“Hay que revisar la cantidad de estudiantes que tienen las facultades de medicina”, dice el líder de la Academia Nacional
Juan Antonio Mazzei, el flamante presidente de la entidad, remarca las distorsiones existentes en el sistema de salud
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Si hay algo que la pandemia de Covid-19 expuso crudamente en la Argentina son las condiciones en las que funciona el sistema de salud. Hace dos semanas, la Academia Nacional de Medicina (ANM) renovó sus autoridades y, durante la ceremonia, el nuevo presidente advirtió al respecto al señalar algunos de los desafíos por resolver para mejorar el acceso a una atención de calidad y oportuna, que efectivamente permita cumplir con uno de los objetivos que los países se comprometieron a alcanzar para 2030: la cobertura universal de salud.
En su despacho del primer piso de la ANM, frente al Parque Las Heras, en el barrio porteño de Palermo, el académico Juan Antonio Mazzei recibe a LA NACION para hablar sobre “las distorsiones” del sistema que terminan por afectar la relación con los pacientes; entre ellas, cita el tiempo limitado que los profesionales pueden dedicar a la consulta y, según define, es “fundamental para lograr la empatía entre ambos, esencial en el acto médico, y evitar suspicacias en cuanto a la calidad de la atención que se brinda”. También, como lo hizo en su discurso, se referirá a “las falencias del sistema educativo” para la formación de los médicos, entre otros puntos.
“Es muy importante que la Argentina discuta qué sistema de salud va a tener porque, si bien es cierto que la cantidad de dinero que se destina a la salud no es poca [entre el 8,5% y 10% del PBI], los resultados que se obtienen no son óptimos si se miden por indicadores, como la mortalidad infantil, la mortalidad materna, la expectativa de vida, el control de ciertas enfermedades que hay que disminuir, como nos indica, por ejemplo, la cantidad de pacientes con tuberculosis o el porcentaje de cobertura con las vacunas [de calendario]. Y, esto, a la vez habla de la eficiencia del sistema”, plantea.
Sostiene que para aumentar esa eficiencia hay que alcanzar consensos básicos, entre los que menciona: que los médicos tengan sueldos dignos, que los hospitales tengan horarios extendidos, una actualización tecnológica adecuada y, también, que se haga prevención.
“Está demostrado que la medicina preventiva ahorra dinero, sufrimiento y prolonga la vida –sostiene–. Por esto es fundamental que el hospital sea el eje de la atención de la salud, sin que por esto desaparezca ninguno de los otros sistemas (privado, PAMI y seguridad social). Hay que permitir que todos los subsistemas convivan y que el Estado les garantice a todos los habitantes poder acceder a la misma calidad de atención a la que podría acceder, por ejemplo, un presidente porque, de lo contrario, se estaría discriminando por pobreza”.
La demanda de consultas de control, estudios y prácticas estuvo contenida durante la pandemia. En este momento, basta con caminar por los pasillos de los hospitales y las clínicas o preguntar por las demoras en los turnos, que pueden superar el mes, para ver cómo se viene poniendo al día. “Es una queja muy común de los pacientes. El sistema se tiene que adaptar, ahora, a esta nueva demanda”, dice Mazzei.
Otro desafío por delante está en el tratamiento de las enfermedades: la rehabilitación y la recuperación de la capacidad después de ciertas intervenciones. “En esto –evalúa–, estamos retrasados y el acceso es muy difícil para los pacientes”.
Mazzei egresó con medalla de oro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1967 y completó su residencia en el Hospital de Clínicas, donde se especializó en medicina interna y neumonología. Se perfeccionó en la Universidad de Iowa (EE.UU.) y, tras regresar al hospital de la UBA, creó en 1983 la División de Neumonología, que incorporó como sede de la carrera de especialista. René Favaloro lo convocó para sumar su especialidad en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro. Tras concursar, volvió a la UBA a finales de los 90 para ocupar la cátedra de medicina interna, la misma en la que su padre, Egidio Mazzei, había sucedido a Mariano Castex. También por concurso fue director del Hospital de Clínicas entre agosto de 1999 y 2000. Fue médico personal del cantante Sandro durante una década, entre otras personas públicas que atendió. Asumió la presidencia de la ANM cuando se cumplen los 200 años de su fundación. Además de a sus siete nietos, dedica tiempo a coleccionar modelos a escala de los barcos que participaron en la batalla de Trafalgar (1805), que enfrentó naves inglesas con las de la alianza entre España y Francia.
Falencias
Durante su discurso al asumir, hace dos semanas, se refirió a “las falencias” del sistema educativo para la formación de los médicos. “Por la pandemia –dice–, la enseñanza de la medicina en gran parte pasó a ser virtual y no hay nada, sobre todo en las especialidades, que pueda reemplazar la práctica en el hospital”, con la que se complementa la enseñanza en la universidad.
Si hay algo para revisar en ese proceso, más allá de los contenidos de la carrera, es, según considera, “la cantidad de estudiantes que tienen las facultades de medicina y que, en muchos casos, supera las capacidades educativas de las universidades: si una cátedra recibe 200 alumnos, es muy difícil que pueda impartirse una enseñanza personalizada, la práctica y la evaluación de los aprendizajes”.
Sobre las residencias, opina que “las plazas tienen que ser suficientes para los médicos que se gradúan”, mientras que las recertificaciones “deberían ser obligatorias” por la actualización constante del conocimiento en medicina.
“La formación de los médicos tiene que ser muy específica y con objetivos bien claros de qué médicos el país necesita tener, qué cantidad, cuál es la distribución del recurso humano y cómo tiene que ser la recertificación para que sigan ejerciendo. En este sentido, las sociedades científicas tienen un rol fundamental, junto con la ANM –define–. También está la importancia de la formación de profesionales afines a la medicina, como la enfermería y los técnicos, que en las distintas áreas de diagnóstico son fundamentales”.
Otro tema “espinoso”, según admite, es la cantidad de médicos. “Según la Organización Mundial de la Salud –explica–, tiene que haber uno cada 500 habitantes y el país tiene uno cada 200 habitantes, de modo que se podría decir livianamente que sobran. En realidad, lo que no está claro es su distribución: no todos los lugares de nuestro enorme país tienen el número de profesionales que necesitan y, entonces, el acceso a la atención no es el mismo en la ciudad que en las provincias más pobres. Es muy importante que, en esto, el Estado tenga una política activa en promover que los médicos se vayan a instalar donde hay más necesidad y menos disponibilidad”.
Lo mismo señala sobre la enfermería: si lo ideal, según dice, es que haya cuatro enfermeros por médico, las estadísticas disponibles hablan de que en el país hay 1,5 médicos por enfermero. “Es decir que falta personal de enfermería”, indica Mazzei. ¿Por qué? Señala, primero, que la profesión tiene que estar calificada dentro de la sociedad, ser una actividad profesional debidamente promovida y tener sueldos dignos. “La enfermera tiene un papel importantísimo en la atención médica, sobre todo hospitalaria y en terapia intensiva. En algunos países, también pueden realizar algunos procedimientos terapéuticos que, acá, todavía están reservados a los médicos”, apunta.
Hacia el final, Mazzei dedica unos minutos a la pandemia de Covid. “Los médicos, como el resto del personal de salud, dieron un ejemplo que fue extraordinario y no sé si aún fue totalmente reconocida la entrega que tuvieron en el frente de batalla, sobre todo los médicos jóvenes y a pesar de que la retribución económica es pobre y tienen que recurrir al poliempleo. Esto es inaceptable: hay ocupaciones esenciales que no reciben el reconocimiento económico que corresponden: salud, educación y seguridad”, concluye.
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