un diagnóstico esquivo
Dos patologías fueron señaladas por los especialistas a lo largo de las décadas para tratar de diagnosticar al hombre elefante. En los primeros años del siglo XX se dijo que podía ser neurofibromatosis, una enfermedad que produce tumores en el cuerpo y manchas de pigmentación. Pero la ausencia de estas manchas en el joven Merrick puso en duda este diagnóstico.
Mucho tiempo más tarde, en 1986, dos médicos de la Universidad de Dalhousie, en Canadá, escribieron un informe en el que explicaban que Joseph había tenido muchos signos compatibles con una afección conocida como el Síndrome de Proteus, un extraño trastorno de base genética que produce crecimientos excesivos de partes de los huesos, piel y otros tejidos blandos.
También podría tener una combinación de ambas afecciones, aunque todavía no se ha arribado al diagnóstico definitivo. En gran medida porque, por el tratamiento que recibieron sus huesos, ha sido imposible hasta ahora obtener una muestra del ADN del esqueleto de Merrick que sirva para diagnosticarlo.
En 1980, el director David Lynch echó mano a toda su sensibilidad artística para realizar la película El hombre elefante, una reconstrucción de la historia de Joseph Merrick con algunas licencias, interpretada por dos glorias de la actuación: los británicos John Hurt, en el papel de Merrick, y Anthony Hopkins, como el doctor Treves.
El hombre elefante tuvo tiempo, en los postreros años de su vida, de escribir su autobiografía. Allí dejó una frase concluyente: “Cierto es que mi forma es algo extraña, pero culparme es culpar a dios”. Era una lección para aquellos que nunca pudieron ver la humanidad de Merrick, los que aborrecían su aspecto y se burlaban de él. Aquellos que son, posiblemente, los verdaderos monstruos de esta historia.
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