Hasta 2015, Rubén Díaz, que hoy tiene 68 años, se dedicó a construir departamentos; la intimidad del artista que revolucionó la zona oeste del Gran Buenos Aires
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El hombre, de 68 años, dice que hace milagros. El hombre, que lleva tatuado el reloj de Dalí en la frente, está convencido de que “las cosas no son para lo que te dicen que son”. El hombre, que está por terminar un Coliseo romano de 200 metros cuadrados en Ituzaingó, en el oeste del conurbano bonaerense, opina que no está loco por admitir su locura. El hombre, que desde el balcón de la casa ve su réplica del Obelisco porteño y, más allá, una Torre Eiffel de 16 metros, dice que con sus obras solo busca generar emoción.
Hace calor. El artista Rubén Díaz lleva puesto un pantalón bordó con algunos mandalas estampados, una remera negra y unos anteojos de sol con aumento color violeta. “Pensé que nos veíamos directo en el Coliseo”, le dice a LA NACION, mientras abre el portón de su casa con un control remoto. Adentro se escucha la voz de Charly García que recorre la casa con la canción “Yo no quiero volverme tan loco”.
“Esta mesa no tiene patas, no son necesarias. Esto que está acá es una picadora de carne, pero yo digo que es una filmadora. Y en el bidet que está ahí, como pueden ver, lo llené de caramelos, pero nadie los agarra”, comenta Díaz mientras va señalando sus objetos. A nada llama por su nombre. Por ejemplo, si alguien le preguntara por la grifería de su casa, él respondería por unos grifos que colgó en la pared y hoy hacen de perchero.
A pocos metros de la entrada, en una habitación lateral, hay un puente colgante pintado en un cuadrilátero, que está unos dos centímetros por debajo del nivel del suelo. A veces, él llena de agua ese espacio para alimentar la ilusión de cruzar por encima de algún arroyo. Sobre un mueble hay una bandeja con un juego de tazas pegadas para poder desafiar a la ley de gravedad, y a un costado colocó un montacargas que lo lleva a su habitación en el primer y último piso de la casa, aunque el panel de control también ofrezca un viaje a una segunda, tercera, cuarta y quinta planta.
La vida del hombre que levantó monumentos y edificios icónicos de Europa en el conurbano bonaerense comenzó en el barrio de Versalles. Pero a los cuatro años ya se había mudado a Ituzaingó. Viene de una familia de origen español. Su padre se dedicaba a la construcción y la madre era ama de casa. Tiene cuatro hijos —de 43, 40, 26 y 22 años—, y seis nietos —el más grande tiene 20 años y la más chica nueve meses—. Dos hijos los tuvo con su primera mujer y otros dos con la tercera. En 1979, se recibió de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires y hasta el 2015 se dedicó a seguir las reglas del sistema.
“Hubo un momento de mi vida donde prioricé darle un buen pasar económico a mis hijos y me concentré en ganar dinero. Entre 2005 y 2015 construí cerca de 600 departamentos en Morón; eran monoambientes, cajas de zapatos”, recuerda Díaz, mientras corre la cortina de su habitación para mostrar un paisaje imposible.
“Soy el único hombre que se levanta y ve la Torre Eiffel y el Obelisco: me siento Brad Pitt”, dice entre risas. El Obelisco queda justo frente a su casa, en la calle Oribe, y es su homenaje para el doctor René Favaloro. También sirvió para que los vecinos de Ituzaingó tengan un punto de encuentro para festejar la Copa América que ganó la Argentina el año pasado.
A la réplica del monumento parisino lo construyó en 2018, y está ubicado en Lavalleja 40. Esa obra metálica, que en el fondo del terreno cuenta con una pintura en perspectiva del Arco del Triunfo, tuvo tanta repercusión que Díaz suele decir que él estuvo preso en la torre hasta que los romanos lo rescataron, en referencia al Coliseo que está construyendo y que ahora se lleva buena parte de la atención de los vecinos y los medios zonales.
“El coliseo va a tener leones hechos con fibra de vidrio y unas catacumbas. Va a estar abierto al público. Ojalá Charly [por Charly García] lea esta nota porque me gustaría invitarlo a cenar al Coliseo cuando esté terminado, lo admiro profundamente”, señala Díaz. Para sus fanáticos, hoy existe una aplicación de descarga gratuita con toda la información y la ubicación de sus 27 creaciones.
Si bien sus obras más populares están desparramadas por todo Ituzaingó, si alguien quisiera salir del “mundo” para entrar en el de Díaz debería visitar su casa. Y si alguien alguna vez hiciera un manual para entenderlo sería fundamental que le prestara especial atención a las frases que lleva tatuadas en los antebrazos o aquellas que están escritas en las paredes como si fueran las leyes o los textos sagrados de su propio universo. Una es “Decime hora, día y lugar”, que responde a una época “un poco loca” en la que si alguien, de cualquier país, le decía a Díaz que quería juntarse a hablar “de la vida”, él tomaba una pequeña mochila y emprendía el viaje.
De hecho, según cuenta, visitó más de 100 países, dio la vuelta al mundo en 20 días y visitó África unas 15 veces. Ahora tiene ese continente tatuado en la mejilla izquierda, justo debajo del tornillo suelto que lleva pintado en su frente, y que está a unos pocos centímetros del reloj de Dalí. Y es justamente en África donde él cree que es posible hacer milagros: “Armé viajes grupales. Hemos llegado a aldeas con ropa, golosinas y les hicimos peinados a las mujeres. Luego nos fuimos. Nadie sabía de dónde llegamos ni por qué lo hicimos. ¿Eso no se parece a un milagro?”, pregunta.
En Ituzaingó, debe haber pocas personas que no conozcan a Díaz, o las obras de Díaz o el auto de Díaz, que es un Chrysler Pt Cruiser lleno de cintas y dibujos que confunden a la vista. Muchos cuando lo ven de lejos piensan que el auto está chocado o a punto de desarmarse.
Pero tal vez pocos conozcan una pregunta que lo atormenta y que tiene que ver con su doble ciudadanía, esa que oscila entre el mundo que todos conocen y el otro, un lugar fantástico que para él es un refugio, o un anhelo.
“¿Qué dirían los extraterrestres de nosotros? Si un día vuelven a la Tierra van a ver que estamos todos los humanos peleados, una vergüenza. Yo el mundo te lo arreglo en dos patadas. Escuchá este ejemplo: si en China vemos a un europeo vamos a sentir que el europeo es nuestro par. Pero si vienen los extraterrestres vamos a sentir que los chinos también son nuestros pares. ¿Ves? Somos todos iguales. En el 2001 los de la villa y los de Recoleta golpeaban la misma cacerola, ¿pero hace falta llegar a eso para unirnos?”.
El hombre que entró y salió del sistema, el artista que le inyectó realismo mágico al municipio de Ituzaingó, dice que su cabeza está 10 pasos delante de él y asegura que va por más. Sueña con un mundo de “libertad, diversidad y fantasía”, donde todos vivan sin miedo al ridículo. Ah, y aspira a vivir en un lugar donde las barandas “asesinas” ya no se coloquen a un costado de las escaleras. Cree que ese diseño es uno de los mayores errores de la arquitectura porque al apoyarse se corre el centro de gravedad y eso genera incontables accidentes.
“Las barandas deberían estar encima de la escalera, así uno se agarraría como en el colectivo. El que dice que esto es una boludez es porque su abuela nunca se rompió la cadera en una escalera”, concluye Díaz, mientras desciende hacia la planta baja de su casa colgado del caño que colocó sobre los escalones.
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