“El escriba de Dios”: con plumas de gansos y bisturíes, sigue una exigente tradición milenaria judía
Abraham Emanuel, de 39 años, se dedica a corregir y escribir textos que van desde la mezuzá a la Torá; “hay una conexión, una simbiosis, una amalgama entre las personas y sus objetos religiosos”, dice
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En el vaso de plástico entra, al menos, medio litro de agua y está lleno hasta el tope. Es transparente y se ve cómo algunos palitos de yerba flotan en el recipiente. Pero eso, a Abraham Emanuel, de 39 años, no le molesta. De hecho, él decide no respetar las proporciones usuales al momento de cebar un mate porque encuentra en ese desbalance una ventaja: no debe interrumpir su trabajo para volver a servirse.
La habitación donde pasa sus mañanas tiene dos por tres metros, no mucho más. Allí tiene un atril para apoyar algún libro de estudio, sobre el que –confiesa– a veces se queda dormido, y una pileta para lavarse las manos y quitarse la tinta de los dedos. En el otro extremo hay un escritorio que cuenta con una plancha de metal sobre la que despliega los trozos de klaf, que son los pergaminos que se usan para escribir, por ejemplo, el pasaje bíblico que transforma esos centímetros de cuero de algún animal kosher en una mezuzá, el elemento que colocan las familias judías en la puerta del hogar como símbolo de conexión con Dios y para que él bendiga y proteja la vivienda.
Emanuel, para decirlo en hebreo, es un sofer, un escriba judío, un experto en caligrafía hebrea, un hombre que dibuja con plumas de ganso y borra con un bisturí hasta alcanzar las letras perfectas que exige la Torá, el libro sagrado de los judíos. También es un maguia, que significa corrector. Otros sofer le envían su trabajo para verificar que todo esté en su lugar. Un error puede invalidar todo el texto.
“Hay una conexión, una simbiosis, una amalgama entre las personas y sus objetos religiosos. Muchas veces, muchísimas veces, ocurre –y esto lo vi yo mismo– que hay cosas que le pasan a la persona y se ven plasmadas en su mezuzá. Por ejemplo, una familia, cuyo hijo de un año tuvo que ser operado de un tumor en la cabeza, me mandó a revisar su mezuzá y en la palabra ‘hijos’, la corona, la cabeza de la palabra, estaba mal hecha”, describe Emanuel.
Emanuel vive con su esposa y sus seis hijos en un departamento en el barrio porteño de Balvanera, ubicado justo al lado de una sinagoga.
Sin embargo, su vida no siempre transcurrió en ámbitos religiosos. Él cree que cruzó definitivamente el portal desde el mundo laico al de las costumbres bíblicas a los 19 años, cuando empezó a desarrollar un amor por el saber en general y por la filosofía en particular que lo llevó a toparse con un sinfín de preguntas complejas y, en algunos casos, imposibles de resolver. En ese recorrido, afirma, empezó a sentirse y a verse como un religioso. Por eso, no siguió el legado de trabajar en la fábrica familiar de armazones y se dedicó al estudio.
Casi una década atrás, Emanuel se topó en una sinagoga de Córdoba con una Torá originaria de Turquía de 150 años de antigüedad. El libro sagrado estaba deteriorado y cuando las letras se empiezan a deformar o no son legibles el texto deja de ser válido. Por eso, esa Torá estaba por ser vendida a un coleccionista, pero Emanuel la “rescató”. El problema que tenía es que no contaba con el dinero suficiente para comprarla y mandarla a restaurar. Y es ahí cuando decidió solo adquirirla y emprendió su formación como sofer y maguia. “Yo aprendí todo lo que sé para arreglar esa Torá”, afirma. A partir de ese momento, cruzó un nuevo portal.
“El examen para ser sofer te lo toma otro sofer. Para dedicarte a eso te tiene que interesar más tu alma que tu billetera. El alfabeto hebreo tiene 27 letras y una mezuzá tiene cerca de 700 detalles caligráficos. Si un detalle está mal, la mezuzá quedará inválida. Lo mismo sucede con el tefilin o con una Torá. Además, las letras deben estar a la misma distancia unas de las otras. Por otro lado, hay palabras en negrita que son maneras de nombrar a Dios, esas deben estar escritas con una intención especial, hay que decir la palabra para que el aire, el corazón y la mente influyan sobre lo que uno está escribiendo. Si recibís una mezuzá que fue escrita sin ninguna intención, caligráficamente puede estar perfecta, pero la mezuzá no será válida y nadie lo sabrá. Por eso, por ejemplo, una máquina no puede escribir estos textos”, explica Emanuel.
De hecho, describe, muchas mezuzá que se venden en la calle son directamente fotocopias. Esas, no tienen ninguna validez. Incluso, vio un video de un brazo robot que escribe con tinta sobre un klaf, pero al no haber una carga emocional por parte de la máquina, ese texto tampoco es válido. Y las condiciones siguen, por ejemplo, el sofer no puede escribir con la mano izquierda. Ser zurdo es considerado un defecto espiritual.
En su caso, como suele dedicarse más a enseñar que a su labor de sofer o maguia, demora una dos semanas en hacer cada mezuzá que le encargan, y por ello cobra entre US$50 y US$100. Pero una Torá puede salir entre US$20.000 y US$50.000.
Su trabajo parece un desafío bíblico. Además de escribir sobre un trozo de cuero que llega desde Israel y usar plumas de ganso, debe someterse a reglas muy particulares. Por ejemplo, hay palabras que no pueden ser borradas. Esas palabras son aquellas que nombran de un modo u otro, a Dios. Eso complejiza su tarea porque hay errores que pueden arruinar una mezuzá entera.
“Para borrar uso un bisturí, pero hay cosas que no tienen arreglo. Hay una ley que dice que el texto tiene que escribirse o borrarse en orden. Si ves un error en la mitad de una frase, tenés que borrar desde el final hasta llegar al error, no podes ir directo a la palabra que está mal. Pero si antes de la palabra mal escrita hay una que nombra a Dios, como esas palabras no se pueden tocar, nunca podés llegar al error y todo el texto será inválido”, indica Emanuel.
Emanuel tiene un cuaderno amarillo, en el que anota con birome y en español las historias detrás de algunas mezuzá que le tocó supervisar. En este punto, cuenta, su trabajo muestra una faceta metafísica, y al mismo tiempo, real.
“Una frase dentro de la mezuzá dice ´comerás y te saciarás´. Y en la mezuzá de una persona obesa que me la envío para revisar decía ´comerás y comerás´. Una madre que tuvo cinco abortos me mandó las mezuzá de su casa y en la de su habitación había un error en la palabra amor. En la [letra] alef encontré una deformación justo entre las dos patitas”, recuerda.
No le es posible descifrar si un error en la mezuzá llevó mala energía al hogar, o si la propia mezuzá se fue deformando según el drama que vivía la familia. Tampoco puede afirmar que corrigiendo el texto se acabará la desgracia porque eso, aclara, sería un milagro.
Él se topó con hechos imposibles de clasificar. En su pequeña habitación, donde tiene el atril y su mate con capacidad para medio litro de agua, Emanuel se encontró, de nuevo, con la sensación que lo llevó a abandonar el mundo laico. Detrás de esas historias, infiere, se oculta la propia existencia de Dios.
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