Hacia el interior del mundillo de la salud todos lo saben bien: el médico podrá ser el que prescribe, pero es el enfermero quien ejecuta esa prescripción y también el que acompaña al paciente. El que se carga al hombro el cuidado de los enfermos. El que durante las 24 horas pone el cuerpo para combatir la pandemia del coronavirus.
La enfermedad que produce el coronavirus resulta tan contagiosa que dejamos de saludarnos con beso y hasta tenemos que permanecer a por lo menos un metro unos de otros en la cola del supermercado. Sin embargo, en este contexto de mantener la distancia más que nunca, a los enfermeros les toca la tarea de estar cerca de los pacientes para tomarles la temperatura, pasarles la medicación, revisarles la presión, o incluso asearlos. A pesar de todo eso, el personal de enfermería tiende a tener entre la opinión pública un reconocimiento social bastante pobre.
Según datos de 2018 del Sistema de Información Sanitario Argentino (SISA), ese año había cerca de 180.000 personas matriculadas en el campo de la enfermería. De ese total solo 19.729 (11,01%) son licenciados (los que tienen un mayor nivel de formación), mientras que 73.373 (40,95%) son técnicos y 86.073 (casi la mitad) auxiliares, que son quienes cursan carreras de un año. El déficit está claramente en la cantidad de enfermeros profesionales, que alcanzan alrededor de 4,5 por cada diez mil habitantes.
"El personal de enfermería es la mayor fuerza laboral en salud. Representan más del 50 por ciento del total, y sin embargo su escasez compromete la meta global de lograr la salud para todos en 2030", advertía la Organización Mundial de la Salud el año pasado, y es que -más allá de la pandemia- el déficit de profesionales de enfermería implica una permanente y enorme preocupación: sin enfermería, no hay cuidado.
¿A quiénes estamos aplaudiendo a las nueve de la noche? A continuación, cinco historias desde el corazón de los servicios de enfermería para entender quiénes son, cuántas horas por día trabajan, qué desafíos enfrentan y qué temores atraviesan en estos tiempos extraños todos esos profesionales que, en muchos casos al límite de sus fuerzas, están en la primera línea del combate a la pandemia.
"La enfermería es el arte de cuidar, pero el cuidado suele estar desvalorizado. Esta pandemia tiene algo particular y es que los pacientes que se internan quedan solos, no se permite el ingreso de familiares. Y los que se mueren, se mueren solos. Los únicos que están ahí adentro con ellos son los enfermeros, los que llegado el caso les van a tomar la mano y contenerlos. Eso es muy fuerte para nosotros como seres humanos".
Quien habla es Norma Ríos, jefa del departamento de enfermería del Sanatorio Güemes, donde tiene a cargo una suerte de ejército de 850 enfermeros. "Todo el sanatorio está organizándose para la pandemia", explica.
Ríos cuenta que en sus casi 30 años como Licenciada en Enfermería nunca le tocó vivir algo así. Que otras veces tuvo que estar en la emergencia -atendió heridos tras la explosión de la AMIA-, pero que esto es diferente. "Estamos expectantes y entre los profesionales de la salud también aparecen los miedos, más que nada ante la posibilidad de llevar el virus a la casa, donde están los hijos chicos o los padres grandes. En este momento tenemos 85 enfermeros menos, en algunos casos porque tienen patologías, en otros porque viven con hijos pequeños y en otros por estrés, porque también existe el miedo de atender a estos pacientes".
"De todas formas -aclara- la mayor parte del equipo está mostrando un compromiso enorme. Tuve que licenciar a una enfermera con problemas de salud y ahí nomás se largó a llorar porque no iba a poder estar en la pandemia. Hay profesionales que vienen desde Ezeiza o Pilar, que están tardando tres horas en llegar y a pesar de todo vienen, cumplen su turno, soportan el estrés y las largas horas de estar vestidos con esas ropas que te lastiman la cara y las manos de tanto ponerse y sacarse guantes. El personal de salud está muy emocionado con la situación y con los aplausos. Hasta mi esposo se emociona de cómo estoy trabajando 12 horas por día para que los enfermeros tengan todo lo que necesitan".
Eduardo Pérez es el jefe del departamento de enfermería del área de salud del departamento mendocino de Godoy Cruz. Maneja a más de medio centenar de enfermeros que trabajan distribuidos en 13 centros de salud. "En este momento estamos en guerra. Y los que aparecemos en la primera línea de fuego somos nosotros, los enfermeros. Ya en la puerta de cada centro de salud hay parado un enfermero encargado de hacer el triage", describe.
El "triage" es un sistema de selección y clasificación que se usa para dividir a los pacientes basándose en las necesidades terapéuticas y en los recursos disponibles. "Somos los enfermeros los que recibimos a los pacientes, tomamos los signos vitales y hacemos todas las preguntas del caso. Por el momento, si estamos frente a un caso sospechoso colocamos el barbijo, llamamos al 911 y derivamos al hospital", precisa Pérez.
Normalmente los centros de salud no tienen internación, pero en Godoy Cruz cuatro de los 13 que existen están preparándose para la contingencia y ya armaron "hospitales de campaña" en polideportivos o escuelas contiguas. También van a ampliar horarios y empezar a atender de lunes a lunes de 8 a 20, lo que requerirá que el personal de salud haga horas extras y nuevo personal.
"Por ahora el Estado no está tomando personal de planta ni contratados, solo prestaciones de enfermeros que tienen que estar inscriptos en el monotributo y cuyo sueldo es mucho menor, alrededor de 20.000 pesos por 40 horas semanales. Y a los que hagamos horas extras en principio no nos las van a pagar, sino que nos van a devolver los días en algún momento", agrega el licenciado en enfermería mendocino que este año está cumpliendo 28 años de profesión.
"Pasé la epidemia de H1N1, el brote de sarampión que tuvimos acá en Mendoza, la hepatitis y el HIV, cuando hacíamos extracciones de sangre y ni siquiera sabíamos de qué se trataba la enfermedad. Soy ex combatiente de Malvinas. A esta pandemia le estamos poniendo el pecho y así vamos a seguir haciéndolo hasta que todo pase. Ya me inscribí en la lista para hacer las guardias, estamos dispuestos a cumplir las horas extra, hay personal que está viniendo a trabajar aun con diabetes, EPOC o enfisema", cuenta. "La disposición de los enfermeros está", remata.
"Creo que fue Facundo Arana el que dijo que los enfermeros son los que están ‘entre la muerte y vos’. Y eso es verdad. El cuidado es nuestro, las personas están a nuestro cargo como en ninguna otra profesión", dice José Luis Rodríguez, un licenciado en enfermería que hace 11 años trabaja en el Hospital Italiano como "franquero", con turnos de 14 horas los sábados, domingos y feriados.
"El mío fue el primer sector al que asignaron pacientes con sospechas de coronavirus. El hospital nos dio capacitación continua desde el sector de infectología: cómo manejarnos, cómo vestirnos, cómo usar los elementos de protección personal y hasta cómo educar a los pacientes", relata. "La verdad es que me da más miedo enfermarme afuera que adentro del ámbito hospitalario", advierte el enfermero que tiene 42 años y vive con su mujer y sus dos hijas.
Rodríguez detalla que si los enfermeros entran a una habitación donde hay un paciente con coronavirus tienen que colocarse un camisolín hemorrepelente descartable, un barbijo -que según la práctica que tengan que hacer puede ser común o 3M- antiparras y guantes. "Ese es el equipo básico, pero si además hay que realizar algo más invasivo entonces nos ponemos también una máscara a la que le decimos ‘máscara de soldador’ y cubre toda la cara".
"Me siento súper importante desde el cuidado que puedo brindar en el hospital, pero también porque no paran de llegarme consultas de amigos y familiares. Los enfermeros venimos de años de lucha por la profesionalización -reflexiona-. Creo que este es el momento de demostrar que somos verdaderos profesionales".
Marcelo Goro tiene 59 años y 42 de enfermero. Su primer trabajo lo tuvo a los 17, más tarde estudió la licenciatura y también algunos posgrados. Esta pandemia lo encuentra trabajando en la guardia del Moyano, hospital neuropsiquiátrico de la ciudad de Buenos Aires dedicado exclusivamente a la atención de mujeres.
"Si bien el Moyano es un hospital monovalente se han venido tomando recaudos. No solo se agregaron camas para la emergencia sino que además, aunque se trata de un ‘hospital abierto’ -lo que quiere decir que algunas de las pacientes pueden entrar y salir-, ese movimiento está ahora muy restringido, así como también las visitas", resume.
"Muchos enfermeros estamos enojados y parte de eso tiene que ver con la falta de reconocimiento social. El médico es el que se lleva el heroísmo de la batalla pero no es que hay una disputa entre nosotros, si no de cara a la sociedad. Para el caso también hay que rescatar a los técnicos, instrumentadores, al personal de limpieza. Si no está el piso limpio tampoco podemos hacer nuestro trabajo. Todo es una cadena", reconoce y recuerda las marchas que se hicieron en los últimos tiempos porque los enfermeros de la ciudad de Buenos Aires no están reconocidos por ley como profesionales de la salud, sino como administrativos. "Las condiciones de trabajo son por lo general muy malas. Un enfermero cobra exactamente la mitad que, por ejemplo, un licenciado en psicología", precisa.
Dice Goro que en su casa ya se armó un cuarto de aislamiento por si le toca tener que recluirse, que el mayor miedo dentro del ámbito sanitario es a llevar el virus a las familias, que casi dejó de visitar a su mamá que tiene más de 80 años. "Todo esto es muy vertiginoso y angustiante y entre el personal de salud se perciben diferentes sentimientos, pero tal vez lo más habitual es cierta sensación de omnipotencia: algo así como que a nosotros nada nos puede pasar".
Hace 14 años que Silvia Fernández trabaja como enfermera en el hospital San Martín de La Plata, los últimos dos en terapia intensiva. Su marido también es enfermero y tienen dos hijos, de 8 y 12 años. "No nos preocupa tanto el tema del contagio porque estamos súper formados, tomamos todas las medidas de bioseguridad y usamos todos los elementos de protección personal. Vamos a estar bien", dice y cuenta que por el momento con sus padres se manejan por videollamada, ya que "ellos obviamente se sienten inquietos cuando ven que entre las personas fallecidas hay muchos que integraban los equipos de salud".
La terapia intensiva del San Martín tiene por el momento 18 camas, pero se están haciendo reformas para poder pronto habilitar 33 más. "La situación nos preocupa, pero sobre todo nos ocupa. Entre otras cosas formo parte de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva que, junto con el ministerio de Salud de la Nación, está capacitando al personal médico y de enfermería que no tiene formación en terapia intensiva", relata Fernández y cuenta además que en el hospital va a empezar a funcionar un espacio de contención emocional para los propios trabajadores.
Confiesa que los aplausos de las nueve de la noche suman, pero a la vez no siente que quienes trabajan en salud puedan ser hoy considerados héroes. "Ahora nos toca a nosotros, como en otro momento les puede tocar a los bomberos, a los científicos o a los periodistas", dice y subraya: "Al fin y al cabo, formamos parte de una sociedad en la que todos somos importantes".
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