El día que mataron a Ramón L. Falcón
Hasta los presos lamentaron la pérdida. Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría de Palermo, quien llevaba años dedicados a mejorar la estadía de los penados, murió en las primeras horas del sábado 13 de noviembre de 1909. Su funeral tuvo lugar en el cementerio del Norte, en el barrio de la Recoleta, el domingo 14 a las diez de la mañana. Muchos funcionarios y amigos concurrieron a despedirlo.
Ramón Lorenzo Falcón, el jefe de Policía, descartó su automóvil y optó por asistir en una victoria (un carruaje) que condujo Isidro Ferrari. Lo acompañaba, además, su secretario, el joven Juan Alberto Lartigau.
Ingresó al cementerio conversando con el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Manuel Güiraldes (padre de Ricardo, el escritor). Decidieron que, una vez terminada la ceremonia, irían juntos a almorzar. Pero los discursos se hicieron largos y el intendente se fue media hora antes. A las doce, culminó el sepelio de Ballvé. El jefe de Policía regresó a la entrada del cementerio, donde lo esperaba Ferrari. Se ofreció a llevar a Francisco Beazley, ex jefe de Policía, pero el colega le anunció que iría caminando a lo de su hermano y declinó la invitación. Lartigau y Falcón se sentaron enfrentados; el secretario, dando la espalda al cochero. Antes de partir se acercó un comisario para hablar con su superior. Luego de esa breve interrupción, el carruaje inició su marcha por la avenida Quintana. La instrucción era llevar a Falcón a su casa y luego dejar a Lartigau en la suya (el joven vivía en la casa de sus padres, enfrente de la plaza Vicente López y era vecino del presidente José Figueroa Alcorta).
Simón Radowitzky, joven ucraniano de pantalón negro y saco azul oscuro, corría detrás del coche, tratando de alcanzarlo. Logró hacerlo cuando Ferrari frenó la marcha para doblar en Callao hacia la derecha, rumbo al sur. Desde el costado izquierdo de la victoria lanzó la bomba que estalló al entrar en contacto con el piso del coche. El estruendo, el fogonazo y la humareda se sucedieron en una fracción de segundo. Lartigau cayó al empedrado por el hueco que se hizo en el piso. Falcón, también herido, quedó recostado en su asiento. Ferrari, con una esquirla en la espalda, sujetó con fuerza a los animales que se asustaron por el estampido. La pata de uno de los caballos también sufrió, aunque de manera leve, las consecuencias del atentado.
Radowitzky huyó corriendo por Callao hacia el bajo. Los agentes Benigno Guzmán y Enrique Müller lo persiguieron hasta alcanzarlo en la actual avenida del Libertador, entre Callao y Ayacucho. Al sentirse acorralado, el anarquista tomó el revólver que llevaba e intentó suicidarse. Pero el disparo no fue efectivo. Apenas provocó una herida en las costillas. Lo curaron en el Hospital Fernández y lo llevaron a la comisaría 15°.
Lartigau tenía graves heridas en una pierna, un brazo y la cara. Falcón en ambas piernas y brazos, además de un corte en la cabeza. El jefe no dejaba de preguntar por el estado del secretario. Fue recostado en el colchón que acercó un vecino. Pidió un trago de coñac; se lo trajeron de inmediato. A un comisario que se arrimó a darle ánimo le dijo: "Son los gajes del oficio".
Una vez que se les aplicaron torniquetes, dos ambulancias se ocuparon de los heridos. Falcón, quien tenía 54 años, pidió ser llevado a la Asistencia Pública, en Esmeralda 80 (actual plaza Roberto Arlt). Le amputaron media pierna. En el momento que estaban cosiéndolo, sufrió un paro cardíaco que le provocó la muerte. Eran las 2:20 pm.
En cuanto a Lartigau, en un principio lo llevaron a su casa. Sin embargo, el grave estado en que se encontraba obligó a que lo trasladaran a una clínica en Callao y Tucumán, a doce cuadras de donde había sido el ataque. Le amputaron la pierna derecha, un dedo de su mano diestra y curaron sus heridas. No fue suficiente. Murió a las seis de la tarde. Tenía 21 años.
A la mañana siguiente, ante una multitud que desbordó todos los espacios, el Cementerio de la Recoleta recibió a las dos víctimas del atentado anarquista . Mediante el sistema de suscripción popular, es decir, con el aporte de miles de ciudadanos, se costearon dos obras: una, denominada Monumento del Desagravio que fue inaugurada en diciembre de 1914 en las actuales Libertador y Callao. La otra, una alegoría a la memoria de Ramón Lorenzo Falcón y Juan Alberto Lartigau, se encuentra también en Recoleta, cerca de la entrada principal del cementerio, desde junio de 1918. Una tercera obra, en la que se muestra al coronel Falcón luciendo el uniforme de gala, fue realizada con el dinero que juntaron policías de todos los rangos. Se inauguró en enero de 1925, en Rosario y José María Moreno, barrio de Caballito, no muy lejos de la calle Ramón L. Falcón.
En aquellos días, LA NACION consultó al líder socialista, Alfredo L. Palacios. Su opinión fue la siguiente:
"Repruebo enérgicamente el atentado, por convicción y por sentimiento y soy el primero en deplorar sus dolorosas consecuencias. La violencia personal, que cuando no es la expresión de instintos criminales es la expresión de la pasión fanática, no constituye un proceso normal de transformación social. El atentado es contraproducente, pues la sociedad, dado su carácter, hace imposible las modificaciones repentinas.
"El autor de él es, fatalmente, un hombre incapaz de actividades superiores y esteriliza sus energías porque tiene un falso concepto de los hechos sociales. Si es un fanático y dice obrar en nombre de principios, es el primero en ofenderlos, pues realizando el acto antisocial, desprecia la vida y la solidaridad humana."
Las tumbas de Falcón y Lartigau son vecinas. Aquella suele ser víctima de grafitis o de algún petardo.
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