El encuentro con un explorador infatigable
Chau, querida vida. ¡Muchas gracias por todo!" Carlos Páez Vilaró no lo dudaba. Su último sentir, sus palabras íntimas, secretas, de despedida, no podían ser otras que las de un agradecimiento profundo para una existencia llena de aventura, de avidez por lo desconocido; de ensayo, prueba y error, en el océano de la incertidumbre.
De eso se nutría. Así creaba en múltiples soportes y disciplinas y así había vivido: escrutando todo con el asombro de un niño. Vital, risueño, gozador de la vida, lo dejaba perplejo, "sin explicación", al llegar a su edad sintiéndose un hombre de 30 años. Ahí se había detenido su pulso biológico, me aseguraba.
Tenía la convicción de que no hay margen para el aprendizaje ni para la sabiduría en la certeza. El "viaje" siempre es más importante que el hallazgo, me repetía, y como consejo de vida me animaba a ir siempre detrás de la sorpresa. Aun con casi 90 años -según me confesó en junio pasado en Bengala, su casa cimentada como un nido de hornero, en Tigre, donde vivía parte del tiempo con Annette, su mujer-, era un buceador infatigable de nuevos estímulos. Cualesquiera que fueran: "No sé qué sobrevive a la muerte, pero te aseguro que yo sigo avanzando con entusiasmo hacia ese interrogante", me dijo.
Habíamos conversado animadamente de todo durante más de tres horas. Y cuando finalmente llegó el momento de irme, no me dejó: "Tengo un champancito buenísimo en la heladera. Brindemos por nuestro encuentro. Y contame ahora vos para dónde vas a rumbear", me invitó, con su tono siempre afable, típico charrúa. Su convite se extendió dos horas más. Y ahí me habló de su "viaje" entre sus recuerdos para estamparlos en los lienzos de su última muestra y de una asignatura pendiente: quería volver y levantar en Córdoba, en los faldeos de la montaña, una aldea de permacultura para artistas. Era una vieja idea que había abrazado con Horacio Guaraní. También me habló de su frustrado deseo de cobijar a cuanta criatura indefensa se cruzara y de su desvelo por crear un partido verde en Uruguay.
Tuve la impresión de haber conocido a un hombre de enorme generosidad y gratitud. A un artista humilde, que no buscaba gloria ni reconocimiento de sus pares, algo que nunca le llegó, sino que hacía del arte y de la vida misma su camino. Un viajero infatigable por los senderos de su propia existencia.
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