"Soy puto. Ahora pueden hacerme todas las preguntas que quieran".
Eso dijo el basquetbolista Sebastián Vega en 2016, durante una de sus visitas a Gualeguaychú, la ciudad donde creció. Se había reunido con sus amigos más íntimos antes de una fiesta. Esperó a que estuvieran todos y lo contó. Primero lloró, después se rio y se alivió. Esa misma charla la repetiría con distintos grupos de amigos, amigas, técnicos y compañeros de equipo hasta que el 10 de marzo pasado decidió hacer pública en sus redes una carta hablando de su homosexualidad.
Vega, de 31 años, nació en Perdices, un pueblo rural a cuarenta minutos de Gualeguaychú. El anuncio del aislamiento social, preventivo y obligatorio por la pandemia del coronavirus lo encontró a más de 2.000 kilómetros de su familia, en Comodoro Rivadavia, donde juega en el club Gimnasia y Esgrima, en la Liga Nacional de Básquet, la categoría máxima del país. Alterna los ejercicios que les manda el preparador físico del equipo con la carrera de coaching ontológico que está cursando. En ese encierro en soledad, que por momentos se le vuelve letárgico, también responde a pedidos de medios locales e internacionales.
En el sitio Wikipedia se actualizó la información sobre el alero que tuvo su paso por las juveniles de la selección nacional: "Es el segundo deportista argentino en actividad en salir del armario". Lo noticiable, en este caso, es la excepcionalidad: porque a diferencia de muchas deportistas lesbianas y bisexuales, que a nivel local y mundial alzan la voz hablando y reivindicando su identidad de género u orientación sexual, hasta hace muy poco tiempo, no había deportistas varones de alto rendimiento en actividad que hubieran hablado de su homosexualidad abiertamente. Ahora, algunos empiezan a abrir las puertas del clóset y se apropian identitariamente de ese "puto" que la tribuna grita como insulto. ¿Cómo fue el proceso de cada uno de estos deportistas? ¿A qué miedos se enfrentaron y se enfrentan aún? ¿Cómo viven los tabúes en el mundo del deporte? ¿Cómo los acompañan sus colegas?
"¿Por qué vas a contarlo públicamente si estás haciendo tu vida como siempre quisiste hacerla?", le había preguntado su hermana mayor Gisela Vega, también basquetbolista y ex pivot de la selección nacional cuando Sebastián le comentó la idea de publicar la carta. Él se quedó pensando en la pregunta de su hermana, que tenía temor a las repercusiones posteriores. Pero una de las cosas que más lo incomodaban eran las reuniones de equipo o las charlas de vestuario donde le preguntaban: "¿Y vos, por qué no estás con ninguna chica?". Sebastián callaba, mentía o evadía. "Creo que estaba siendo cómplice de algo que no me gusta", dice ahora. Cuando al final lo contó, rápidamente recibió el apoyo de muchos referentes del básquet como Manu Ginóbili y Facundo Campazzo.
El proceso de Sebastián fue largo. Hoy sueña con volver a jugar en la selección pero durante mucho tiempo pensó en retirarse. Se lesionaba constantemente: primero el hombro, después la rodilla y por último, el pie. "No quiero más esto", dijo un día. Era 2015 y su pareja de aquel entonces tenía el contacto del voleibolista Facundo Imhoff, que jugaba en Francia y le insistió para que se comunicara. Él ya había dicho que era gay, quizás lo podía aconsejar, pensó su novio. Nunca se habían visto ni se conocían de nombre. Facundo dice que Sebastián tenía mucho miedo. Sebastián dice que Facundo fue un referente importante. Hablaron sostenidamente a distancia. Todo lo que Sebastián le decía Facundo ya lo había pasado: la culpa a romper las estructuras con las que habían crecido, la tristeza de estar ocultando siempre algo, el sentirse distinto al noventa y nueve por ciento de sus compañeros presuntamente heterosexuales, el miedo a quedarse sin trabajo, sin contrato, a ser vistos como conflictivos dentro del equipo, a no jugar nunca más. "Lo hablé con mi familia, con mis amigos, pero todavía me costaba decirlo en el ámbito deportivo. Era un miedo que me paralizaba", recuerda.
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El silencio que arrastraba Sebastián, ese secretismo, esa forma de contar su ser gay a modo de confesión, las ficciones que inventaba para escapar de las preguntas de sus compañeros son colectivas e históricas. Alrededor del mundo, los deportistas que hablaron o hablan públicamente de su homosexualidad lo hicieron y lo hacen una vez que dejaron de competir profesionalmente. O en algunos casos, cuando fue al revés, fueron apartados, rechazados por o antes de hacerlo público. Eso es lo que les pasa a Mario Lüthi, el protagonista de la película suiza Mario, que fue estrenada en 2018 y que cuenta la historia de un futbolista a punto de subir a primera división y convertirse en un reconocido jugador alemán que se enamora de Leon, un compañero de equipo. ¿Vivir a escondidas o sacrificar la carrera deportiva? La película es ficcionada; la problemática que plantea, no.
Durante seis años y en todas las ciudades donde jugó, Sebastián escondió a su pareja por miedo a ser descubierto. "Era desgastante vivir una vida para los demás, para que no sospecharan", dice. El verano pasado, poco tiempo después de separarse y después de hablar con varios amigos, entendió que ya era el momento de decirlo. Él dudaba de si eso no lo perjudicaría en su rendimiento deportivo. "Un amigo me dijo que ya estaba jugando con una mochila de diez kilos, ¿por qué no jugaría mejor si me la sacaba?". Al final pasó la cuarentena y no pudo disfrutar de la cancha sin esa mochila, se lamenta.
"Si hay un puto en el vestuario, yo no me baño", esa es una de las frases que más le quedó marcada a Sebastián. "Ahora no me molesta, pero antes me chocaba si me decían puto o gay. Cuando digo que soy gay, me responden que no se me nota, es que el gay está asociado a lo femenino. Ahí se mezcla y se junta todo. ¿Y si sos femenino qué? Tenés menos aguante, no servís. El deporte masculino es rudeza", dice y describe así la masculinidad hegemónica, el binarismo y los estereotipos tan enquistados en el deporte de alto rendimiento. "Por suerte, el feminismo nos atraviesa a todos y nuestra generación no va a educar a sus hijos con las mismas estructuras", dice.
Esas estructuras también tuvieron que sacudirlas las lesbianas deportistas. Acá en Argentina y en el mundo entero. Durante el Mundial de Fútbol de Francia 2019, la estadounidense Megan Rapinoe fue la mejor jugadora adentro y afuera de las canchas: se convirtió en vocera de los derechos de las futbolistas mujeres, lesbianas y bisexuales. Además de exigir que las jugadoras ganen lo mismo que sus pares varones, visibilizó al colectivo LGBTI+ cada vez que tuvo un micrófono enfrente.
Más acá, la futbolista argentina y actual directora del Instituto Nacional de Juventud, Macarena Sánchez, la cara visible de la lucha por la profesionalización del fútbol femenino en el país, reivindica su ser lesbiana. "Me parece un hermoso día para recordar que salí del clóset con mi familia en Navidad, cero pulgas", dijo el año pasado, el día del orgullo LGBTIQ+ en sus redes sociales. Así como Macarena, tantas otras futbolistas de distintos clubes de la AFA –hoy semiprofesionales– y deportistas de alto rendimiento como la regatista Cecilia Carranza Saroli, que tiene 33 años y fue campeona olímpica en los últimos Juegos en Río de Janeiro junto a Santiago Lange, hablan, ponen de manifiesto y celebran su sexualidad más libremente, en las calles y las redes sociales.
Pero esa forma de hacer estallar el control social sobre los cuerpos y las conductas también fue una batalla librada. "A finales de los 80 era impensado decir que éramos lesbianas y sabíamos que éramos un porcentaje muy alto pero lo vivíamos con mucha culpa, por esa hipocresía del fútbol donde se vivía la sexualidad como castigo o una condena", dice la directora técnica Mónica Santino. Hoy tiene 54 años y es la fundadora de La Nuestra Fútbol Feminista, una organización que núclea a más de cien niñas, mujeres y trans de la Villa 31 de la Ciudad de Buenos Aires. Entre 1987 y 1989, Mónica jugó de mediocampista en River. Después, su vida se volcó completamente al activismo en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), donde presidió la organización y se alejó del deporte. En ese momento, como ahora sucede con los varones deportistas, no había muchas atletas que hicieran público su lesbianismo. Para Mónica su referente era la entonces tenista número 1 del mundo, Martina Navratilova, quien militaba activamente por los derechos de gays y lesbianas. Ya con el póster de Mujer contra mujer de Sandra Mihanovich y Celeste Carballo en las paredes de su casa, Mónica volvió a las canchas en 1995 con la camiseta de All Boys. "Todavía nos perseguía mucho la idea peyorativa en relación a nuestra sexualidad porque se decía: ‘Todas las futbolistas son lesbianas’. A la que no era lesbianas le daba mucha bronca. Y a nosotras nos pesaba esa ecuación que decía que jugábamos al fútbol porque queríamos ser hombres y como queríamos ser hombres, éramos lesbianas", recuerda y sabe que la militancia lesbofeminista planteó otro territorio posible.
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El equipo bonaerense Lomas Vóley juega de visitante. El central Facundo Imhoff espera el saque rival. Tiene las piernas dobladas, el centro de gravedad bien abajo. En las tribunas hay cerca de cincuenta personas. Desde ahí, desde las gradas, a sus espaldas, le gritan "puto". Respira. Piensa. Sabe que está en confianza con sus compañeros. Y entonces, les mueve la cola. Le vuelven a gritar. La mueve más. Se ríe. La pelota se pone en juego.
No recuerda contra quién ni en dónde jugó esa semifinal del torneo metropolitano pero recuerda la escena y que ese partido lo terminaron ganando. Era 2016 y el voleibolista que nació y creció en Franck, un pueblo de menos 5.000 habitantes de Santa Fe, para ese entonces ya se reconocía públicamente gay y lo había conversado con su familia, sus amigos, sus compañeros de equipo, dirigentes y técnicos de la Selección. "Ya lo sabían todos pero no salió en la prensa porque el vóley no vende", cuenta ahora riéndose el voleibolista de 31 años, desde Bolívar, donde pasa la cuarentena solo.
En agosto de 2019, después del primer partido de los Juegos Panamericanos en Lima, dos personas le pidieron que se sacara una foto con la bandera del orgullo. Le dijeron que eran de una organización LGBT de allá. Facundo no se imaginó las repercusiones que tendría. Cuando llegó a Buenos Aires, le explotaba el celular. Pensó que tendría que ver con la medalla de oro conseguida después de ganarle a Cuba en la final, en lo que para él fue el partido más importante de su vida. Pero no. Querían entrevistarlo porque era el primer deportista profesional en actividad que hablaba de su homosexualidad.
"Hoy me siento un activista. Ya me aburre hablar de vóley, prefiero charlar sobre esto", dice Facundo. Tiene el humor, el chiste y una sonrisa siempre a mano. Así aliviana lo que antes incomodaba. Mientras prepara las valijas porque se le termina el contrato en Bolívar Vóley, hace un curso en la escuela de la organización civil Cien por Ciento Diversidad y Derechos, que busca "promover y defender el reconocimiento y respeto por la libre orientación sexual e identidad de género de todos y todas". Facundo se anotó en el de familias diversas. Además de la exposición mediática, lo invitan a dar charlas para niños, niñas y jóvenes en distintos clubes del país y siente, entonces, la responsabilidad de formarse. Hace poco, en un boliche gay, un pibe le preguntó si podía darle un abrazo. "Me dijo que antes de decirle a su familia que era gay les había mostrado una entrevista mía", cuenta y dice que se le pone "la piel de pollo". Sabe que hoy es un referente para agrietar la heteronorma desde el deporte.
Durante los últimos años en Argentina se sancionaron leyes de reconocimiento y ampliación de derechos de la comunidad LGBTIQ+: en 2010 se aprobó la Ley de Matrimonio Igualitario y en 2012, la Ley de Identidad de Género, que fue la primera ley en el mundo en garantizar a las personas trans el cambio de nombre en todos los documentos oficiales sin necesidad de someterse a un proceso judicial. Pero a pesar de las leyes sancionadas, las prácticas discriminatorias y la violencia hacia las personas LGBTI+ persisten y en algunos casos, crecen. Según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT de Argentina durante 2019 hubo 177 crímenes donde la orientación sexual, la identidad o la expresión de género de las víctimas fueron pretextos discriminatorio para ejercer violencias.
Ahora Facundo repasa estas leyes, con la ayuda a la distancia de Ángeles, su gran amiga de la infancia, que es lesbiana, feminista y estudia derecho; y recuerda que su madre, catequista y mano derecha del cura, fue a una marcha "contra los gays" justo antes de que se sancionara la ley del matrimonio igualitario. Poco más de un año después, en un viaje en auto entre Buenos Aires y Rosario, Facundo le contó que era homsoexual. Su mamá lloró sin parar las tres horas que duró el recorrido. Él estaba aliviado.
"Hay que hablar de todo en todos lados, solo así rompemos los tabúes y los miedos", dice Facundo. Lo dice y lo practica. Cuando en 2018, le tocó jugar en la liga de voley de Rumania, no sabía que hacía poco tiempo que el Estado de ese país había dejado de perseguir y castigar al colectivo LGBTIQ+. Lo primero que contó cuando entró al equipo era que le gustaban los varones. Sus compañeros no se bañaron con él durante los primeros quince días. "Fue duro, pero después se relajaron cuando se dieron cuenta que ni violaba ni mataba", se ríe. Con el tiempo le empezaron a hacer preguntas desde la curiosidad. "Creo que es muy necesario que profes y técnicos aborden esta temática en los clubes y federaciones", reflexiona.
En línea con la inquietud del voleibolista, la Secretaría de Deportes de la Nación que dirige Inés Arrondo presentó a mediados de mayo el primer curso sobre Género y Deporte para instituciones y organizaciones de todo el país. El eje del primer programa está puesto en las violencias y las masculinidades para poner en debate qué es ser un varón y las ideas sobre la fuerza, la hombría, el éxito, la dominación y la sumisión con el objetivo de pensar otras masculinidades posibles.
"Se puede decir públicamente que sos gay, pasarla bien y seguir compitiendo profesionalmente", dice Facundo que eso fue lo que le dijo a Sebastián Vega en su momento y que eso fue lo que Sebastián también expresó con la carta. "No es todo un cuento de hadas", subraya mientras scrollea en Internet una nota que le hicieron y rememora algunos comentarios homófobos que le dejaron. "Cuando estás feliz, cuando estás orgulloso de tu sexualidad, es muy difícil que eso te joda. También es cierto que tiene que ver con que sé dónde estoy parado y quiénes me acompañan".
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En 1990, el diario inglés The Sun publicaba en su tapa la foto del jugador de fútbol inglés Justin Fashanu, junto a letras grandes que decían: "Soy gay". Así, el delantero negro y gay del Norwich City se convertía en el primer jugador de fútbol de todo el mundo de primera división en decir abiertamente que era homosexual. Pero el sistema lo condenó: después de hacerlo público, pasó por más de diez clubes en solo siete años. Denunciaba que sufría insultos y discriminación. En 1998, fue acusado por abuso sexual a un menor, mientras jugaba en Australia. La denuncia luego fue presentada como falsa. Poco tiempo después, Fashanu se suicidó. El 19 de febrero, el día se su nacimiento, es conmemorado ahora como el día contra la homofobia en el deporte.
Cinco años después, en 1995 el entonces técnico de la selección nacional de fútbol argentina, Daniel Passarella, respondía a una entrevista en El Gráfico:
"– ¿Convocaría a un futbolista homosexual?
–No".
La Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y el activista gay Carlos Jáuregui salieron al cruce de Passarella. "Podríamos enumerar hasta el hartazgo casos de homosexuales en el fútbol, pero no nos interesa comprometer a nadie, porque sabemos que eso les arruinaría el futuro", dijo Jáuregui en ese momento. "Esa es la realidad que indigna más. A los homosexuales no se nos ayuda escondiéndonos".
Ese mismo año, en Pellegrini, un pueblo de 6.000 habitantes de La Pampa, nació Nicolás Fernández. "Era muy maleta para jugar al fútbol y me mandaban al arco siempre. Mi hermana mayor me dijo que si me iba a probar en el club del que ella era hincha, me regalaba todo el equipo de arquero y fui", recuerda así Nicolás sus inicios en el fútbol en Huracán de Pellegrini. Ahí, con su hermano mayor, pasa los días de cuarentena esperando volver a entrenar en el club General Belgrano de Santa Rosa de la quinta división del fútbol argentino.
El 28 de junio del año pasado, cuando Nicolás posteó en sus redes una foto con su novio en un boliche, no sabía que ese día se conmemoraraban los 50 años de la revuelta de Stonewall y que en homenaje a ese levantamiento del colectivo LGBT contra la policía en Nueva York se celebra desde 1969, en todo, el mundo el Día del Orgullo. Tampoco imaginaba que ese posteo en sus redes sociales tendría tanta repercusión. Pero hoy lo entiende: pasaron 25 años de aquella declaración de Passarella y ningún futbolista de primera división del fútbol argentino dijo públicamente que era homosexual.
Aunque hay jugadores, como Matías Vargas, Juan Cruz Komar, Nahuel Guzmán o Augusto Solari, que hablan sobre la diversidad sexual en el fútbol, la voz en primera persona no aparece. Y ese silencio que retumba dentro y fuera de los grandes estadios se quiebra en las canchas amateurs. Por fuera del deporte profesional, hace veintidós años, y a raíz de los dichos de Passarella, los activistas Diego Tedeschi y Gustavo Pecoraro decidieron hacer una convocatoria para jugar al fútbol entre compañeros y militantes gays. Ese año fundaron la asociación de Deportistas Argentinos Gays y, un año más tarde, el primer equipo de fútbol diverso de Sudamérica, Los Dogos, que tuvo competencias a nivel internacional. Un poco más acá en el tiempo y en otra cancha, se fundó Ciervos Pampa, el primer club de rugby de diversidad sexual de América Latina. Desde 2017 son una asociación civil, se reivindican "putos, sudacas y latinoamericanos" y hoy juegan juntos putos, maricas, lesbianas y trans en el equipo.
"El fútbol profesional es muy machista y hay mucho miedo", dice Nicolás. "Yo se lo conté a mi familia llorando hace diez años, pero estaba enamorado y decidido a que, si no me aceptaban, me iba de casa". Pero no tuvo problemas ni con su familia ni con los compañeros ni técnicos de los equipos donde jugó y, a pesar de reconocer que los pueblos son muy conservadores, él siempre se sintió apoyado. No por todos, claro, porque más de una vez la hinchada rival lo hizo enojar con sus gritos de "maricón, puto, culo roto". Con el tiempo descubrió que el humor es un aliado y ahora cuando le gritan él se ríe.
"Nunca lo hubiera imaginado", dice y contesta todos los mensajes en las redes sociales de gente que no conoce y que le pide consejos. Como Facundo y Sebastián, sabe que es un referente.
"Fui una vez a la Marcha del Orgullo en Buenos Aires pero, como pibe de pueblo, me llamaron mucho la atención la cantidad de gente y las performances", dice Nicolás de esa primera y única experiencia en la marcha hace seis años, junto a quien entonces era su pareja.
La Marcha del Orgullo se celebró por primera vez en Argentina en 1992, cuando reunió a 250 personas que se movilizaron y desfilaron por el centro porteño. Desde 1997, se realiza todos los primeros sábados del mes de noviembre. El año pasado, en la ciudad de Buenos Aires, convocó a 500.000 personas, que celebraron libertades y conquistas, demandaron derechos y se visibilizaron con la fiesta como motor. A diferencia de Nicolás, Facundo Imhoff y Sebastián Vega nunca fueron a la marcha. "Hace tiempo venimos hablándolo con Facundo pero la fecha coincide con las competencias. Tengo muchas ganas de ir, me encantaría", dice Sebastián. "Yo me pongo el conchero, olvidate", dice Facundo y ríe imaginando una posible marcha virtual por la pandemia. Los tres se entusiasman con una próxima marcha donde haya un montón de deportistas homosexuales, gays, putos celebrando junto a Los Dogos, los Ciervos Pampa y a las deportistas lesbianas y bisexuales, que ya lo vienen haciendo.
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