El fin del mundo tendrá su faro
Un grupo de aventureros franceses, ayudados por la Armada, instalan la réplica de la baliza que inmortalizó Julio Verne.
BAHIA SAN JUAN DEL SALVAMENTO, Isla de los Estados.- Misión cumplida. La expedición que motivó que ocho intrépidos navegantes franceses volvieran a instalar en estas lejanas tierras el Faro del Fin del Mundo fue un éxito.
Una nueva luz volverá a ayudar a los navegantes del indómito Atlántico Sur después de casi un siglo. La bahía de San Juan del Salvamento, situada en el extremo Este de esta isla, donde azotan los más briosos vientos y en cuyo lecho pedregoso yacen al menos 21 embarcaciones desahuciadas, recuperará el faro que, en 1884, había construido el marino Augusto Laserre, un baqueano de las tempestades de este recóndito rincón del planeta.
La llegada de las maderas y de los hombres que pretenden ponerlo en pie completó esta semana la primera parte del objetivo. Queda ahora algo más de un mes de paciente ensamblado de las piezas para poder observar la obra terminada.
La estructura del faro, una réplica exacta de aquel histórico que inspiró al genial escritor francés Julio Verne para una de sus afamadas novelas (Le fhare du bout du monde, 1905), tendrá ocho metros de diámetro y casi siete de alto.
Se levantará íntegramente en madera de cedro rojo canadiense y pino, y el techo será de zinc. Sobre dos de sus ocho paredes estará ubicada la linterna alimentada con energía solar que, a diferencia de la antigua, que consumía litros y litros diarios de aceite, aportará uno de los detalles de modernidad. El otro será la ausencia de guardafaros.
El nuevo aliado de los navegantes tendrá una luz cuyo alcance superará las 10 millas náuticas. Estará erigido sobre una roca de 70 metros de altura, hasta donde los temerarios galos deberán subir a pie para dejar armado el rompecabezas del fin del mundo. Una misión que llevará unos 45 días de intensísimo trabajo y desafiante convivencia.
Aquí no vive nadie. Sólo cuatro oficiales de la Armada Argentina que resguardan la soberanía en Puerto Parry, distante de esta bahía unos 20 kilómetros en dirección Oeste. Como en la mayoría de las porciones de tierra esparcidas por el Atlántico Sur, los vientos suelen ser los peores aliados: aquí, a veces, soplan a más de 140 kilómetros por hora.
Sin embargo, desde el lunes último hay ocho nuevos habitantes. André Bronner, el jefe de la expedición de franceses, o simplemente "le capó", como lo bautizaron, un poco en serio y otro tanto en broma, sus coterráneos y compañeros de andanzas, es quien abrió el camino.
"Me crié en Reims, la tierra del champagne. Crecí leyendo las novelas de Julio Verne y, justamente, la que más me movilizó fue el Faro del Fin del Mundo", explicó Bronner en un aceptable castellano.
Bronner tiene 42 años y varios miles de millas marinas sobre sus espaldas. Posee la característica de los típicos navegantes solitarios: no tiene miedo, o si lo tiene, sabe disimularlo muy bien.
Tanto es así que, entre las tantas historias que cuenta, recuerda como una hazaña el haber vivido 45 días en esta misma isla, en 1994, sin ninguna compañía. "Como la carpa que traía no soportó los vientos me construí una casa en un árbol. Fue duro, pero magnífico", rememora, con la picardía de un adolescente.
Las primeras luces del domingo último recibieron al Aviso ARA Suboficial Castillo que, al mando del comandante Miguel Santiago, fondeó en la bahía de San Juan del Salvamento. Sin el apoyo de los marinos argentinos, la misión no hubiera podido concretarse.
Contra viento y marea
Bronner y su troupe consiguieron 200.000 dólares para llegar hasta el fin del mundo. Dos carpinteros, Yann Kamerbeek (51) y Eric Lelaurin (36), se encargaron de armar el faro. Luego lo desarmaron y lo embalaron para que llegara a estas tierras. Ahora sólo les resta volver a ensamblarlo.
Ellos pensaban que el desembarco sería más simple. Lo soñaron en un buque de gran porte, y luego en helicóptero. Eso habría insumido menos días en la isla. Pero no pudo ser:las voces en contra surgieron y las autoridades de Tierra del Fuego impidieron el uso de la aeronave para evitar un impacto negativo en el ambiente.
Eso no fue obstáculo para Bronner. Por sugerencia del premier francés Jacques Chirac, el presidente argentino Carlos Menem comprometió a la Armada en el proyecto.
En enero del 2000, además, se inaugurará una réplica del faro en La Rochelle, el pueblo de Bronner. El erigido en nuestras tierras será donado por la Asociación del Faro del Fin del Mundo (que, con sede en Francia, tiene 800 adherentes) al Servicio de Hidrografía Naval.
En el velero Rimponché, al mando de Sylvain Berthome, los aventureros trajeron elementos personales y víveres para la travesía. La pequeña nave se quedará como apoyo.
A pesar de que gran parte del cargamento fue estibado en Ushuaia y desembarcado en la Isla de los Estados por los marinos argentinos, quedó para los franceses un desafío acorde con el rédito histórico que pretenden conseguir.
Durante 40 minutos deberán subir hasta lo alto de un peñón las maderas, las células fotoeléctricas, las chapas, las herramientas y todo lo necesario para volver a armar el faro. El trayecto, siempre ascendente, es sumamente dificultoso. Habrán de caminar sobre la turba, entre piedras, precipicios y arboledas espinosas.
La vista desde el punto más alto de la isla es sencillamente imponente: el mar se une a lo lejos con el horizonte y el peñasco donde termina la planicie en la que se asentará el faro que inspiró a Verne se precipita sobre rompientes blancas y azules que se divisan a casi cien metros en picada.
Parece un sueño. Y también el fin del mundo.
Historias de presidiarios y de navegantes
BAHIA SAN JUAN DEL SALVAMENTO (De un enviado especial).- Esta pequeña porción de tierra en la zona más austral del país guarda, a pesar de su escasa superficie (540 km2), un sin número de jugosos e increíbles cuentos.
La cárcel de Tierra del Fuego alguna vez funcionó aquí y es por eso, entonces, que las historias -algunas verdaderas y otras parte de la leyenda popular- se funden en un rico rosario de anécdotas.
Una de ellas cuenta que los presos andaban sueltos. Es claro, no tenían adónde ir y, mucho menos, soñar con volver a la isla grande sin la ayuda de la penitenciaría o de la Armada. Sin embargo, un grupo de trasnochados pretendió desafiar las inclemencias del tiempo y "se la jugó". En una balsa de fabricación casera -y clandestina, claro- se largaron a cruzar el estrecho de Le Maire, uno de los pasos oceánicos más peligrosos del mundo.
Los desesperados penados empequeñecieron las hazañas del mismísimo Simbad el marino. El caso fue que lograron llegar a la Bahía Mitre, ya en la Tierra del Fuego, para lo que debieron navegar los 24 kilómetros que la separan de esta bahía. La historia hubiera sido perfecta si el riguroso invierno les hubiera perdonado la vida: los temerarios fueron hallados por la policía a unos kilómetros de la costa. Estaban congelados.
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La fisonomía que presenta hoy la isla es bastante diferente de la que tenía hace cien años. Según se puede observar en fotografías de la época, la disposición de las cabañas que funcionaban como celdas abiertas estaban situadas sobre angostas terrazas en la montaña. Hoy, esos sectores fueron ganados por lengas y otros arbustos que hacen impensado un nuevo establecimiento de viviendas en ese sitio.
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El único lugar habitado es Puerto Parry.
Allí funciona un destacamento de la Armada Argentina que es cubierto por una dotación de cuatro marinos que es relevada cada 45 días.
Despedida
El momento más emocionante fue el del adiós. Al son de la guitarra de Pascual Ducourtioux, marinos y franceses se hicieron una sola voz. Zambas, chacareras, la marcha de la Armada y la Canción de la Amistad le pusieron el moño a dos jornadas de intenso trabajo y cinco de sacrificada navegación.
No faltaron burbujas y la dulce sensación en el paladar de algunos elixires llegados de la tierra de Moliére para inmortalizar el momento.
Tributo al genial novelista francés
BAHIA SAN JUAN DEL SALVAMENTO (De un enviado especial).- "¡Qué difícil es hacer historia... Y claro, será por eso que no es para todos!". La reflexión surgió, como un lamento, de la boca de una marino que abordaba a las 7 de la mañana el gomón que lo llevaría desde el Aviso Castillo, fondeado en la bahía, hasta la playa.
El viento helado calaba los huesos, el sol se asomaba tímido entre las nubes y algunas gotas que caían del cielo completaban el poco alentador panorama. Así, con esas condiciones, había que trabajar. De sol a sol. Y aquí el sol sale a las 5 y se pone después de las 22.
La tropa integrada por unos 70 hombres llegó con la mejor predisposición para colaborar con el proyecto de los franceses. Descargaron las maderas y las chapas del buque, lo transportaron a la playa y, como si fuera poco, lo subieron hasta la mitad del camino, montaña arriba.
Con el correr de las horas, el cielo se abrió, el viento se detuvo y la lluvia se arrepintió. El tiempo, en definitiva, se apiadó de los aventureros y de los marinos. No suelen tan apacibles las jornadas en la isla.
La gran ayuda en tierra para Bronner y su troupe estuvo a cargo del segundo comandante del Aviso Castillo, capitán de corbeta Antonio Albizo. Una roldana, sogas, una perfecta organización y muy buen humor conformaron la fórmula perfecta.
La relación entre franceses y marinos tomó, durante esas maniobras, otro cariz. La primera impresión de "cumplir porque no queda otra" se vio superada por la sensación de compartir un pedazo de la gloria que brindará la construcción del faro de los confines de la Tierra.
Si hasta Chicote, un incansable perrito que es la mascota del buque, disfrutó de esta tierra austral. Claro que para el experimentado can no fue su misión más brava, ya que participó en dos oportunidades de la operaciones militares en la Antártida. El cachorrito, de raza irreconocible, también será parte de la historia.
La peor parte para los marineros fue subir la bocha (que será el símbolo del faro) por la ladera de la montaña escarpada. La estructura pesa 120 kilogramos y los incansables hombres de la Armada no esquivaron el bulto. A media mañana del primer día ya estaba en lo alto. Hubo festejos que parecieron mesurados en relación con el esfuerzo realizado.
La escena del grupo en retirada, cargada de emoción, había tomado una dimensión tal que fue inevitable que se viniera a la mente un fragmento de la novela del genial escritor. Escribió Julio Verne: "Ahí estaba la isla de los Estados con su faro. Y no sería el huracán, cuando soplara desde todos los rincones del horizonte quien llegaría a apagarlo". Estos hombres parecían estar dispuestos a darle la razón.