
El diploma de Firmenich divide las aguas
En la UBA crece el rechazo al reconocimiento honorífico, a pesar de que el reglamento no contempla los valores éticos
Un nuevo elemento asomó ayer en la controversia suscitada por la negativa de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA a otorgarle el diploma de honor a Mario Firmenich, al conocerse que las normas que reglamentan la concesión de distinciones honoríficas a los mejores alumnos no contemplan los aspectos morales y éticos de los estudiantes.
Las normas que reglamentan la concesión de distinciones honoríficas a los mejores alumnos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) no contemplan los aspectos morales y éticos de los estudiantes.
Sólo rige el promedio de calificaciones de los exámenes parciales, generales y de tesis o proyectos y si el alumno obtiene un promedio superior a 8 -la nota de Firmenich es 8,97- accede al diploma de honor, en reconocimiento a sus méritos académicos.
Así lo establece el artículo 74 del reglamento sobre los premios universitarios, en el que se basó el decano de Ciencias Económicas, Rodolfo Pérez, para incluir al ex jefe montonero entre los alumnos beneficiados para recibir la distinción honorífica.
Como informó ayer La Nación, el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Económicas rechazó por unanimidad la decisión del decano y negó el diploma a Firmenich por considerar que "ni antes ni ahora reúne el espíritu de rectitud moral y de responsabilidad cívica", valores exigidos para merecer la distinción.
La reglamentación sobre los premios universitarios está contenida en una resolución aprobada por el Consejo Superior de la UBA, en el que se fijan las pautas para distinguir a los alumnos por su rendimiento académico.
Además de los cuestionamientos surgidos en virtud de los antecedentes éticos y morales del flamante licenciado en Economía, en el Consejo Superior de la UBA ya comenzaron a reunir elementos adicionales para impugnar la distinción al ex guerrillero.
Dirigentes de Franja Morada, que motorizaron la impugnación, recurrieron a lo establecido en el artículo 70 del reglamento, que exige haber cursado la carrera en el tiempo previsto, sin perder ni ganar un año, para recibir el premio universitario al mejor alumno, una distinción superior al diploma de honor.
Se estima que, en caso de que el expediente llegue al Consejo Superior de la UBA, el cuerpo aplicará por analogía este criterio a la hora de confirmar la negativa de conceder la distinción honorífica.
Teniendo en cuenta que el plazo previsto para cursar la licenciatura en Economía es de seis años (el inicial del CBC y los cinco de la carrera), Firmenich demoró ocho años en aprobar las materias, en virtud del tiempo que pasó en prisión.
Comenzó a cursar la carrera en 1987, a través del programa de educación carcelaria UBAXXII, y concluyó sus estudios en 1995, cursando los últimos tres años en la facultad, una vez favorecido con el indulto presidencial.
Al respecto, el consejero superior estudiantil Fernando Moroni, de Franja Morada, recordó que Firmenich gozaba de un régimen especial en la unidad carcelaria de Devoto y que no cursaba las materias con el resto de sus compañeros.
Recibía en su celda la visita de profesores, que le tomaban exámenes "al estilo libre" y, al comenzar a cursar en la facultad lo hizo con el rechazo abierto del Centro de Estudiantes, que lo declaró persona no grata.
Por eso cursaba en las primeras horas de la tarde, para evitar los turnos más concurridos, recordó ayer una fuente académica de la facultad.
Sin embargo, Moroni relató que, si bien evitó conflictos, Firmenich mantuvo un alto grado de exposición, lo que ocasionaba rechazos en muchos de sus compañeros de cursos, que evitaban sentarse a su lado.
Al fundamentar la oposición al reconocimiento honorífico del ex jefe montonero, Moroni adelanto el criterio que seguramente prevalecerá en el Consejo Superior, que se tomará su tiempo para estudiar el asunto.
"La facultad no le niega el título ni el certificado de estudios a nadie. Simplemente se rechaza la distinción honorífica por sus condiciones éticas y morales", precisó.
La controversia por la distinción honorífica encontró a Firmenich en Barcelona, adonde viajó para cursar un master de posgrado.
El expediente que activó el debate sobre los méritos de Firmenich para su reconocimiento honorífico s epuso en marcha en forma automática, cuando el ex guerrillero solicitó el certificado de estudios para planificar su master en Europa.
"El mecanismo es automático y cuando el promedio es superior a 8 puntos, si se cumplen todas las reglas y condiciones, el nombre del estudiante aparece entre los premiados", aseguró ayer el secretario académico de la facultad, Juan Carlos Viegas.
Lo que abunda muchas veces daña
La resolución del 6 de marzo de 1997 del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires deniega a Mario E. Firmenich el "Diploma de Honor" por dos motivos.
Uno de ellos es esencialmente técnico. Indica que según los antecedentes de ese graduado, no cumplió durante el transcurso de la carrera con el artículo 70 de la ordenanza sobre premios. Este exige, dice la resolución, que el referido Diploma de honor solamente puede discernirse entre aquellos educandos que hayan comenzado y seguido juntos los cursos sin perder ni ganar un año, y hubiesen terminado su carrera en el año escolar inmediato anterior. Además, claro está, de obtener un promedio relativamente elevado en sus notas de exámenes.
Se trata de un argumento casi inexpugnable, fácil de evaluar, en su aplicación a un caso concreto, con un lápiz y la copia de la ficha universitaria del estudiante. Una calculadora, añadimos, no vendría mal en esta empresa aritmética.
Y aquí habría terminado la historia. Sin embargo, el Consejo Directivo puntualiza otra razón (¿la madre del borrego?). Señala que conforme a sus estatutos, la Universidad de Buenos Aires es una comunidad de profesores, alumnos y graduados "que procura la formación integral y armónica de sus componentes, e infunde en ellos el espíritu de rectitud moral y responsabilidad cívica".
Pues bien: el Consejo Directivo considera que "no existe constancia" de que Firmenich esté imbuido, "antes y ahora" de esos valores. Además, "por ausencia de tales virtudes", prosigue, ha sido objeto de condenas judiciales firmes, moderadas exclusivamente por un indulto presidencial "que no meritó la readaptación del delincuente, sino procurar la paz social".
Un nombre cuestionable
Empecemos por advertir que el discutido premio está mal denominado. Se lo llama oficialmente "diploma de honor", cuando la norma que lo programa diseña fundamentalmente una distinción para los que obtuvieron ciertas calificaciones -relevantes- en sus estudios. Vale decir, se confunde con mérito en el estudio con honor, cosas que pueden coincidir, o no, en la misma persona.
En segundo lugar, el Consejo Directivo parece añadir un recaudo extra, además del promedio en las fechas y notas de exámenes, para dispensar el polémico "diploma de honor". Y es que el interesado tenga "espíritu de rectitud moral y responsabilidad cívica".
Decimos que se trata de un agregado, porque una cosa es que la Universidad procure infundir en sus alumnos y profesores aquel espíritu, y otra que tal vivencia sea exigida para otorgar a sus egresados un diploma. Esto obligaría, paralelamente, a estructurar una suerte de inquisición "ad hoc" especializada en moralidad y responsabilidad ciudadana, de cuestionable integración y no menos ciertas -y temibles- competencias.
Si aquel requisito no está claramente impuesto en las resoluciones que regulan el otorgamiento del "diploma de honor", no resulta viable que sea creado y exigido para un caso concreto, y además, después de haberse concluido una carrera. Lo correcto sería primero cambiarle el nombre al premio y definir en términos precisos, por anticipado y para todos, que el galardón no se otorgará, por ejemplo, a los condenados judicialmente (si es que se los juzga indignos para recibirlo).
Para denegar el diploma de marras, en resumen, y de ser exacto, bastaría el argumento objetivo y matemático de los años y los promedios. Lo demás abre un conflictivo debate jurídico -ya reseñado- y otro político, que rememora años argentinos de intolerancia, agresión y sangre. De episodios dolorosos, en definitiva, que alguna vez deben superarse. Lo que abunda, concluimos, muchas veces daña.
(*) Profesor de Derecho Constitucional
Un hombre que cosecha resistencias
De no haber mediado el indulto con que lo benefició un decreto del presidente Menem en 1990 -indulto que también sacó de la cárcel a los máximos responsables de la dictadura militar, entre ellos, Videla, Massera, Viola, Camps- Mario Eduardo Firmenich hubiera recuperado su libertad en el mediodía del 13 de febrero de 2014, a los 65 años.
Sin embargo, paradojas de la vida democrática, "el Pepe", como se hacía llamar en la clandestinidad de los años de plomo, es un ciudadano libre -aunque, al igual que el resto de los indultados, siempre culpable de los delitos que se le imputaron- desde fines de 1990.
Detrás quedaron los cargos por los que había llegado a la cárcel en octubre de 1984, despúes de ser extraditado desde el Brasil, en donde había sido capturado ocho meses antes.
Dos brechas dividen lo que podría llamarse la acción política de este hombre, casado, padre de cinco hijos, educado en el Colegio Nacional de Buenos Aires, miembro de la Juventud Estudiantil Católica, integrante después, de la fracción Cristianismo y Revolución y líder más tarde, de Montoneros, una de las organizaciones guerrilleras que protagonizó los años más sangrientos de la historia política reciente.
Una historia de violencia que, en términos de su relación con la ley, se jugó claramente en dos tiempos. El primero, del secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, en 1970 -hecho considerado como la carta de presentación de los Montoneros en sociedad-, hasta la amnistía general dispuesta en 1973 por el Congreso Nacional, durante el gobierno del entonces presidente Héctor Cámpora. El segundo tiempo va desde ese día en que abandonó su celda de Devoto junto con otros cientos de guerrilleros amnistiados, hasta el indulto que selló su libertad, esta vez junto con la de los responsables del terrorismo de Estado. Entre aquélla salida de Devoto y la firma de Menem sobre el decreto que lo indultó, 20 años de la historia más terrible del país pasaron siempre cerca de sus pasos.
Treinta años que fueron seis
En principio, la justicia argentina le atribuyó a Firmenich, y con él a todos los líderes montoneros, la organización de ataques armados contra el regimiento 29 de Monte Chingolo, con centenares de víctimas, y el asesinato de dos generales. También los atentados contra la Superintendencia de la Seguridad Federal, en los que murieron 18 personas y resultaron heridas 66 y contra el Ministerio de Defensa, con 14 muertos y 18 heridos. Fueron acusados además, de organizar asociaciones destinadas a cometer delitos de forma militar.
Como las condiciones en que la justicia brasileña aceptó extraditar a Firmenich no permitieron que se lo juzgara por delitos que podían ser considerados políticos, la condena a 30 años de reclusión que le impusieron los jueces Carlos Luft y Martín Irurzún en 1984, se basó en el secuestro de los hermanos Born (del que los montoneros se alzaron con un botín de 60 millones de dólares) y en el asesinato del empresario Soldati.
Treinta años de reclusión de los que Firmenich sólo llegó a cumplir seis entre rejas. Aunque el indulto, que le garantizó la libertad (y con ella una nueva oportunidad de participación política que hasta hoy considera probable), no ayudó justamente a reconciliarlo con la historia. Su libertad no fue una ofensa solamente para la opinión pública en general o para la más previsible opinión de sus adversarios políticos y de sus enemigos. El canje del que él aceptó participar, -un jefe montonero por los jefes militares- fue considerado un cachetazo a la memoria de miles de argentinos que -tal como lo registraron la Justicia y la Conadep- sufrieron, en manos de sus socios en el indulto, desapariciones, torturas y asesinatos.
La falta de autocrítica y la soberbia con la que relativizó después, casi al borde del cinismo, su responsabilidad política en el pasado, le ganaron una condena que llegó a ser incluso más dura que la de sus adversarios, en la voz de hombres como Juan Gelman, Horacio Verbitsky o Miguel Bonasso, quienes, muy al principio de su acción guerrillera, se contaron entre sus compañeros de ruta.
Rara virtud la de Firmenich esta de lograr sumar odios y rechazos a lo largo de todo el espinel ideológico en que se reparte la vida política del país.