El desesperado relato de un parapentista que perdió su casa por el fuego
En Los Cocos, una de las localidades más golpeadas por los incendios que acechan Córdoba, se vieron afectadas casas y cabañas
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LOS COCOS.– De la casa solo quedaron los pilotes. “Y ni sirven –dice Damián Loza, su dueño–. Hay que reconstruir todo”. El resto son escombros. Hay sillas quemadas, una estufa, maderas, chapas y cenizas.
Hace solo cinco días ahí estaba su casa y su taller. El hombre, de 51 años, es parapentista, carpintero, herrero y artesano. Apenas logró sacar una máquina. “Perdí todas mis herramientas”, dice.
El fuego, en esta zona de Los Cocos, una de las localidades más afectadas por los incendios forestales que acechan a Córdoba hace siete días, empezó el miércoles a la madrugada, pero lograron pararlo, cuenta Damián. Se reactivó el jueves al mediodía y empezó a avanzar por el Jardín de los Cocos y el Monte Serrano. Hoy son hectáreas y hectáreas quemadas: solo quedan árboles quemados y algunas casas que lograron salvarse.
La Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) estimó en 43.490 hectáreas las afectadas por el fuego en Capilla del Monte (38.290), Chancaní y Villa Berna.
Para el viernes a la mañana el fuego ya se había acercado a la casa de Damián. “Una hora antes me acerqué al cortafuegos que está acá a unos metros. Había seis camionetas de la ETAC (Equipo Técnico de Acción Ante Catástrofes) y una autobomba y dije ‘está todo bien’. Pero después, por más que el viento estaba para el otro lado ya lo veía viendo, y la llamarada estaba cada vez más alta y más cerca”, cuenta.
Fue en ese momento que una amiga le ofreció ir a buscarlo con los bomberos, no lo habían evacuado hasta ese momento. “Decido empezar a sacar las cosas. Logro sacar una máquina y empiezan los gritos de los bomberos: ‘¡salgan, salgan!’. Agarré un par de mochilas de parapentes y salimos. Y se la llevó puesta”, dice.
“Perdí todo. Tres computadoras, fotos, libros, todo, todo”, agrega. Para cuando volvió solo quedaban escombros.
“Es muy raro lo que pasa con los bomberos, se supone que deberían salvar casa y a la gente, pero en este caso no se vio eso. Los vecinos fueron los que apagaron la casa cuando pasó el fuego. Lograron salvar tres casas más arriba con baldes con agua nomás”, cuenta.
Hacía apenas siete meses que se había mudado ahí con su hija Anicca, de 10 años. “[El nombre de su hija] significa impermanencia. Esto también pasará, en pali antigua, el dialecto que hablaba el Buda”, dice.
La construcción de la casa le demandó tres años. “La idea sería comprar materiales para empezar. La misma práctica de siempre”.
Una imagen que se repite
La imagen se repite a lo largo del departamento de Punilla, donde hay más de 40.000 hectáreas afectadas. Según el último relevamiento realizado por intendentes de la zona, hay 21 viviendas dañadas, en las que, según información oficial, “se realizará un abordaje para su remediación integral, además se trabaja en la reposición de redes eléctricas y de agua potable, entre otras necesidades relevadas”. Así lo informaron luego de la reunión con el gobernador Martín Llaryora el lunes pasado.
Por la zona, aún sobrevuelan aviones hidrantes. Intensificaron su presencia desde ayer, una de las jornadas más tranquilas gracias a que el viento no descontroló los fuegos.
A Gabriel Alejandro también se le quemó su cabaña. “La viene construyendo hace cinco años a pulmón para irse a vivir. Lamentablemente se esfumó todo su esfuerzo”, cuenta su hijo a LA NACION.
Perdieron el techo, los vidrios. Desaparecieron frazadas, garrafas y les robaron algunas de sus pertenencias. Lo que quedó de la casa es gracias a uno de sus vecinos. “Era su sueño. No queda otra que empezar de cero y no perder las esperanzas”, agrega el hombre, oriundo de Lanús.
Enfrente, un grupo de unos 10 alumnos de la Escuela Secundaria IPEA 343 de Los Cocos relevan los daños del campo del colegio agrotécnico. Se incendiaron unas 307 hectáreas, y se afectó también el invernadero, el criadero de cerdos y a el espacio a donde iban a meter cabras.
“Se perdió todo. Tenemos que arrancar de cero”, dice Darío Amaya, maestro de enseñanzas prácticas de quinto y sexto año. Es la segunda vez que vienen; el sábado se acercaron para terminar de apagar el fuego y hacer guardia de cenizas.
“Acá el trabajo más grande, además de cuidar el monte, es mantener el entusiasmo de los chicos. Hay muchos que han perdido los campos, las casas, les ha llegado el fuego cerca. Están shockeados”, cuenta.
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