Elena Ferrante: el éxito detrás de un nombre de mujer
En calidad de lectora, la escritora chilena cuenta su fascinación por “la obra más intensa y lúcida que he leído en mucho tiempo” : cuatro tomos firmados por un fantasma literario que sacudió el mundo del libro con apabullante simplicidad
Es fantástico que al escribir sobre Elena Ferrante se pueda hablar sólo de su obra, no del autor. Cuántos escritores quisieran esa suerte, cuántos pueden decir: yo no existo, júzguenme sólo por mi lenguaje, mis historias, la anatomía de mis personajes, las estructuras literarias... yo no hago giras para promoverme, no doy entrevistas para explicar lo que ya he escrito, no me expongo, no cuido lo extraliterario.
Cuando empecé a leer su cuarteto (esta vez de Nápoles, no de Alejandría) compartí la lectura con un amigo, uno que siempre ha sido un gran lector. Al terminar el primer tomo, me llamó para comentarme que él pensaba que un hombre se escondía tras el seudónimo. ¡Un hombre!
Me costó creerlo, ¡cómo alguien con tanta lectura en el cuerpo podía equivocarse así! Lo que más me había sorprendido era, justamente, el punto de vista tremendamente femenino que gritaba a viva voz la mano de una mujer tras esos textos. No importaba nada quién fuera ni qué nombre invocara, era una mujer, una escritora inmensa, que se relacionaba con las emociones como sólo una mujer puede hacerlo. Y mantener esa emoción viva a través de cuatro gruesos tomos y de miles de páginas, más aún, in crescendo, no es cualquier cosa.
No sé qué escribió la Ferrante antes ni me inquieta, quiero detenerme en estos cuatro volúmenes. En esa obra rotunda y contundente. En Nápoles. Y me detengo allí como lectora -nada más lejos de mí que el oficio crítico- y como una lectora agradecida. La argumentación es sencilla: se trata de las vidas paralelas de dos amigas de barrio, de una amistad eterna, desde la infancia a la vejez. Ninguna originalidad hasta ahí: historias de amistad entre mujeres hay muchas. Historias de complicidad, también. Lo que ha narrado Ferrante se podría interpretar como la historia de una inteligencia perdida. O de cómo la miseria devastadora te atrapa con sus garras siniestras y nunca, nunca te suelta, aunque pelees contra ella la vida entera. También está la mirada histórica de la Italia de los 60 y 70, y de las diferentes tentaciones a la mano para encarar la injusticia y la desigualdad, desde la lucha armada hasta el debate por el pacto de comunistas y demócratas cristianos. Pero creo que la verdadera sustancia de esta larga historia es la redención. O la búsqueda de ella.
Quien narra es Elena Greco, nacida en un mísero barrio napolitano, que desde niña sospechó que la educación era una forma acertada para escapar de sus orígenes, del horror de la vecindad, de la violencia y el machismo, de la estrechez de miras y más que nada, de la pobreza. Eran los años 50, las mujeres estudiaban poco entonces, a lo más cursaban la primaria y punto. Desde muy pequeñas trabajaban y su sacrificio era dramáticamente exigido en sus hogares, como si encarnasen a las buenas hijas decimonónicas. Elena se aplica. Tanto que va perdiendo la vida en ello, en la feroz disciplina, en el estudio permanente y obsesivo, en la negación de cualquier deseo o conocimiento de sí misma.
Al frente está Lila. Ella es la verdadera protagonista del cuarteto. Es su personalidad la que fascina, la que embelesa, la que mantiene permanentemente la tensión a través del minucioso recuento de los años que van pasando. Es ella la gran obsesión de la narradora, por tanto, pasa a ser también la obsesión de los lectores. Ella es la inteligencia. Y lo escribo así porque pocas veces he encontrado un personaje literario que manifieste una inteligencia primaria tan descomunal. Qué hace Lila con esa inteligencia es harina de otro costal, o mejor dicho, no corresponde que yo cuente la historia. Pero es en su cuerpo donde se identifican el amor, la traición, el perdón. Es el cuerpo aparentemente irredento.
Ferrante es un genio.
Ferrante ha escrito la obra más intensa y lúcida que he leído en mucho tiempo. Con aparente sencillez, va relatando la cotidianidad de estas dos mujeres y de su entorno como si fuese un diario de vida, relato en el que nada se pretende aparte de ordenar los pensamientos y ser capaz de seguirles el hilo sin que se escapen. Me pregunto si un hombre hoy se atrevería a escribir de tal modo. (El noruego Knausgard podría ser la excepción). La escritura parece jugar el humilde papel de comprensión. Escribo, luego entiendo. Y Ferrante lo hace sin pretender ser ni críptica ni rompedora de moldes, nada de cambio rotundo a nivel del lenguaje, nada de experimentación literaria. Sin embargo, sumerge al que lee en las más profundas reflexiones, lo obliga a aggionar el pensamiento, lo empuja a combatir cualquier tentación de congelamiento intelectual. Su simplicidad apabulla y obliga a pensar, una vez más, sobre cuál es el maldito rol de la novela.
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Marcela Serrano
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