El edificio del A.C.A, ícono de la arquitectura racionalista en Buenos Aires
Aunque el plan perteneció al ingeniero Antonio Vilar, la obra fue realizada en conjunto con los arquitectos racionalistas del momento, y fue ejemplo de lo que se denominó en la época “nuevo monumentalismo”
El edificio que ocupa la sede central del Automóvil Club Argentino es un mojón imponente de la arquitectura de la ciudad de Buenos Aires, pero a la vez, uno de los reflejos tangibles de la historia de construcciones porteñas cuya valorización nunca termina de dimensionarse.
Su estructura frente a la Plaza Grand Bourg, en Barrio Parque, Recoleta, impacta por la fachada rectangular de su cuerpo principal aunque esconde detrás una parte semicircular necesaria por su funcionalidad: la circulación vertical de los automóviles. Por eso, este edificio de la avenida Del Libertador y Tagle no sólo es ícono del movimiento racionalista y su nuevo monumentalismo, sino también el reflejo de una sociedad que se transformaba al ritmo del automóvil.
La obra fue comenzada en 1942 e inaugurada al año siguiente como punto cumbre de un proyecto integral de la institución cuyas huellas aún perduran: el encuentro de nombres de fuste dentro de ese salón de la fama imaginario de arquitectos e ingenieros que embellecieron calles y avenidas porteñas. Se trata, en orden alfabético, de Jorge Bunge, Luis María De la Torre, Abelardo Falomir, Rafael Giménez, Arnold Jacobs, Ernesto Lagos, Héctor Morixe, Gregorio Sánchez y Antonio Vilar, responsables, a través de estudios arquitectónicos a los que pertenecían, de haber firmado, entre decenas de obras chicas, medianas y grandes, proyectos como La Algodonera, el Kavanagh, la casa matriz del Banco Provincia (San Martín y Bartolomé Mitre), el Comega o el hospital Churruca
A ellos se sumaron para darle detalles al exterior e interior del edificio con pinturas murales, frescos, temples, cuadros, esculturas, bajos y altos relieves grandes de las artes como Emilio Centurión; José Fioravanti (el escultor de los lobos marinos instalados en la rambla marplatense); Alfredo Guido; Gonzalo Leguizamón Pondal; Dante Ortolani; el matrimonio María M. Rodrigué y Jorge Soto Acebal y Gregorio López Naguil, entre otros. Exponentes del Art Decó que se puede recorrer hoy en día. En la fachada se destacan a ambos lados del edificio los relieves conmemorativos de Alberto Lagos, dos alegorías talladas que hablan del automóvil: la energía y la rueda.
Entre el ayer y el hoy
El ingeniero Vilar era considerado un vanguardista en 1940 (su trayectoria de más de 400 obras merecería una nota aparte) y fue el encargado de reclutar a los colegas que diseñarían el edificio. Era quien contaba con mayor experiencia en el tema porque llevaba adelante el plan vial estratégico que el ACA encaró junto con YPF desde 1936. Él ya había construido parte de las 85 estaciones de servicio desplegadas por el país y algunos edificios de la institución. “Hemos tratado de realizar una composición arquitectónica tranquila, simple, bien expresiva del interior y de la estructura”, explicó Vilar a poco de inaugurarse.
El ACA fue fundado en 1904 pero 38 años después la sede central ocuparía esta mole de hormigón armado de 12 niveles rodeada de un hemiciclo para servicios como lavado, engrase y estacionamiento de siete vehículos. El lugar destinado fue la manzana –comprada por lotes- delimitada por la avenida Del Libertador (por entonces era Alvear), Tagle, Pereyra Lucena y José León Pagano. No había demasiadas construcciones alrededor (aunque algunos recuerdan en la zona el Armenonville un cabaret con mucha historia tanguera que funcionó en los años 20), pero sí ya estaba la bellísima residencia de enfrente que ayer y hoy ocupa el Museo de Arte Decorativo
La recorrida actual del edificio del ACA permite certificar el buen estado de conservación, pero también que algunos sectores sufrieron cambios lógicos, o reformas que no respetaron la concepción original.
De sus orígenes sigue intacta la piedra dolomita que impera en el frente, las paredes y pisos del interior; y el ingreso de luz sigue siendo generoso gracias a los ventanales de hasta cuatro metros de ancho repartidos en 15 hileras. En la planta baja todavía se mantiene un reloj de péndulo que controlaba la hora de todos los relojes de pared ubicados en la parte superior del acceso a los ascensores de cada piso. Entre las bajas, ya no funciona la peluquería del segundo piso y en el hemiciclo no hay más que despacho de combustible, lavado, engrase y estacionamiento, porque alguna vez hubo un piso sólo dedicado a taller mecánico.
La terraza –que integra el programa de miradores del gobierno de la ciudad- permite disfrutar de una vista espectacular al río de la Plata y lo que eran los jardines de Recoleta y Palermo, con los años ocupados por el puerto, la Villa 31, Barrio Parque y la TV Pública, entre otras construcciones.
A ella se accede desde el piso 10, casi simétrico al de abajo tiene salones de unos 50 metros de largo que alguna vez fueron el comedor de los empleados, en cuyos extremos hay cocinas, hoy sin uso, aunque conservan heladeras, hornos y cocinas industriales. Hasta hace no mucho funcionó un restaurante -bar de acceso público que incluso llegó a tener música en vivo. Hoy se lo utiliza para reuniones y fiestas internas.
En el octavo piso (ocupado por las autoridades) además del moquet de una tradicional empresa, todavía pueden verse muebles de la empresa sueca de diseños de muebles de estilo Nordiska, responsable de diseñar para el A.C.A piezas variables según la jerarquía del empleado.
El resto de los niveles son ocupados por distintas oficinas administrativas, a excepción del primer piso donde funciona el Museo del Automóvil (de acceso gratuito, con varios automóviles y señales viales antiguas), un auditorio para unas 250 personas y el salón donde los socios pueden tramitar el registro de conductor. En ambos sectores –de 25 metros de largo cada uno-, la parte superior de las paredes está decorada con murales (uno de Alfredo Guido, por ejemplo), mientras que en la del vestíbulo que los une sobresalen las esculturas de Leguizamón Pondal con la historia del automóvil.
La dolomita dorada de la planta baja recibe y despide al visitante como mudo reflejo de una historia arquitectónica que alguna vez fue lustrosa aunque hoy no se perciba en cierta opacidad imperante en la ciudad. En aquel discurso de inauguración, Vilar anhelaba: “Mirando este edificio a distancia se deduce lo agradable que sería la avenida manteniendo una alineación en altura, con las fachadas armónicamente tratadas por cuadras en lugar del caótico picadillo actual”. El deseo se cumplió a medias y el edificio no es superado en altura ni en belleza por ninguno de los que lo rodean, más de 70 años después.
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