Coronavirus. Nueve argentinos, atrapados en el crucero de la alegría que se convirtió en un barco fantasma
Su última canción fue "Vivir mi vida", una obra de Marc Anthony. La entonó con emoción, un canto a la alegría, como exigen las primeras estrofas: "Voy a reír, voy a bailar, vivir mi vida, la la la la… Voy a reír, voy a gozar, vivir mi vida, la la la la…". El 23 de marzo, en un bar dentro de un crucero de lujo, Bruno Giovos le puso su voz a un clásico latino. Lo que siguió después fue una auténtica pesadilla. El crucero de la alegría se convirtió en 40 días de encierro en un barco fantasma. Es uno de los 460 tripulantes del MSC Cruceros, que está varado en el puerto de Lisboa. Allí dentro hay nueve argentinos que viven encerrados sin pisar tierra, por el avance del nuevo coronavirus.
"Estamos atrapados en una película de terror", cuenta el cantante, de 30 años, que trabaja desde hace diez años en la compañía especializada en los itinerarios rumbo al Mediterráneo. Es un mercado exclusivo: incluye viajes a Europa, el Sur de África, China, Dubai, Abu Dhabi y Qatar. Giovos vive de su pasión: su fuerte es la música latina. También hace covers de todo tipo: baladas, bachata, salsa, rock. Hay que ser versátil sobre el océano. Es parte del equipo de entretenimiento, un derroche de música para los pasajeros en los salones, en los bares.
Los cruceros suelen tener una capacidad de 3500 a 5000 personas; este, el Fantasía, es para unos 4200 pasajeros. El asunto es más o menos así: suelen navegar por la Argentina, Brasil y Uruguay y, cuando se acaba el verano en esta parte del mundo, cruzan el Atlántico rumbo a Europa, donde se quedan un par de meses. Embarcaron en diciembre y hasta mediados de marzo fueron dando vueltas por América del Sur. El 13 de marzo hicieron escala en Maceió, antes de seguir la travesía. Los turistas brasileños se bajaron. Y se quedaron 1338 pasajeros, cuando la pandemia empezaba a tomar vuelo. Antes, habían tocado el puerto de Santos; el itinerario, contra viento y marea, siguió su curso. Fueron 9 días de navegación hacia Europa, cuando verdaderamente cambió todo. Arribaron al puerto de Lisboa el día 22. Y allí se quedaron. Quietos, sobre el muelle.
El desgaste psicológico es terrible. No hay ningún avance. No hay luz al final del túnel
"Ahí empezó el drama. Lo habitual son seis días de navegación desde el norte de Brasil hacia Europa. En este caso fueron nueve, porque el barco deambuló para ver dónde nos iban a dejar parar. La calma se transformó en angustia. Día a día la cosa se pone peor. Íbamos a ir a Tenerife, después a Barcelona, pero España cerró las puertas. Italia era una posibilidad, pero era el peor punto. Pudimos ir a Marsella… Los pasajeros lograron desembarcar ese mismo 22; no todos, sí, la mayoría", cuenta Giovos. Y los tripulantes se quedaron solos, encerrados, en un barco frío y enorme. Sin risas, tragos, ni melodías.
Eran más de 1000 tripulantes hasta hace unos días. Hoy quedaron 460. Entre ellos, hay nueve argentinos. Está su hermano Luciano, con quien creó un dúo musical. Dos camareras, un fotógrafo, un artista, una anfitriona, un cocinero y una joven que se dedica a la animación. Desde Lisboa, los brasileños fueron repatriados en dos charters, a los tres días: eran más de 300. Decenas y decenas fueron repatriados por sus gobiernos. Solo quedaron los que pertenecen a países que mantienen las fronteras cerradas. Además de argentinos, hay unos 200 indios; peruanos, colombianos, rumanos y hasta oriundos de Madagascar.
El último show fue el 23 de marzo, un día después de arribar. Quedaba un puñado de pasajeros varados, todavía. Y a partir de ese momento, se cancelaron todas las actividades, porque hubo un caso de Covid-19 a bordo. Rápidamente, fue sacado. En tres días, se fueron todos… los turistas. La embajada argentina en Portugal no ofrece respuestas: son 300 argentinos dando vueltas por el país mediterráneo. Sobre el mar y en tierra firme.
Hay compatriotas que duermen en la calle o en conventos de monjas. A otros los expulsaron de sus departamentos. "Sabemos que hay gente que la está pasando peor. Pero es terrible estar encerrado en una habitación. La estamos pasando muy mal. Uno se imagina que la vida en un crucero es privilegiada, lujosa. Pero todo tiene su contra. La estamos pasando mucho peor que otros. No puedo salir de un camarote de 4 por 2", cuenta. Le ofrecen desayuno, almuerzo y cena; esos alimentos y bebidas se lo dejan en la puerta del camarote. Pueden dormir en una cama confortable y tener agua caliente, pero viven encerrados. No pueden caminar, recorrer la embarcación.
Al cambiar el código de cuidados de rojo a naranja, Bruno se puede ver con su hermano desde un pequeño balcón. A metros de distancia, para renovar el aire. Los cambiaron de los camarotes de la tripulación hacia los de los turistas, que tienen luz natural. Espiar el sol, las estrellas: algo es algo. "Pero el desgaste psicológico es terrible. No hay ningún avance. No hay luz al final del túnel. Con dos vuelos, se podría solucionar. Portugal es un ejemplo en Europa. Se anticipó, cerró fronteras por aire y por tierra en su momento. La Argentina está mandando aviones para Roma, a París, a Madrid, en donde hay más riesgos que Lisboa. Entiendo que hay 800 argentinos en esos países, lo comprendo… Pero nos dejaron solos. Portugal no está en ninguna lista. Estamos perdiendo las esperanzas de volver", se angustia. Portugal tiene 989 muertos y 1519 recuperados del nuevo coronavirus. España tiene más de 24.000 muertos. Italia, más de 27.000. Alemania, más de 6000. De a poco, Portugal va recuperando la normalidad.
La incertidumbre, lo peor
El gobierno portugués anunció el jueves un plan de "desconfinamiento" por etapas durante mayo y que empezará este lunes con la reapertura de pequeños comercios, peluquerías y concesionarios de automóviles. "Ya podemos comenzar a dar pasos en esa dirección", declaró el primer ministro, Antonio Costa, al presentar el "plan de transición" adoptado por el consejo de ministros. El campeonato de fútbol volverá el último fin de semana de mayo; el 18 abrirán sus puertas los museos, las galerías de arte, los bares y los restaurantes, que serán sometidos a unas nuevas reglas de seguridad sanitaria y distancia social.
Mientras, el barco permanece encallado. Stella Lucy es la anfitriona internacional hispana a bordo. Comenzó trabajar en la compañía en 2013 y está a cargo de los argentinos. "Se tomaron medidas para resguardar a la tripulación, como el control de temperatura diario, o la extracción de sangre, a quien lo necesite. Pero el confinamiento, estar en aislamiento, sin saber cuándo tendremos la posibilidad de desembarcar para la Argentina… y sin tener una posibilidad de que eso sea factible, es terrible", cuenta.
La conexión a Internet, sobre las aguas, suele fallar. Se cae la señal y se acrecienta la angustia. "Nuestros familiares esperan por nosotros, pero nuestra comunicación es limitada aquí. Estar tan lejos es frustrante, es angustiante, estoy en un estado de ansiedad continuo. Es terrible escuchar que nuestro gobierno no tenga interés en venir a Lisboa. Somos 300 argentinos varados, más los nueve tripulantes aquí, a bordo. Les decimos a Cancillería que estamos todos con buena salud y cumplimos con las normas impuestas por el capitán a bordo. Por lo tanto, les solicitamos un vuelo. ¡Estamos desesperados! Es como vivir en un horizonte que nunca llega", advierte la experta en idiomas.
Se estima que hay unos 18.000 argentinos varados en el exterior, todavía. Giovos tenía un vuelo de Latam para este 2 de mayo, vía San Pablo. Pero fue cancelado: no habrá vuelos de esa compañía en todo el mes. Está tan angustiado, que poco a poco está perdiendo la voz. "Soy un afortunado: vivo viajando y vivo de lo que me gusta. Pero hoy estamos metidos en una pesadilla. No tenemos esperanzas", cuenta el hombre que suele renovar el contrato laboral de modo periódico. Ya no canta. En realidad, ya nadie canta. "Y para qué llorar, pa' qué… Si duele una pena, se olvida", reza la melodía de Marc Anthony. Giovos –y los otros ocho argentinos varados– está atrapado en una pena envolvente. Y reprime las ganas de llorar.
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