El Gran Rex, el teatro nacido de un romance y una rivalidad
La historia del Teatro Gran Rex se asocia a la de su rival de la vereda de enfrente, el Teatro Ópera. Los hechos se dan, casi todos, en Corrientes al 800. En 1872, el genovés Antonio Pestalardo estrenó la primera edificación del Teatro Ópera. Una de sus hijas, Soledad, era actriz y estaba en Barcelona. Allí conoció a un colega cubano, Andrés Cordero. Se enamoraron y formaron una compañía teatral que, hacia fines del siglo XIX, llegó a Buenos Aires y que, poco después, diversificó sus actividades. Más precisamente, Cordero dejó la actuación para dedicarse al negocio de las salas de cine. Se convirtió así en uno de los precursores de la difusión de este arte en las costas del Plata.
Años más tarde, avanzó la ampliación de la calle Corrientes, que finalizó a mediados de la década de 1930. El antiguo Teatro Ópera fue derrumbado, como toda la vereda sur, y puesto a la venta. Cordero, en sociedad con Pablo Cavallo y Alberto Lautaret, se mostró interesado por construir la nueva sala, una vez definida Corrientes como avenida. Pero la familia Lococo se adelantó: en 1936 levantó la actual construcción art decó de uno de los teatros que, en el nombre, es de los más antiguos de Buenos Aires.
El hecho no desanimó a los tres socios. Compraron un par de terrenos del otro lado de la calle, contrataron al arquitecto Alberto Prebisch -que acababa de terminar el Obelisco- y al ingeniero Adolfo Moret. Les encargaron la edificación de una casa de espectáculos inspirada en el Radio City de Nueva York. Siete meses después, en 1937, la obra concluyó: una construcción en la que predominaban las líneas y los ángulos rectos, la piedra, el hierro y el cristal. De esos elementos versa el racionalismo al que suscribía Prebisch con devoción.
Intacto
Si el Gran Rex continúa intacto se debe, entre otros motivos, a que los descendientes de los tres socios fundadores siguen al frente de la empresa. Andrés Cordero, tercera generación de esa línea que se remonta a la historia de amor en Barcelona, precisa que la última película que se proyectó en el lugar fue Secretaria Ejecutiva, estrenada en el país en 1989. "Con la llegada de los multicines -agrega- se dejó de proyectar y el cine-teatro pasó a ser solo teatro". No obstante, queda un registro más de ese origen mixto, aunque menos ortodoxo: la transmisión de los tristes partidos de la Selección en el Mundial Corea-Japón de 2002, tal como se había hecho en 1978 con la copa jugada en la Argentina.
Cordero no lo discute, lo afirma: el Gran Rex y el Luna Park son las catedrales de la música popular nacional e internacional. Luego están los estadios de fútbol, pero esos son espacios abiertos, otro es el cantar. En 1959 él vio en el teatro familiar a la primera gran estrella de la que tiene recuerdo, Nat King Cole. También retiene a otros, como Los Plateros, Maurice Chevalier, Charles Aznavour, nombres que se le confunden con otros más cercanos y por sobre todo con Sandro, acaso el astro más querido de la casa: en el foyer suele estar visible la estatua de Roberto Sánchez sentada, con una pierna cruzada, recibiendo al público.
"Es increíble cómo este edificio no envejeció", piensa Cordero y apoya su mano sobre el pasamanos de bronce de una de las escaleras. Lo que no recuerda es por qué su antepasado y los socios llamaron al célebre arquitecto tucumano y no a otro. Como haya sido, en la literatura arquitectónica Prebisch es más valorado por el Gran Rex que por el Obelisco; muchos consideran que este teatro es su obra capital. En el número 204 de la Revista de Arquitectura, de diciembre de 1937, él mismo pareció saberlo al escribir sobre el Gran Rex. Se adivina en cada palabra su felicidad por considerar que esa obra prueba su filiación con Le Corbusier: "La decoración no interviene en la composición, o mejor dicho, está dada por las mismas líneas estructurales del edificio, tratadas con simplicidad y grandeza", dijo.
La sala
En ese mismo ejemplar Prebisch también indicó que el techo de la sala "está formado por una bóveda dividida en arcos de borde a borde superpuestos" y que "los vacíos entre arco y arco sirven para ubicar reflectores (...) y constituyen espacios de absorción del sonido". Mármol botticino italiano para las paredes y el piso del foyer, piedra travertina romana sin lustrar para la fachada que luce el gran ventanal de 350 m2, el techo de la sala realizado en cabriadas metálicas y estructura de hormigón armado para el resto de la construcción: esos son los detalles técnicos que Prebisch añadió en oraciones y planos. Y a esas características les sumó otras no menores, como la capacidad para 3262 espectadores, los dos subsuelos para estacionamiento y una confitería con salón de billar y bowling, donde -aclara Cordero- hoy presta sus servicios un Starbucks concesionado por los dueños del teatro.
Cristal, hierro, piedra, proliferación de líneas y ángulos rectos, más el Ópera siempre visto desde el vestíbulo, como un fantasma que de noche y de día luce su contracara estilística. Todo eso es el Gran Rex. Se cuenta que, entre 1937 y 1967, Prebisch dedicó buena parte de su vida a la proyección -y en menor medida- realización de cine-teatros en todo el país. El último hito fue el Cine Atlas, de Lavalle 869. Se dice también que ninguna obra igualó la perfección de la domiciliada en la Avenida Corrientes 857. Una prueba de esa afirmación es que, a diferencia de otras salas cinematográficas o cine-teatros, el Gran Rex perpetúa su destino. En muchos de los otros casos, se transformaron en templos evangélicos, garajes o meros esbozos sobre un tablero.
"Siempre buscamos cuidar este espacio y no transformarlo en otra cosa", dice Cordero en el Gran Rex, a escasos metros del Obelisco. Mucha es la distancia que lo separa de aquel romance nacido en Barcelona, una de las causas impensadas de esta obra arquitectónica. Lo demás se confunde en la desmemoria y el misterio, ese misterio que Sandro observa como un dios desde el vestíbulo del teatro, de cara a la avenida.
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