El Elefante Blanco por dentro: así viven las familias que resisten en el gigante abandonado
Parece una postal de guerra. La temperatura ronda los 39° en un jueves de verano. Los chicos juegan entre los escombros que envuelven la manzana 27 bis como si fuera un arenero. Descalzos entre los clavos llegan a la punta de una pirámide hecha de restos de lo que alguna vez fueron casas. Saltan los charcos de agua sucia entre “isla” e “isla”.
Aunque parezca una postal de guerra, no lo es. Es la Villa 15, o Ciudad Oculta de Villa Lugano, en el olvidado sur de la Capital Federal. A lo lejos se escucha una madre: “¡Chicos, vengan para acá que se van a lastimar!”.
Eleonora Vallejos vive hace más de una década con sus seis hijos y sus tres nietos en un largo pasillo que comunica tres casas en el predio lindante del Elefante Blanco. Como ella, aún quedan 19 familias que se resisten a abandonar el entorno de lo que queda del enorme edificio, ahora convertido en una estructura en ruinas.
Una cama contra una pared, una mesita ratona, algunas sillas de plástico y un televisor es de todo lo que hay dentro de la casa. El baño es ahí al lado. La puerta es una cortina de ducha y solamente hay un inodoro. No tiene espejo, ni lavatorio ni donde guardar el jabón, el papel higiénico o las toallas limpias.
Pasaron varios meses desde la aprobación de la ley que confirmó la demolición del edificio y la construcción de una nueva sede del Ministerio de Desarrollo y Hábitat, en Villa Lugano, pero todavía hay gente viviendo en el entorno del inmueble en condiciones insalubres, expuestos a riesgos y enfermedades.
Aunque vive hace más de 10 años, durante el último el lugar se tornó más peligroso: “Los chicos juegan con las maderas y algunas tienen clavos. Cuando se acumula agua, se contamina y hay mucho más mosquitos”, se queja Eleonora.
Desde el gobierno porteño se habla de una reubicación y una mejora a largo plazo, pero los vecinos plantean un traspaso desprolijo, que no sigue un criterio unificado y que está sujeto a negociaciones individuales. El miedo de algunos es quedarse sin nada.
“Nos amenazan con que si no negociamos, nos tiran todas las casas juntas”, dice Vallejos mientras amamanta a su hijo más chico, que tiene dos años y estuvo internado luego de electrocutarse en su casa durante una tormenta. No importa si fue “culpa” de la heladera o de las malas conexiones de electricidad. El veredicto final fue deshacerse del electrodoméstico.
Vallejos señala su nariz y cuenta con vergüenza que aquella cicatriz se la hizo una rata. La mordió una noche mientras dormía. A medida que se incrementaron los escombros, aumentó también la presencia de roedores. Ya es parte de la rutina descubrir un nuevo hueco para tapar. Es una misión -casi- imposible. Cada vez son más.
Cuando una familia logra reubicarse, la casa se derrumba. No se limpia ni acomoda el terreno. Según el gobierno porteño, es para evitar nuevas ocupaciones. Sin embargo, quedan las evidencias: ladrillos, cocinas y zapatillas forman parte de una pila de escombros. Según los vecinos, es una manera intencionada de empeorar las condiciones del predio y, así, acelerar el desalojo.
Claudia Mendoza vive con su pareja y sus tres hijos. El monoambiente tiene puerta pero el piso es de tierra. Una alfombra colocada de manera improvisada en el suelo hace de barrera para la humedad. Al lado de la pieza está el desagote del baño. Según la dirección del viento, es más o menos fuerte el olor ácido y fuerte de las cañerías. Si viene del sur les toca a ellos, y si sopla del norte lo sienten sus vecinos. “Nadie quiere vivir así, lleno de ratas y mugre”, cuenta Mendoza. El marido, a su lado, agrega: “Todos los días le hablamos para arreglar un precio. Nosotros nos queremos ir, se nos están cayendo las paredes”.
Las negociaciones entre los habitantes del lugar y la Ciudad comenzaron en 2013 con el objetivo de que las familias obtengan, a cambio de dejar el lugar, una solución habitacional. En ese entonces 180 familias vivían dentro del Elefante Blanco y otras 90 en el asentamiento que se formó en su entorno exterior. La Defensoría del Pueblo tomó la representación de los vecinos por su derecho a un ambiente sano y una vivienda digna. Hubo un recurso de amparo presentado en el Juzgado N°4 en lo Contencioso Administrativo a cargo de Elena Liberatori.
Miriam Campuzano vive en unos de los pasillos principales de la manzana 27 bis, delimitada por las calles Huebac, Dr. José de la Rosa y un pasaje angosto sin nombre, a espaldas del Elefante Blanco. “Hace 17 años que compré el terreno y levanté la casa yo sola. Le puse el piso de cerámica y el placard empotrado en la pared. Ahora nos quieren sacar y lo que nos ofrecen no nos permite progresar. Nosotros queremos salir de la villa, pero no queremos vivir peor”, remarca.
El Gobierno porteño, a través del Ministerio de Desarrollo y Hábitat, ofrece subsidios habitacionales cuyos montos varían de acuerdo a las necesidades de las familias, además de logística para los traslados. Pero según los vecinos, los montos ofrecidos no alcanzan para adquirir un terreno dentro del mismo barrio. Hace ya un año que se planteó la reubicación y en el trascurso, los valores de las viviendas dentro de Ciudad Oculta aumentaron más de un 50%.
Hace un par de meses, Campuzano aceptó vender su casa y espera recibir la ayuda económica para mudarse a una vivienda a pocas cuadras. Su miedo es perder la casa durante la espera, o incluso que ya no le alcance el dinero.
Aunque la problemática ya está judicializada, la realidad se impone. Según coinciden en el barrio, el gobierno porteño busca dividir a los vecinos a través de negociaciones individuales que diluyen el reclamo conjunto. Los encargados de las negociaciones casa por casa son del equipo de Maximiliano Corach, Subsecretario de Fortalecimiento Familiar y Comunitario.
Los habitantes de la manzana 27 bis confirmaron que al principio las negociaciones se dieron en un marco de informalidad, sostenido por un sistema de testigos, pero sin otro respaldo. Sin embargo, Tagliaferri dijo que la jueza Elena Liberatori es quien lidera el proceso de negociaciones desde el principio.
Las puertas de ingreso al Elefante Blanco están cerradas y custodiadas por un grupo de jóvenes que responden a Pocho. Es un personaje que está en boca de todos los vecinos, aunque fantasmal, porque nunca se lo ve. Oficialmente es el coordinador de la Cooperativa de Seguridad Barrionuevo, que contrató el gobierno de la Ciudad. Los vecinos prefieren describirlo como un puntero político, el presidente del barrio, el que maneja todo. Solo se ingresa al edificio cuando algún vecino va a negociar.
Resistir entre las ruinas
Hace tanto calor que caminar sobre la tierra con zapatillas es lo mismo que hacerlo descalzo. Hasta hace un año recorrer los alrededores de la manzana 27 bis era un odisea. Era un revival de la conocida película de Pablo Trapero. Ahora, la puesta en escena cambió por completo. Con la mirada siempre al piso, para poder esquivar chapas, vidrios y maderas de lo que alguna vez fueron hogares.
En una de las casas que da a la calle principal vive Jorge Bernal con sus dos hijas. Aún no negociaron. Una de ellas no pasa los cinco años y está jugando con una jeringa. Junta el agua del piso y le da en la boca al gatito que acaba de sentarse a su lado. Un poco toma el felino y otro poco toma ella. “Le encantan los gatos y ayer empezó a perseguir a uno pensando que era un gato pero una rata. Imaginate el tamaño”, dijo el padre.
Al lado de la casa se formó una pileta que tiene 10 centímetros de profundidad. El agua estancada, marrón oscura, tiene olor a basura. No tiene salida de desagüe y la única manera de que desaparezca es mediante la evaporación. Caldo de cultivo de enfermedades respiratorias y mosquitos.
La imponente estructura fantasmal sobresale de la planicie de la Villa 15 y tapa por completo las manzanas que se encuentran por detrás. Las familias que habitaron dentro del edificio convivieron con toneladas de basura, olores fuertes, sin cloacas y con agua contaminada.
Sin embargo, durante la gestión de la Ministra Carolina Stanley se lograron bajar 6 metros de aguas servidas que estaban dentro del edificio. Aunque siempre fue un foco infeccioso de gravedad.
La Villa 15 comenzó su crecimiento en la década del 30. Sin embargo, desde 1980 el edificio se empezó a poblar paulatinamente de familias que no tenían otro lugar donde vivir. Las viviendas que se empezaron a construir eran precarias, en su mayoría hechas con maderas, chapas y cartones. “Yo estaba en la calle, no tenía donde ir hasta que vine acá. De a poco fui agregándole cosas y materiales”, contó un vecino.
Julio Ceballos vivió con sus ocho hermanos y su madre dentro del edificio. Fue una de los muchas familias que formaron su hogar en el Elefante Blanco. Fue su nido, la posibilidad de tener algo aunque sea prestado. Desde el piso número 12, luego de subir varias escaleras improvisadas y esquivar cientos de obstáculos, la trepada tiene su recompensa. “Cuando vivíamos acá nos gustaba venir y ver toda la ciudad desde arriba”, recuerda Ceballos. La vista es inigualable. “Ahora a veces venimos con los pibes. En las noches de verano sobre todo. Me gusta recordar lo que hacíamos cuando vivía ahí”, relata con naturalidad.
Al lado de las escaleras, entre piso y piso está el hueco en el que iba el ascensor del Hospital. “Yo vi morir a dos de mis amigos. Estábamos jugando y entre vuelta y vuelta se cayeron hasta abajo. Pasaba todo el tiempo”, rememora David Fleitas, de 26 años, y agrega: “Éramos muchos chicos lo que vivíamos y jugábamos. Pasábamos todos los días acá”.
Hoy, lo que eran las diferentes casas son escombros que se acumulan en cada rincón. Lo que funcionaba como “lugar comunitario” hoy es un depósito de maderas y restos de construcción.
Convenios
En 2006, el gobierno de la Ciudad firmó un convenio de cooperación con la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Mientras duró el trato, la Fundación construía viviendas destinadas a los habitantes del Elefante Blanco. Además, los vecinos participaban activamente en el proceso de construcción. “Yo trabajaba para Madres. Pero después me quedé sin laburo y empecé a cartonear, salía con el carro. En Capital se puede hacer, en provincia no”, afirma otro vecino.
Un año después, por decisión deJorge Telerman, quien era Jefe de Gobierno porteño, el edificio quedó bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social.
Las familias que aún quedan en la zona no se resisten a la demolición del Elefante Blanco ni a la construcción del ministerio. El reclamo es uno solo: “Nosotros queremos cambiar nuestra situación de pobreza”, dice Fleitas, que vivió toda su infancia dentro de la mole de hormigón, pero tuvo que abandonar su vivienda y mudarse. “Había terminado de hacer mi casa a pulmón, juntando todo lo que podía y me dicen que me tenía que ir de ahí que la iban a derrumbar. Les dije que la tiren cuando yo no esté”, explica.
Brian Fenema, otro de los vecinos, señala desde la puerta de su casa, donde vive con su familia, su hermana y su prima con dos hijos: “Yo me quiero ir de la villa y buscar otras oportunidades. No se consigue trabajo y no te dan. ¿Sabés por qué? Porque vivís en una villa”.
“Las condiciones de salud no son buenas. Acá tenés criaturas con broncoespasmo”, dice la prima de Fenema. Las enfermedades más frecuentes son infecciones intestinales por agua contaminada, virus y hasta intoxicación.
Negociaciones
Las negociaciones oficiales continuarán con los vecinos que aún no encontraron una alternativa para su reubicación. Son charlas individuales porque, según informaron desde el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, “cada caso se trata de acuerdo a las necesidades puntuales de la familia y su composición”, variables que inciden en el monto del subsidio habitacional que se les otorgará. Para algunos vecinos, en cambio, los ofrecimientos personales son una forma de diluir el reclamo conjunto.
Actualmente, el predio está cerrado con un cerco perimetral. Hay movimiento de maquinarias y seguridad oficial, que fue puesta en servicio cuando comenzaron a proyectarse las obras. Mientras esto ocurre, aún 19 familias esperan saber cuál será su destino.