“El fuego nos dio fuerza”. Cómo será la restauración comunitaria de los bosques andinos devastados por incendios
Un grupo de investigadores y docentes de la Universidad Nacional de Río Negro se plantearon recuperar parte de la flora aniquilada; la tarea se hará en conjunto con los residentes de Cuesta del Ternero
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EL BOLSÓN, Río Negro.– Donde hubo fuego, ganas de restaurar quedan. Esta zona de la Patagonia argentina sufrió incendios de unas 16.000 hectáreas en el verano de 2021, en particular en la Cuesta del Ternero, próxima a El Bolsón. Las llamas dañaron un área en la que viven cientos de personas y afectó a una de las localidades turísticas más importantes de Río Negro. El fuego, aún incentivado por la sequía del fenómeno de La Niña e intensificado por el cambio climático (veranos de 40°C), no es algo que vaya por fuera de la normalidad del terreno boscoso; de hecho, este verano hubo focos otra vez en la llamada Comarca Andina. En realidad, lo no-natural en la zona es la presencia del ser humano, que se ha instalado y alterado el ciclo natural (una vez más); el fuego quemó casas, mató animales y afectó actividades agrícolas; las consecuencias todavía se sienten más de dos años después.
En ese contexto, un grupo de investigadores y docentes de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) se planteó recuperar parte del bosque andino incendiado, con la idea de reproducir las plantas nativas (en una zona donde se introdujeron pinos y otras especies exóticas que se comportan como plagas) con el auspicio y colaboración de pobladores locales, que ya tenían ideas similares. La intención es que el principio de solución no aterrice como marcianos que imponen una receta de cómo debería ser el paisaje local sino que se elabore con participación y colaboración de los destinatarios. Por eso, la delicadeza del trabajo que encabeza Juan José Ochoa, doctor en biología y director de la tecnicatura en producción vegetal orgánica de la UNRN, que se plantea también el tratamiento de las semillas y la creación de un vivero para tener los insumos y el conocimiento antes del sembrado.
“El ambiente donde la gente vive da los llamados servicios ecosistémicos: que haya bosque en la ladera regula la cantidad de agua, la calidad del suelo, limita la erosión y así puede crecer una pastura natural para el ganado”, dijo a LA NACIÓN durante una recorrida por la zona, que además de los daños ambientales convive con intensas disputas por la propiedad y el uso de la tierra. “Después de un incendio, el ambiente queda degradado; hay una recuperación, pero es en ciclos largos y una debida intervención humana puede acelerarlos”, completó.
El proyecto rionegrino obtuvo fondos del Global Landscapes Forum (Foro global de paisajes, GLF), que aporta dinero y logística en distintos lugares del mundo para contrarrestar pérdidas ambientales, económicas y sociales. La idea de restauración, con esta y otras formas de financiamiento, gana lugar en el mundo, pero debe hacerse de manera fina, precisa (por aquella idea de los filósofos griegos de que no es posible bañarse dos veces en el mismo río: el tiempo todo lo cambia), con foco en la resiliencia de la comunidad y la biodiversidad ante la posibilidad de que escenarios de fuego se repitan cada vez más por el cambio climático. El mismo GLF (una plataforma dirigida por el Centro para la Investigación Forestal Internacional-Centro Mundial de Agrosilvicultura, en colaboración con sus cofundadores PNUMA y el Banco Mundial) también tiene otro proyecto similar en el sur de Córdoba, coordinado por Analí Bustos (elegida en 2022 una de las 16 mujeres que restauran la tierra), donde se plantean recuperar el ecosistema del espinal, gravemente degradado.
Recuerdos del fuego
“Mirá: de acá para allá, todo esto se quemó”, dice Ochoa mientras señala un parte de la ladera, por detrás del cerro Piltriquitrón que vigila El Bolsón, ahora cubierto de nieve, camino a El Maitén (ya en Chubut). Ese incendio de 2021 -que comenzó por un asado mal apagado- se fue de las manos en varios sentidos. No sólo por la magnitud nunca vista de los daños sino por sus efectos sociales; movilizó tanta cantidad de gente que no había manera de canalizar la solidaridad de forma productiva y hubo conflictos entre los bomberos preparados y cuadrillas de autoconvocados que llevaban mangueras propias; no se podía caminar por los pasillos de la UNRN de la cantidad de productos que llegaron como donación, entre otras descoordinaciones. Por eso la necesidad de que, desde la misma UNRN, se institucionalice también la restauración.
“Empezamos a vincularnos con la realidad social del lugar, conocer familias, la dinámica. Hay que saber cómo viven, no bajarles la solución”, enfatiza Ochoa, nacido en Cutral Có (Neuquén), que incorpora la parte étnica o antropológica del proyecto, además de la exclusivamente “paisajística”: hacer un mapeo de actores, establecer vínculos, “no se trata sólo poner plantas sino más bien pensar desde lo productivo, para diversificarlo”, lo que incluyó hasta un cultivo de quinoa en una superficie que tenía papas.
Tras mostrar el predio realambrado que será una especie de modelo a extender, Ochoa marca, más allá, el ejemplo cómo se transformará la zona quemada: un paisaje de cipreses, ñires, radales, lauras y maitenes, entre otros arbustos. “Cada situación es diferente y en este caso lo hablamos con el poblador, Ricardo Fuentes, que nos dijo que esto era lo que quería”, explicó. Hacia abajo, al lado de la escuela rural 211 Lucinda Quintupuray, estará el vivero que generará las semillas de la restauración. “Teníamos que hacer algo ante semejante incendio”, dijo Fuentes, y la respuesta fue la organización vecinal y el proyecto de vivero. “Hay que conocer para poder cuidar”, agrega respecto de la ubicación estratégica al lado de la escuela. “El bosque tiene una cierta capacidad de regeneración; pero las lengas y los cipreses, no, necesitan ayuda”, precisa Fuentes.
De camino está la casa de la francesa Marión Cheney, una pobladora que lleva unos diez años de la Cuesta del Ternero, donde cría chivas. Hace una década vivía en París y hoy es otra de las almas del proyecto. “La Cuesta fue devastada por el incendio, que duró un mes y fue para nosotros un mes intenso, de miedo, de tristeza, de impotencia”, dijo Cheney. De esa tristeza por no ver el bosque de lenga con vida, con sus cambios de colores según la estación, surgió la necesidad de hacer algo juntos. “El fuego nos dio fuerza, en definitiva, y en asamblea decidimos reforestar nuestro paraje”, agregó.
Biodiversidad versus turismo
El prejuicio indica que El Bolsón y su zona es dominio del movimiento hippie, con sus consumos y sus prácticas de bienestar espiritual. Hay algo de eso, por supuesto, pero los hippies no cayeron en el medio de un desierto montañoso. “Es una zona habitada históricamente por unas treinta familias, agrícola ganaderas, sobre todo ovejas y chivos”, cuenta Ochoa en particular sobre la Cuesta del Ternero, la zona quemada destinada a la restauración, que solía ser -antes de los europeos- un área de paso para las poblaciones indígenas nómadas. La llegada de animales domesticados transformó a muchos de ellos en sedentarios y la ganadería fue incorporada por las poblaciones indígenas, a los que se sumaron pobladores criollos y, más recientemente, un “proceso de neo ruralidad”, como lo define, gente llegada de otros lugares (incluso Buenos Aires) con ideas productivas de la vuelta al campo y proyectos de permacultura, a lo que se suma el turismo. “Es heterogéneo”, resume Ochoa al lugar donde trabaja.
La biodiversidad, por supuesto, también es previa. Y es notable en lo que tiene que ver con frutos comestibles que dan los bosques. Ochoa estudió cómo se da el proceso de domesticación, todavía insuficiente, de la inmensa cantidad de frutos que brinda la zona, sobre todo si se tiene como referencia a lo que ha hecho Chile (con el beneficio de un régimen de lluvia más intenso): “Aprovechó más la biodiversidad y desde los años de 1970 domestican plantas para exportación”, dijo. La lista de lo que se puede recoger incluye nombres tan poco conocidos como maqui, murta y calafate, cuyas propiedades antioxidantes (superiores a las del arándano, se dice) empiezan a ser descubiertas por la ciencia y los mercados del primer mundo, siempre ansiosos de los secretos de la tierra para vivir más y mejores años. Se recoge, pero todavía no se exporta porque la producción es irregular y esa es otra de las apuestas de Ochoa y su grupo: estudiar sus propiedades, la manera en que se pueden cultivar y generar herramientas para la recolección sustentable. Lo que se dice una restauración integral.
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