La increíble historia del donante de esperma que busca un rol en la vida de sus 96 hijos
Cada vez es más fácil conocer la identidad de los donantes de esperma y la pérdida de ese anonimato puede suscitar complejos interrogantes sobre límites, responsabilidades, y en ocasiones sobre relaciones ambivalentes
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NUEVA YORK.– Hace un par de meses, Dylan Stone-Miller se embarcó en un viaje de casi 50 kilómetros para ver a algunos de sus 96 hijos biológicos.
Desde donde se lo mire, tanto emocional como logísticamente, se trata de una situación complicada para los niños, sus familias, y para el propio Dylan, un prolífico donante de esperma de 32 años. Su viaje rutero es parte de una odisea más larga: Dylan quiere entender qué lugar puede ocupar en las vidas de los niños y niñas que engendré “in absentia”. Todo empezó hace tres años, cuando vio por primera vez la foto de uno de sus hijos biológicos, una pequeñita llamada Harper que tenía sus mismos ojos azules y el cabello rubio y enrulado de su hermana. Dylan recuerda sus lágrimas y un inesperado sentimiento de filiación.
“La veo como mi primer hijo”, dice Dylan, que la conoció cuando Harper tenía 3 años y decidió que quería vincularse con la mayor cantidad posible de sus hijos. Dejó su trabajo como ingeniero de software y financió la búsqueda con sus ahorros. Hasta ahora, Dylan ha conocido a 25 de sus vástagos. Pero como el rastreo de la progenie de los donantes no siempre es confiable, “en realidad nunca sabré con certeza cuántos hijos tengo”, dice.
La misión que se ha impuesto Dylan tiene un nacimiento accidental en sí mismo, fruto de la unión imprevista de la fecundación in vitro, el Internet y el abaratamiento de los exámenes de ADN. La convergencia de esos tres avances tecnológicos hicieron posible encontrar padres biológicos cuyo anonimato hasta hace poco era resguardado por los bancos de esperma.
En 2020, poco después de separarse de su esposa, Dylan recibió un extraño mensaje: “Realmente espero que no lo sienta como una violación a su privacidad en ningún sentido, pero acá en Canadá es Día de Acción de Gracias y quería que supiera lo agradecida que está mi familia con usted”, le escribió Alicia Bowes, una de las dos madres de Harper. Alicia había rastreado a Dylan a través de las redes sociales y gracias a las pistas que pudo extraer de su formulario de donante, incluido su nombre de pila y la profesión de su padre, psicólogo forense.
Dylan miró la cuenta de Alicia en Instagram y encontró una foto de Harper. Días después, le preguntó a Alicia si podía sumarse a un grupo de padres de Facebook llamado Xyted 5186 Offspring, bautizado así por su número de identificación en el banco de esperma. Alicia le propuso formar un nuevo grupo para los que estuvieran interesados. Cuando Dylan comentó en el grupo que quería conocer a sus hijos biológicos, recibió respuestas de los padres de 20 de ellos. La mayoría de los padres de ese grupo son parejas de mujeres o mujeres solas, reflejo de la tendencia en la industria de los bancos de esperma.
Dylan se enteró del grupo de Facebook en un momento difícil de su vida. Su exesposa y su pequeño hijo se habían ido de la casa de tres habitaciones que habían comprado juntos en el este de Atlanta. “Lo viví como un gran fracaso”, recuerda. Pocos meses más tarde, en su primer día en un trabajo nuevo, recibió el mensaje de Alicia.
La relativa facilidad para descubrir la identidad y el paradero de los donantes de esperma está reconfigurando la visión tradicional de lo que constituye una familia. Los padres dicen que presentarles a sus hijos a un padre biológico conlleva potenciales beneficios, pero también el riesgo de herir sentimientos y de generar expectativas que después resultan fallidas. En Estados Unidos hay más de un millón de personas que fueron concebidas mediante inseminación artificial y fertilización in vitro. No hay relevamientos del número de niños nacidos de la donación de esperma.
La donación de esperma, que durante mucho tiempo fue un tema envuelto en el secreto, ya había cambiado cuando Dylan empezó a hacerlo. Dylan autorizó al banco de esperma a revelar su identidad a cualquiera de sus hijos biológicos después de que cumplieran 18 años. Unirse al grupo de Facebook abrió la puerta años antes. “Quería verlos crecer”, dice Dylan.
Dónde trazar el límite
Algunos padres decidieron no tener nada que ver con él, y quienes le abrieron la puerta de sus hogares están tratando de descubrir el rol que puede ocupar: padre biológico, padre donante, visitante o amigo especial. Ni los padres ni Dylan están seguros de dónde trazar el límite.
“Por momentos parece una intrusión”, dice Alicia, que durante el año pasado permitió que Dylan los visitara dos veces. “Nosotros tenemos que encontrar nuestros límites y Dylan tiene que encontrar los suyos.”
La madre de Dylan, Rebecca Stone, dice no tener una respuesta fácil para explicar lo que impulsa a su hijo. Sin embargo, está encantada de recibir las fotos de sus nietos que Dylan le envía. “Encuentro rasgos de mi hijo en casi todos los niños”, dice Rebecca. “Muchos de ellos son rubios y de ojos azules, como él, y encuentro en ellos la misma chispa que él siempre tuvo.”
Cuando era estudiante universitario, Dylan donaba esperma por dinero: 100 dólares por cada visita a la clínica, pero en retrospectiva siente que no fue solo por dinero que siguió haciéndolo durante seis años.
Dylan ha visitado dos veces a Harper y a su hermana Harlow, también su hija biológica. En julio, se alojó nueve días en un Airbnb cerca de la casa de las niñas en Edmonton, Canadá, la visita más larga de su largo viaje. Las madres de las niñas reconocen las complejidades de la relación, desde el papel de Dylan en sus vidas hasta cómo llamarlo.
“No quiero que Harper sienta que puede llamarlo de cualquier manera”, dice Alicia. “Él no es su papá, y punto. Si lo llamara papá adelante de nosotras, le diríamos directamente: Dylan no es tu papá y nunca será tu papá. No hubo un padre, hubo un donante.”
A Dylan eso no le cayó nada bien. “Fue difícil mirar a mi hija biológica a los ojos y decirle que yo no era su padre”, recuerda.
Al principio de su viaje, Dylan hizo una escala en la casa de su abuela en Marshfield, Massachusetts, a quién le manifestó su inquietud sobre el lugar que ocuparía en la vida de esos niños. “¿Soy padre? ¿Quizás a veces, desde la perspectiva del niño? No lo sé”, le dijo a su abuela. “No soy yo quien debe decirlo, pero es como ser padre una vez cada tanto.”
También le comentó a su terapeuta que tenía la esperanza de seguir conectado con sus hijos biológicos para siempre. “La gran pregunta es cómo”, le confesó también.
“Siempre me cuesta despedirme de ellos”
Antes de emprender su viaje, Dylan fue a ver a Cal, su hijo biológico de 6 años que vive en un suburbio de Atlanta. En los últimos dos años había visitado al niño varias veces, y Cal les dijo a sus dos madres que quería pasar tiempo a solas con él. Las mamás acordaron dejar que Dylan llevara a Cal a una juguetería.
“Me preocupaba un poco dejar que Cal fueran en el auto con Dylan”, dice Lindsay Harris, una de las madres de Cal. “Pero creo que Dylan es quien dice ser, y lo ha demostrado. Me da tranquilidad y confío totalmente en él.”
Después de la juguetería, fueron a pasar la tarde a la plaza con las mamás de Cal y su hermano de 3 años, también hijo biológico de Dylan. Cuando llegó el momento de irse, Cal estaba triste y Dylan también. “Siempre me cuesta despedirme de ellos”, dice.
Las madres de Cal agradecieron la visita. “Donde vivimos nosotras, no hay familias como la nuestra”, dijo Lindsay. “Así, cuando otro niño le dice a Cal que no tiene papá, él puede contestarle: ¿Cómo que no? Tengo padre biológico, tengo padre donante. Lo veo y forma parte de mi vida.”
Dos días después, el 26 de mayo, Dylan desayunó y a las 9 de la mañana salió de Atlanta a bordo de un Toyota RAV4 lleno de ropa de abrigo y de ropa de verano, equipo para acampar, discos de frisbee y libros infantiles. A finales de julio llegó a su destino más remoto, Vancouver, y en septiembre espera estar de regreso en casa.
Dylan hizo una primera parada en el este de Connecticut para ver a Mac Wraichette, un niño de cinco años que lo esperaba con gran expectativa. “No bien se despertó a la mañana, lo primero que me preguntó es si venía Dylan”, dice Jessie Wraichette, una de las dos madres de Mac. Era la tercera vez que Dylan los visitaba.
En el tiempo que pasaron juntos, Mac se metió en la pileta para mostrarle lo bien que nadaba. “Estás hecho un pez”, lo alentó Dylan. Y cuando Mac corrió hacia el tobogán y empezó a subió la escalera, Dylan les advirtió a las madres de Mac sobre unas plantas que le parecían peligrosas.
“¿Eso es roble venenoso?” preguntó. “Si es roble venenoso que no lo toque.”
Una tormenta perfecta
Los padres de Dylan se divorciaron cuando él tenía 14 años. Dylan y su hermana, cuatro años menor, pasaban una semana con su padre y una semana con su madre, que era profesora de historia del arte indígena americano en Universidad Emory en Atlanta.
Dylan cuenta que cuando tenía 19 años una chica con la que salía le informó que estaba embarazada. Había decidido tener el bebé, pero después cambió de opinión. “Yo ya me había empezado a mentalizar para convertirme en padre”, recuerda. “Tenía una imagen de lo que significaba traer vida al mundo”. La decisión de aquella mujer le dejó un sentimiento de pérdida que nunca se fue.
Nueve meses después, cuando estudiaba psicología en la Universidad Estatal de Georgia, Dylan fue arrestado por beber alcohol siendo menor de edad. Sus padres le dijeron que se pagara él mismo su abogado. Su compañero de cuarto en la universidad le contó de lo que ganaba como donante en el banco de esperma Xytex. La oportunidad se presentó “durante una tormenta perfecta de necesidad económica y situaciones personales”, recuerda Dylan.
El banco de esperma Xytex dice que monitorea la distribución geográfica de los niños nacidos de un donante común, de acuerdo con los actuales lineamientos de la industria.
Su plan de viaje era visitar a 14 de sus hijos biológicos, y se reservó la mayor cantidad de tiempo para Harper y Harlow. Llegó a ver a las niñas el 10 de julio y se alquiló un Airbnb cerca de su casa. Se quedó a cuidarlas y las madres de las niñas hasta tuvieron un noche libre para salir solas. Esa noche les preparó ravioles, pero al parecer a Harper no le gustaron. Antes de dormir, las ayudó a cepillarse los dientes y les leyó un cuento.
También las llevó al centro comercial, y en el patio de comidas alguien le dijo: “Se nota que sos buen padre”, recuerda Dylan. Fue un momento incómodo. “Nos parecemos” le contestó entonces. “Por el tipo de familiaridad que tengo con Harper, es natural que la gente piense que somos padre e hija”, dice Dylan, y agrega que la niña lo llama “Donante Dylan”.
Alicia dice que ha llegado a entender mejor los sentimientos de Dylan y que puede imaginar la poderosa atracción que siente hacia esos niños y niñas que se parecen a él y que reclaman su tiempo y su atención. También entiende que su familia y los demás padres están conectados con un hombre que apenas conocen y cuya confiabilidad no ha sido puesta a prueba.
“Entramos en escena cuando Dylan atravesaba momentos difíciles. Conocer y compartir tiempo con los niños le dio un nuevo propósito a su vida”, dice alicia. “Y cuanto más lo conocemos, más cómodos nos sentimos todos. Pero mi sensación es que con el tiempo va a empezar a sentirse con más derechos, y eso puede convertirse en un problema. Tenemos que construir muros para proteger a nuestras hijas y a nuestra familia, pero esos muros también tienen que ser lo suficientemente permeables cómo para que Dylan pueda entrar en sus vidas.”
Por Amy Dockser Marcus
(Traducción de Jaime Arrambide)
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